Gloria de la Garza Solís
Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán
Armando Meixueiro Hernández
Un niño, su maestro y una tarea, son los primeros eslabones de una cadena de buenas acciones que podrían cambiar positivamente al mundo. ¿Qué tanto puede trascender la labor de un educador (padre o maestro) los estrechos límites de su ámbito, privado (hogar o salón de clases) para impactar de manera importante al resto de la humanidad? Esta pregunta parece ser el eje de la película Cadena de favores (Pay it forward, E. U. 2000).
Dos secuencias inconexas abren la trama. En la primera presenciamos como, después de un percance en el que pierde su automóvil, un reportero es compensado con un lujoso carro último modelo por un desconocido que no tiene ninguna responsabilidad en el hecho. En la segunda, vemos una serie de pequeños niños pasando por un aparato de detección de metales. ¿Es un aeropuerto o un banco? No, es la escuela a la que asisten todos los días. Vemos más: los chicos burlan la vigilancia electrónica introduciendo armas (lo que demuestra que la revisión de las mochilas no resuelve los profundos problemas de violencia que actualmente se dan en las escuelas). Pronto descubriremos la relación entre ambas secuencias: el reportero, desconcertado por la inusual generosidad del desconocido, buscará la sensacional historia que intuye se encuentra detrás del acto y seguirá una serie de pesquitas que lo conducirán justo a esa escuela.
El profesor Eugene Siminet trabajará ahí impartiendo la materia de “Estudios sociales”. Es un hombre solitario de mediana edad, con anteojos, pulcramente vestido e impresionantes cicatrices en la mitad del rostro y, se develará más tarde, también en el alma. El primer día del curso logra captar la atención del grupo de alumnos preadolescentes, haciéndoles ver que eventualmente dejarán de estar simbólicamente presos en las aulas, para ejercer la libertad de elegir, pero les cuestiona:
- ¿Qué harían si, para entonces, descubrieran que el mundo no les gusta, que es una…?
Partiendo de esta idea, les deja un proyecto para acreditar la materia: proponer una forma de mejorar el mundo y, lo más importante, ponerla en acción. Los alumnos emprenderán diversas posibilidades, como es de esperarse algunas son muy ingenuas, pero entre ellas destaca la de Trevor, que diseña el proyecto “Págalo por adelantado”, el cual consiste en hacer tres acciones positivas a otras tantas personas de la comunidad, y en pago, cada uno tendrá que hacer lo mismo por otras tres, lo que desataría la cadena de favores que da título a la película. Incluso los condiscípulos del niño intuyen lo utópico de la idea, pero será el propio Trevor quien enfrentará la desilusión de que su confianza en la bondad intrínseca de las personas, sea menoscabada por complejos problemas humanos y sociales difíciles de superar. De hecho, la receta que propone no parece servir ni siquiera para ayudarlo a mejorar su propia situación de niño abandonado por el padre y precariamente atendido por una madre alcohólica, que a su vez, carga los traumas de una niñez difícil.
¿La tarea resulta, finalmente, inútil? Quizá no del todo… El profesor Siminet trata de consolar al decepcionado Trevor, diciéndole que calificará el esfuerzo puesto en el proyecto y no el resultado, así que obtendrá una buena nota en la materia.
Entonces el niño le da, involuntariamente, una buena lección cunado le responde:
- No me importa la calificación: quería ver si el mundo cambiaba realmente.
Esa debería ser la aspiración de todo maestro: que el estudiante se interesara tanto en el aprendizaje de una materia, que no se preocupara especialmente por la calificación.
Al respecto, queremos destacar la estrategia educativa que propone el maestro Siminet, en la cual encontramos, por lo menos, las siguientes influencias: el constructivismo, entendido como la posibilidad que el alumno se apropie de la realidad a través de un proceso vivencial de descubrimiento; la corriente crítica de la pedagogía contemporánea que parte de un cuestionamiento profundo del entorno y que propone alternativas para mejorarlo, una visión humanista de la educación centrada en la persona y más allá de la teoría, la experiencia vital del propio maestro en relación con su historia, ambiente y por supuesto, sus alumnos.
