La guerra contra los cárteles de la droga emprendida por el gobierno de Felipe Calderón se encamina a un fracaso rotundo... si no es que fracasó ya: En tan sólo cinco meses del sexenio, la violencia asociada al narcotráfico dejó más de 600 muertos en el país, en tanto que las organizaciones delictivas se recomponen, establecen alianzas coyunturales, amplían sus giros. Más tardan las autoridades en detener a un capo que éste en ser remplazado por otro. Mientras las fuerzas del orden se desgastan, el negocio de las drogas sigue, intacto.
Después de que el presidente Felipe Calderón asumió la Presidencia de la República y le declaró la guerra al narcotráfico –perdida en cinco meses de lucha contra las drogas–, el rompecabezas del crimen organizado en el país cambió en forma acelerada, y una novedosa reconfiguración, tejida con nuevas alianzas, refuerza ahora el poder de los cárteles mexicanos que se disputan territorio a sangre y fuego.
A los despliegues militares y policiacos, recurso por el que apostó el presidente Calderón para desarticular a las organizaciones criminales, éstas respondieron con mayor dureza. Esta escalada de violencia cobró ya más de 632 vidas en lo que va del sexenio y parece imparable para el gobierno calderonista, que se comprometió a “recuperar la convivencia social” en los pueblos y ciudades avasalladas por el narcotráfico.
Antes de concluir el sexenio de Vicente Fox, tanto la Procuraduría General de la República (PGR) como la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) registraban en sus archivos de inteligencia la presencia de siete cárteles de la droga bien organizados, con amplias ramificaciones en toda la República y con estrechos vínculos con las policías del país, su histórico cerco de protección.
En tan sólo cinco meses –de diciembre de 2006 a la fecha– el mapa criminal sufrió un cambio radical y sorprendente: De acuerdo con el informe Radiografía de las organizaciones de narcotraficantes, elaborado por los órganos de inteligencia de la SSP, los cárteles entraron en una nueva dinámica: las alianzas entre grupos antagónicos ya no son permanentes, como hace algunos años: ahora se unen para una sola operación y los acuerdos pueden durar unas cuantas horas para luego regresar al campo de batalla a seguirse enfrentando por imponer su hegemonía en alguna parte del territorio nacional.
Las viejas reglas del narcotráfico, como no meterse con la familia y respetar los acuerdos, también se truncaron: ahora las venganzas por dinero o droga pueden alcanzar a cualquier miembro de la estructura familiar. No importa quién pueda pagar: la madre, el padre o los hijos. Lo único que importa es vengar las traiciones, el robo de algún cargamento o de un cuantioso botín de dinero.
Antes de su muerte, en julio de 1997, Amado Carrillo basaba su liderazgo en la negociación y en su poder corruptor. “Entréguenlos, pero no los maten”, solía decir el extinto capo del cártel de Juárez si sus gatilleros detenían a algún rival. Esta vieja regla del narcotráfico, que también siguió a pie juntillas Miguel Ángel Félix Gallardo, también está rota: los miembros de las organizaciones criminales, según el informe, ahora matan para imponer su fuerza, sembrar miedo ante sus enemigos y con frecuencia exhiben saña en sus ejecuciones.
Según el diagnóstico de la SSP en poder de Proceso, el cártel de Sinaloa –ahora registrado en la dependencia como organización Milenio– es la estructura criminal más poderosa que opera en el país. A este grupo está aliado Luis Valencia, cabecilla, junto con su hermano Armando, de lo que se conocía como cártel del Milenio, cuando estaban ligados al cártel del Golfo mediante un enlace clave: Carlitos Rosales, actualmente preso en La Palma.
En este grupo, según el informe de la SSP, operan Ismael Zambada García, El Mayo; Juan José Esparragoza Moreno, El Azul; los hermanos Marco Arturo, Mario Alberto, Héctor Alfredo y Carlos Beltrán Leyva. El gatillero más poderoso de la organización es Edgar Valdez Villarreal, La Barbie, sujeto al que la SSP tiene identificado como “ciudadano estadunidense y quien junto con los hermanos Beltrán Leyva inició la penetración del mercado de las drogas en Nuevo León y Tamaulipas”.
