La Auditoría Superior de la Federación califica de insuficiente el trabajo desempeñado por el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías durante el ejercicio fiscal 2005. Dicho fondo –dependiente de la Secretaría de Desarrollo Social– no otorgó los apoyos a los sectores más necesitados y presentó un subejercicio del 7.9 por ciento, por lo que recomienda su liquidación
Erika Ramírez
Las manos ágiles de Lucía bordan en un manto blanco cenefas de colores. Confecciona, como lo ha hecho desde niña, la réplica de un traje mazahua que ella dejó de usar hace 20 años. No hay tiempo que perder, espera terminar pronto sus muñecas para venderlas en el comercio informal y así poder llevar de comer a su familia.
Artesana, inmigrante y pobre es la condición, desde hace dos décadas, de Lucía Mondragón, cuando vino a la ciudad de México en busca de una mejor situación de vida. Salió de San Antonio Pueblo Nuevo, estado de México, con apenas 15 años cumplidos y una hija en brazos.
Al igual que sus hermanas, pensó que su oficio la sacaría de su precaria economía. Llegó al mercado de La Merced, donde cientos de mujeres, oriundas de Michoacán y del estado de México, habían instalado el taller Flor de Mazahua. Ahí bordaban y comercializaban trajes típicos, blusas, manteles, carpetas. También vestían muñecas para que los turistas se llevaran un “recuerdito” del país.
Lucía ha tenido que combinar su trabajo tradicional con el aseo doméstico. No sabe hacer otra cosa y apenas empezó la primaria. “La vida aquí es difícil, si no tienes trabajo no comes. Poco a poco se ha ido la gente; ya no quieren dedicarse a esto porque las ventas se cayeron. De las 300 que éramos en el taller, quedamos 18. Todas, madres solteras”, dice.
La Sociedad Cooperativa de Producción Artesanal Flor de Mazahua inició en 1988 con un taller improvisado en una vieja casa de la colonia Viaducto Piedad, al sur de la ciudad. Ahí cortan, bordan, rellenan, pegan y visten muñecas que representan diversas regiones del país; elaboran accesorios decorativos y ropa.
La mujer indígena y sus compañeras pasan más de ocho horas sentadas frente a una máquina de coser o en el zurcido a mano para producir diez muñecas diarias.
Durante el tiempo que llevan de radicar en la ciudad, las mujeres de Flor de Mazahua no han sido recibido ningun apoyo del gobierno federal, a través del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart)
El Fonart –que depende de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol)–, entre sus lineamientos contempla: procurar un mayor ingreso a los artesanos del país, adquirir y comercializar productos, fomentar el sentido artístico de las artesanías mexicanas, conceder créditos y proporcionar asistencia técnica y administrativa que se requiera.
Ante el incumplimiento de los ordenamientos, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) dictamina en la revisión y fiscalización de la Cuenta Pública 2005, que el Fonart no es “eficiente” para brindar apoyo a los artesanos, pues sus registros contables no tienen la garantía de ser fidedignos y por lo tanto no son confiables.
Además, del monto erogado por más de 79 millones de pesos, la ASF detecta un subejercicio del 7.9 por ciento, es decir, 6 millones 241 mil pesos que no fueron asignados de acuerdo con las reglas de operación a los trabajadores de este sector.
La auditoría de desempeño que elaboró la ASF señala que el presupuesto destinados a los artesanos “es poco significativo”, ya que en el 2005 representó sólo el cuatro por ciento del gasto ejercido por la Sedesol.
En su presupuesto, el Fonart erogó más dinero en el pago de “servicios personales” que al objetivo de la institución. Añade que el ahorro registrado en 2005, por 494 mil pesos en esa partida, de un total de 21 millones 911 mil pesos, es “significativo”, pero todavía representa el 27.3 por ciento del gasto total.