Estos cuatro ingredientes hacen que el curso sea dinámico y que la circunstancia escolar se modifique impulsando el crecimiento de todos: alumnos, padres y al propio maestro. Se trata de una educación para la vida educando en la vida, lo cual no dignifica ni la libertad absoluta, sin control o medida, ni la simple obsesión por satisfacer los deseos del alumno, sin cauce preciso. De trata de una intervención educativa abierta, creativa y con un seguimiento puntual del aprendizaje de los alumnos, incluso más allá de las aulas.
Si uno es consecuente con esta forma de enseñar, tarde o temprano se ve comprometido en la tarea con toda su persona: afecto, emoción, pasión, sentimiento y razón. Esto inevitablemente puede abrir las puertas del pasado, entonces las heridas de la historia personal pueden sangrar, como le ocurre al profesor Siminet en esta película.
El intento de abrir la cabeza y la ilusión de los alumnos resulta incompleto cuando se hace desde la lejanía de la cátedra. En esta cinta, el profesor Siminet se acerca a Trevor y con ello obtiene pérdidas y ganancias. Pierde la imagen tradicional del maestro infalible, pero al relacionarse de forma intensa con el alumno y su madre, gana sin duda un crecimiento como ser humano.
La cinta no tiene el convencional final feliz que le gustaría a la mayoría de los espectadores, pero la solución es efectiva, porque de otro modo la historia quedaría como una simple fábula, con la misma fantasía de “vivieron felices para siempre” de los cuentos para niños. La directora se arriesga con un final dramático que conmueve y, sobre todo, invita a reconsiderar nuestra actitud indiferente y poco solidaria hacia los demás.
Influir otras vidas que corren paralelas a nuestro horizonte histórico, es enriquecer la nuestra. Sin embargo, la gran lección es la transgeneracional; vivir dando lo mejor de nosotros es traspasar el umbral de la muerte. El Dalai Lama afirma que compartir lo que sabemos es una forma de eternizarnos.
Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán
Armando Meixueiro Hernández
Un niño, su maestro y una tarea, son los primeros eslabones de una cadena de buenas acciones que podrían cambiar positivamente al mundo. ¿Qué tanto puede trascender la labor de un educador (padre o maestro) los estrechos límites de su ámbito, privado (hogar o salón de clases) para impactar de manera importante al resto de la humanidad? Esta pregunta parece ser el eje de la película Cadena de favores (Pay it forward, E. U. 2000).
Dos secuencias inconexas abren la trama. En la primera presenciamos como, después de un percance en el que pierde su automóvil, un reportero es compensado con un lujoso carro último modelo por un desconocido que no tiene ninguna responsabilidad en el hecho. En la segunda, vemos una serie de pequeños niños pasando por un aparato de detección de metales. ¿Es un aeropuerto o un banco? No, es la escuela a la que asisten todos los días. Vemos más: los chicos burlan la vigilancia electrónica introduciendo armas (lo que demuestra que la revisión de las mochilas no resuelve los profundos problemas de violencia que actualmente se dan en las escuelas). Pronto descubriremos la relación entre ambas secuencias: el reportero, desconcertado por la inusual generosidad del desconocido, buscará la sensacional historia que intuye se encuentra detrás del acto y seguirá una serie de pesquitas que lo conducirán justo a esa escuela.
El profesor Eugene Siminet trabajará ahí impartiendo la materia de “Estudios sociales”. Es un hombre solitario de mediana edad, con anteojos, pulcramente vestido e impresionantes cicatrices en la mitad del rostro y, se develará más tarde, también en el alma. El primer día del curso logra captar la atención del grupo de alumnos preadolescentes, haciéndoles ver que eventualmente dejarán de estar simbólicamente presos en las aulas, para ejercer la libertad de elegir, pero les cuestiona:
- ¿Qué harían si, para entonces, descubrieran que el mundo no les gusta, que es una…?
