Introducción
La convicción más generalizada de la actualidad consiste en que vivimos una época nueva, nueva no sólo porque en ella se haya transformado la sociedad, sino también porque la misma sociedad ha ingresado a un nuevo proceso de transformación. Esta continuidad del cambio, de la mutación histórica, de la desaparición de lo viejo y el surgimiento de lo nuevo, es el rasgo dominante de la sociedad moderna, organizada apenas hace dos siglos, pero dotada de tan grande potencialidad innovadora que sus propios logros parecen efímeros ante la realización de otros que se precipitan inconteniblemente.
Entre los inventos mecánicos con que se desató la Revolución Industrial del siglo XVIII y las computadoras que hoy día rigen la producción o resuelven problemas de los viajes interplanetarios, median poco menos de doscientos años. En este lapso, una sociedad tradicional, arcaica y precapitalista se ha transformado en una sociedad moderna, industrializada y en trance de dejar de ser capitalista. Los cambios han sido rápidos, las transformaciones profundas y las mutaciones producida.s han afectado todos los órdenes de la vida social, sin que por ello pueda preverse un estancamiento en las profundas corrientes que impulsan el desarrollo social.
El hábito de vivir entre lo nuevo -nuevos países, nuevos productos, nuevas artes, nuevas ciencias, nuevos sistemas educativos, nuevos medios de transporte, nuevas técnicas, nuevos juegos, nuevas guerras, nuevas políticas, en fin, nuevas maneras de existir- debilita nuestra admiración, nuestro asombro, ante las maravillas que ha descubierto el hombre o ante las cosas que ha creado o que las produce y reproduce a voluntad, siguiendo el ritmo creciente de las necesidades y anhelos de la sociedad. Esta realidad de lo nuevo está inseparablemente unida a los tiempos modernos y ha surgido de la sociedad que se ha formado en ellos.
Cuando se habla de lo moderno, se habla de un concepto meramente cronológico; se olvida que tiene, además, otras significaciones que dependen del contexto en que se sitúa; por ejemplo, no debe confundirse le "época moderna" con una "sociedad moderna", ni con el "proceso de modernización". Son tres conceptos distintos, cuya significación adquiere sentidos muy precisos.
Hasta principios del siglo XX, "lo moderno" tenía una significación marcadamente subjetiva para contrastar costumbres, ideas, creencias, valores y técnicas del pasado, con actitudes y realidades surgidas en el tiempo y que podían considerarse como actuales o nuevas Desde este punto de vista, lo moderno se identificaba con lo nuevo, con lo que era distinto de lo que se había hecho o conocido en épocas pasadas.
En el presente, debido al desarrollo alcanzado por la ciencias sociales, el concepto de lo moderno se ha enriquecido notablemente. La amplitud de su significado permite sostener que se trata no sólo de una apreciación subjetiva, sino también de todo un proceso real y complejo por el que ha atravesado la sociedad humana -por lo menos grandes segmentos de ella-, cambiando sus bases económicas, su estructura social, su organización política, su universo cultural y su ideología e innovando conocimientos científicos y procesos tecnológicos que se utilizan para aprovechar mejor los recursos que ofrece la naturaleza y para transformar la sociedad.
Desde este punto de vista, para los fines de orientación que se persiguen en este libro, interesa que se tengan dos perspectivas para comprender el concepto de lo moderno:
1. Como una categoría cronológica, necesaria y conveniente para diferenciar distintos periodos de la historia mundial.
2. Como una categoría del progreso social que se utiliza para identificar sociedades más o menos complejas que alcanzaron distintos niveles de desarrollo en diferentes áreas del planeta.
Esta caracterización de lo moderno ayudará a comprender mejor el desarrollo de este capitulo, que pretende dar los perfiles más generales de la época y de la sociedad moderna, así como señalar algunos aspectos relativos al proceso de modernización.
El planteamiento escogido contribuirá a precisar el sentido que tienen las discusiones actuales sobre el proceso educativo, mismas que exceden los marcos teórico, filosófico y doctrinario de la rutina discursiva sobre la educación. Este hecho se debe no a que hubiera disminuido el interés de profanos o especialistas por los fundamentos científicos y las implicaciones ideológicas que tiene la educación, sino a la urgencia actual de prestar más atención a factores objetivos y subjetivos que inciden en el proceso educativo o que reflejan las limitaciones y posibilidades de una enseñanza científica, técnica y humanística, requerida por las necesidades del presente.
La época moderna, con sus manifestaciones aparentes y ocultas, es una época pedagógica en que las generaciones pasadas han aprendido a cambiar su concepción del mundo, y la sociedad moderna, penetrada por la ciencia y el desarrollo tecnológico, forma al hombre en la escuela del cambio a fin de que aprenda a producirlo y soportarlo. Una época como la actual en que la economía, la política, la estructura social y la educación constituyen una totalidad abigarrada, no podría ser comprendida con amplitud si no se tuviera en cuenta el intenso, a veces cruento, proceso de modernización por el cual han atravesado, o están atravesando, grandes sectores de la sociedad humana.
Parecería que estos aspectos no tienen importancia en las tareas educativas comunes; sin embargo, su significación es cada vez mayor, pues las ciencias, las tecnologías y las disciplinas humanísticas que se imparten están profundamente arraigadas en la época moderna, cuya vigencia se extiende hasta nosotros a través de un proceso de modernización en que la educación desempeña un papel decisivo.
La Epoca Moderna
Cuando se utiliza el concepto de lo moderno en sentido cronológico, se pueden establecer las diferencias que presentan sucesivas épocas de la historia. Su carácter de categoría cronológica sirve para ordenar distintos periodos de la historia y establecer una secuencia que, comenzando en la antigüedad, atraviesa la Edad Media y llega a la época moderna (siglos XV al XIX) para ingresar a la época contemporánea o actual. De este modo, lo moderno se ha ligado al concepto de época, convirtiéndose en un concepto referencial que relaciona lo viejo con lo nuevo, el pasado con el presente, lo remoto con lo actual.
En este sentido, se puede establecer la comparación de ciencias, artes, técnicas, doctrinas, costumbres, ideas, creencias, etc. Con esta cronología se compara, por ejemplo, la filosofía antigua con la moderna, la ciencia de la antigüedad con la moderna, la física antigua con la moderna, la literatura y el arte de la antigüedad con la literatura y el arte de la época moderna, y así sucesivamente.
La época de mayor impacto para la historia de la sociedad fue, indudablemente, la moderna, porque ésta constituye el hito diferenciador de un pasado humano que se va haciendo cada vez más remoto, por mucho que algunas de sus formas pervivan todavía en determinadas sociedades al lado de formas surgidas del presente dinámico que avanza hacia un futuro desconocido, pero previsible.
Empero, aunque la época moderna se diferencia plenamente de otras anteriores, no ha sido delimitada con precisión. Así, para algunos historiadores comenzó en 1453, para otros en 1492 o simplemente en el siglo XV, y termina (otra vez según unos y otros historiadores) con la Revolución Francesa o en la década de 1840 o en la de 1870. Lo que sigue y se vive desde el siglo XIX hasta el presente se denomina época contemporánea y constituye una fase, la actual, de la época moderna.
Sin embargo, teniendo en consideración otros puntos de vista, puede sostenerse que la época actual tiene características y rasgos específicos que la distinguen de lo que habitualmente se entiende por época moderna.
Los criterios que se han resumido en lo que antecede, apenas enuncian el problema de la periodización de la historia. Son criterios subjetivos que se guían por hechos o procesos significativos, pero no expresan articulaciones decisivas que producen cambios efectivos en el desarrollo social.
Para evitar una cronología ausente de contenido, la época moderna debe ser considerada como el periodo de la sociedad burguesa capitalista y sus siglos límite (XV a XIX), que abarcan su origen y desarrollo hasta cerca de 1870, momento en que la misma sociedad capitalista toma otras formas con el surgimiento de los monopolios, las empresas transnacionales y la aceleración tecnológica. Por tanto, la época actual es la del capitalismo en su fase imperialista, y dentro de ella se produce el surgimiento de la sociedad socialista como una etapa próxima en el desarrollo global de la sociedad. De este modo, la época contemporánea se caracteriza porque en ella coexisten dos sistemas socioeconómicos: el preexistente del capitalismo, formado en la época moderna, y el sistema contemporáneo del socialismo.
