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27 julio 2007

Como EE.UU. podría “perder” a Arabia Saudí

“Hay gente que anda pidiendo democracia. Habráse oído tamaña estupidez.”

Rey Faisal de Arabia Saudí, 1992.

"La ignorancia es preferible al error; y está menos lejos de la verdad quien no cree nada, que quien cree algo que es incorrecto." Thomas Jefferson

Estamos en marzo de 2008; las fuerzas de EE.UU. en Iraq han sido mantenidas a niveles “elevados.” El gobierno del primer ministro Nouri al-Maliki ha sido reemplazado dos veces en los últimos nueve meses. El actual gabinete, una coalición dominada por tecnócratas y laicistas, incluye a oficiales militares que tienen las carteras de Defensa y Seguridad Interna así a como antiguos baazistas. A pesar de ello, su control del poder tambalea ya que las milicias sectarias de los partidos religiosos siguen posando una posible amenaza para la seguridad – una amenaza que sigue agriando la política del Golfo y en el gran Oriente Próximo.

Hay algunas buenas noticias económicas: por fin la producción de petróleo está a niveles por sobre los de marzo de 2003 – y ha mostrado un pequeño pero continuo aumento en cada uno de los últimos cuatro meses.

Al lado, en Irán, el Líder Supremo y su círculo interior se preocupan por lo que ven como tácticas de espera de EE.UU. respecto al fin de las sanciones contra Teherán (el quid pro quo para la cooperación plena de Teherán con la Agencia Internacional de Energía Atómica). Además, a pesar de que las tropas de la coalición van a mitad de camino en sus seis meses finales de la “operación de estabilidad” en Iraq endosada por la ONU, EE.UU. todavía no ha anunciado si va a pedir al gobierno de Iraq derechos para bases permanentes.

Percibiendo una oportunidad de afectar el futuro equilibrio de fuerzas en el Golfo si las fuerzas militares de la coalición se van de Iraq, los iraníes se acercan secretamente a Arabia Saudí con una proposición para estabilizar las condiciones político-económicas en los campos petrolíferos del Golfo Pérsico – Mar Caspio. El núcleo de la propuesta especifica que Riyadh y Teherán presionen diplomáticamente a Bagdad (con las milicias sectarias siempre en segundo plano) para que rechace toda forma de una presencia militar residual de EE.UU. en Iraq. Por su parte, Irán y Arabia Saudí ayudarían a desarrollar de nuevo el sector petrolero de Iraq, posibilitando que los tres países formen un poderoso triunvirato sub-OPEC.

Un escenario semejante podrá parecer ilógico considerando la historia de sectarismo étnico y religioso que los occidentales asocian con el Islam en general y con el Golfo y el gran Oriente Próximo en particular. Sin embargo, cuando se atribuye la violencia generalizada al sectarismo histórico chií-suní, se ignora por completo el flagrante pésimo manejo de las realidades políticas, militares, y económicas por parte de EE.UU. y sus socios de la coalición después de octubre de 2001 y marzo de 2003 en Afganistán e Iraq, respectivamente. El que el “modelo” inicial de la ocupación haya sido Alemania después de la Segunda Guerra Mundial en lugar de una insurgencia sólo acentúa el error.

Lo que es decepcionante es que hay muchos en el gobierno de Bush y en el Congreso de EE.UU., a pesar de la cantidad de excursiones “de indagación” que realizan, que son incapaces de ir más allá de las limitaciones originales de la política de Bush respecto a Afganistán, Iraq, y los otros países que rodean el Golfo Pérsico. Bajo tales circunstancias, cuesta distinguir entre la ignorancia intencional y el error persistente, que – a pesar de Jefferson – pueden ser devastadores cuando el Congreso legisla en las áreas de política exterior y de defensa nacional.

Pocos negarán que la información de primera mano sea especialmente vital cuando la nación está en guerra. Probablemente, muchos menos apoyarán la premisa de que esa información es por lo menos igual de crítica en tiempos de paz como una barrera contra la guerra. Pero el conocimiento de primera mano puede ser de máxima importancia cuando un país intenta elaborar una ruta de la guerra civil incivil a la paz – especialmente si partes externas al conflicto tratan de sabotear el progreso hacia la paz por el motivo que se sea.

Los procesos físicos para el paso de la guerra civil a la paz – retirada de tropas, desarme, reintegración, y desarrollo sustentable sobre una base equitativa para todos – no están en discusión porque las estructuras y métodos básicos sólo tienen que ser adaptados, no creados de la nada, en cada caso. El desafío es identificar y comprender las convicciones subyacentes ya que se reflejan en los valores, la ética, y costumbres de una sociedad y su cultura así como lo hace su influencia sobre las tradiciones, leyes, e instituciones de gobierno desarrolladas por una sociedad. El elemento clave, el sine qua non del que todo depende, es la capacidad de hallar una base común para la confianza mutua entre grupos y subgrupos culturales, sean tribales, de clanes, étnicos, raciales, sectarios, políticos, económicos, o cualquier otra división. En eso el dato fundamental en cuestión es el individuo, la base para desarrollar confianza también debe comenzar por el individuo – la aceptación de la dignidad e igualdad inherentes de toda persona – después de lo cual puede (y debe) convertirse en políticamente “universal” como el fundamento de cualquier forma de gobierno que se elija.

