Tamara K. Nopper
Traducido del inglés por S. Seguí
Como tantos otros, ayer estuve pegada a mi televisor mientras recibía noticia tras noticia del horroroso tiroteo de la Universidad Politécnica de Virginia. Intentaba sobrellevar mi propia repugnancia y tristeza, especialmente porque mi vida profesional como posgraduada y profesora está vinculada a las universidades, cuando, de repente, me llegó la otra mala noticia: un amigo me comunicó que la emisora que estaba escuchando acababa de informar de que el homicida era asiático. En ese momento, tras la gran confusión, se confirmaba que se trataba de Cho Seung-Hui, inmigrante surcoreano y estudiante de la propia Politécnica de Virginia.
Como asiática, soy perfectamente consciente de que los asiáticos están a punto de convertirse en tema recurrente de los medios de comunicación más populares, y quizás hasta de ser víctimas de algún tipo de represalia física. Pocas veces, en estos últimos diez años, habíamos recibido tanta atención; quizás, la última vez fue durante los disturbios de Los Angeles de 1992. Los asiáticos tienen escasa presencia en los medios, excepto cuando uno de nosotros gana un torneo de golf, Woody Allen se lleva a alguien a la cama o Angelina Jolie adopta un niño.
El previsible asalto de los medios de comunicación no es algo que me llene de satisfacción. Si la historia realmente proporciona algún tipo de indicación de lo que puede suceder, es posible que se hable de los asioamericanos de diferentes maneras.
En primer lugar, vamos a presenciar cómo los expertos de los medios de comunicación blancos, y quizás algún sociólogo, nos explican qué entienden por modo de ser asiático. Nos van a contar cómo los varones asiáticos tienen, en principio, egos frágiles y, por consiguiente, están culturalmente condicionados en favor de una violencia de tipo kamikaze. Estas declaraciones vendrán debidamente contextualizadas en el seno de los típicos tópicos racistas sobre los soldados japoneses en la Segunda Guerra Mundial o sobre el Viet Cong. Es decir: varones asiáticos enloquecidos, insidiosos y emboscados, capaces de luchar hasta la muerte por razones aparentemente banales.
Aprovechando la oportunidad, los medios blancos posiblemente interroguen a algunos asioamericanos sobre nuestras perspectivas de cambio. Probablemente se espere de nosotros algún tipo de disculpa por el comportamiento de ese otro asiático, uno de los nuestros, aunque sea algo que los blancos nunca se ven obligados a hacer colectivamente cuando uno de ellos protagoniza un episodio de violencia masiva, lo que sucede bastante a menudo. Más tarde, es posible que alguno de nosotros sucumba a la lógica orientalista de los medios de comunicación y defienda a los asioamericanos como verdaderos americanos, a diferencia de los asiáticos de ultramar, lamentablemente tendentes a un comportamiento cultural inapropiado. En otras palabras, si alguien nos llega a ceder la palabra, se esperará de los asioamericanos que se interpreten, expliquen y distancien de otros asiáticos, como condición indispensable para salir a las ondas.
O quizás los medios adopten un enfoque ciego al color, en lugar de uno estrictamente eugénico. Los medios podrían intentar dar una capa de cal a la situación y tratar a Cho como a cualquier otro chico alienado de la clase media suburbana. En cierto modo, ya está sucediendo; de ahí las referencias constantes a la proximidad del incidente con el octavo aniversario de la matanza de Columbine. Los medios nos repetirán una y otra vez algunos fragmentos de una carta que dejó Cho en la que hablaba de “niños ricos” y “charlatanes mentirosos.” Se preguntarán qué es lo que sucede en los barrios de clase media que incita a este tipo de violencia. Sin embargo, probablemente no hablen en ningún caso del pequeño y sucio secreto que encierra la asimilación a la clase media: para los no blancos, ésta no siempre impide la alienación racial, la rabia o la depresión. Lo que resulta sorprendente, teniendo en cuenta el constante bombardeo de imágenes que nos sugieren que la armonía racial reinará una vez que todos seamos clase media. Pero muchos de nosotros que hemos alcanzado ese status entendemos, aunque no lo admitamos abiertamente, que la alienación no cesa si eres no blanco.