La época moderna tiene un significado propio e inconfundible. Su carácter revolucionario se ha traducido en los cambios materiales y espirituales que han transformado tanto el orden colectivo de la vida humana como la existencia personal del individuo. La explicación e interpretación de las causas y consecuencias que produjeron esos cambios varían según los puntos de vista que sostienen los científicos sociales que proceden de distintas escuelas y tendencias; pero, a pesar de sus diferencias, queda el dato cierto y objetivo de que, a partir de esa época, el hombre se forma una nueva concepción del mundo, de la vida humana y de su propio pensamiento, apoyándose en los conocimientos científicos y en la capacidad investigativa que tiene la razón.
El espíritu de una época se manifiesta por el pensamiento que predomina en ella, por los valores que orientan la vida humana y por la conciencia que tiene el hombre del tiempo en que vive. En la época moderna predominan dos grandes corrientes del pensamiento: el racionalismo y el empirismo. Cada una de ellas tiene especial relación con los tipos de ciencias que surgieron y se desarrollaron entre los siglos XVI y XVIII. Así, las ciencias naturales, fundadas en el método experimental, reforzaron las expresiones del pensamiento empirista, en tanto que las ciencias formales, como las matemáticas y la lógica, ayudaron a difundir las corrientes racionalistas.
Las diversas tendencias del pensamiento moderno, incluyendo el empirismo y el racionalismo,están dentro de la lucha que libran las filosofías del idealismo y el materialismo, como dos concepciones secularmente enfrentadas que se oponen no sólo en los dominios teóricos de la concepción de la realidad y el conocimiento científico, sino también en las actividades prácticas, como la moral, la política, etc.
Estas corrientes, aunque opuestas en la fundamentación del origen del conocimiento y en la explicación de la capacidad que tiene el hombre para conocer, no son excluyentes. El propio desarrollo de la ciencia les obligó a borrar sus fronteras y a fundirse en una posición donde la razón y la experiencia constituyen las fuentes únicas del saber humano, cuya prueba definitiva es la práctica.
Si bien en el medievo los ideales de la vida humana estaban subordinados a los valores religiosos, como reflejo de una sociedad estratificada y jerarquizada, en la época moderna se descubrieron nuevos valores que alimentan las artes, la literatura, la política, el derecho, la moral y las demás manifestaciones de la conciencia social. Las nuevas formas de vida que surgen en el desarrollo de la época moderna dieron paso a nuevas expresiones de la belleza natural en el arte, de las pasiones, sentimientos e ideas de los hombres que no se habían expresado, por temor o por vergüenza, en las creaciones artísticas y literarias de la sociedad feudal.
La política, el derecho y la moral son las formas más comprometedoras que se manifiestan en la conciencia social de una época. En este sentido, en los orígenes de la época moderna, los primeros teóricos del estado y del poder político (Bodino, Maquiavelo) emanciparon su pensamiento para estudiar con nuevo criterio los fundamentos, las causas, las relaciones, las prácticas y los fines de la acción política. Con el despliegue de la época surgieron los clásicos del pensamiento político y jurídico para dejar teorías nuevas sobre la democracia directa (Rousseau), el estado representativo (Locke y Montesquieu), el estado totalitario (Hobbes), el socialismo utópico (Proudhon) y el socialismo científico (Marx), en obras incorporadas definitivamente al acervo cultural de la humanidad.
La Reforma protestante y el desarrollo del sistema capitalista contribuyeron enormemente a formar la moral burguesa, caracterizada sobre todo por la afirmación de los intereses individualistas. De este modo, en la época moderna surgirá una moral que aspire a despojarse de todo dogma y que se atenga sólo a las determinaciones de la conciencia personal.
La época moderna, en sus grandes lineamientos, estuvo dominada por la idea de un orden natural, regido por leyes eternas e inmutables y que podían ser conocidas por la razón humana. Estas leyes, increadas e indestructibles, rigen la marcha de los cielos, están presentes en las transformaciones de la naturaleza, regulan la sociedad civil, son inquebrantables y por ello constituyen la garantía del perfeccionamiento y la evolución de la vida humana.
Esta visión del mundo tuvo que producir optimismo en la burguesía, clase en ascenso y después dominante en la época. Bajo el gobierno de la razón, las posibilidades de democratizar la sociedad cambiando un orden de privilegios e injusticias por otro de libertad e igualdad,para la clase ascendente, estaban abiertas. El desmedido interés de los empresarios y las insaciables necesidades de los productores podían encontrar solución en la ley de la oferta y la demanda, en la acción espontánea del mercado. Los secretos de la naturaleza caerían como velos rasgados por una mano invisible ante el poder de la ciencia. El hombre, acicateado por su sed de progreso, encontraría en la técnica el instrumento con que no sólo transformaría la naturaleza, sino que además llegaría a producir un mundo nuevo de objetos y bienes para su felicidad.
Pero los sueños racionalistas de la época moderna tuvieron que tropezar con el desarrollo real de una sociedad que, apoyándose en el optimismo estimulado por la ciencia, la técnica y el modo de producción capitalista, se hacia más compleja, más difícil y, al mismo tiempo, más rica en oportunidades para las realizaciones humanas.
La Sociedad Moderna
El significado de lo moderno es distinto cuando se da a este concepto el sentido de una categoría del progreso social. En este caso, la atractiva resonancia de su significación cronológica, útil para acumular un conocimiento erudito de formas de vida y comparar expresiones culturales del pasado, se pierde como un eco en la distancia. En su lugar surge una realidad que se construye con el formidable concurso de nuevas fuerzas históricas que cambian la base económica de la sociedad, modifican la estructura social, crean distintas formas de organización política, generan nuevas ideologías y utilizan la ciencia y la técnica para satisfacer crecientes necesidades de diverso tipo con el fin consciente de acelerar la evolución social. Esta nueva realidad se llama sociedad moderna.
La época moderna, en su análisis concreto, se identifica con el surgimiento y desarrollo de la sociedad capitalista. Su proceso complejo, explicable sólo por la variedad de fenómenos concurrentes que pudieron presentarse en esa época y no en otra, prueba que no hay épocas vacías, sino que ellas representan lo que son sus sociedades. Con el riesgo de llegar a los extremos del esquematismo, pueden resumirse los siguientes aspectos históricos en la consolidación de las sociedades modernas.
1. Toda sociedad reconocida como moderna ha transformado formas tradicionales de vida mediante una poderosa y efectiva movilización social que, en algunos países, comenzó a ocurrir en los siglos XVI, XVII y XVIII, en tanto que para otros empezo a producirse apenas en las últimas décadas. Esto quiere decir que las sociedades modernas, aunque tienen un origen identificable en el tiempo, no son simultáneas y se van formando a lo largo de los últimos tres siglos.
2. En las sociedades modernas está presente el proceso de industrialización. En muchos países europeos, la Revolución Industrial del siglo XVIII y su expansión en el siglo XIX han sido factores de decisiva importancia para que dejen de ser sociedades tradicionales (en el caso europeo, feudales) y se conviertan en sociedades modernas.
3. Simultáneo al surgimiento de la sociedad moderna se da la aparición, el desarrollo y la crisis del sistema capitalista; por ello, podría afirmarse que el sistema capitalista se identifica, en su vigencia histórica, con la aparición y desarrollo de la sociedad moderna.
4. En el proceso de cambios económicos y sociales que comporta el surgimiento de la sociedad moderna capitalista, aparecen nuevas clases sociales. Toda sociedad capitalista es una sociedad de clases y, de ellas, las más importantes son la burguesía y el proletariado, coexistiendo con ellas los terratenientes, la pequeña burguesía y los campesinos. En toda estructura social de la sociedad moderna se encuentran las discutidas clases medias.
5. El que las sociedades modernas tengan rasgos comunes (movilización social, industrialización, estructura clasista y participación en la formación del sistema capitalista, por lo menos en los siglos XVIII, XIX y parte del XX) no quiere decir que sean homogéneas y mucho menos idénticas. Son diferentes por los proyectos históricos que realizaron y realizan.
6. En la sociedad moderna aparecen nuevas formas de organización política. El estado, con un fuerte poder centralizado y con una base territorial definida, es el marco imprescindible en el que se realiza el proceso de transformaciones económicas, sociales y culturales de la sociedad moderna.
7. El estado moderno, en su perspectiva histórica, es el estado nacional. Su naturaleza clasista se expresa en el dominio político que ejerce una clase social determinada, la burguesía, sobre las otras clases existentes. De este modo, surge el estado moderno como un elemento esencial del sistema capitalista, para desarrollar el proyecto de la burguesía.
8. Las sociedades modernas, con mayor o menor participación del estado, según las etapas del desarrollo capitalista, para industrializarse, han requerido y requerirán inevitablemente la incorporación de la técnica y de la ciencia al proceso de la producción material.
