Por: Simón Rodríguez Porras
Este año, el gobierno nacional arrancó un programa de formación política, al que denominó “Moral y Luces”, y para cuya ejecución se conformaron contingentes de “brigadistas”, instructores encargados de difundir nociones de ética socialista, de moral revolucionaria. Además de buenas intenciones, el lanzamiento de este programa dejó entrever una particular concepción de lo que es la educación revolucionaria, una en la cual la condición revolucionaria puede adquirirse bajo los métodos tradicionales de la educación formal.
En realidad, dentro de la tradición socialista de lo que se considera el ser revolucionario, a esta condición sólo se puede llegar a través de la práctica transformadora. En este campo, solamente la calidad del ejemplo puede hacer de alguien, en determinado momento, un guía. El sujeto revolucionario sólo puede forjarse en una práctica: al luchar por construir una sociedad sin explotadores ni explotados, estará luchando por su autorrealización; se trata de un solo proceso.
No pueden considerarse procesos separados, pues la educación es antes que nada un proceso de socialización, y esto hace que carezca de sentido la difusión de valores socialistas, como una doctrina que se consume pasivamente, mientras la vida continúa sujeta a la dinámica capitalista, cuyos valores implícitos tejen un entramado ideológico implacable.
El mayor riesgo de una suerte de evangelización socialista, entendida como proselitismo no acompañado de hechos radicalmente transformadores, es el de promover una doble moral muy parecida a la doble moral religiosa.
Esto se torna tanto más dramático cuanto más descalificados, por antirrevolucionarios, están los burócratas oficialmente responsables de promover la educación socialista, pues ya no sólo está negando la praxis como metodología para esta educación, sino que el ejemplo de vida de estos burócratas apunta en el sentido contrario, viene a promover los vicios del oportunismo y la hipocresía.
Lenin, en un discurso ante un grupo de jóvenes, en los primeros años de la revolución soviética, expuso aguda y sencillamente su concepción sobre el tema de la educación revolucionaria:
“No creeríamos en la enseñanza, la educación y la instrucción si éstas fuesen encerradas en la escuela y separadas de la agitada vida.”
“La educación de la juventud comunista no debe consistir en ofrecerle discursos placenteros de todo género y reglas de moralidad. No, la educación no consiste en eso. Cuando un hombre ha visto a su padre y a su madre vivir bajo el yugo de los terratenientes y capitalistas, cuando ha participado él mismo en los sufrimientos de quienes emprendieron los primeros la lucha contra los explotadores, cuando ha visto los sacrificios que cuesta la continuación de esta lucha y la defensa de lo conquistado y cuán furiosos enemigos son los terratenientes y los capitalistas, ese hombre, en ese ambiente, se forja como comunista.
La base de la moral comunista está en luchar por afianzar y culminar el comunismo. Esa es la base de la educación, la instrucción y la enseñanza comunista. Tal es la respuesta a la pregunta de cómo hay que aprender comunismo.”
(Lenin, “La ideología y la cultura socialistas”, Editorial Progreso, pgs. 39-40)
En Latinoamérica se han desarrollado experiencias muy interesantes de educación popular, con el concurso de educadores comprometidos como Paulo Freire.
Ésta educación popular, al reconocerse como un proceso de socialización, rebasa las separaciones mecánicas entre instructor e instruido, por ello hace de los verdaderos maestros aquellos que están en la mejor disposición de aprender del pueblo trabajador, en el acompañamiento de sus luchas:
“Creo que el verdadero camino es estar junto con los trabajadores. Ahí están las respuestas y la solución para los problemas que estamos enfrentando. No se hace Educación Popular sin vincularse a las luchas concretas de los trabajadores”
(Rubens Paolucci Júnior, “Educación Popular”, Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, 2001).
En Venezuela, fuera de toda programación gubernamental, más de cuatrocientos trabajadores de una fábrica han aprendido que pueden prescindir de sus explotadores. Que pueden tomar sus instrumentos de trabajo y operar una enorme fábrica de piezas de baño, sin la intromisión de capataces o burócratas; que pueden vender esas piezas a precios solidarios a los demás sectores necesitados de la sociedad; que pueden hacer inversiones en materia prima y otras operaciones administrativas; que pueden, además, enseñarle el camino de la economía socialista a la burocracia, exigiéndole al gobierno la estatización de la fábrica, y que su funcionamiento se mantenga bajo la administración democrática de los trabajadores. A diferencia de ellos, que no necesitan patronos o burócratas, el patrono necesita a los trabajadores, para explotarlos, y el burócrata reformista necesita la existencia de patronos y asalariados, para usufructuar el privilegio de la mediación. El 10 de Agosto, el burócrata y el patrono acaban con 9 meses de control obrero, con la toma de la fábrica por parte de un grupo propatronal de empleados y obreros, auspiciado por el propio Ministerio del Trabajo y la Seguridad Social.
El objetivo central de esta lucha, la estatización bajo administración de los trabajadores, no se conquistó en esos meses de control obrero, pues el Ejecutivo Nacional no ha atendido aún la exigencia de los trabajadores, ni la recomendación de la Comisión de Asuntos Sociales de la Asamblea Nacional; pero más allá de esto, los trabajadores de Sanitarios Maracay han dado una verdadera lección de moral y luces a todos los que estén dispuestos a aprender de su generoso ejemplo.
“La coincidencia del cambio de las circunstancias con el de la actividad humana o cambio de los hombres mismos sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”.
Marx, La ideología alemana
Este año, el gobierno nacional arrancó un programa de formación política, al que denominó “Moral y Luces”, y para cuya ejecución se conformaron contingentes de “brigadistas”, instructores encargados de difundir nociones de ética socialista, de moral revolucionaria. Además de buenas intenciones, el lanzamiento de este programa dejó entrever una particular concepción de lo que es la educación revolucionaria, una en la cual la condición revolucionaria puede adquirirse bajo los métodos tradicionales de la educación formal.
En realidad, dentro de la tradición socialista de lo que se considera el ser revolucionario, a esta condición sólo se puede llegar a través de la práctica transformadora. En este campo, solamente la calidad del ejemplo puede hacer de alguien, en determinado momento, un guía. El sujeto revolucionario sólo puede forjarse en una práctica: al luchar por construir una sociedad sin explotadores ni explotados, estará luchando por su autorrealización; se trata de un solo proceso.
No pueden considerarse procesos separados, pues la educación es antes que nada un proceso de socialización, y esto hace que carezca de sentido la difusión de valores socialistas, como una doctrina que se consume pasivamente, mientras la vida continúa sujeta a la dinámica capitalista, cuyos valores implícitos tejen un entramado ideológico implacable.
El mayor riesgo de una suerte de evangelización socialista, entendida como proselitismo no acompañado de hechos radicalmente transformadores, es el de promover una doble moral muy parecida a la doble moral religiosa.
Esto se torna tanto más dramático cuanto más descalificados, por antirrevolucionarios, están los burócratas oficialmente responsables de promover la educación socialista, pues ya no sólo está negando la praxis como metodología para esta educación, sino que el ejemplo de vida de estos burócratas apunta en el sentido contrario, viene a promover los vicios del oportunismo y la hipocresía.
Lenin, en un discurso ante un grupo de jóvenes, en los primeros años de la revolución soviética, expuso aguda y sencillamente su concepción sobre el tema de la educación revolucionaria:
“No creeríamos en la enseñanza, la educación y la instrucción si éstas fuesen encerradas en la escuela y separadas de la agitada vida.”
“La educación de la juventud comunista no debe consistir en ofrecerle discursos placenteros de todo género y reglas de moralidad. No, la educación no consiste en eso. Cuando un hombre ha visto a su padre y a su madre vivir bajo el yugo de los terratenientes y capitalistas, cuando ha participado él mismo en los sufrimientos de quienes emprendieron los primeros la lucha contra los explotadores, cuando ha visto los sacrificios que cuesta la continuación de esta lucha y la defensa de lo conquistado y cuán furiosos enemigos son los terratenientes y los capitalistas, ese hombre, en ese ambiente, se forja como comunista.
La base de la moral comunista está en luchar por afianzar y culminar el comunismo. Esa es la base de la educación, la instrucción y la enseñanza comunista. Tal es la respuesta a la pregunta de cómo hay que aprender comunismo.”
(Lenin, “La ideología y la cultura socialistas”, Editorial Progreso, pgs. 39-40)
En Latinoamérica se han desarrollado experiencias muy interesantes de educación popular, con el concurso de educadores comprometidos como Paulo Freire.
Ésta educación popular, al reconocerse como un proceso de socialización, rebasa las separaciones mecánicas entre instructor e instruido, por ello hace de los verdaderos maestros aquellos que están en la mejor disposición de aprender del pueblo trabajador, en el acompañamiento de sus luchas:
“Creo que el verdadero camino es estar junto con los trabajadores. Ahí están las respuestas y la solución para los problemas que estamos enfrentando. No se hace Educación Popular sin vincularse a las luchas concretas de los trabajadores”
(Rubens Paolucci Júnior, “Educación Popular”, Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, 2001).
En Venezuela, fuera de toda programación gubernamental, más de cuatrocientos trabajadores de una fábrica han aprendido que pueden prescindir de sus explotadores. Que pueden tomar sus instrumentos de trabajo y operar una enorme fábrica de piezas de baño, sin la intromisión de capataces o burócratas; que pueden vender esas piezas a precios solidarios a los demás sectores necesitados de la sociedad; que pueden hacer inversiones en materia prima y otras operaciones administrativas; que pueden, además, enseñarle el camino de la economía socialista a la burocracia, exigiéndole al gobierno la estatización de la fábrica, y que su funcionamiento se mantenga bajo la administración democrática de los trabajadores. A diferencia de ellos, que no necesitan patronos o burócratas, el patrono necesita a los trabajadores, para explotarlos, y el burócrata reformista necesita la existencia de patronos y asalariados, para usufructuar el privilegio de la mediación. El 10 de Agosto, el burócrata y el patrono acaban con 9 meses de control obrero, con la toma de la fábrica por parte de un grupo propatronal de empleados y obreros, auspiciado por el propio Ministerio del Trabajo y la Seguridad Social.
El objetivo central de esta lucha, la estatización bajo administración de los trabajadores, no se conquistó en esos meses de control obrero, pues el Ejecutivo Nacional no ha atendido aún la exigencia de los trabajadores, ni la recomendación de la Comisión de Asuntos Sociales de la Asamblea Nacional; pero más allá de esto, los trabajadores de Sanitarios Maracay han dado una verdadera lección de moral y luces a todos los que estén dispuestos a aprender de su generoso ejemplo.
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