Sin embargo, los medios de comunicación blancos, tramposos como de costumbre, probablemente hablen de Cho de un modo que refleje una combinación de los dos enfoques: el eugénico tradicional y el ciego al color. Harán hincapié en la etnicidad de Cho y sus antecedentes económicos, preguntándose qué puede haber hecho estallar a un tranquilo y trabajador inmigrante surcoreano perteneciente a una familia de clase media propietaria de un negocio de lavandería. Se preguntarán por qué Cho habría cometido un acto de violencia de esta envergadura, algo que siempre cabe esperar de los naturales de Oriente Próximo y de los musulmanes en general, o de los enloquecidos asiáticos de ultramar, pero no de unos inmigrantes surcoreanos tan trabajadores. Presentarán a Cho como un miembro de una minoría modelo que, de repente y sin razón aparente, perdió la chaveta. Si bien el enfoque eugénico que describe a los asiáticos como kamikazes enloquecidos o mercenarios vietcong hace hincapié en la violencia asiática, el aspecto eugénico del mito de la minoría modélica sugiere que hay algo en los asioamericanos que los hace menos tendentes a tener expresiones de furor, rabia, violencia o criminalidad. En efecto, ni siquiera se nos reconoce que tengamos razones legítimas para sentir furor, para no hablar de rabia, por lo que se hace necesario imaginar qué hizo que a este callado estudiante le saltasen los plomos.
Teniendo en cuenta que el mito de la minoría modélica es una invención del racismo blanco, que eleva a los asiáticos a un nivel superior al de otros grupos minoritarios, Cho será diseccionado como una anomalía entre los surcoreanos –supuestamente no tan propensos a la violencia—, a diferencia de los negros –siempre presentados desde el racista punto de vista de un grupo intrínsecamente violento— o de los ciudadanos de Oriente Próximo y los musulmanes, considerados como terroristas potenciales. Se hablará de él como de alguien fuera de su personaje, respecto a otros buenos surcoreanos que vienen aquí y que de manera callada y cumplidora trabajan en pos del sueño americano. En un discreto segundo plano, por supuesto, quedarán las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Corea del Sur, forjadas mediante bombardeos y zonas militarizadas durante la Guerra de Corea, y que se manifiestan en las nuevas negociaciones de un acuerdo de libre comercio entre ambos países. Sin duda, incluso si los diplomáticos surcoreanos llegan a expresar su preocupación por las posibles represalias raciales contra los asiáticos, inmediatamente correrán a desmarcarse de Cho, a fin de mantener la imagen del respetable surcoreano.
Pase lo que pase, Cho se convertirá en aquello que los medios de comunicación blancos quieran que sea y por las razones políticas que los medios y los legisladores decidan aducir. Entretanto, los asioamericanos, como otros no blancos, serán separados, diseccionados y teorizados por blancos. En este sentido, será un día como cualquier otro para los asioamericanos. Solo que esta vez habrá un rostro oriental en cada pantalla de televisión, en cada página de búsqueda de Internet y en cada periódico.
Tamara K. Nopper es educadora, escritora y activista residente en Philadelphia.
Artículo aparecido en Professorkim
Traducido del inglés por S. Seguí
Como tantos otros, ayer estuve pegada a mi televisor mientras recibía noticia tras noticia del horroroso tiroteo de la Universidad Politécnica de Virginia. Intentaba sobrellevar mi propia repugnancia y tristeza, especialmente porque mi vida profesional como posgraduada y profesora está vinculada a las universidades, cuando, de repente, me llegó la otra mala noticia: un amigo me comunicó que la emisora que estaba escuchando acababa de informar de que el homicida era asiático. En ese momento, tras la gran confusión, se confirmaba que se trataba de Cho Seung-Hui, inmigrante surcoreano y estudiante de la propia Politécnica de Virginia.
Como asiática, soy perfectamente consciente de que los asiáticos están a punto de convertirse en tema recurrente de los medios de comunicación más populares, y quizás hasta de ser víctimas de algún tipo de represalia física. Pocas veces, en estos últimos diez años, habíamos recibido tanta atención; quizás, la última vez fue durante los disturbios de Los Angeles de 1992. Los asiáticos tienen escasa presencia en los medios, excepto cuando uno de nosotros gana un torneo de golf, Woody Allen se lleva a alguien a la cama o Angelina Jolie adopta un niño.
El previsible asalto de los medios de comunicación no es algo que me llene de satisfacción. Si la historia realmente proporciona algún tipo de indicación de lo que puede suceder, es posible que se hable de los asioamericanos de diferentes maneras.
En primer lugar, vamos a presenciar cómo los expertos de los medios de comunicación blancos, y quizás algún sociólogo, nos explican qué entienden por modo de ser asiático. Nos van a contar cómo los varones asiáticos tienen, en principio, egos frágiles y, por consiguiente, están culturalmente condicionados en favor de una violencia de tipo kamikaze. Estas declaraciones vendrán debidamente contextualizadas en el seno de los típicos tópicos racistas sobre los soldados japoneses en la Segunda Guerra Mundial o sobre el Viet Cong. Es decir: varones asiáticos enloquecidos, insidiosos y emboscados, capaces de luchar hasta la muerte por razones aparentemente banales.