9. En el plano ideológico, las sociedades modernas generan ideas, representaciones y valores diferentes de los que prevalecían en las sociedades feudales y precapitalistas. Los cambios habidos en la concepción del universo, en la explicación del origen y fundamento del poder político, en la explotación económica y social, y en las relaciones sociales competitivas que culminan con el individualismo, constituyen el fondo de la ideología de una clase moderna y dominante: la burguesía.
10. Las sociedades modernas han revolucionado los sistemas de transporte, los medios de comunicación y las técnicas de información. Esta colosal transformación permite desplazar gigantescas plantas industriales y monumentales equipos técnicos, distribuir la producción material, acelerar procesos migratorios de gran escala, movilizar ejércitos de millones de hombres. Los medios de comunicación masiva, unidos a la técnica científica de información, son imprescindibles para el gobierno político y para establecer el consenso social e ideológico.
11. El desarrollo de la educación y de la cultura se convierte en un componente dinámico de consolidación de las sociedades modernas. Tanto la educación como la cultura tiene un carácter de clase y se las impulsa para difundir masivamente las concepciones ideológicas dominantes con un esfuerzo, a veces sistemático, de ligar sus significados con el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Las sociedades modernas tienen rasgos comunes; por sus componentes materiales y por sus niveles de desarrollo son similares entre sí, pero no idénticas; sus diferencias son notorias por sus sistemas de vida, por los regímenes socioeconómicos en que se sustentan y por los proyectos históricos que aspiran a consolidar o establecer.
La versión más completa de una sociedad moderna es la sociedad industrializada. Las semejanzas de las grandes potencias son obvias cuando se comparan, por ejemplo, los componentes del proceso productivo de Estados Unidos, Japón y la Unión Soviética. También se encuentran semejanzas y rasgos comunes al examinar los niveles de desarrollo de Inglaterra, Francia y Alemania Democrática, pero esto no quiere decir que sean iguales o idénticas, aunque los sistemas a que pertenecen sean frutos de la época moderna.
La imagen paradigmática de la sociedad moderna en el capitalismo o en el socialismo tiene rasgos específicos. Así, en cuanto a su desarrollo económico, la sociedad moderna emplea fuentes de energía de alto potencial y una tecnología avanzada en todas las ramas de la producción económica, cuenta con recursos institucionales y humanos apropiados para crear y asimilar permanentes innovaciones tecnológicas, dispone de una producción diversificada en la que predomina la producción industrial sobre el sector primario, tiene industrias de bienes de capital y bienes de consumo, estimula una alta productividad del trabajo, y tiene independencia en el funcionamiento de su comercio exterior.
En cuanto a su régimen político, la sociedad moderna se caracteriza por disponer de un estado racional y eficientemente organizado por la participación de grandes sectores mayoritarios de su población en las decisiones políticas, y por la capacidad estatal de establecer y ejecutar la planificación económica y social. Esta característica es particularmente importante en las sociedades modernas del socialismo.
En cuanto a la estructura de la sociedad, las diferencias son notorias entre las sociedades socialistas y las capitalistas, pues las primeras, para ser tales, han tenido que atravesar por un proceso de revolución social, en el que ha desaparecido la estructura de clases del sistema capitalista al abolirse la propiedad privada sobre los medios de producción y al eliminarse las formas de explotación que derivan de ella.
Si bien éste es el aspecto más importante para diferenciar las sociedades modernas, desarrolladas e industrializadas de uno y otro sistema, en ambos sistemas ha surgido un impresionante aparato burocrático que tiene a su cargo el funcionamiento del estado y la dirección de la economía. Este elemento común, más las formas de industrialización y el desarrollo de la revolución tecnocientífica de la época actual, son factores que preocupan a las ciencias sociales del presente para formular una hipótesis de la convergencia de los dos sistemas, hipótesis de muy difícil confirmación, pero que podría tenerse en cuenta como una expresión del antiguo aforismo latino extrema se tangunt (los extremos se tocan).
El Proceso de Modernización
Los innumerables cambios que ocurren en una sociedad para que ésta se convierta en moderna constituyen lo que se llama proceso de modernización. En la época actual, es la tendencia global que siguen todas las sociedades del mundo y puede afirmarse, casi con absoluta certeza, que no hay país que se sustraiga de esta corriente.
Sin tener en cuenta, por el momento, los tipos y vías de modernización que ha experimentado la sociedad, puede afirmarse que la lucha por lograrla es el empeño fundamental de la época actual y se ha convertido en la aspiración dominante de los pueblos, en un "tipo especial de esperanza". La complejidad del proceso de modernización y las distintas formas que ha adoptado, siguiendo las peculiaridades históricas y estructurales de una sociedad u otra, implica, en el fondo, el eslabonamiento de tres aspectos inseparables: el desarrollo económico, los cambios estructurales de la sociedad y la vigencia real de formas políticas de gobierno que satisfagan las metas del desarrollo económico y social.
La concurrencia simultánea de estos aspectos implica que los mismos actúan de manera congruente. Así, el desarrollo económico no se da exclusivamente por la acción espontánea de los factores económicos de la producción y la distribución, sino que a él concurren decisiones políticas que consideran los niveles de participación de los distintos sectores de la estructura social.
El proceso de modernización, al producir una gran movilización social, acelerar la urbanización, abatir los índices de mortalidad, aumentar el promedio de vida, modificar la estructura familiar y del parentesco, ampliar los servicios públicos, perfeccionar los sistemas de comunicación, o -para decirlo brevemente- al desatar una "revolución de las aspiraciones", no borra las diferencias ni suprime los conflictos de clase, sino que puede avivar las contradicciones de clase en los conflictos económicos, ideológicos y políticos, especialmente en la modernización de tipo capitalista.
Determinadas sociedades tienen la capacidad de impulsar este proceso, porque los factores internos que actúan dentro de ellas son lo suficientemente dinámicos y fuertes para pasar de formas y de niveles inferiores de producción económica y de organización social, de tecnologías tradicionales, de anacrónicas estructuras del poder político, de sistemas jurídicos y de servicios públicos obsoletos, a formas y niveles nuevos y superiores con que la sociedad, desde los puntos de vista teórico y concreto, pueda ostentar, disponer y disfrutar de una abundacia de bienes y servicios.
Este tipo de modernización podría llamarse autónomo o central y corresponde a aquellos países altamente industrializados que han alcanzado un notable grado de desarrollo. Para ellos, la modernización es la continuación del estado de modernidad en que se encuentran; en consecuencia, no les significa sacrificios excesivos ni trastornos drásticos. Empero, el hecho de que tengan capacidad propia para impulsar este proceso, no quiere decir que sean países que se hubieran desarrollado "fuera" de toda relación con los demás; por el contrario, en su historia económica, social y política se encuentran largos períodos, que han durado décadas y siglos, en los que ejercieron dominación colonial sobre otros territorios y países. La riqueza intercambiada les produjo enormes beneficios y los excedentes extraídos de ultramar multiplicaron sus posibilidades de desarrollo. Los países centrales modernos obtuvieron, en el fondo, sus niveles actuales combinando su capacidad interna con diversas formas de dominación colonial y neocolonial.
Otras sociedades participan del proceso de modernización por la acción que ejercen sobre ellas los sistemas socioeconómicos existentes o los países cercanos o distantes. En este caso, se percibe con nitidez una incorporación de sociedades tradicionales (no modernas) a los mecanismos de dominación y dependencia, generados por el sistema capitalista en expansión durante los últimos siglos. Para muchas de ellas, los cambios han sido drásticos, han demandado un esfuerzo considerable para atender sus necesidades y, en muchos casos, les ha significado una subordinación completa de su economía, de su política, de su cultura y de su individualidad histórica.
Esta subordinación adquiere caracteres nítidos a través del colonialismo, considerado como una fase histórica en que se universaliza la modernización. La incorporación violenta o pacífica de distintas sociedades a este proceso produce efectos contradictorios en los que pesan más los aspectos negativos. El establecimiento de colonias ha tenido muchas variantes; así, los modelos español o portugués fueron diferentes del inglés, francés, holandés o belga, pero todos ellos se caracterizaron por las formas específicas de explotación económica, opresión política y dominación social con que se ha reforzado la prosperidad de las metrópolis, haciéndolas más aptas para su propia modernización, su desarrollo económico y su industrialización sostenida.
Los modelos clásicos de colonialismo pretenden justificarse como procesos "civilizadores" de gran escala, por haber introducido en sociedades tradicionales formas y roles que supuestamente constituyen elementos revolucionarios de modernización y de trasmisión de cultura. Lo que importa destacar es que las metrópolis, a tiempo de establecer sus fábricas, minas y plantaciones, difundir nuevas lenguas y costumbres, introducir nuevas modalidades de trabajo, implantar técnicas de producción o instalar nuevos medios de transporte o medios de comunicación, estaban "incorporando" sus posesiones coloniales a una economía central, sin preocuparse de lo que efectivamente podrían ganar el territorio ocupado y la población colonizada.
Si bien en la actualidad se derrumba precipitadamente el mundo colonial, todavía son fuertes las relaciones de neocolonialismo que predominan en vastas regiones del planeta.
Esta nueva forma de dominación también es vista como otra modalidad "pedagógica" que sigue el proceso de modernización. Las dependencias económicas y tecnológicas determinan una subordinación casi total del país semicolonial, preservando las apariencias de la independencia política. Los esquemas neocoloniales que se administran desde las metrópolis altamente industrializadas, con el concurso de las empresas transnacionales, facilitan una rígida división internacional del trabajo y una monopolización cada vez mayor del conocimiento científico y técnico, en manos de las potencias imperialistas que asumen el papel de dosificadores del proceso de modernización.
Vías de Modernización
Además de referir los dos tipos de modernización brevemente explicados, conviene tener en cuenta las vías a través de las cuales ha avanzado y avanza este proceso.
Mientras en el siglo XIX predominaban las ideas de evolución y progreso, como esquemas centrales de prosperidad económica, organización social y gobierno político, los países y regiones del mundo en proceso de modernización seguían un ritmo gradual de transformaciones tratando de acercarse, imitativamente, a los sistemas económicos, sociales y políticos de Europa occidental, considerados hasta entonces como modelos de civilización, sin que se perciban con claridad los obstáculos que deben removerse para una efectiva modernización, mismos que se expresan en el atraso, la dependencia y el subdesarrollo, que son inseparables de la expansión del sistema capitalista.
En esta vía, que podría llamarse evolutiva, sobresalieron dos países que pudieron colocarse a la altura de los países europeos en las últimas décadas del siglo pasado y principios del actual, para lograr después superiores niveles de desarrollo, convirtiéndose en verdaderas potencias capitalistas. El primero fue Estados Unidos que, para la Guerra Mundial de 1914, apareció en el escenario internacional como una potencia industrial y económica capaz de establecer su dominio en distintas regiones del planeta, sustituyendo la hegemonía inglesa del siglo pasado. Luego fue Japón el que, modificando sus estructuras feudales en la economía, la sociedad y la política, se convirtió en un país industrializado que para la década de 1930 ya desempeñaba el papel de sociedad moderna competitiva de las existentes, se integró al conjunto de países centrales y participó de las relaciones de dominación que genera el sistema capitalista. Las causas, factores y condiciones de la transformación de estos países no se repitieron en otras latitudes.
La generalidad de los otros países ha seguido la vía de implantación de modos de producción y formas de vida inherentes a las sociedades modernas o "civilizadas". El enorme conjunto de países dependientes ha sufrido, en mayor o menor grado, las consecuencias de dominación que ejerce el sistema capitalista. En la actualidad, una gran mayoría de ellos todavía está incorporada a este sistema bajo diversas modalidades que tipifican su condición colonial o semicolonial, encubierta detrás de una retórica que ha inventado términos como "países subdesarrollados", "atrasados", "periféricos", "proletarios", "demorados", "pobres", "débiles", etc., para atenuar la cruda realidad de pobreza, atraso, desigualdad política, económica, social, cultural y racial en que viven tres cuartas partes de la población del mundo.
Entre las vías de implantación del modo de producción capitalista y el tipo de modernización subordinada hay un nexo, por lo menos en lo que se refiere a la expansión y vigencia del sistema capitalista. Por el nexo de ambos aspectos, los centros hegemónicos -al integrar las economías periféricas bajo su dominio y ampliar el camino del progreso- han convertido el proceso de modernización en un arma de doble filo: por una parte, se han fortalecido, y por otra, han producido un enfrentamiento que se agudiza progresivamente. Tal es el caso de los países exportadores de petróleo y de las metrópolis industrializadas.
El proceso de modernización por esta vía ha permitido a los países centrales o hegemónicos transferir tecnología obsoleta y de poco rendimiento a precios caros, aumentar la deuda externa y descargar los fenómenos inflacionarios en las economías dependientes, utilizando acuerdos internacionales con los que se agudiza la subordinación económica, tecnológica y científica.
Los acuerdos internacionales les son útiles para instrumentar una nueva división internacional del trabajo, en la que tienen mucho que ver las operaciones de las empresas transnacionales, la política ejercida por los organismos internacionales controlados por los centros económicos y la propia política internacional de los países que respaldan a los consorcios.
Coincidente con la división internacional del trabajo aparece la distribución internacional del saber. Los centros hegemónicos son capaces de innovar y desarrollar procedimientos científicos y tecnológicos de asombrosas proyecciones a fin de transformar la naturaleza, crear nuevos bienes y reorganizar la sociedad humana. Al frente de ellos, los países periféricos se debaten en la imposibilidad de afrontar las necesidades más apremiantes para resolver sus problemas económicos, sociales y educativos. Esta situación demuestra que los resultados de la modernización capitalista tienen un precio demasiado alto para los países que han decidido seguir esta vía o que no han tenido hasta ahora opciones diferentes para salir de ella.
Pero éstas no son las únicas vías. Con la consolidación del sistema socialista en el siglo XX, se han abierto nuevas perspectivas que permiten modernizar la sociedad sin reproducir la falsa teoría y la equivocada práctica de la limitación de modelos remotos, ni recorrer la vía de la implantación y la dependencia.
Hoy día es posible realizar profundos cambios en las estructuras inoperantes de sistemas sociales arcaicos y evitar la ruta de modernización capitalista. Son muchos los países que, saliendo de las coordenadas coloniales o semicoloniales en que se desplazaban su sociedad y su economía, pueden conformar modelos no capitalistas de modernización que tienen amplias posibilidades de desarrollo. La experiencia histórica de decenas de pueblos del llamado Tercer Mundo muestra la validez de esta afirmación. Países donde se conservaban sociedades precapitalistas, con formas sociales de organización tribal o con estructuras feudales sacralizadas por profundas reglas religiosas, dieron un salto extraordinario en el camino de la modernización.
En el cuadro general de la modernización se menciona especialmente a los países latinoamericanos. Se indica que ellos ya participaron de este proceso a partir de mediados del siglo XIX, después de que una gran mayoría de ellos obtuvieron su independencia política liquidando en forma definitiva su status colonial. Este hecho, parcialmente verídico, encuentra su contrapartida en el reforzamiento de los actuales mecanismos de dependencia modernizante que, con diferencia de grados, afectan de manera global al subcontinente americano. Tanto los modelos de crecimiento "hacia afuera" como los de crecimiento "hacia adentro" -que son las principales variantes del proceso de modernización en América Latina- no han logrado los objetivos básicos para construir sociedades modernas, industrializadas y soberanas.
En todos los países dependientes, la modernización ha favorecido sólo a ciertos sectores de la producción económica y ha generado lo que las ciencias sociales llaman capitalismo periférico, cuyos rasgos se condensan en las desigualdades sectoriales de la productividad en las economías de enclave, en la imposición de técnicas de producción, en la desigual división internacional del trabajo y del saber, en el predominio del capital extranjero, en la estructura deficitaria de la balanza de pagos, factores todos ellos que condicionan un desarrollo desarticulado, desigual y vulnerable.
Por otra parte, los cambios de la estructura social tienden a beneficiar a determinados sectores minoritarios vinculados al extranjero y a reforzar un poder político subordinado a las decisiones que toman los países centrales, configurando toda una situación histórica que no ha cambiado ni cambiará mientras no se eliminen los mecanismos de la dependencia. América Latina, en mayor o en menor grado, está en la órbita del capitalismo periférico, como resultado de su camino recorrido.
En este capítulo se ha indicado que el proceso de modernización es la tendencia que sigue la sociedad global y que no hay país en el mundo que se sustraiga de ella. Esta afirmación es más válida, desde el momento en que pueden distinguirse las vías capitalista y socialista para lograr las aspiraciones de progreso que son comunes a todos los hombres y en todos los tiempos.
