Esta vez la nostalgia, mis valedores, que casi siempre ataca a traición. Yo ayer tarde, ya al parpadear, cargaba encima una tristecilla sin desflemar, una sensación de errabundaje, de falta de arraigo, que algunos cargamos a flor de pelleja. Tomé entonces los papelillos donde apunto señas telefónicas, y no pude dar con el Simón Pirineo femenino que me ayudase a cargar el madero. Recalé entonces en mi archivo personal, una caja de cartón, pero lástima; la tristura, por descascarármela, más se me clavó entre cuero y carne, y qué hacer. Y es que ahí la foto desleída de los viejos amores, con todo y sus marchitos pétalos de alhelí, sus rizos castaños, las misivas donde se invaden terrenos de Dios o del infinito: “Te amaré siempre, siempre. Nunca, nunca te he de olvidar”. ¿Cómo se llamaría aquella inolvidable? Y fue entonces…
De repente, aquel mi artículo periodístico publicado en los días primerizos del difunto Unomásuno, del que fui fundador. Lo desarrugué, lo leí, y pensé en todo lo que mi país ha cambiado desde hace décadas hasta el día de hoy. Veo, por lo escrito, que más antes coexistían con nosotros los asaltantes; que había criminales, pero no crimen organizado, como el día de hoy. Al terminar su lectura decidí transcribirlo para plantear a ustedes el ejercicio: calculen cuánto ha cambiado el talante del capitalino frente a los bergantes que toman por costumbre asaltamos.Lean y comparen:
“Compañero asaltante, permítame saludarlo con mi comprensión y respeto, porque en el ejercicio de su profesión arriesga la vida, la integridad física, la dulcísima libertad. Porque ejerce su oficio con todos los riesgos, sin valimiento alguno. Porque su vida avanza de modo arrastrado, entre zozobra y desazón, siempre a salto de mata y con la conciencia en un hilo. Porque ya habrá caído alguna vez en manos de los de uniforme, y habrá comprobado sus métodos punitivos. Porque la vida me lo habrá tratado de hijastro, de oveja negra, de cédula cancerosa de la sociedad. Porque su destino es el de la soledad, sin más; sin hogar, sin familia, sin una compañera amantísima, sin paz, sin nada de nada. Porque sabrá Dios qué causas oscuras lo arrastraron a la delincuencia; si fue el desempleo, si la falta de preparación, si el mal natural, si el mal fario. Porque alguna vez, de retorno de asalto alevoso, la conciencia le habrá jalado el sarape y lo mantendrá en vilo, mirando la oscuridad, con los redaños en la garganta y el rostro de la víctima frente a las pupilas insomnes. Porque si ocurriese que la vida le dio un primogénito, qué cuentas le va a rendir, con qué cara va a mirarlo cuando el Tomasillo lo llame a juicio. Indefectiblemente. Porque así sobrevive: aventando el valor por delante, el corazón en los entresijos, atenido al puro arriesgue, al filero mísero o a esa 22 especial donde es más el ruido que las balas.
Yo me permito saludarlo a lo solidario, compañero asaltante, porque aborrezco el crimen, pero intento comprender al criminal, y porque usted arrebata lo ajeno, pero expone lo propio. Por eso lo admiro en la misma medida en que desprecio a sus colegas de uniforme, esos patrulleros que asaltan desde sus patrullas, que es decir desde la impunidad misma; que roban sin exponer, y vejan validos del puesto, y extorsionan con la placa, el uniforme, el arma de cargo. Usted, para asaltar, no anda poniendo de pantalla las leyes. Ellos sí, Usted no anda dándose los consabidos baños de pureza con aquello de la renovación moral. Ellos sí. Usted tiene la sensibilidad necesaria y el suficiente pudor y la vergüenza que hace falta para ir a lo suyo, sin andarse con la faramalla de aparentar el cumplimiento de una vocación legal, y hasta justiciera, como los tales de uniforme, esos que se solazan, a lo cínico, a lo sádico y a lo baquetón, invocando cláusulas legales que mal conocen para terminar robando, sin más, y asaltando, maltratando de palabra y obra a la víctima a la que dicen proteger, los muy bergantes, los muy baquetones…
Usted es perraco trasijado que mordisquea para sobrevivir; ellos, doberman degenerados, muerden por el placer de hacer daño, por pura mala entraña, por mala condición. Esos de uniforme, corrupto muestrario de la ancestral corrupción nacional, son los temibles, no usted. Ellos son, que para ejercer de hampones ni siquiera han tenido que invertir en el arma, la patrulla, un mal pasamontañas que les oculte esa cara de cínicos, de baquetones…
Y qué hacer; usted, como los miles de damnificados por los asaltantes con placa, tenemos que soportar a esa aborrecible plaga de cínicos, corazón bandolero. Lástima de competencia tan desleal, compañero. Pero sepa que a usted yo no lo aborrezco; que no lo desprecio; que usted no me inspira rabia y temor impotentes, como ellos. Esto que le digo, compañero asaltante..
Esto sírvale de consuelo en sino tan arrastrado que le tocó vivir. Es cuanto.” Eso, mis valedores, lo expresaba ayer. Con sinceridad absoluta Hoy, ¿alguno estaría de acuerdo con tales conceptos? ¿Ustedes no? (Yo menos.)
Fuente: El Valedor
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