Aunque le falta más de un año para abandonar la Casa Blanca, la situación actual de Bush es la de un presidente en estado terminal. El acoso parlamentario opositor aumenta semana a semana, sus aliados republicanos lo van abandonando uno tras otro, su asesor estrella Karl Rove ha desertado, la burbuja inmobiliaria se sigue desinflando señalando un futuro oscuro para el conjunto de la economía norteamericana y provocando sucesivos sacudones bursátiles globales. Su compañero de aventuras, Tony Blair, dejó el cargo de primer ministro en Inglaterra generando en Washington crecientes temores acerca de un posible deslizamiento de los ingleses hacia la Unión Europea aflojando sus lazos atlantistas y tomando distancia de la estrategia eurasiática de los halcones (1). Además han empezado a circular declaraciones de funcionarios y “filtraciones” mediáticas referidas a escenarios elaborados en el Pentágono de retirada rápida de las tropas estadounidenses de Irak (2). En ese nivel y en el conjunto del sistema de poder de los Estados Unidos ya casi nadie pone en duda el fracaso de la aventura irakí y mientras el sector más extremista de los halcones sueña con algún “golpe de fuerza” milagroso dentro de Irak o por medio de un ataque contra Irán, el Imperio esboza repliegues que le permitan preservar su presencia en el Medio Oriente. Las ventas masivas de armas a los regímenes amigos de la región es una de los medios empleados, el gobierno estadounidense acaba de acordar ventas por 20 mil millones de dólares a los estados del Golfo (incluidos 10 mil millones para Arabia Saudita), 30 mil millones de dólares a Israel y 13 mil millones de dólares a Egipto. Combinando “intereses estratégicos” de los Estados Unidos e intereses comerciales de las empresas beneficiadas con esas ventas (3), obviamente los funcionarios involucrados en el negocio recibirán las “recompensas” correspondientes (curiosa mezcla de corrupción y fanatismo imperialista).
Por otra parte acumula apoyos en el establishement el llamado plan Biden-Gelb de dividir a Irak en tres partes (una sunita, otra shiita y una tercera kurda) lo que supone el éxito (para nada asegurado) de la estrategia de guerra étnica desarrollada por los ocupantes, la concreción del plan les permitiría (en teoría) replegarse con relativamente pocas bajas ya que la resistencia iraki quedaría sumergida en un océano de conflictos locales. Hacia mediados del año pasado el senador demócrata Joseph Biden y Leslie Gelb, presidente emérito del Council on Foreign Relations, publicaban en el New York Times un texto desbordante de cinismo donde tomando como precedente “exitoso” al desmembramiento de Yugoslavia proponían descuartizar Irak. Completando el coro siniestro, nada menos que David Walker, titular del “ Government Accountability Office”, pronunció el 7 de agosto pasado una conferencia en la que trazó el paralelo entre la decadencia del imperio romano y la situación actual de los Estados Unidos (4).
Las dos burbujas imperiales se están desinflando al mismo tiempo: la burbuja financiera centrada en el mercado inmobiliario (aunque sus alcances son mucho más amplios) y la burbuja militar apoyada en las guerras de Irak y Afganistán (pasó decisivo en la delirante estrategia de conquista de Eurasia). La interacción entre ambos fracasos es evidente, aparecen como los aspectos más visibles, por ahora, de la degradación general de la sociedad norteamericana que no puede ser comprendida sino en su totalidad. De ese modo es posible explicar comportamientos sectoriales (militares, políticos, financieros y otros) aparentemente desmesurados, incoherentes, a veces abiertamente estúpidos pero que integran una dinámica superior marcada por la decadencia. Y como los Estados
Unidos constituyen la espina dorsal y la cabeza enfermas del capitalismo mundial sus temblores afectan (expresan) al conjunto del sistema, es por ello que los interrogantes sobre su futuro tienen alcance planetario.
¿Contraataque imperial?