La convicción más generalizada de la actualidad consiste en que vivimos una época nueva, nueva no sólo porque en ella se haya transformado la sociedad, sino también porque la misma sociedad ha ingresado a un nuevo proceso de transformación. Esta continuidad del cambio, de la mutación histórica, de la desaparición de lo viejo y el surgimiento de lo nuevo, es el rasgo dominante de la sociedad moderna, organizada apenas hace dos siglos, pero dotada de tan grande potencialidad innovadora que sus propios logros parecen efímeros ante la realización de otros que se precipitan inconteniblemente.
Entre los inventos mecánicos con que se desató la Revolución Industrial del siglo XVIII y las computadoras que hoy día rigen la producción o resuelven problemas de los viajes interplanetarios, median poco menos de doscientos años. En este lapso, una sociedad tradicional, arcaica y precapitalista se ha transformado en una sociedad moderna, industrializada y en trance de dejar de ser capitalista. Los cambios han sido rápidos, las transformaciones profundas y las mutaciones producida.s han afectado todos los órdenes de la vida social, sin que por ello pueda preverse un estancamiento en las profundas corrientes que impulsan el desarrollo social.
El hábito de vivir entre lo nuevo -nuevos países, nuevos productos, nuevas artes, nuevas ciencias, nuevos sistemas educativos, nuevos medios de transporte, nuevas técnicas, nuevos juegos, nuevas guerras, nuevas políticas, en fin, nuevas maneras de existir- debilita nuestra admiración, nuestro asombro, ante las maravillas que ha descubierto el hombre o ante las cosas que ha creado o que las produce y reproduce a voluntad, siguiendo el ritmo creciente de las necesidades y anhelos de la sociedad. Esta realidad de lo nuevo está inseparablemente unida a los tiempos modernos y ha surgido de la sociedad que se ha formado en ellos.
Cuando se habla de lo moderno, se habla de un concepto meramente cronológico; se olvida que tiene, además, otras significaciones que dependen del contexto en que se sitúa; por ejemplo, no debe confundirse le "época moderna" con una "sociedad moderna", ni con el "proceso de modernización". Son tres conceptos distintos, cuya significación adquiere sentidos muy precisos.
Hasta principios del siglo XX, "lo moderno" tenía una significación marcadamente subjetiva para contrastar costumbres, ideas, creencias, valores y técnicas del pasado, con actitudes y realidades surgidas en el tiempo y que podían considerarse como actuales o nuevas Desde este punto de vista, lo moderno se identificaba con lo nuevo, con lo que era distinto de lo que se había hecho o conocido en épocas pasadas.
En el presente, debido al desarrollo alcanzado por la ciencias sociales, el concepto de lo moderno se ha enriquecido notablemente. La amplitud de su significado permite sostener que se trata no sólo de una apreciación subjetiva, sino también de todo un proceso real y complejo por el que ha atravesado la sociedad humana -por lo menos grandes segmentos de ella-, cambiando sus bases económicas, su estructura social, su organización política, su universo cultural y su ideología e innovando conocimientos científicos y procesos tecnológicos que se utilizan para aprovechar mejor los recursos que ofrece la naturaleza y para transformar la sociedad.
Desde este punto de vista, para los fines de orientación que se persiguen en este libro, interesa que se tengan dos perspectivas para comprender el concepto de lo moderno:
1. Como una categoría cronológica, necesaria y conveniente para diferenciar distintos periodos de la historia mundial.
2. Como una categoría del progreso social que se utiliza para identificar sociedades más o menos complejas que alcanzaron distintos niveles de desarrollo en diferentes áreas del planeta.
Esta caracterización de lo moderno ayudará a comprender mejor el desarrollo de este capitulo, que pretende dar los perfiles más generales de la época y de la sociedad moderna, así como señalar algunos aspectos relativos al proceso de modernización.
El planteamiento escogido contribuirá a precisar el sentido que tienen las discusiones actuales sobre el proceso educativo, mismas que exceden los marcos teórico, filosófico y doctrinario de la rutina discursiva sobre la educación. Este hecho se debe no a que hubiera disminuido el interés de profanos o especialistas por los fundamentos científicos y las implicaciones ideológicas que tiene la educación, sino a la urgencia actual de prestar más atención a factores objetivos y subjetivos que inciden en el proceso educativo o que reflejan las limitaciones y posibilidades de una enseñanza científica, técnica y humanística, requerida por las necesidades del presente.
La época moderna, con sus manifestaciones aparentes y ocultas, es una época pedagógica en que las generaciones pasadas han aprendido a cambiar su concepción del mundo, y la sociedad moderna, penetrada por la ciencia y el desarrollo tecnológico, forma al hombre en la escuela del cambio a fin de que aprenda a producirlo y soportarlo. Una época como la actual en que la economía, la política, la estructura social y la educación constituyen una totalidad abigarrada, no podría ser comprendida con amplitud si no se tuviera en cuenta el intenso, a veces cruento, proceso de modernización por el cual han atravesado, o están atravesando, grandes sectores de la sociedad humana.
Parecería que estos aspectos no tienen importancia en las tareas educativas comunes; sin embargo, su significación es cada vez mayor, pues las ciencias, las tecnologías y las disciplinas humanísticas que se imparten están profundamente arraigadas en la época moderna, cuya vigencia se extiende hasta nosotros a través de un proceso de modernización en que la educación desempeña un papel decisivo.
La Epoca Moderna
Cuando se utiliza el concepto de lo moderno en sentido cronológico, se pueden establecer las diferencias que presentan sucesivas épocas de la historia. Su carácter de categoría cronológica sirve para ordenar distintos periodos de la historia y establecer una secuencia que, comenzando en la antigüedad, atraviesa la Edad Media y llega a la época moderna (siglos XV al XIX) para ingresar a la época contemporánea o actual. De este modo, lo moderno se ha ligado al concepto de época, convirtiéndose en un concepto referencial que relaciona lo viejo con lo nuevo, el pasado con el presente, lo remoto con lo actual.
En este sentido, se puede establecer la comparación de ciencias, artes, técnicas, doctrinas, costumbres, ideas, creencias, etc. Con esta cronología se compara, por ejemplo, la filosofía antigua con la moderna, la ciencia de la antigüedad con la moderna, la física antigua con la moderna, la literatura y el arte de la antigüedad con la literatura y el arte de la época moderna, y así sucesivamente.
La época de mayor impacto para la historia de la sociedad fue, indudablemente, la moderna, porque ésta constituye el hito diferenciador de un pasado humano que se va haciendo cada vez más remoto, por mucho que algunas de sus formas pervivan todavía en determinadas sociedades al lado de formas surgidas del presente dinámico que avanza hacia un futuro desconocido, pero previsible.
Empero, aunque la época moderna se diferencia plenamente de otras anteriores, no ha sido delimitada con precisión. Así, para algunos historiadores comenzó en 1453, para otros en 1492 o simplemente en el siglo XV, y termina (otra vez según unos y otros historiadores) con la Revolución Francesa o en la década de 1840 o en la de 1870. Lo que sigue y se vive desde el siglo XIX hasta el presente se denomina época contemporánea y constituye una fase, la actual, de la época moderna.
Sin embargo, teniendo en consideración otros puntos de vista, puede sostenerse que la época actual tiene características y rasgos específicos que la distinguen de lo que habitualmente se entiende por época moderna.
Los criterios que se han resumido en lo que antecede, apenas enuncian el problema de la periodización de la historia. Son criterios subjetivos que se guían por hechos o procesos significativos, pero no expresan articulaciones decisivas que producen cambios efectivos en el desarrollo social.
Para evitar una cronología ausente de contenido, la época moderna debe ser considerada como el periodo de la sociedad burguesa capitalista y sus siglos límite (XV a XIX), que abarcan su origen y desarrollo hasta cerca de 1870, momento en que la misma sociedad capitalista toma otras formas con el surgimiento de los monopolios, las empresas transnacionales y la aceleración tecnológica. Por tanto, la época actual es la del capitalismo en su fase imperialista, y dentro de ella se produce el surgimiento de la sociedad socialista como una etapa próxima en el desarrollo global de la sociedad. De este modo, la época contemporánea se caracteriza porque en ella coexisten dos sistemas socioeconómicos: el preexistente del capitalismo, formado en la época moderna, y el sistema contemporáneo del socialismo.
La época moderna tiene un significado propio e inconfundible. Su carácter revolucionario se ha traducido en los cambios materiales y espirituales que han transformado tanto el orden colectivo de la vida humana como la existencia personal del individuo. La explicación e interpretación de las causas y consecuencias que produjeron esos cambios varían según los puntos de vista que sostienen los científicos sociales que proceden de distintas escuelas y tendencias; pero, a pesar de sus diferencias, queda el dato cierto y objetivo de que, a partir de esa época, el hombre se forma una nueva concepción del mundo, de la vida humana y de su propio pensamiento, apoyándose en los conocimientos científicos y en la capacidad investigativa que tiene la razón.
