La invasión de tropas norteamericanas a la ciudad y puerto de Veracruz, mis valedores, que se perpetró un 21 de abril de 1914. Yo aguardé, para tratar el tema por que la memoria histórica no se nos pierda, al pronunciamiento del hombre de Los Pinos, y lo que me temía: el discurso oficial fue una graciosa huida a las acciones del gringo invasor y una amenaza (¡una más!) a los narcos del crimen organizado: “¡Es un mal endémico, pero no cederé ni una sola plaza a los narcotraficantes!” Sigo aquí la crónica de una invasión que se inició con demandas de Washington inaceptables para nuestro gobierno:
Carranza “ofreció hacer una amplia investigación en torno a la muerte del subdito inglés, para que si alguien resultaba culpable de arbitrariedad o violencia, tuviese el condigno castigo. Washington insistió en que se llevase a cabo absolutamente todo lo exigido por su gobierno, aunque aceptando que se hiciera un saludo a la bandera mexicana, pero después del que se diese a la americana. Temeroso Huerta de que la oferta no se cumpliese y la bandera mexicana quedase sin saludo, propuso que éste fuese simultáneo. Negáronse los yanquis y entonces se les pidió que por lo menos se comprometiesen por escrito, firmando un protocolo, a hacer el saludo a la bandera mexicana; pero también fue negativa su respuesta, en la cual tampoco se tomó en cuenta otra proposición mexicana de someter el conflicto a un arbitraje, conforme al Tratado de Guadalupe Hidalgo…”
Telegrama de John J. Pershing, comandante de las fuerzas armadas estadounidenses que tomaron parte en la expedición punitiva:
“Sr. Jacinto B. Treviño: Usaré de mi criterio por lo que concierne a cuándo y en que dirección del territorio mexicano deba mover mis tropas para perseguir bandidos o para obtener información tocante a bandidos. Si dentro de esta circunstancia tropas mexicanas atacan a mis columnas, la responsabilidad con sus consecuencias recaerá sobre el gobierno mexicano”.
A las 11 horas con 20 minutos de aquel 21 de abril de 1914, soldados de infantería yanqui descendían del Florida, el Utah y el cañonero Praire, y tomaban tierra en el muelle Porfirio Díaz. La fuerza yanqui se marchó hacia la población por la calle Montesinos. Se iniciaba la invasión de territorio mexicano -una más- por tropas de Estados Unidos“.
“Cuando el 24 de abril el comodoro Manuel Azueta llegó a la ciudad de México, con los cadetes que habían defendido el puerto, en la estación se le acercó un anciano que le preguntó: ¿Qué recuerdo me trae de mi hijo? Azueta le señaló la guerrera que llevaba puesta: había quedado manchada de sangre cuando recogió del suelo al cadete moribundo. El anciano besó aquella sangre mientras lloraba silenciosamente. Era el padre de Virgilio Uribe“.
El testimonio de la niña que se quedó huérfana cuando una bala expansiva le asesinó a Andrés Montes, su padre: “Los americanos entraron el mero 21 de abril. Poco antes de las 11 de la mañana estaba yo en el colegio, cuando nos despacharon a casa en vista de que hacíanse conjeturas de que los americanos iban a entrar. Llegué a mi casa; mi mamá estaba muy azorada porque ya sospechaba que habría tiros y cañonazos. Mi papá estiba trabajando en la carpintería que temamos en la misma casa donde vivíamos. Estaba callado, trabaja y trabaja sin decir palabra
Éramos 6 hijos: la más chiquita tenía 10 meses de nacida. Sin decir palabra, sin decirnos nada, ni a donde iba, mi papá salió de la casa al oír los primeros disparos. No regresó sino hasta las 6 de la tarde y ya venía armado con un rifle y unos tiros. También regresó trayéndonos dos tanates de pan y miniestras para que tuviéramos qué comer mientras él estaba afuera… .
Como si lo estuviera viendo ahora mismo con mis propios ojos, recuerda mi mamá, rodeada de nosotros, le suplicaba: “No te vayas, Andrés, no nos abandones, mira que tenemos niños muy chiquitos. ¿Qué hacemos si te matan? ¡Hazlo por nosotros!’ Mi padre, que siempre fue muy callado, pronunció tranquilamente estas palabras: “Ahora no tengo madre, ni esposa, ni hijos. Solo veo que tengo una patria muy linda y tengo que defenderla de la infamia yanqui. Aquí te dejo colgado este machete: anoche lo afilé bien para que al primer gringo que se atreva a entrar en esta casa, le moches la cabeza”.
Como mi mamá insistiera en que se quedara, él la agarró y le dio un empujón para que le dejara el campo libre. Y así fue como él pudo quitar la tranca de la puerta y salirse a la calle otra vez. Como mi papá no llegó en toda la noche, en la mañana salió a buscarlo mi madre. Era un peligro, pues los tiroteos seguían. Fue entonces cuando supimos: mi papá peleó solo, callado. Lo mataron al anochecer. Una bala expansiva le destrozó el estómago.
Ya no fui a la escuela. Mi mamá nos dijo: ‘ahora tendremos que trabajar todos’. En su discurso, Calderón tronaba contra los narcos. (México.)
Fuente: El Valedor, excelso el caballero Tomás Mojarro.
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