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26 julio 2007

Muchos somos don Elías

En una vieja película de Pedro Infante y Jorge Negrete, "Dos Tipos de Cuidado", aparece don Elías, un personaje tan bueno como ingenuo, encarnado por el excelente Carlos Orellana. No le cuento la película porque seguramente la ha visto, pero sí le recordaré que el personaje es encantador: confía en todo lo que ve y oye...pero resulta que nada es verdad.

Al final de la película, cuando se supone que se aclara todo el lío, don Elías se resiste a que un matrimonio se deshaga y dos nuevos se hagan porque el enredo familiar lo dejaría sin entender si era padre o suegro de su hija y abuelo o tío de su nieta.

La diferencia entre el personaje de don Elías y muchos de nosotros es que él está en la gama de la comedia sana y atemporal y nosotros, del drama trágico cotidiano. Pero en aquello de no entender nada de nada estamos igual.

¿Usted cree que sabemos algo de lo que, de verdad, sucede con el famoso chino mexicano, empresario lavadólares? ¿Cree que si no sabemos ni en dónde está el dinero, algún día sabremos cómo, cuándo, en qué y quién (o qué dependencias) utilizará(n) los millones de dólares incautados? Eso, si el gobierno de Calderón logra quedarse con ellos y no paga los errores señalados por Sergio Elías Gutiérrez en su editorial del martes pasado.

¿Usted cree que, si de verdad, hubo la famosa amenaza de "Cooperas o cuello" (sería cómico si no fuera tan dramático) alguna vez lo reconocerá quien la hizo?

¿Usted cree que el cada día más pequeño y patético Santiago Creel, aceptará que la entonces dependencia a su cargo fue responsable de otorgar la nacionalidad a Ye Gon, hoy flamante ciudadano mexicano? ¿Por qué habría de aceptarlo, si en este País cuando un político se responsabiliza de algo es día de fiesta nacional?

Pero nuestra ignorancia no es sólo acerca del traficante de anfetaminas. Nuestra ignorancia se extiende como los laberintos infinitos imaginados por Borges.

¿Vio usted las cifras de las obras concursadas en diferentes lugares de México publicadas por EL NORTE hace un par de días? Es verdad, es de esperar (aunque no debería ser) que casi todas las obras rebasen el presupuesto original, pero esas cantidades son insultantes.

¿Y qué pasa? Nada: si las obras se concluyen, si se quedan a medias, si se hacen con materiales inferiores a los cotizados, si se entregan a tiempo, si no se entregan, si cuestan 10, 20 ó 70 por ciento más de lo cotizado da lo mismo. No pasa nada porque el dinero es nuestro y, sobre todo, porque los mexicanos vivimos resignados y no sabemos ser ciudadanos.

¿Ha leído usted sobre las respectivas broncas internas de los panistas y los priistas en la carrera hacia la gubernatura de Nuevo León? Es preocupante. No crecen ellos como políticos y no crecemos nosotros como ciudadanos.

Seguimos aferrados a una de nuestras tradiciones más inútiles: quejarnos en privado y arreglar el País en los cafés. No escribimos una sola carta reclamando a nuestros diputados y senadores ni sus burradas ni sus abusos. Y como quien calla otorga, ellos ven en nuestro silencio la aprobación de sus incapacidades y excesos.

Al menos en teoría siempre estamos buscando si no la verdad, sí acercarnos a ella todo lo posible. Pero muchas cosas se confabulan para impedirlo. Ya le he contado cómo al tocar aquí un tema de actualidad política, no falta quién me escriba para decir: "No tienes ni idea de lo que en realidad está pasando, pero tampoco puedo decírtelo".

Y resulta que, a menudo, nos enteramos ya tardía e inútilmente que tenía razón. ¿Recuerda cómo en el 94 las grandes compañías empezaron a despedir gente en otoño, sin aparente razón que lo justificara? Con el error de diciembre nos dimos cuenta de que los privilegiados sabían que venía la debacle y reunieron la mayor cantidad de efectivo posible para pasarlo a dólares... al fin que los mexicanos volveríamos a pagar sin chistar.

Don Elías dice al final de la película: "Ya no soy libanés; ahora soy asiático porque me han engañado como a un chino". Por desgracia, hoy esa expresión políticamente incorrecta, nos retrata a muchos. Saber que vivimos sin saber es angustiante y, por lo que se ve, así seguiremos un buen rato.

Por Rosaura Barahona | El Norte | 26 julio 2007

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