El espíritu de una época se manifiesta por el pensamiento que predomina en ella, por los valores que orientan la vida humana y por la conciencia que tiene el hombre del tiempo en que vive. En la época moderna predominan dos grandes corrientes del pensamiento: el racionalismo y el empirismo. Cada una de ellas tiene especial relación con los tipos de ciencias que surgieron y se desarrollaron entre los siglos XVI y XVIII. Así, las ciencias naturales, fundadas en el método experimental, reforzaron las expresiones del pensamiento empirista, en tanto que las ciencias formales, como las matemáticas y la lógica, ayudaron a difundir las corrientes racionalistas.
Las diversas tendencias del pensamiento moderno, incluyendo el empirismo y el racionalismo,están dentro de la lucha que libran las filosofías del idealismo y el materialismo, como dos concepciones secularmente enfrentadas que se oponen no sólo en los dominios teóricos de la concepción de la realidad y el conocimiento científico, sino también en las actividades prácticas, como la moral, la política, etc.
Estas corrientes, aunque opuestas en la fundamentación del origen del conocimiento y en la explicación de la capacidad que tiene el hombre para conocer, no son excluyentes. El propio desarrollo de la ciencia les obligó a borrar sus fronteras y a fundirse en una posición donde la razón y la experiencia constituyen las fuentes únicas del saber humano, cuya prueba definitiva es la práctica.
Si bien en el medievo los ideales de la vida humana estaban subordinados a los valores religiosos, como reflejo de una sociedad estratificada y jerarquizada, en la época moderna se descubrieron nuevos valores que alimentan las artes, la literatura, la política, el derecho, la moral y las demás manifestaciones de la conciencia social. Las nuevas formas de vida que surgen en el desarrollo de la época moderna dieron paso a nuevas expresiones de la belleza natural en el arte, de las pasiones, sentimientos e ideas de los hombres que no se habían expresado, por temor o por vergüenza, en las creaciones artísticas y literarias de la sociedad feudal.
La política, el derecho y la moral son las formas más comprometedoras que se manifiestan en la conciencia social de una época. En este sentido, en los orígenes de la época moderna, los primeros teóricos del estado y del poder político (Bodino, Maquiavelo) emanciparon su pensamiento para estudiar con nuevo criterio los fundamentos, las causas, las relaciones, las prácticas y los fines de la acción política. Con el despliegue de la época surgieron los clásicos del pensamiento político y jurídico para dejar teorías nuevas sobre la democracia directa (Rousseau), el estado representativo (Locke y Montesquieu), el estado totalitario (Hobbes), el socialismo utópico (Proudhon) y el socialismo científico (Marx), en obras incorporadas definitivamente al acervo cultural de la humanidad.
La Reforma protestante y el desarrollo del sistema capitalista contribuyeron enormemente a formar la moral burguesa, caracterizada sobre todo por la afirmación de los intereses individualistas. De este modo, en la época moderna surgirá una moral que aspire a despojarse de todo dogma y que se atenga sólo a las determinaciones de la conciencia personal.
La época moderna, en sus grandes lineamientos, estuvo dominada por la idea de un orden natural, regido por leyes eternas e inmutables y que podían ser conocidas por la razón humana. Estas leyes, increadas e indestructibles, rigen la marcha de los cielos, están presentes en las transformaciones de la naturaleza, regulan la sociedad civil, son inquebrantables y por ello constituyen la garantía del perfeccionamiento y la evolución de la vida humana.
Esta visión del mundo tuvo que producir optimismo en la burguesía, clase en ascenso y después dominante en la época. Bajo el gobierno de la razón, las posibilidades de democratizar la sociedad cambiando un orden de privilegios e injusticias por otro de libertad e igualdad,para la clase ascendente, estaban abiertas. El desmedido interés de los empresarios y las insaciables necesidades de los productores podían encontrar solución en la ley de la oferta y la demanda, en la acción espontánea del mercado. Los secretos de la naturaleza caerían como velos rasgados por una mano invisible ante el poder de la ciencia. El hombre, acicateado por su sed de progreso, encontraría en la técnica el instrumento con que no sólo transformaría la naturaleza, sino que además llegaría a producir un mundo nuevo de objetos y bienes para su felicidad.
Pero los sueños racionalistas de la época moderna tuvieron que tropezar con el desarrollo real de una sociedad que, apoyándose en el optimismo estimulado por la ciencia, la técnica y el modo de producción capitalista, se hacia más compleja, más difícil y, al mismo tiempo, más rica en oportunidades para las realizaciones humanas.
La Sociedad Moderna
El significado de lo moderno es distinto cuando se da a este concepto el sentido de una categoría del progreso social. En este caso, la atractiva resonancia de su significación cronológica, útil para acumular un conocimiento erudito de formas de vida y comparar expresiones culturales del pasado, se pierde como un eco en la distancia. En su lugar surge una realidad que se construye con el formidable concurso de nuevas fuerzas históricas que cambian la base económica de la sociedad, modifican la estructura social, crean distintas formas de organización política, generan nuevas ideologías y utilizan la ciencia y la técnica para satisfacer crecientes necesidades de diverso tipo con el fin consciente de acelerar la evolución social. Esta nueva realidad se llama sociedad moderna.
La época moderna, en su análisis concreto, se identifica con el surgimiento y desarrollo de la sociedad capitalista. Su proceso complejo, explicable sólo por la variedad de fenómenos concurrentes que pudieron presentarse en esa época y no en otra, prueba que no hay épocas vacías, sino que ellas representan lo que son sus sociedades. Con el riesgo de llegar a los extremos del esquematismo, pueden resumirse los siguientes aspectos históricos en la consolidación de las sociedades modernas.
1. Toda sociedad reconocida como moderna ha transformado formas tradicionales de vida mediante una poderosa y efectiva movilización social que, en algunos países, comenzó a ocurrir en los siglos XVI, XVII y XVIII, en tanto que para otros empezo a producirse apenas en las últimas décadas. Esto quiere decir que las sociedades modernas, aunque tienen un origen identificable en el tiempo, no son simultáneas y se van formando a lo largo de los últimos tres siglos.
2. En las sociedades modernas está presente el proceso de industrialización. En muchos países europeos, la Revolución Industrial del siglo XVIII y su expansión en el siglo XIX han sido factores de decisiva importancia para que dejen de ser sociedades tradicionales (en el caso europeo, feudales) y se conviertan en sociedades modernas.
3. Simultáneo al surgimiento de la sociedad moderna se da la aparición, el desarrollo y la crisis del sistema capitalista; por ello, podría afirmarse que el sistema capitalista se identifica, en su vigencia histórica, con la aparición y desarrollo de la sociedad moderna.
4. En el proceso de cambios económicos y sociales que comporta el surgimiento de la sociedad moderna capitalista, aparecen nuevas clases sociales. Toda sociedad capitalista es una sociedad de clases y, de ellas, las más importantes son la burguesía y el proletariado, coexistiendo con ellas los terratenientes, la pequeña burguesía y los campesinos. En toda estructura social de la sociedad moderna se encuentran las discutidas clases medias.
5. El que las sociedades modernas tengan rasgos comunes (movilización social, industrialización, estructura clasista y participación en la formación del sistema capitalista, por lo menos en los siglos XVIII, XIX y parte del XX) no quiere decir que sean homogéneas y mucho menos idénticas. Son diferentes por los proyectos históricos que realizaron y realizan.
6. En la sociedad moderna aparecen nuevas formas de organización política. El estado, con un fuerte poder centralizado y con una base territorial definida, es el marco imprescindible en el que se realiza el proceso de transformaciones económicas, sociales y culturales de la sociedad moderna.
7. El estado moderno, en su perspectiva histórica, es el estado nacional. Su naturaleza clasista se expresa en el dominio político que ejerce una clase social determinada, la burguesía, sobre las otras clases existentes. De este modo, surge el estado moderno como un elemento esencial del sistema capitalista, para desarrollar el proyecto de la burguesía.
8. Las sociedades modernas, con mayor o menor participación del estado, según las etapas del desarrollo capitalista, para industrializarse, han requerido y requerirán inevitablemente la incorporación de la técnica y de la ciencia al proceso de la producción material.
