Vocación de pirómanos. Ayer, por salvarles el alma, los antecesores de Ratzinger quemaban a las mujeres un cuerpo que previamente habíanles torturado a lo bestial. Hoy, el inquisidor disfrazado de Benedicto les deja intacto el cuerpo, pero su alma la condena a las llamas del fuego eterno. Esto, a las insensatas que osan declararse dueñas de su propio cuerpo. Vade retro! Decíamos ayer: la tortura como forma de indagar la verdad o “legalizar” la mentira. Yo, por explicarme el horror que me provoca la lectura del documento que describe el tormento que el “Santo Oficio aplicó a alguna anónima infeliz, recordé haber escuchado cintas magnetofónicas con las últimas sesiones de maltrato físico que torturadores del Reclusorio Norte aplicaron a un detenido (Ricardo López) a quien forzaban a declararse secuestrador (y asesino, posiblemente) de un menor de edad. El joven falleció en la tortura, y el crimen permanece, hasta hoy, impune. Es México.
La sacudida que experimenté al escuchar frases jadeantes, entrecortadas, reiterativas, con que el joven contestaba a su torturador, la padecí una vez más al transcribir para todos ustedes la crónica, el testimonio electrizante de la sesión de tormento que en alguna de las cámaras de la apodada “santa” Inquisición aplicaron a cierta desdichada (a la que voces anónimas habían acusado de judaizante) el fraiIle dominico y sus torturadores, esto en la España del “santo” Oficio, la del siglo XVI. Ayer dije: de que a alguno, en leyendo este horror, se le amargue la saliva, es cosa de imaginación, de sensibilidad, porque el testimonio… espeluznante:
Ordenaron entonces que la pusieran en el potro. Dijo ella:
“Señores, ¿por qué no queréis decirme lo que tengo que decir? Señor, ponme en el suelo… ¿acaso no he dicho lo que hice, todo?” Le ordenaron que lo dijese. Dijo: “No me acuerdo… sacadme de aquí…, hice lo que dicen los testigos. Señores, soltadme, pues no me acuerdo”.
Le ordenaron que dijese. Ella dijo: “No lo sé. Oh oh me están desplazando… he dicho lo que hice… soltadme”. Le ordenaron que lo dijese. Ella dijo: “Señores, de nada me sirve decir que lo hice, y he reconocido que lo que he hecho me ha traído estos sufrimientos… Señor, tú conoces la verdad… Señores, por el amor de Dios, tened piedad de mí. Oh Señor, quita estas cosas de mis brazos… Señor, suéltame, me están matando”.
La ataron en el potro con las cuerdas, la instaron a decir la verdad y ordenaron que apretasen los garrotes. Ella dijo: “Señor, ¿no veis cómo esta gente me está matando? Señor, lo hice., por el amor de Dios, suéltame”. Le ordenaron que lo dijera. Dijo: “Señor, recuérdame qué decir. Señores, tened piedad de mí…, lo hice., sacadme de aquí y recordaré lo que aquí no puedo”.
Le dijeron que dijese la verdad o apretarían las cuerdas. Dijo ella: “Recordadme lo que tengo que decir porque no lo sé… Dije que no quería comerla… Sólo sé que no quise comer carne Esto lo repitió muchas veces. Le ordenaron que dijese por qué no quiso comerla. Dijo ella: “Por la razón que dicen testigos… no sé como decirlo… desdichada de mí que no sé cómo decirlo. Digo que lo hice y Dios mío, ¿cómo puedo decirlo?” Luego dijo que, como no lo hizo, ¿cómo podría decirlo? “No quieren escucharme.., esta gente quiere matarme… soltadme y diré la verdad”. De nuevo la exhortación a decirla verdad. Dijo: “Lo hice, no sé cómo lo hice…, lo hice por lo que dicen los testigos… soltadme… he perdido el juicio y no sé cómo decirlo… me están arrancando el alma., ordénales que me suelten., hice lo que dice la Ley”.
Le preguntaron qué Ley. dijo: “La Ley que dicen los testigos… lo declaro todo… oh desgraciada madre que me parió” (…) Ordenaron dar otra vuelta a los garrotes y la exhortación a decir que Ley era. Dijo ella: “Si supiera qué decir, lo diría ¡Oh, mi corazón! ¡Oh Señor, me están matando..!”
Le dijeron que si deseaba decir la verdad antes de que le echase el agua, que lo hiciera y así descargaría su conciencia Ella dijo que no podía hablar y que era una pecadora Luego colocaron en su garganta la toca (embudo) de lienzo y ella dijo: “Quitádmelo, que me estoy asfixiando y se me revuelve el estómago”. Entonces vertieron una jarra de agua Ella pidió a gritos confesarse diciendo que estaba muriendo. Le dijeron que la tortura continuaría hasta que dijese la verdad, pero aunque la interrogaron repentinamente ella habla quedado silenciosa…”
A esto quería llegar. Mis valedores: ¿alguno se habla con Norberto Rivera, cardenal de la Iglesia Católica? De ser así, ¿quiere mostrarle esta crónica y ya que la lea preguntarle si en un oficio santo como excretor de excomuniones no añora los métodos del “Santo” Oficio? Porque motivos para la añoranza ahí están ¿Que ya no hay judaizantes? Pero sí herejes que se atreven a abortar, aunque lástima en vez de potro de tormento nomás hay excomuniones. En fin. (Laus Deo.)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario