Ante el incremento de organismos genéticamente modificados (OGM) disponibles, es necesario desarrollar esta tecnología de manera segura: identificar peligros, prevenir y evitar accidentes y mitigarlos en caso de que hubiera alguna consecuencia, aseguró en la UNAM, la especialista Sol Ortiz García.
La integrante de la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados (CIBIOGEM) –integrada por diversas secretarías de Estado–, expuso en el auditorio del Jardín Botánico del Instituto de Biología de esta casa de estudios que, para ello, se requieren herramientas legales y metodológicas.
Un OGM posee una combinación nueva de material genético que ha sido obtenida mediante técnicas biotecnológicas modernas y procesos in vitro en los ácidos nucleicos que no incluyen cruza y selección tradicionales, añadió.
El principal reto en la regulación en este ámbito, señaló, es la incertidumbre: hay aspectos que se saben; un universo de otros que no se conocen, pero que se tienen identificados, y otros más, de los que se ignora por completo. Por ello, el acercamiento a esa tecnología debe ser precautorio.
En el Seminario Los OGM y los retos para su regulación, dijo que estas cuestiones representan un desafío complicado para su empleo. Algunas de ellas ya están planteadas en las regulaciones y se refieren a cómo decidir si se autoriza el consumo de un OGM; los permisos de liberación al ambiente; el monitoreo; la responsabilidad y la compensación por daños; la regulación del movimiento transfronterizo de productos; el etiquetado; la determinación de los centros de origen y de la diversidad genética, entre otros.
Antes, la experta recordó que esta tecnología no es nueva, pues la aplicación en medicina tiene más de 25 años, cuando se aprobó el primer uso de un transgénico para la salud humana: una bacteria recombinante con un gen de la insulina, que permitió obtener este producto con mayor facilidad.
Entre las características que se introducen en los cultivos genéticamente modificados, se hallan la resistencia a patógenos y plagas, la tolerancia a herbicidas, la calidad nutritiva y la larga vida de anaquel, agregó.
La proporción de OGM que se siembran comercialmente se ha incrementado a lo largo de los años y, en los últimos, en especial, en naciones en desarrollo. La nación que más transgénicos cultiva es Estados Unidos, con el 54.6 por ciento del total mundial, seguido de Argentina, Brasil, Canadá, India y China. México siembra menos y la tecnología es, hasta cierto punto, experimental, informó.
Los principales cultivos a escala mundial son la soya, el algodón, la canola y el maíz. En el primer caso, más de 50 por ciento es ya genéticamente modificado. De ahí, la importancia de la bioseguridad, explicó Ortiz.
La idea de regular los OGM inició en la conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, donde se plantearon programas para proteger el entorno y mantener un crecimiento económico sustentable.
De esta forma, se generó la Agenda 21, donde se reconoce que la biotecnología puede hacer una contribución importante a la resolución de problemas, pero debido a que sus aplicaciones no tienen precedente, es necesario aplicarla con cuidado y generar protocolos de evaluación y análisis de riesgo, aseveró.
En principio, manifestó, se modifica un gen que produce una proteína que se expresará y que no tendría mayores consecuencias; pero hay interacciones entre genes y si se modifica la expresión de uno, puede haber consecuencias en las redes genéticas que aún no se conoce cabalmente cómo funcionan.
Entre la gente, la tecnología del ADN se percibe como “desconocida”; muchos no están familiarizados con el significado de “mover genes”, y observan esta práctica como más riesgosa que usar pesticidas, abundó.
Al hablar del maíz, expresó que México no es autosuficiente en la obtención de ese grano. Se producen más de 20 millones de toneladas al año, pero se importan alrededor de seis o siete millones más de maíz amarillo de EU que, a su vez, ha incrementado su producción de plantas genéticamente modificadas.
De ese modo, del total del maíz producido en 2007 en el vecino del norte, el 73 por ciento fue transgénico. En el caso del algodón la cifra fue del 87 por ciento y en la soya, de 91 por ciento. En tanto, en nuestra nación se cultiva maíz en todo el territorio y eso dificulta el control de las posibles liberaciones intencionales o ilícitas.
Cada día en el territorio se consumen más de siete mil productos que contienen glucosa, almidón o alta fructuosa, obtenidos de esa gramínea. Además, ese cultivo tiene gran valor cultural y religioso en la sociedad. Aquí, hay de 40 a 60 razas de esa planta y somos el centro de diversificación y de origen.
