Que los medios de comunicación de masas son muy útiles para concentrar y manejar el poder sobre grandes conglomerados humanos es algo que fue evidente desde su invención, desarrollo e imposición en una Sociedad Occidental que durante todo el siglo XX se fue constituyendo como urbana y de masas.
William Randolph Hearst acumuló mucho poder usando sin restricciones morales la influencia proporcionada por sus 38 periódicos, lo que le sirvió entre otras cosas (además de para amasar una inmensa fortuna) para llegar hasta la cámara de Representantes de los Estados Unidos, aunque no le fuera suficiente (Gran Depresión por medio) para culminar con sus aspiraciones políticas hacia el Senado y la Presidencia de ese país. Paul Joseph Goebbels descubrió, desarrolló y usó el poder de la radio (y el de los espacios, eventos e imágenes) como una eficiente herramienta para adoctrinar y orientar al pueblo alemán que acompañó fervorosamente al nazismo en su proyecto de 1000 años de dominio mundial germano. La naciente televisión se inició (luego de la Segunda Guerra Mundial) convirtiéndose en el mejor medio de promoción y difusión del "American Way of Life" y la sociedad de consumo.
Alrededor de un siglo después de sus inicios, los medios se han convertido en un factor estructural de la sociedad globalizada, una red coherente a través de la cual se canaliza el control y el ejercicio del poder mundial.
Esta no es una afirmación gratuita. En una sociedad heterogénea y global como la nuestra, la persuasión constituye un factor tan o más importante que la fuerza para mantener el control de unas pequeñas minorías sobre grandes masas humanas. En la actualidad la persuasión se produce y ejerce fundamentalmente a través de ese sistema coherente y globalizado en que se han ido convirtiendo los medios.
La penetración -sobre todo de la televisión- en la vida cotidiana de grandes grupos humanos, permite la existencia de algo así como un "sistema de educación continua", que transmite, no sólo una información parcializada de acuerdo a los intereses de quienes manejan los medios sino también un sistema de valores que determina en estos contingentes de seres humanos, no solamente sus patrones de consumo, sino también los distintos aspectos de su modo de vida, su visión ética y estética, el planteo de sus relaciones, sus objetivos de vida, sus aspiraciones, etc.. En el caso de la televisión, este proceso se realiza a través de un lenguaje audiovisual de altísimo impacto perceptivo cuyo objetivo -más que el sistema racional al cual formalmente apela- va directo a los sistemas emocional e intuitivo-sensible de los individuos, a los cuales afecta y altera sobre todo de manera inconsciente.
La estructura de la red comunicacional global
La situación se torna más grave, cuando analizamos la existencia actual de dos factores estructurales que son parte de este sistema globalizado de "comunicación".
El primero es la concentración. Un grupo de alrededor de una docena de grandes corporaciones (en su mayoría de origen norteamericano) poseen y manejan hoy más del 90% de la comunicación mundial.[1]
Esa concentración es un fenómeno relativamente nuevo, ya que si bien la comunicación tradicional había estado en Occidente siempre en manos privadas, se caracterizaba porque los propietarios de los medios disfrutaban de una cierta autonomía (ejemplificada en su etapa final en el caso Watergate, dónde la independencia del Washington Post provocó la renuncia de Richard Nixon), moderada autonomía ésta que en un tiempo permitió llamar a la prensa el "Cuarto Poder"
Esta no es una característica exclusiva de los medios de comunicación, es un síntoma más del proceso de corporativización que se ha ido tornando una característica fundamental del neocapitalismo. La progresiva concentración del capital y el poder en un núcleo cada vez más reducido de grandes corporaciones (fenómeno que fue previsto por Carlos Marx en el siglo XIX) ha venido avanzando a nivel global desde el final de la Segunda Guerra Mundial y se refleja hoy en todas las facetas de la sociedad.
La concentración y la interdependencia corporativa, permitieron al gobierno de Bush influir en forma directa sobre todo el conglomerado que maneja la comunicación para dar a su guerra en Irak un perfil particular. A diferencia de lo sucedido cuándo Vietnam, en la que la libertad de información de que disponían los medios constituyó uno de los factores para lograr una opinión pública opuesta a la guerra en los EE.UU., el absoluto control que hoy ejercen la Casa Blanca y el Pentágono sobre toda la comunicación que se relaciona con esta nueva guerra, ha mantenido a ese público alejado e ignorante de la realidad cotidiana de esa confrontación.
El segundo factor es que la concentración y la comunidad de intereses entre las corporaciones estimulan y aceleran el proceso de estandarización de la comunicación. El punto de vista desde el cual se comunica y lo que se comunica tienden a ser únicos e unidimensionales. Un ejemplo de esto es la paulatina implantación del concepto de "terrorismo" a nivel mundial. Este concepto, que ha sido utilizado por los poderes hegemónicos a lo largo de la historia para descalificar a los movimientos de resistencia que se oponen al poder imperial, se globaliza a partir de los sucesos de las Torres Gemelas, cuando el gobierno de Bush plantea su cruzada contra este nuevo enemigo. Toda información o comunicación que se realiza en adelante sobre cualquier movimiento de resistencia, está de alguna manera categorizada por los medios corporativizados como una información sobre terrorismo. Inclusive los esfuerzos del gobierno colombiano del presidente Uribe por lograr una calificación generalizada de terroristas a los movimientos insurreccionales que existen en ese país desde hace muchos años, confirman la progresiva imposición mediática del concepto.
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