9. En el plano ideológico, las sociedades modernas generan ideas, representaciones y valores diferentes de los que prevalecían en las sociedades feudales y precapitalistas. Los cambios habidos en la concepción del universo, en la explicación del origen y fundamento del poder político, en la explotación económica y social, y en las relaciones sociales competitivas que culminan con el individualismo, constituyen el fondo de la ideología de una clase moderna y dominante: la burguesía.
10. Las sociedades modernas han revolucionado los sistemas de transporte, los medios de comunicación y las técnicas de información. Esta colosal transformación permite desplazar gigantescas plantas industriales y monumentales equipos técnicos, distribuir la producción material, acelerar procesos migratorios de gran escala, movilizar ejércitos de millones de hombres. Los medios de comunicación masiva, unidos a la técnica científica de información, son imprescindibles para el gobierno político y para establecer el consenso social e ideológico.
11. El desarrollo de la educación y de la cultura se convierte en un componente dinámico de consolidación de las sociedades modernas. Tanto la educación como la cultura tiene un carácter de clase y se las impulsa para difundir masivamente las concepciones ideológicas dominantes con un esfuerzo, a veces sistemático, de ligar sus significados con el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Las sociedades modernas tienen rasgos comunes; por sus componentes materiales y por sus niveles de desarrollo son similares entre sí, pero no idénticas; sus diferencias son notorias por sus sistemas de vida, por los regímenes socioeconómicos en que se sustentan y por los proyectos históricos que aspiran a consolidar o establecer.
La versión más completa de una sociedad moderna es la sociedad industrializada. Las semejanzas de las grandes potencias son obvias cuando se comparan, por ejemplo, los componentes del proceso productivo de Estados Unidos, Japón y la Unión Soviética. También se encuentran semejanzas y rasgos comunes al examinar los niveles de desarrollo de Inglaterra, Francia y Alemania Democrática, pero esto no quiere decir que sean iguales o idénticas, aunque los sistemas a que pertenecen sean frutos de la época moderna.
La imagen paradigmática de la sociedad moderna en el capitalismo o en el socialismo tiene rasgos específicos. Así, en cuanto a su desarrollo económico, la sociedad moderna emplea fuentes de energía de alto potencial y una tecnología avanzada en todas las ramas de la producción económica, cuenta con recursos institucionales y humanos apropiados para crear y asimilar permanentes innovaciones tecnológicas, dispone de una producción diversificada en la que predomina la producción industrial sobre el sector primario, tiene industrias de bienes de capital y bienes de consumo, estimula una alta productividad del trabajo, y tiene independencia en el funcionamiento de su comercio exterior.
En cuanto a su régimen político, la sociedad moderna se caracteriza por disponer de un estado racional y eficientemente organizado por la participación de grandes sectores mayoritarios de su población en las decisiones políticas, y por la capacidad estatal de establecer y ejecutar la planificación económica y social. Esta característica es particularmente importante en las sociedades modernas del socialismo.
En cuanto a la estructura de la sociedad, las diferencias son notorias entre las sociedades socialistas y las capitalistas, pues las primeras, para ser tales, han tenido que atravesar por un proceso de revolución social, en el que ha desaparecido la estructura de clases del sistema capitalista al abolirse la propiedad privada sobre los medios de producción y al eliminarse las formas de explotación que derivan de ella.
Si bien éste es el aspecto más importante para diferenciar las sociedades modernas, desarrolladas e industrializadas de uno y otro sistema, en ambos sistemas ha surgido un impresionante aparato burocrático que tiene a su cargo el funcionamiento del estado y la dirección de la economía. Este elemento común, más las formas de industrialización y el desarrollo de la revolución tecnocientífica de la época actual, son factores que preocupan a las ciencias sociales del presente para formular una hipótesis de la convergencia de los dos sistemas, hipótesis de muy difícil confirmación, pero que podría tenerse en cuenta como una expresión del antiguo aforismo latino extrema se tangunt (los extremos se tocan).
El Proceso de Modernización
Los innumerables cambios que ocurren en una sociedad para que ésta se convierta en moderna constituyen lo que se llama proceso de modernización. En la época actual, es la tendencia global que siguen todas las sociedades del mundo y puede afirmarse, casi con absoluta certeza, que no hay país que se sustraiga de esta corriente.
Sin tener en cuenta, por el momento, los tipos y vías de modernización que ha experimentado la sociedad, puede afirmarse que la lucha por lograrla es el empeño fundamental de la época actual y se ha convertido en la aspiración dominante de los pueblos, en un "tipo especial de esperanza". La complejidad del proceso de modernización y las distintas formas que ha adoptado, siguiendo las peculiaridades históricas y estructurales de una sociedad u otra, implica, en el fondo, el eslabonamiento de tres aspectos inseparables: el desarrollo económico, los cambios estructurales de la sociedad y la vigencia real de formas políticas de gobierno que satisfagan las metas del desarrollo económico y social.
La concurrencia simultánea de estos aspectos implica que los mismos actúan de manera congruente. Así, el desarrollo económico no se da exclusivamente por la acción espontánea de los factores económicos de la producción y la distribución, sino que a él concurren decisiones políticas que consideran los niveles de participación de los distintos sectores de la estructura social.
El proceso de modernización, al producir una gran movilización social, acelerar la urbanización, abatir los índices de mortalidad, aumentar el promedio de vida, modificar la estructura familiar y del parentesco, ampliar los servicios públicos, perfeccionar los sistemas de comunicación, o -para decirlo brevemente- al desatar una "revolución de las aspiraciones", no borra las diferencias ni suprime los conflictos de clase, sino que puede avivar las contradicciones de clase en los conflictos económicos, ideológicos y políticos, especialmente en la modernización de tipo capitalista.
Determinadas sociedades tienen la capacidad de impulsar este proceso, porque los factores internos que actúan dentro de ellas son lo suficientemente dinámicos y fuertes para pasar de formas y de niveles inferiores de producción económica y de organización social, de tecnologías tradicionales, de anacrónicas estructuras del poder político, de sistemas jurídicos y de servicios públicos obsoletos, a formas y niveles nuevos y superiores con que la sociedad, desde los puntos de vista teórico y concreto, pueda ostentar, disponer y disfrutar de una abundacia de bienes y servicios.
Este tipo de modernización podría llamarse autónomo o central y corresponde a aquellos países altamente industrializados que han alcanzado un notable grado de desarrollo. Para ellos, la modernización es la continuación del estado de modernidad en que se encuentran; en consecuencia, no les significa sacrificios excesivos ni trastornos drásticos. Empero, el hecho de que tengan capacidad propia para impulsar este proceso, no quiere decir que sean países que se hubieran desarrollado "fuera" de toda relación con los demás; por el contrario, en su historia económica, social y política se encuentran largos períodos, que han durado décadas y siglos, en los que ejercieron dominación colonial sobre otros territorios y países. La riqueza intercambiada les produjo enormes beneficios y los excedentes extraídos de ultramar multiplicaron sus posibilidades de desarrollo. Los países centrales modernos obtuvieron, en el fondo, sus niveles actuales combinando su capacidad interna con diversas formas de dominación colonial y neocolonial.
Otras sociedades participan del proceso de modernización por la acción que ejercen sobre ellas los sistemas socioeconómicos existentes o los países cercanos o distantes. En este caso, se percibe con nitidez una incorporación de sociedades tradicionales (no modernas) a los mecanismos de dominación y dependencia, generados por el sistema capitalista en expansión durante los últimos siglos. Para muchas de ellas, los cambios han sido drásticos, han demandado un esfuerzo considerable para atender sus necesidades y, en muchos casos, les ha significado una subordinación completa de su economía, de su política, de su cultura y de su individualidad histórica.
Esta subordinación adquiere caracteres nítidos a través del colonialismo, considerado como una fase histórica en que se universaliza la modernización. La incorporación violenta o pacífica de distintas sociedades a este proceso produce efectos contradictorios en los que pesan más los aspectos negativos. El establecimiento de colonias ha tenido muchas variantes; así, los modelos español o portugués fueron diferentes del inglés, francés, holandés o belga, pero todos ellos se caracterizaron por las formas específicas de explotación económica, opresión política y dominación social con que se ha reforzado la prosperidad de las metrópolis, haciéndolas más aptas para su propia modernización, su desarrollo económico y su industrialización sostenida.
Los modelos clásicos de colonialismo pretenden justificarse como procesos "civilizadores" de gran escala, por haber introducido en sociedades tradicionales formas y roles que supuestamente constituyen elementos revolucionarios de modernización y de trasmisión de cultura. Lo que importa destacar es que las metrópolis, a tiempo de establecer sus fábricas, minas y plantaciones, difundir nuevas lenguas y costumbres, introducir nuevas modalidades de trabajo, implantar técnicas de producción o instalar nuevos medios de transporte o medios de comunicación, estaban "incorporando" sus posesiones coloniales a una economía central, sin preocuparse de lo que efectivamente podrían ganar el territorio ocupado y la población colonizada.