PRIMERA PARTE

UNA VISIÓN CORROMPIDA: ROOSEVELT Y GEORGE W. BUSH

Entre los numerosos esfuerzos del siglo pasado por expresar esos principios, el discurso del 6 de enero de 1941 de Franklin Delano Roosevelt ante el Congreso de EE.UU. capturó tanto la universalidad de estos principios y los principios y la posibilidad real de que estaban dentro de alcance a pesar de las guerras que se encarnizaban en Europa y Asia. Ese discurso contenía las “Cuatro Libertades” de Roosevelt – de libertad y religión, de la necesidad y del miedo – con una breve elaboración de cada cual “en términos mundanos” que reflejaban claramente la amplia experiencia internacional del presidente. Si la libertad era “la supremacía de los derechos humanos por doquier,” como afirmaba Roosevelt, la libertad del miedo “traducida en términos mundanos, significa una reducción mundial de armamentos a tal punto y de un modo tan exhaustivo que ninguna nación esté en condiciones de cometer un acto de agresión física contra algún vecino – en ningún sitio.”

Para los estadounidenses, el colapso del imperio soviético y luego la implosión de la propia Unión Soviética en diciembre de 1991, pareció representar el logro de la libertad del miedo de Roosevelt “en términos mundanos.” Sin embargo, 10 meses antes de la implosión, ocurrió otro evento cuyas repercusiones durarían una docena de años y que, una vez más, frustraron la visión de Roosevelt de un mundo libre del miedo a la agresión.

En enero-febrero de 1991, la Operación Tormenta del Desierto, dirigida por EE.UU. y aprobada por la ONU, que expulsó al ejército de Sadam Husein de Kuwait es un estudio en el uso limitado del poder militar por una comunidad de naciones para respaldar el derecho internacional. Se podría decir que reflejó la amplia experiencia internacional de primera mano del presidente George H. W. Bush y de sus asesores.

Veinte años más tarde, otro Bush – George W. – está en la Casa Blanca y está en guerra.

A juzgar por los currículos de sus asesores y de aquellos que eligió para implementar las políticas y programas de su gobierno, el conocimiento de primera mano de los asuntos internacionales es tan completo como en 1991. Sin embargo, no cabe duda, después de 6 años de presidencia de George W. Bush, que la reputación internacional de EE.UU. está a su punto más bajo. Para determinar exactamente cómo se llegó a este nadir es algo para el futuro, pero dos posibilidades ya han emergido: una ausencia evidente de ese conocimiento de primera mano de las relaciones internacionales y de otras culturas que poseía el primer presidente Bush, y, tal vez lo que es más debilitante para el proceso de toma de decisiones, una estrechez estudiada en la comprensión, la interpretación, y la integración de toda la información disponible en la burocracia – especialmente la información que contradice sus puntos de vista personales.

Desde los propios inicios de su presidencia, George W. Bush ha albergado un propósito singular, casi mesiánico: instigar un mundo de democracias en expansión permanente dirigidas por EE.UU. y por George Bush. Para este presidente, la propagación de la democracia no es una opción, sino un deber, que proviene y está arraigado en el “destino manifiesto.” inspirado por Dios. Irónicamente, considerando que Bush “no tomó parte” en la guerra de Vietnam, su “nuevo” Oriente Próximo parece ser poco más que una inversión de la teoría del dominó de la era de Vietnam. Todo lo que EE.UU. tiene que hacer es implantar una vibrante democracia en Oriente Próximo y todos los demás países terminarán por “caer” en las filas de las naciones democráticas. Y a medida que se propague la democracia, la paz hará lo mismo.

Lamentablemente, la idea de Bush de lo que es mejor para los países de la región puede no ser lo que imaginan los pueblos y los actuales gobernantes de la región. Y la realidad es que, seis años después de invadir Afganistán y cuatro años después de invadir Iraq, hay pocas perspectivas de un fin de los combates en esos países y una retirada total de las fuerzas de EE.UU. Esos combates han desviado los esfuerzos por encontrar compromisos que terminen con la antigua (y recientemente reavivada) violencia entre facciones palestinas y entre palestinos e israelíes. Y en lo que puede ser descrito como discusiones de undécima hora, Irán y EE.UU. están finalmente explorando sus puntos de vista coincidentes o divergentes y los papeles futuros de cada nación en las arenas del Mar del Golfo y del Caspio.