Aquí nota completa...
Después de que el presidente Felipe Calderón asumió la Presidencia de la República y le declaró la guerra al narcotráfico –perdida en cinco meses de lucha contra las drogas–, el rompecabezas del crimen organizado en el país cambió en forma acelerada, y una novedosa reconfiguración, tejida con nuevas alianzas, refuerza ahora el poder de los cárteles mexicanos que se disputan territorio a sangre y fuego.
A los despliegues militares y policiacos, recurso por el que apostó el presidente Calderón para desarticular a las organizaciones criminales, éstas respondieron con mayor dureza. Esta escalada de violencia cobró ya más de 632 vidas en lo que va del sexenio y parece imparable para el gobierno calderonista, que se comprometió a “recuperar la convivencia social” en los pueblos y ciudades avasalladas por el narcotráfico.
Antes de concluir el sexenio de Vicente Fox, tanto la Procuraduría General de la República (PGR) como la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) registraban en sus archivos de inteligencia la presencia de siete cárteles de la droga bien organizados, con amplias ramificaciones en toda la República y con estrechos vínculos con las policías del país, su histórico cerco de protección.
En tan sólo cinco meses –de diciembre de 2006 a la fecha– el mapa criminal sufrió un cambio radical y sorprendente: De acuerdo con el informe Radiografía de las organizaciones de narcotraficantes, elaborado por los órganos de inteligencia de la SSP, los cárteles entraron en una nueva dinámica: las alianzas entre grupos antagónicos ya no son permanentes, como hace algunos años: ahora se unen para una sola operación y los acuerdos pueden durar unas cuantas horas para luego regresar al campo de batalla a seguirse enfrentando por imponer su hegemonía en alguna parte del territorio nacional.
Las viejas reglas del narcotráfico, como no meterse con la familia y respetar los acuerdos, también se truncaron: ahora las venganzas por dinero o droga pueden alcanzar a cualquier miembro de la estructura familiar. No importa quién pueda pagar: la madre, el padre o los hijos. Lo único que importa es vengar las traiciones, el robo de algún cargamento o de un cuantioso botín de dinero.
Antes de su muerte, en julio de 1997, Amado Carrillo basaba su liderazgo en la negociación y en su poder corruptor. “Entréguenlos, pero no los maten”, solía decir el extinto capo del cártel de Juárez si sus gatilleros detenían a algún rival. Esta vieja regla del narcotráfico, que también siguió a pie juntillas Miguel Ángel Félix Gallardo, también está rota: los miembros de las organizaciones criminales, según el informe, ahora matan para imponer su fuerza, sembrar miedo ante sus enemigos y con frecuencia exhiben saña en sus ejecuciones.
Según el diagnóstico de la SSP en poder de Proceso, el cártel de Sinaloa –ahora registrado en la dependencia como organización Milenio– es la estructura criminal más poderosa que opera en el país. A este grupo está aliado Luis Valencia, cabecilla, junto con su hermano Armando, de lo que se conocía como cártel del Milenio, cuando estaban ligados al cártel del Golfo mediante un enlace clave: Carlitos Rosales, actualmente preso en La Palma.
En este grupo, según el informe de la SSP, operan Ismael Zambada García, El Mayo; Juan José Esparragoza Moreno, El Azul; los hermanos Marco Arturo, Mario Alberto, Héctor Alfredo y Carlos Beltrán Leyva. El gatillero más poderoso de la organización es Edgar Valdez Villarreal, La Barbie, sujeto al que la SSP tiene identificado como “ciudadano estadunidense y quien junto con los hermanos Beltrán Leyva inició la penetración del mercado de las drogas en Nuevo León y Tamaulipas”.
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