El primer interrogante se refiere a la posibilidad de un contraataque del Imperio. Podríamos suponer que los halcones acorralados estarían tentados a desatar algún golpe de suerte buscando revertir la pésima situación actual. Durante todo el año pasado esta hipótesis adquirió cierta verosimilitud; la creciente agresividad de la Casa Blanca hacia Irán, su compromiso con la invasión militar israelí al Libano, sus actos hostiles contra Rusia, impulsaban a pensar en una aventura militar en marcha. Algunas autores nos hacían recordar historias de otras tiempos como la invasión del Canal de Suez en 1956 por parte de Francia e Inglaterra, dos imperios coloniales en declinación cuyos dirigentes habían perdido la percepción de la realidad lo que los condujo al fracaso. Según Michael Klare las elites imperiales decadentes suelen tomar decisiones descabelladas ya que sobrestiman su poderío (declinante), subestiman el poder (ascendente) de sus enemigos y finalmente pierden los estribos ante reales o supuestos desafíos de estos últimos (5). Ingleses y franceses creían en esa época que podían doblegar fácilmente a Nasser de quien no aceptaban sus reivindicaciones nacionalistas, pero el mundo había cambiado y los estados colonialistas sufrieron una humillante derrota política. Ahora los Estados Unidos se encontrarían ante una situación parecida: se negarían a registrar la magnitud, la importancia (geo)estratégica de su derrota en Irak y el hecho de que su gigantesca maquinaria bélica esta perdiendo rápidamente la capacidad de disuasión que tenía en la década pasada. Además el caos financiero en el que están sumergidos les impediría percibir que pierden peso económico global y que su endeudamiento vertiginoso los hace cada vez más dependientes de la red financiera internacional y de las decisiones monetarias de la Unión Europea, Japón y China.
De todos modos el rápido debilitamiento del gobierno de Bush va reduciendo su capacidad operativa y es muy probable que esa tendencia se acentúe en los próximos meses (lo que no elimina por completo la posibilidad de una agresión imperial desesperada como lo demuestra su reciente bravuconada al declarar como organización terrorista a los “Guardianes de la Revolución” de Irán).
Sin embargo es necesario mirar más allá del búnker de Bush y del aspecto exclusivamente militar del tema. El “complejo industrial-militar” tradicional ha cambiado mucho en los últimos años, actualmente forma parte de una red más amplia y compleja de intereses que abarca también negocios financieros, energéticos, de seguridad privada, etc. Se trata de un sistema muy concentrado que (sobre todo) desde el fin de la guerra fría ha conseguido capturar al grueso de la elite política norteamericana. Uno de los pilares de dicha cooptación ha sido el ascenso hegemónico de una “cultura” entre financiera y mafiosa claramente parasitaria. Prisionera de visiones simplistas deslumbradas por el gigantismo del mega aparato militar desde cuyas alturas el “enemigo” (por ejemplo las poblaciones de Irak o Irán), es visto como un pequeño objeto, un modesto hormiguero que puede ser manipulado o exterminado a gusto. Agreguemos a esto que si bien los candidatos a la presidencia del Partido Demócrata critican a Bush por el desarrollo de la guerra en Irak no dejan de mostrar sus colmillos en los casos de Iran o Pakistán-Afganistán (6).
Podríamos también aproximarnos al tema desde la deformación “financiera” de la percepción de la realidad que genera imágenes fantasiosas donde enormes masas de fondos derriban todos los muros culturales, morales y políticos.
En un caso (militarismo) la realidad es simplificada al extremo bajo el convencimiento de que la fuerza bruta lo puede todo, en el otro (visión mercantil del mundo) la deformación no es menos grosera (“el poder del dinero es irresistible”). A comienzos del siglo XXI nos encontramos ante la degeneración integral de la elite dominante (central) del mundo que combina la más alta sofisticación consumista y tecnológica con el primitivismo intelectual, no es la primera vez que ocurre esto en la historia humana.
Mi conclusión es que el militarismo imperial-mafioso no tiene por qué desaparecer con Bush, fue gestado durante un prolongado período anterior (marcado durante la década pasada por la primera Guerra del Golfo, los interminables bombardeos sobre Irak, la guerra del Kosovo, el desarrollo incesante de burbujas especulativas, etc.) y tiene sólidas raíces entre los dirigentes de los partidos demócrata y republicano.
Por otra parte su dependencia energética obliga al capitalismo norteamericano a presionar cada vez a los países poseedores de dichos recursos. No se trata solo de su decreciente producción petrolera enfrentada a recursos globales que tenderán a decrecer en el corto plazo, sino también de la “solución” (parcial, efímera) encontrada: los biocombustibles, cuya expansión significaría de hecho la apropiación de vastas extensiones territoriales de la periferia, reduciendo drásticamente los suministros alimentarios de esta última. En ambos casos el Imperio, comportándose como un vampiro, “necesita” para sobrevivir depredar cada vez más al mundo subdesarrollado y disputarle las presas a las otras potencias (Unión Europea, Japón, China). En realidad la irrupción de los biocombustibles impulsa al Imperio a una recomposición estratégica enfocando nuevos espacios o más bien reclasificando en su jerarquía de intereses a ciertas zonas de la periferia. Economías agrícolas subdesarrolladas antes colocadas en un segundo plano están pasando al primer nivel en la escala de prioridades, es el caso de las grandes extensiones de tierras fértiles de América Latina.