El máximo órgano de fiscalización del país precisa que la partida de “servicios personales recibe el 44.3 por ciento del total de los subsidios y transferencias corrientes del gobierno federal, y respecto del total de apoyos otorgados a los artesanos se canaliza sólo un peso con veintisiete centavos al objetivo institucional”.
Erika Ramírez
Las manos ágiles de Lucía bordan en un manto blanco cenefas de colores. Confecciona, como lo ha hecho desde niña, la réplica de un traje mazahua que ella dejó de usar hace 20 años. No hay tiempo que perder, espera terminar pronto sus muñecas para venderlas en el comercio informal y así poder llevar de comer a su familia.
Artesana, inmigrante y pobre es la condición, desde hace dos décadas, de Lucía Mondragón, cuando vino a la ciudad de México en busca de una mejor situación de vida. Salió de San Antonio Pueblo Nuevo, estado de México, con apenas 15 años cumplidos y una hija en brazos.
Al igual que sus hermanas, pensó que su oficio la sacaría de su precaria economía. Llegó al mercado de La Merced, donde cientos de mujeres, oriundas de Michoacán y del estado de México, habían instalado el taller Flor de Mazahua. Ahí bordaban y comercializaban trajes típicos, blusas, manteles, carpetas. También vestían muñecas para que los turistas se llevaran un “recuerdito” del país.
Lucía ha tenido que combinar su trabajo tradicional con el aseo doméstico. No sabe hacer otra cosa y apenas empezó la primaria. “La vida aquí es difícil, si no tienes trabajo no comes. Poco a poco se ha ido la gente; ya no quieren dedicarse a esto porque las ventas se cayeron. De las 300 que éramos en el taller, quedamos 18. Todas, madres solteras”, dice.
La Sociedad Cooperativa de Producción Artesanal Flor de Mazahua inició en 1988 con un taller improvisado en una vieja casa de la colonia Viaducto Piedad, al sur de la ciudad. Ahí cortan, bordan, rellenan, pegan y visten muñecas que representan diversas regiones del país; elaboran accesorios decorativos y ropa.
La mujer indígena y sus compañeras pasan más de ocho horas sentadas frente a una máquina de coser o en el zurcido a mano para producir diez muñecas diarias.
Durante el tiempo que llevan de radicar en la ciudad, las mujeres de Flor de Mazahua no han sido recibido ningun apoyo del gobierno federal, a través del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart)
El Fonart –que depende de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol)–, entre sus lineamientos contempla: procurar un mayor ingreso a los artesanos del país, adquirir y comercializar productos, fomentar el sentido artístico de las artesanías mexicanas, conceder créditos y proporcionar asistencia técnica y administrativa que se requiera.
Ante el incumplimiento de los ordenamientos, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) dictamina en la revisión y fiscalización de la Cuenta Pública 2005, que el Fonart no es “eficiente” para brindar apoyo a los artesanos, pues sus registros contables no tienen la garantía de ser fidedignos y por lo tanto no son confiables.
Además, del monto erogado por más de 79 millones de pesos, la ASF detecta un subejercicio del 7.9 por ciento, es decir, 6 millones 241 mil pesos que no fueron asignados de acuerdo con las reglas de operación a los trabajadores de este sector.
La auditoría de desempeño que elaboró la ASF señala que el presupuesto destinados a los artesanos “es poco significativo”, ya que en el 2005 representó sólo el cuatro por ciento del gasto ejercido por la Sedesol.
En su presupuesto, el Fonart erogó más dinero en el pago de “servicios personales” que al objetivo de la institución. Añade que el ahorro registrado en 2005, por 494 mil pesos en esa partida, de un total de 21 millones 911 mil pesos, es “significativo”, pero todavía representa el 27.3 por ciento del gasto total.
El máximo órgano de fiscalización del país precisa que la partida de “servicios personales recibe el 44.3 por ciento del total de los subsidios y transferencias corrientes del gobierno federal, y respecto del total de apoyos otorgados a los artesanos se canaliza sólo un peso con veintisiete centavos al objetivo institucional”.
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