Florence Toussaint
La ausencia de límites a la propaganda pagada en televisión, de grupos y partidos políticos, de empresarios e iglesias, padecida en la campaña electoral de 2006, tuvo consecuencias graves. La permisividad de las autoridades ha hecho que el debate de ideas deje su lugar a las descalificaciones, la agresión y la guerra sucia. Y también a que el espacio radio televisivo siga siendo vendido al mejor postor, sin importar el contenido de los spots transmitidos. En vista de los precios, las voces provienen de los poseedores de grandes capitales. El resto de la población permanecerá en silencio y sus planteamientos serán marginados.
La reciente despenalización del aborto, si ocurre dentro de las 12 primeras semanas, constituye un ejemplo claro del desbordamiento mediático de curas y asociaciones religiosas. La inminente derrota de los panistas en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal dio lugar a la injerencia de un jefe de Estado extranjero, el Papa, en asuntos internos de México. Sus representantes en el país cometieron a la vez actos que contravienen la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público; se les denunció ante la Secretaría de Gobernación por el partido político Alternativa.
Los argumentos religiosos fueron amplificados por los medios de comunicación, en especial por los televisivos. Y se dio espacio a todo tipo de improperios. Jorge Serrano Limón amenazó al jefe de gobierno, Marcelo Ebrard, la Iglesia a los legisladores con excomulgarlos, y los grupos de fanáticos a las mujeres que decidan interrumpir un embarazo no deseado con llevar en sus conciencias la marca de un asesinato. Éste fue el nivel del debate, en realidad un enfrentamiento en los peores términos entre conciudadanos.
Se reeditó la situación de abril, mayo y junio de 2006: la política desbordó los marcos institucionales para protagonizarse en la pantalla chica. Las imágenes sirvieron para impresionar, para llegar a las emociones. De lado quedaron los estudios, las cifras, las razones.
Dos proyectiles de esa guerra quedarán como muestra del alcance del odio que se proponen profundizar el PAN y la Iglesia católica. Se trata de dos spots colocados en las horas de mayor audiencia:
En el primero se agravia a la Suprema Corte de Justicia a través de la figura del juez. Uno de ellos condena al feto a la muerte porque interfiere con los planes de vida de su madre. El planteamiento es tan burdo que la corte se inconformó ante la Secretaría de Gobernación y el IFE por lo que considera “distorsiona gravemente la imagen pública de los juzgadores”. Ante la protesta, decidieron sacar del aire esa grabación y difundir otra en su lugar.
El segundo es aún más ofensivo, esta vez para las mujeres. Dos imágenes, en una misma pantalla, de un feto. La voz en off asegura que la primera es de 12 semanas y un segundo, la siguiente de 12 semanas. Y se pregunta: ¿Cuál es la diferencia? Un spot chocante, amarillista y manipulador.
Lo más preocupante es que ambos fueron emitidos también en Canal Once, una institución del Estado laico que tiene prohibido comercializar su tiempo, pues su régimen legal es el permiso. ¿Cuál es la ética de un canal que no discrimina entre la libertad de expresión, la pluralidad y la agresión al televidente? Y en este caso no señala, como al iniciar el programa Primer plano, que “esas opiniones las inserta en respeto a la pluralidad pero no reflejan el sentir de Canal Once”.
La pantalla casera está muy lejos de reflejar el país que somos. Es verdad que existe un grupo conservador y pequeños núcleos de fanáticos que quisieran regresar a la Colonia. Sin embargo, a juzgar por las pasadas elecciones, no son mayoría. Si acaso se refieren a 35%. El resto de la población se encuentra en el siglo XX. Pero la televisión forma parte, por conveniencia monetaria, de ese núcleo reaccionario. Y al darles voz reiteradamente y llenar la pantalla con sus estridencias aparenta que ese grupo es en realidad grande y poderoso.
La ausencia de límites a la propaganda pagada en televisión, de grupos y partidos políticos, de empresarios e iglesias, padecida en la campaña electoral de 2006, tuvo consecuencias graves. La permisividad de las autoridades ha hecho que el debate de ideas deje su lugar a las descalificaciones, la agresión y la guerra sucia. Y también a que el espacio radio televisivo siga siendo vendido al mejor postor, sin importar el contenido de los spots transmitidos. En vista de los precios, las voces provienen de los poseedores de grandes capitales. El resto de la población permanecerá en silencio y sus planteamientos serán marginados.