¿Otros imperios?
No está de más insistir en que la crisis norteamericana no puede ser entendida si no la asumimos como parte de un fenómeno más amplio, mundial. El llamado proceso de “globalización” que se desarrolló desde la década de los 1970 llegando a su momento de victoria en los años 1990 (bajo hegemonía financiera y estadounidense), impuso la articulación de una densa red de interdependencias económicas entre los países centrales que atrapó al conjunto de la periferia. El desborde financiero que incluyó endeudamientos colosales públicos y privados tanto en países centrales como periféricos y saqueos de estos últimos fue la resultante de una crisis crónica de sobreproducción que se prolonga desde hace algo menos de cuatro décadas (7).
También debe ser señalado que la hegemonía norteamericana, sobre todo en los años 1990 y hasta la actualidad asume un doble aspecto: por una parte es la de una potencia que opera como mega-sujeto (parásito) de la economía global imponiendo sus privilegios consumistas al resto del mundo del que extrae bienes y servicios a cambio de papeles-dólares que se han ido desvalorizando. Pero también se trata de un enorme basurero mundial hacia donde se dirigen fondos y mercancías que la crisis de sobreproducción no permitía colocar en ningún otro mercado comparable. Las burguesías de Japón, Alemania, Sudcorea o China no han hecho otra cosa que otorgar una suerte de “crédito” muy blando y por tiempo indefinido a su gran cliente. Los chinos y los japoneses han acumulado gigantescas “reservas” en dólares o bonos del Tesoro de los Estados Unidos a cambio de sus mercancías, los europeos han colocado en los Estados Unidos enormes excedentes financieros, también lo han hecho países petroleros como Arabia Saudita. Dicho de otra manera, los Estados Unidos son al mismo tiempo parásitos y tabla de salvación del capitalismo mundial del que absorben toda clase de excedentes financieros y productivos. La deuda total de los norteamericanos, pública y privada, se acerca a los 50 billones de dólares (supera al Producto Bruto Mundial) de la misma 10 billones corresponden a deudas con acreedores externos (8).
Las turbulencias financieras de Agosto de 2007 centradas en los males de la economía norteamericana arrastraron a bolsas y bancos de Europa y Asia y así seguirá sucediendo en el futuro. Se trata de un único navío global a la deriva aunque su tripulación es bastante heterogénea lo que genera una imagen confusa de acuerdos y rivalidades, zancadillas y acciones concertadas.
Recientemente los chinos amenazaron a los norteamericanos con la llamada “opción nuclear” (despolarizar sus reservas) si estos últimos llegaran adoptan medidas comerciales proteccionistas contra la industria china. Pero si esa amenaza se concreta se produciría un desplome financiero planetario del que nadie quedaría a salvo (en primer lugar China cuyo sistema depende de su dinámica exportadora).
La Unión Europea (el dúo Francia-Alemania) no simpatiza con la invasión estadounidense a Irak sin embargo no desea una derrota del Imperio que podría derivar en una pérdida de control casi completa del Medio Oriente por parte de Occidente. China ha manifestado su oposición a la aventura irakí pero sus compras masivas de bonos del Tesoro de los Estados Unidos han servido para financiar esa guerra. Rusia levanta su puño militar respondiendo a la hostilidad norteamericana y amenaza a los satélites europeos de la superpotencia (y de tanto en tanto lanza algún gruñido a los otros estados europeos tratando de condicionarlos) sin embargo el renacimiento ruso depende de sus exportaciones energéticas dependientes a su vez de la salud de la economía internacional y sobre todo de sus clientes de Europa. Aunque si los rusos miran hacia el Este (tratando de diversificar mercados) se encontrarán con China y Japón dependientes del poder de compra de los Estados Unidos.
Las grandes potencias están condenadas a pelearse entre ellas y al mismo tiempo a realizar acuerdos tendientes a la supervivencia común. Dos conclusiones aparecen de inmediato: primero, la declinación económica y política de los Estados Unidos afecta negativamente a las otras potencias por consiguiente ese hecho inevitable terminará por debilitarlos a todos. Segundo, el desarrollo del proceso general de degradación hará cada vez necesarios y difíciles los acuerdos financieros, comerciales y políticos entre los países centrales. Es evidente que el futuro no copiará al siglo XX, cuando la declinación del Imperio inglés le abrió paso al ascenso de los Estados Unidos y la URSS, sino que propondrá distintos escenarios de despolarización o multipolaridad floja (más o menos caóticos o efímeros).