Partiendo de esta idea, les deja un proyecto para acreditar la materia: proponer una forma de mejorar el mundo y, lo más importante, ponerla en acción. Los alumnos emprenderán diversas posibilidades, como es de esperarse algunas son muy ingenuas, pero entre ellas destaca la de Trevor, que diseña el proyecto “Págalo por adelantado”, el cual consiste en hacer tres acciones positivas a otras tantas personas de la comunidad, y en pago, cada uno tendrá que hacer lo mismo por otras tres, lo que desataría la cadena de favores que da título a la película. Incluso los condiscípulos del niño intuyen lo utópico de la idea, pero será el propio Trevor quien enfrentará la desilusión de que su confianza en la bondad intrínseca de las personas, sea menoscabada por complejos problemas humanos y sociales difíciles de superar. De hecho, la receta que propone no parece servir ni siquiera para ayudarlo a mejorar su propia situación de niño abandonado por el padre y precariamente atendido por una madre alcohólica, que a su vez, carga los traumas de una niñez difícil.
¿La tarea resulta, finalmente, inútil? Quizá no del todo… El profesor Siminet trata de consolar al decepcionado Trevor, diciéndole que calificará el esfuerzo puesto en el proyecto y no el resultado, así que obtendrá una buena nota en la materia.
Entonces el niño le da, involuntariamente, una buena lección cunado le responde:
- No me importa la calificación: quería ver si el mundo cambiaba realmente.
Esa debería ser la aspiración de todo maestro: que el estudiante se interesara tanto en el aprendizaje de una materia, que no se preocupara especialmente por la calificación.
Al respecto, queremos destacar la estrategia educativa que propone el maestro Siminet, en la cual encontramos, por lo menos, las siguientes influencias: el constructivismo, entendido como la posibilidad que el alumno se apropie de la realidad a través de un proceso vivencial de descubrimiento; la corriente crítica de la pedagogía contemporánea que parte de un cuestionamiento profundo del entorno y que propone alternativas para mejorarlo, una visión humanista de la educación centrada en la persona y más allá de la teoría, la experiencia vital del propio maestro en relación con su historia, ambiente y por supuesto, sus alumnos.
Estos cuatro ingredientes hacen que el curso sea dinámico y que la circunstancia escolar se modifique impulsando el crecimiento de todos: alumnos, padres y al propio maestro. Se trata de una educación para la vida educando en la vida, lo cual no dignifica ni la libertad absoluta, sin control o medida, ni la simple obsesión por satisfacer los deseos del alumno, sin cauce preciso. De trata de una intervención educativa abierta, creativa y con un seguimiento puntual del aprendizaje de los alumnos, incluso más allá de las aulas.
Si uno es consecuente con esta forma de enseñar, tarde o temprano se ve comprometido en la tarea con toda su persona: afecto, emoción, pasión, sentimiento y razón. Esto inevitablemente puede abrir las puertas del pasado, entonces las heridas de la historia personal pueden sangrar, como le ocurre al profesor Siminet en esta película.
El intento de abrir la cabeza y la ilusión de los alumnos resulta incompleto cuando se hace desde la lejanía de la cátedra. En esta cinta, el profesor Siminet se acerca a Trevor y con ello obtiene pérdidas y ganancias. Pierde la imagen tradicional del maestro infalible, pero al relacionarse de forma intensa con el alumno y su madre, gana sin duda un crecimiento como ser humano.
La cinta no tiene el convencional final feliz que le gustaría a la mayoría de los espectadores, pero la solución es efectiva, porque de otro modo la historia quedaría como una simple fábula, con la misma fantasía de “vivieron felices para siempre” de los cuentos para niños. La directora se arriesga con un final dramático que conmueve y, sobre todo, invita a reconsiderar nuestra actitud indiferente y poco solidaria hacia los demás.
Influir otras vidas que corren paralelas a nuestro horizonte histórico, es enriquecer la nuestra. Sin embargo, la gran lección es la transgeneracional; vivir dando lo mejor de nosotros es traspasar el umbral de la muerte. El Dalai Lama afirma que compartir lo que sabemos es una forma de eternizarnos.
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