La reciente despenalización del aborto, si ocurre dentro de las 12 primeras semanas, constituye un ejemplo claro del desbordamiento mediático de curas y asociaciones religiosas. La inminente derrota de los panistas en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal dio lugar a la injerencia de un jefe de Estado extranjero, el Papa, en asuntos internos de México. Sus representantes en el país cometieron a la vez actos que contravienen la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público; se les denunció ante la Secretaría de Gobernación por el partido político Alternativa.
Los argumentos religiosos fueron amplificados por los medios de comunicación, en especial por los televisivos. Y se dio espacio a todo tipo de improperios. Jorge Serrano Limón amenazó al jefe de gobierno, Marcelo Ebrard, la Iglesia a los legisladores con excomulgarlos, y los grupos de fanáticos a las mujeres que decidan interrumpir un embarazo no deseado con llevar en sus conciencias la marca de un asesinato. Éste fue el nivel del debate, en realidad un enfrentamiento en los peores términos entre conciudadanos.
Se reeditó la situación de abril, mayo y junio de 2006: la política desbordó los marcos institucionales para protagonizarse en la pantalla chica. Las imágenes sirvieron para impresionar, para llegar a las emociones. De lado quedaron los estudios, las cifras, las razones.
Dos proyectiles de esa guerra quedarán como muestra del alcance del odio que se proponen profundizar el PAN y la Iglesia católica. Se trata de dos spots colocados en las horas de mayor audiencia:
En el primero se agravia a la Suprema Corte de Justicia a través de la figura del juez. Uno de ellos condena al feto a la muerte porque interfiere con los planes de vida de su madre. El planteamiento es tan burdo que la corte se inconformó ante la Secretaría de Gobernación y el IFE por lo que considera “distorsiona gravemente la imagen pública de los juzgadores”. Ante la protesta, decidieron sacar del aire esa grabación y difundir otra en su lugar.
El segundo es aún más ofensivo, esta vez para las mujeres. Dos imágenes, en una misma pantalla, de un feto. La voz en off asegura que la primera es de 12 semanas y un segundo, la siguiente de 12 semanas. Y se pregunta: ¿Cuál es la diferencia? Un spot chocante, amarillista y manipulador.
Lo más preocupante es que ambos fueron emitidos también en Canal Once, una institución del Estado laico que tiene prohibido comercializar su tiempo, pues su régimen legal es el permiso. ¿Cuál es la ética de un canal que no discrimina entre la libertad de expresión, la pluralidad y la agresión al televidente? Y en este caso no señala, como al iniciar el programa Primer plano, que “esas opiniones las inserta en respeto a la pluralidad pero no reflejan el sentir de Canal Once”.
La pantalla casera está muy lejos de reflejar el país que somos. Es verdad que existe un grupo conservador y pequeños núcleos de fanáticos que quisieran regresar a la Colonia. Sin embargo, a juzgar por las pasadas elecciones, no son mayoría. Si acaso se refieren a 35%. El resto de la población se encuentra en el siglo XX. Pero la televisión forma parte, por conveniencia monetaria, de ese núcleo reaccionario. Y al darles voz reiteradamente y llenar la pantalla con sus estridencias aparenta que ese grupo es en realidad grande y poderoso.
Comentario: no en vano que sacrifico muchas cosas para que Revoluciones sea un medio alternativo eficiente, de comunicación y de ACCIÓN. Yo entiendo mejor que nadie la poca gente que accesa a Internet y que lee esto, pero mi teoría y la historia así lo hace constar es que si más de dos se creen este rollo de las Revoluciones, se la creen y luchan por eso, no importa de donde sean y que condición actual presenten, PERO SI NOS LA CREEMOS Y TENEMOS FE EN NOSOTROS Y EN DIOS, VAMOS A REVOLUCIONAR ESTE PAÍS, CON O SIN AMLO, CON O SIN MEDIOS, PORQUE LA RAZÓN Y EL AMOR SUPERAN CUALQUIER ADVERSIDAD. ¡El cambio empieza en ti! ¡abusado hacerte el güey de nada sirve, luchemos contra esos medios espurios!
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