La crisis
El tercer interrogante se refiere a la duración e intensidad de la crisis actual. El pensamiento conservador es tozudo e insiste en negar la realidad, hacia fines de la década pasada afirmaba que nos encontrábamos en medio de una gran reconversión positiva del capitalismo cuando la simple observación de los hechos nos señalaba el desborde de una marea financiera, ahora cuando la economía mundial se encuentra sumergida en un océano de burbujas especulativas y bajo la amenaza de una penuria energética grave afirma que solo se trata del desinfle de la burbuja inmobiliaria norteamericana y sus “daños colaterales” que pronto (muy pronto) será superada gracias al funcionamiento del “mercado” y a la sabia intervención de los bancos centrales de las grandes potencias. Pero la realidad es mucho más tozuda que esa gente; esta crisis no nació en 2007, viene de lejos. Desde comienzos de la década pasada las burbujas y turbulencias financieras internacionales se sucedieron una tras otra, al mismo tiempo la masa financiera global fue creciendo en progresión geométrica. Deudas públicas y privadas, hipertrofias bursátiles, negocios con “productos derivados” se fueron expandiendo mucho más allá del ritmo de crecimiento de la economía real. Por ejemplo los negocios con “productos financieros derivados” representaban hacia el año 2000 cerca de dos veces el Producto Bruto Mundial, en 2006 eran ocho veces más grandes, si extrapolamos su tasa de expansión promedio del último lustro en 2010 esa masa especulativa representaría 16 veces el Producto Bruto Mundial.
Detrás del fenómeno financiero se encuentra la crisis de sobreproducción crónica que atraviesa a la economía global. Que encontró una “vía de escape” (una droga milagrosa) en las actividades especulativas como espina dorsal de una sistema de saqueo que bajo el discurso del “neoliberalismo” destruyó (devoró) a buena parte de las economías periféricas y reconvirtió al parasitismo a los núcleos hegemónicos del capitalismo. Pero esa vía no es infinita, la expansión de la masa financiera puede ser emparchada luego de cada turbulencia, pero finalmente la metástasis termina por dañar al conjunto del sistema, hacerlo inviable.
Aunque eso no es todo, la crisis crónica de sobreproducción converge con la fase declinante de un ciclo mucho más largo, el de la explotación de los recursos energéticos no renovables, pilar decisivo de la dinámica del desarrollo industrial capitalista que le permite concretar su reproducción ampliada según su propia lógica, autonomizada de los ritmos de la naturaleza, es decir opuesta a (saqueadora de) la misma. En resumen: lo que ahora estamos experimentando es la convergencia histórica de dos grandes crisis: la de sobreproducción (que arriba a su etapa de turbulencia aguda) y la de subproducción o penuria productiva centrada en una primera fase en el área energética pero que (biocombustibles mediante) comienza a extenderse al sector alimentario.
La crisis financiera empuja hacia la recesión y la penuria energética ejerce presiones inflacionarias. En los años 1970 se produjo un pequeño anticipo del fenómeno, se lo llamó “estanflación” , el término es demasiado suave para lo que se viene.
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(1) John Bolton, “Britain can’t have two best friends”, Financial Times, July 31 2007.
(2) Sarah Baxter, “US braced for bloody pull-out”, TimesOnline, July 29, 2007
(3)Dan Glaister, “US accused of fuelling arms race with $20bn Arab weapons sale”, The Guardian, July 30, 2007.
(4) David Walker, “Transforming Government to Meet the Demands of the 21st Century”,
http://www.gao.gov/htext/d071188cg.html
(5) Michael T Klare, “Beware empires in decline”.AsiaTimes, Oct 19, 2006.
(6) Axel Brot, “Germany, the re-engineered ally”, AsiaTimes, Aug 8, 2007.
(7) Algunos autores, por ejemplo Ernest Mandel, colocan su fecha de nacimiento hacia 1968 (combinando síntomas económicos con rupturas político-culturales), otros la localizan en 1971 cuando los Estados Unidos renunciaron al patrón dólar-oro coincidente con el comienzo de la declinación de su producción petrolera y en fin otros en 1973-1974 cuando estalla la crisis petrolera internacional y se desata un proceso estanflacionario.
(8) Michael Hodges, “America's Total Debt Report”,
http://mwhodges.home.att.net/nat-debt/debt-nat.htm
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