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01 julio 2007

Una semana de reveses anticipa un problemático fin de mandato para Bush


Washington - Si la Semana de Pasión que ha sufrido en estos días George W. Bush es representativa de lo que le queda de mandato, el presidente de Estados Unidos tiene por delante 18 meses de Vía Crucis antes de entregar el poder a su sucesor.

Bush rechaza que su impopularidad -tan sólo el 30 por ciento de los estadounidenses le respalda, según las encuestas- le haya restado autoridad en lo que queda de mandato, pero a juzgar por sus últimos resultados, sus posibilidades de dejar otra huella que no sea la guerra de Irak son cada vez más escasas.

El mandatario, que hoy se encuentra en la residencia familiar de Kennebunkport (Maine) para preparar la reunión que tendrá allí el lunes con su par ruso, Vladímir Putin, ha sufrido revés tras revés esta semana.

Hoy el Tribunal Supremo admitió a trámite una apelación de presos de Guantánamo que reclaman que se vean sus casos en cortes civiles y no militares, como plantea el gobierno de Estados Unidos, la cual empezará a ver en octubre próximo.

Además, el Congreso presentó esta semana citaciones contra funcionarios de la Casa Blanca y de la oficina del vicepresidente, Dick Cheney, en relación con el caso de escuchas telefónicas sin autorización judicial, que se sumaron a otras ya emitidas por el cese de ocho fiscales federales.

Pero el golpe más doloroso, sin duda, se produjo este jueves, cuando el Senado dio la puntilla a un proyecto de ley de reforma migratoria, a favor del cual el gobernante estadounidense había presionado personalmente.

Bush siempre ha admitido que la reforma migratoria es un asunto que le preocupa de manera "apasionada".

Si la cámara alta aceptó proponer el proyecto de ley migratoria fue, en buena parte, debido a la intervención presidencial, que ya en marzo, durante su gira por América Latina, insistió en la necesidad de una reforma y de que los legisladores le presentaran para antes de septiembre una medida que él pudiera firmar.

El primer fracaso de la iniciativa en el Senado, el 7 de junio pasado, encontró a Bush en Alemania mientras asistía a la cumbre del Grupo de los Ocho (G8).

El presidente no perdió tiempo en llamar por teléfono a varios destacados legisladores republicanos para tratar de desatascar el proyecto.

A su regreso, no sólo dedicó varias de sus intervenciones a exhortar al Senado a que lo aprobara, sino que, en un acto que no se repetía desde 2001, se desplazó personalmente al Capitolio para intervenir ante los legisladores republicanos en favor de la iniciativa.

El jueves, tras confirmarse el "jaque mate" a la reforma migratoria, un Bush cariacontecido no pudo sino admitir la derrota.

"Muchos de nosotros trabajamos duro para ver si podíamos encontrar un punto intermedio (entre los contrarios a la reforma y sus más ardientes defensores). No ha funcionado", declaró el mandatario, consciente de que será prácticamente imposible recuperar el proyecto antes de que él deje la Casa Blanca.

Para Bush, era casi la última oportunidad para dejar un legado de su presidencia que no sea solo Irak.

Otras iniciativas que intentó durante su segundo mandato, como la reforma del sistema de pensiones o unos recortes de impuestos permanentes, fracasaron sin llegar a despegar.

Intenciones como el relanzamiento del proceso de paz para Oriente Medio parecen hoy más lejos que nunca.

Y en el asunto que, sin duda, irá inexorablemente ligado a su presidencia, la guerra en Irak, las perspectivas no son halagüeñas, ni en el país árabe ni en el terreno interno.

En septiembre próximo el general al mando de las tropas estadounidenses en la nación árabe, David Petraeus, debe presentar un esperado informe sobre la situación en Irak, después de que el jefe de la Casa Blanca ordenara en enero un aumento de las tropas.

A la espera de ese informe, aumentan las disensiones en el seno de un Partido Republicano otrora unánime en su apoyo a la guerra. También esta semana dos destacados senadores, Richard Lugar y George Voinovich, instaron a Bush a contemplar una retirada gradual.

El tiempo no corre a favor del gobernante. Tras el receso veraniego en agosto y la presentación del informe de Petraeus, las mentes de todos -republicanos, demócratas e incluso la Casa Blanca- estarán pendientes de las elecciones presidenciales de noviembre del año próximo.

Un mal momento, como el propio Bush admite, para intentar dejar impronta.

Fuente: Macarena Vidal EFE

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