ARABIA SAUDÍ, EE.UU., Y EL PETRÓLEO

Al parecer, Arabia Saudí, aliado próximo de EE.UU. durante las últimas siete décadas, fue excluida sorprendentemente del cuadro posterior al 11 de septiembre de 2001. ¿Será que este socio que solía ser tan estimado por EE.UU. – colocado por algunos analistas como el tercero en importancia para EE.UU. después de Gran Bretaña e Israel – ha perdido su posición privilegiada con la Casa Blanca de Bush y el Congreso de EE.UU.? ¿O existe un “entendimiento” calculado, mutuamente beneficioso, extraoficial y no escrito, posterior al 11-S? O sea, que el gobierno de EE.UU. no destacará los aspectos “antidemocráticos” del reino del desierto que, cuando se trata de otros países, son frecuente y ampliamente condenados por EE.UU. y que sirven para “inspirar” legislación de cambio de régimen – a cambio de lo cual el grifo del petróleo saudí será mantenido abierto indefinidamente.

Después de casi seis años de guerra continua con la participación de EE.UU. en lo que es el patio trasero de Arabia Saudí, este “arreglo” podría estar en peligro. Según el plan actual, todavía no hay un horizonte cronológico realista dentro del cual pueda emerger en Bagdad un gobierno central de algún tipo, y ni hablar de una democracia de estilo occidental. En todo el Golfo, el régimen teocrático anti-estadounidense en Teherán ha re-emergido como un actor regional que no puede ser ignorado por otros países del Golfo y de Oriente Próximo.

De todos los países del Golfo, Arabia Saudí podría estar viviendo los cambios más importantes. Aunque el tema es pocas veces sacado a colación, hay muchos que en el Congreso y en el público de EE.UU. han tenido la sensación inquietante de que los vastos recursos petrolíferos de Riyadh y la dependencia cada vea más grande de EE.UU. de las importaciones de petróleo han entregado a los saudíes una verdadera Espada de Damocles que apunta al uso (como en 1973) del petróleo como un arma con la cual el reino podría tratar de limitar o de influenciar de otra manera la política y presencia de EE.UU. en las áreas del Golfo Pérsico y del Mar Caspio. (Por cierto, el argumento contrario es que los saudíes tienen que vender su petróleo porque no tienen otra fuente de ingresos – produciendo así un punto muerto que ninguna de las partes quisiera o podría mantener.)

Habiendo dicho eso, las arenas movedizas de los descubrimientos científicos y de las relaciones internacionales parecen tender más a desarticular la actual combinación entre Arabia Saudí y EE.UU., más que en cualquier otro momento desde el fin de la Guerra Fría. Desde el punto de vista científico la necesidad de que países por doquier se involucren en contrarrestar los efectos del calentamiento global requerirán cambios en el modo de vida basado en el carbono y la cualidad de la vida tendrá que ser equilibrada mediante algún mecanismo que aún tiene que ser determinado para prevenir una alteración masiva del orden social dentro de los países y para mediar en disputas internacionales de un modo más efectivo que en el pasado. Y todavía queda la posibilidad, por remota que sea, de una innovación radical importante en las fuentes de energía no basadas en el carbono que significaría una revolución en las economías de todo el mundo y también en los flujos de ingresos.

Diplomáticamente, el apoyo inquebrantable de Washington para Israel (o su neutralidad a cualquier precio ante Israel) en toda disputa con sus vecinos (un apoyo que podría decirse que ha alentado un cierto menosprecio temerario de las autoridades israelíes por los derechos de los no-combatientes en la Franja de Gaza y Cisjordania) parecía – hasta junio de este año – impulsar a Riyadh a adoptar un papel más destacado en la disputa entre Israel y Palestina. En cuanto al propio Golfo Pérsico, simplemente para mantener su soberanía nacional en una zona con otros dos países ricos en petróleo pero más poblados, los saudíes – esencialmente tribales, autocráticos, y con las mayores reservas confirmadas de petróleo del mundo – tuvieron que alinearse con una potencia “protectora” o crear (y dominar efectivamente) un consorcio defensivo regional – en este caso el Consejo de Cooperación del Golfo que incluye a otros Estados, zonas gobernadas por jeques y emiratos en la Península Arábiga.

Esta dependencia del petróleo extranjero para impulsar la economía y mantener y desplegar fuerzas militares donde y cuando sea necesario, impulsó a sucesivos gobiernos a cultivar la amistad de los dirigentes saudíes. Cuando se desarrollaron tensiones en la relación y amenazaron con hacerse públicas, ambos lados trabajaron para ocultar la dimensión del desacuerdo bajo la verborrea diplomática. Las disputas pasajeras llevaron a relaciones “calurosas, robustas, y estrechas.” Reuniones más contenciosas que no resolvieron los problemas fueron “francas, amistosas, y fraternales.”

Toda la nota aquí

Fuente: Dan Smith, CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

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