Si bien en la actualidad se derrumba precipitadamente el mundo colonial, todavía son fuertes las relaciones de neocolonialismo que predominan en vastas regiones del planeta.
Esta nueva forma de dominación también es vista como otra modalidad "pedagógica" que sigue el proceso de modernización. Las dependencias económicas y tecnológicas determinan una subordinación casi total del país semicolonial, preservando las apariencias de la independencia política. Los esquemas neocoloniales que se administran desde las metrópolis altamente industrializadas, con el concurso de las empresas transnacionales, facilitan una rígida división internacional del trabajo y una monopolización cada vez mayor del conocimiento científico y técnico, en manos de las potencias imperialistas que asumen el papel de dosificadores del proceso de modernización.
Vías de Modernización
Además de referir los dos tipos de modernización brevemente explicados, conviene tener en cuenta las vías a través de las cuales ha avanzado y avanza este proceso.
Mientras en el siglo XIX predominaban las ideas de evolución y progreso, como esquemas centrales de prosperidad económica, organización social y gobierno político, los países y regiones del mundo en proceso de modernización seguían un ritmo gradual de transformaciones tratando de acercarse, imitativamente, a los sistemas económicos, sociales y políticos de Europa occidental, considerados hasta entonces como modelos de civilización, sin que se perciban con claridad los obstáculos que deben removerse para una efectiva modernización, mismos que se expresan en el atraso, la dependencia y el subdesarrollo, que son inseparables de la expansión del sistema capitalista.
En esta vía, que podría llamarse evolutiva, sobresalieron dos países que pudieron colocarse a la altura de los países europeos en las últimas décadas del siglo pasado y principios del actual, para lograr después superiores niveles de desarrollo, convirtiéndose en verdaderas potencias capitalistas. El primero fue Estados Unidos que, para la Guerra Mundial de 1914, apareció en el escenario internacional como una potencia industrial y económica capaz de establecer su dominio en distintas regiones del planeta, sustituyendo la hegemonía inglesa del siglo pasado. Luego fue Japón el que, modificando sus estructuras feudales en la economía, la sociedad y la política, se convirtió en un país industrializado que para la década de 1930 ya desempeñaba el papel de sociedad moderna competitiva de las existentes, se integró al conjunto de países centrales y participó de las relaciones de dominación que genera el sistema capitalista. Las causas, factores y condiciones de la transformación de estos países no se repitieron en otras latitudes.
La generalidad de los otros países ha seguido la vía de implantación de modos de producción y formas de vida inherentes a las sociedades modernas o "civilizadas". El enorme conjunto de países dependientes ha sufrido, en mayor o menor grado, las consecuencias de dominación que ejerce el sistema capitalista. En la actualidad, una gran mayoría de ellos todavía está incorporada a este sistema bajo diversas modalidades que tipifican su condición colonial o semicolonial, encubierta detrás de una retórica que ha inventado términos como "países subdesarrollados", "atrasados", "periféricos", "proletarios", "demorados", "pobres", "débiles", etc., para atenuar la cruda realidad de pobreza, atraso, desigualdad política, económica, social, cultural y racial en que viven tres cuartas partes de la población del mundo.
Entre las vías de implantación del modo de producción capitalista y el tipo de modernización subordinada hay un nexo, por lo menos en lo que se refiere a la expansión y vigencia del sistema capitalista. Por el nexo de ambos aspectos, los centros hegemónicos -al integrar las economías periféricas bajo su dominio y ampliar el camino del progreso- han convertido el proceso de modernización en un arma de doble filo: por una parte, se han fortalecido, y por otra, han producido un enfrentamiento que se agudiza progresivamente. Tal es el caso de los países exportadores de petróleo y de las metrópolis industrializadas.
El proceso de modernización por esta vía ha permitido a los países centrales o hegemónicos transferir tecnología obsoleta y de poco rendimiento a precios caros, aumentar la deuda externa y descargar los fenómenos inflacionarios en las economías dependientes, utilizando acuerdos internacionales con los que se agudiza la subordinación económica, tecnológica y científica.
Los acuerdos internacionales les son útiles para instrumentar una nueva división internacional del trabajo, en la que tienen mucho que ver las operaciones de las empresas transnacionales, la política ejercida por los organismos internacionales controlados por los centros económicos y la propia política internacional de los países que respaldan a los consorcios.
Coincidente con la división internacional del trabajo aparece la distribución internacional del saber. Los centros hegemónicos son capaces de innovar y desarrollar procedimientos científicos y tecnológicos de asombrosas proyecciones a fin de transformar la naturaleza, crear nuevos bienes y reorganizar la sociedad humana. Al frente de ellos, los países periféricos se debaten en la imposibilidad de afrontar las necesidades más apremiantes para resolver sus problemas económicos, sociales y educativos. Esta situación demuestra que los resultados de la modernización capitalista tienen un precio demasiado alto para los países que han decidido seguir esta vía o que no han tenido hasta ahora opciones diferentes para salir de ella.
Pero éstas no son las únicas vías. Con la consolidación del sistema socialista en el siglo XX, se han abierto nuevas perspectivas que permiten modernizar la sociedad sin reproducir la falsa teoría y la equivocada práctica de la limitación de modelos remotos, ni recorrer la vía de la implantación y la dependencia.
Hoy día es posible realizar profundos cambios en las estructuras inoperantes de sistemas sociales arcaicos y evitar la ruta de modernización capitalista. Son muchos los países que, saliendo de las coordenadas coloniales o semicoloniales en que se desplazaban su sociedad y su economía, pueden conformar modelos no capitalistas de modernización que tienen amplias posibilidades de desarrollo. La experiencia histórica de decenas de pueblos del llamado Tercer Mundo muestra la validez de esta afirmación. Países donde se conservaban sociedades precapitalistas, con formas sociales de organización tribal o con estructuras feudales sacralizadas por profundas reglas religiosas, dieron un salto extraordinario en el camino de la modernización.
En el cuadro general de la modernización se menciona especialmente a los países latinoamericanos. Se indica que ellos ya participaron de este proceso a partir de mediados del siglo XIX, después de que una gran mayoría de ellos obtuvieron su independencia política liquidando en forma definitiva su status colonial. Este hecho, parcialmente verídico, encuentra su contrapartida en el reforzamiento de los actuales mecanismos de dependencia modernizante que, con diferencia de grados, afectan de manera global al subcontinente americano. Tanto los modelos de crecimiento "hacia afuera" como los de crecimiento "hacia adentro" -que son las principales variantes del proceso de modernización en América Latina- no han logrado los objetivos básicos para construir sociedades modernas, industrializadas y soberanas.
En todos los países dependientes, la modernización ha favorecido sólo a ciertos sectores de la producción económica y ha generado lo que las ciencias sociales llaman capitalismo periférico, cuyos rasgos se condensan en las desigualdades sectoriales de la productividad en las economías de enclave, en la imposición de técnicas de producción, en la desigual división internacional del trabajo y del saber, en el predominio del capital extranjero, en la estructura deficitaria de la balanza de pagos, factores todos ellos que condicionan un desarrollo desarticulado, desigual y vulnerable.
Por otra parte, los cambios de la estructura social tienden a beneficiar a determinados sectores minoritarios vinculados al extranjero y a reforzar un poder político subordinado a las decisiones que toman los países centrales, configurando toda una situación histórica que no ha cambiado ni cambiará mientras no se eliminen los mecanismos de la dependencia. América Latina, en mayor o en menor grado, está en la órbita del capitalismo periférico, como resultado de su camino recorrido.
En este capítulo se ha indicado que el proceso de modernización es la tendencia que sigue la sociedad global y que no hay país en el mundo que se sustraiga de ella. Esta afirmación es más válida, desde el momento en que pueden distinguirse las vías capitalista y socialista para lograr las aspiraciones de progreso que son comunes a todos los hombres y en todos los tiempos.
Del libro La Educación como
Proceso Conectivo de la Sociedad,
la Ciencia, la Tecnología y la Política,
de Mario Miranda Pacheco.
México: Ed. Trillas 1 978,
pp. 36-48.
Proceso Conectivo de la Sociedad,
la Ciencia, la Tecnología y la Política,
de Mario Miranda Pacheco.
México: Ed. Trillas 1 978,
pp. 36-48.
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