Aprovechando la oportunidad, los medios blancos posiblemente interroguen a algunos asioamericanos sobre nuestras perspectivas de cambio. Probablemente se espere de nosotros algún tipo de disculpa por el comportamiento de ese otro asiático, uno de los nuestros, aunque sea algo que los blancos nunca se ven obligados a hacer colectivamente cuando uno de ellos protagoniza un episodio de violencia masiva, lo que sucede bastante a menudo. Más tarde, es posible que alguno de nosotros sucumba a la lógica orientalista de los medios de comunicación y defienda a los asioamericanos como verdaderos americanos, a diferencia de los asiáticos de ultramar, lamentablemente tendentes a un comportamiento cultural inapropiado. En otras palabras, si alguien nos llega a ceder la palabra, se esperará de los asioamericanos que se interpreten, expliquen y distancien de otros asiáticos, como condición indispensable para salir a las ondas.
O quizás los medios adopten un enfoque ciego al color, en lugar de uno estrictamente eugénico. Los medios podrían intentar dar una capa de cal a la situación y tratar a Cho como a cualquier otro chico alienado de la clase media suburbana. En cierto modo, ya está sucediendo; de ahí las referencias constantes a la proximidad del incidente con el octavo aniversario de la matanza de Columbine. Los medios nos repetirán una y otra vez algunos fragmentos de una carta que dejó Cho en la que hablaba de “niños ricos” y “charlatanes mentirosos.” Se preguntarán qué es lo que sucede en los barrios de clase media que incita a este tipo de violencia. Sin embargo, probablemente no hablen en ningún caso del pequeño y sucio secreto que encierra la asimilación a la clase media: para los no blancos, ésta no siempre impide la alienación racial, la rabia o la depresión. Lo que resulta sorprendente, teniendo en cuenta el constante bombardeo de imágenes que nos sugieren que la armonía racial reinará una vez que todos seamos clase media. Pero muchos de nosotros que hemos alcanzado ese status entendemos, aunque no lo admitamos abiertamente, que la alienación no cesa si eres no blanco.
Sin embargo, los medios de comunicación blancos, tramposos como de costumbre, probablemente hablen de Cho de un modo que refleje una combinación de los dos enfoques: el eugénico tradicional y el ciego al color. Harán hincapié en la etnicidad de Cho y sus antecedentes económicos, preguntándose qué puede haber hecho estallar a un tranquilo y trabajador inmigrante surcoreano perteneciente a una familia de clase media propietaria de un negocio de lavandería. Se preguntarán por qué Cho habría cometido un acto de violencia de esta envergadura, algo que siempre cabe esperar de los naturales de Oriente Próximo y de los musulmanes en general, o de los enloquecidos asiáticos de ultramar, pero no de unos inmigrantes surcoreanos tan trabajadores. Presentarán a Cho como un miembro de una minoría modelo que, de repente y sin razón aparente, perdió la chaveta. Si bien el enfoque eugénico que describe a los asiáticos como kamikazes enloquecidos o mercenarios vietcong hace hincapié en la violencia asiática, el aspecto eugénico del mito de la minoría modélica sugiere que hay algo en los asioamericanos que los hace menos tendentes a tener expresiones de furor, rabia, violencia o criminalidad. En efecto, ni siquiera se nos reconoce que tengamos razones legítimas para sentir furor, para no hablar de rabia, por lo que se hace necesario imaginar qué hizo que a este callado estudiante le saltasen los plomos.
Teniendo en cuenta que el mito de la minoría modélica es una invención del racismo blanco, que eleva a los asiáticos a un nivel superior al de otros grupos minoritarios, Cho será diseccionado como una anomalía entre los surcoreanos –supuestamente no tan propensos a la violencia—, a diferencia de los negros –siempre presentados desde el racista punto de vista de un grupo intrínsecamente violento— o de los ciudadanos de Oriente Próximo y los musulmanes, considerados como terroristas potenciales. Se hablará de él como de alguien fuera de su personaje, respecto a otros buenos surcoreanos que vienen aquí y que de manera callada y cumplidora trabajan en pos del sueño americano. En un discreto segundo plano, por supuesto, quedarán las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Corea del Sur, forjadas mediante bombardeos y zonas militarizadas durante la Guerra de Corea, y que se manifiestan en las nuevas negociaciones de un acuerdo de libre comercio entre ambos países. Sin duda, incluso si los diplomáticos surcoreanos llegan a expresar su preocupación por las posibles represalias raciales contra los asiáticos, inmediatamente correrán a desmarcarse de Cho, a fin de mantener la imagen del respetable surcoreano.
Pase lo que pase, Cho se convertirá en aquello que los medios de comunicación blancos quieran que sea y por las razones políticas que los medios y los legisladores decidan aducir. Entretanto, los asioamericanos, como otros no blancos, serán separados, diseccionados y teorizados por blancos. En este sentido, será un día como cualquier otro para los asioamericanos. Solo que esta vez habrá un rostro oriental en cada pantalla de televisión, en cada página de búsqueda de Internet y en cada periódico.
Tamara K. Nopper es educadora, escritora y activista residente en Philadelphia.
Artículo aparecido en Professorkim
No hay comentarios.:
Publicar un comentario