Pulso crítico
J. Enrique Olivera Arce
Hay quienes afirman que Germán Martínez Cázares, presidente nacional del PAN, tiene razón apostándole a un bipartidismo en México muy al estilo del modelo estadounidense, asumiéndose que el PRD está eliminado de la contienda política nacional. El sustento de tal presunción parte de la idea de que el partido del sol azteca, para unos es Andrés Manuel López Obrador, a quien equivocadamente se le considera políticamente liquidado, en tanto que para otros es ni más ni menos, que la estructura dirigente.
Paradójicamente, en la concepción bipartidista del sistema PAN-gobierno, Germán Martínez considera al PRI como la contraparte a vencer, en tanto que el partido tricolor piensa lo mismo del PAN, cuando en los hechos, el adversario real a enfrentar por ambos es el pueblo movilizado. El abstencionismo del 60 por ciento en las recientes elecciones nayaritas y el bajísimo nivel de aceptación de apenas un 7 por ciento alcanzado por el panismo, lo confirman.
A ello habría que agregar que más allá de la confrontación electoral, la movilización ciudadana indica también que en la correlación de fuerzas políticas de la Nación la verdadera oposición a las pretensiones de la derecha, está en una izquierda que ha tomado la calle.
La realidad también ofrece otra lectura. En primer término, el Movimiento en Defensa del Petróleo que encabeza López Obrador, no es el PRD ni está condicionado a la vida interna de este partido. En segunda instancia, el partido del sol azteca, a diferencia del PAN y el PRI, es un partido de masas y no un partido de cuadros dirigentes, lo que le diferencia en el espectro político electoral de México. Si la estructura partidista no responde a los intereses de las bases, como está ocurriendo, bien podría considerarse como expectativa válida, el que estas últimas optaran por la reconstrucción y renovación, dándole al partido nuevo cauce y derrotero, construyendo nuevos liderazgos que les sean funcionalmente afines.
De la elección del 2 de julio del 2006 a la fecha, han ocurrido muchas cosas, entre otras, el descorrimiento del velo tras el que se mantenía oculta la corrupción y pragmatismo de lo más atrasado de la representación de la izquierda electoral nacional.
La elección interna que seguramente desembocará en la anulación de la votación a favor de la presidencia y secretaría general del partido, constituyó un fuera máscaras que, en el marco del Movimiento en Defensa del Petróleo, ha dado lugar a un claro deslinde de quien es quien en el partido, así como en la izquierda en general. Ofreciéndose un nuevo escenario en el que la militancia perredista de base ya no es sólo número sujeto a manipulación y engaño.
Enriquecida en la movilización, la militancia está en un proceso ascendente de construcción de la toma de conciencia del papel a jugar por la izquierda en la vida nacional. Cualitativamente la base perredista en su gran mayoría no es la misma del 1988 o del 2006. Dialécticamente se ha elevado por sobre sí misma, debiéndosele considerar hoy como posible protagonista consecuente de su propia responsabilidad histórica al interior del PRD. Más allá del análisis simplista, en este nuevo escenario podría afirmarse que el PRD no está liquidado.
Ingenuo sería, eso sí, pensar que están dadas las condiciones para que en el terreno electoral, en el 2009, el PRD recuperara los niveles de aceptación registrados en julio del 2006. Falta un largo trecho por recorrer para que se de la obligada renovación del partido; sin perder de vista que la prioridad de la izquierda hoy es la defensa del petróleo evitando su privatización, y ello bien vale la derrota del perredismo en las elecciones intermedias, como un costo coyuntural a pagar. Y aún así, habría que sopesar en que medida la profundización de la movilización social no influirá electoralmente el próximo año a favor de un partido al que la reacción considera muerto y enterrado.
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