La frecuencia de transgenes en maíces criollos, con la toma de muestras en zonas de Oaxaca, es baja y se puede deber a que hace años, en las comunidades, hubo una alerta y se tomaron acciones como no adquirir semillas de fuera y no sembrar las de origen desconocido, concluyó Ortiz.
La integrante de la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados (CIBIOGEM) –integrada por diversas secretarías de Estado–, expuso en el auditorio del Jardín Botánico del Instituto de Biología de esta casa de estudios que, para ello, se requieren herramientas legales y metodológicas.
Un OGM posee una combinación nueva de material genético que ha sido obtenida mediante técnicas biotecnológicas modernas y procesos in vitro en los ácidos nucleicos que no incluyen cruza y selección tradicionales, añadió.
El principal reto en la regulación en este ámbito, señaló, es la incertidumbre: hay aspectos que se saben; un universo de otros que no se conocen, pero que se tienen identificados, y otros más, de los que se ignora por completo. Por ello, el acercamiento a esa tecnología debe ser precautorio.
En el Seminario Los OGM y los retos para su regulación, dijo que estas cuestiones representan un desafío complicado para su empleo. Algunas de ellas ya están planteadas en las regulaciones y se refieren a cómo decidir si se autoriza el consumo de un OGM; los permisos de liberación al ambiente; el monitoreo; la responsabilidad y la compensación por daños; la regulación del movimiento transfronterizo de productos; el etiquetado; la determinación de los centros de origen y de la diversidad genética, entre otros.
Antes, la experta recordó que esta tecnología no es nueva, pues la aplicación en medicina tiene más de 25 años, cuando se aprobó el primer uso de un transgénico para la salud humana: una bacteria recombinante con un gen de la insulina, que permitió obtener este producto con mayor facilidad.
Entre las características que se introducen en los cultivos genéticamente modificados, se hallan la resistencia a patógenos y plagas, la tolerancia a herbicidas, la calidad nutritiva y la larga vida de anaquel, agregó.
La proporción de OGM que se siembran comercialmente se ha incrementado a lo largo de los años y, en los últimos, en especial, en naciones en desarrollo. La nación que más transgénicos cultiva es Estados Unidos, con el 54.6 por ciento del total mundial, seguido de Argentina, Brasil, Canadá, India y China. México siembra menos y la tecnología es, hasta cierto punto, experimental, informó.
Los principales cultivos a escala mundial son la soya, el algodón, la canola y el maíz. En el primer caso, más de 50 por ciento es ya genéticamente modificado. De ahí, la importancia de la bioseguridad, explicó Ortiz.
La idea de regular los OGM inició en la conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, donde se plantearon programas para proteger el entorno y mantener un crecimiento económico sustentable.
De esta forma, se generó la Agenda 21, donde se reconoce que la biotecnología puede hacer una contribución importante a la resolución de problemas, pero debido a que sus aplicaciones no tienen precedente, es necesario aplicarla con cuidado y generar protocolos de evaluación y análisis de riesgo, aseveró.
En principio, manifestó, se modifica un gen que produce una proteína que se expresará y que no tendría mayores consecuencias; pero hay interacciones entre genes y si se modifica la expresión de uno, puede haber consecuencias en las redes genéticas que aún no se conoce cabalmente cómo funcionan.
Entre la gente, la tecnología del ADN se percibe como “desconocida”; muchos no están familiarizados con el significado de “mover genes”, y observan esta práctica como más riesgosa que usar pesticidas, abundó.
Al hablar del maíz, expresó que México no es autosuficiente en la obtención de ese grano. Se producen más de 20 millones de toneladas al año, pero se importan alrededor de seis o siete millones más de maíz amarillo de EU que, a su vez, ha incrementado su producción de plantas genéticamente modificadas.
De ese modo, del total del maíz producido en 2007 en el vecino del norte, el 73 por ciento fue transgénico. En el caso del algodón la cifra fue del 87 por ciento y en la soya, de 91 por ciento. En tanto, en nuestra nación se cultiva maíz en todo el territorio y eso dificulta el control de las posibles liberaciones intencionales o ilícitas.
Cada día en el territorio se consumen más de siete mil productos que contienen glucosa, almidón o alta fructuosa, obtenidos de esa gramínea. Además, ese cultivo tiene gran valor cultural y religioso en la sociedad. Aquí, hay de 40 a 60 razas de esa planta y somos el centro de diversificación y de origen.
La frecuencia de transgenes en maíces criollos, con la toma de muestras en zonas de Oaxaca, es baja y se puede deber a que hace años, en las comunidades, hubo una alerta y se tomaron acciones como no adquirir semillas de fuera y no sembrar las de origen desconocido, concluyó Ortiz.
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