Por: Laura M. López Murillo
En algún lugar de la agenda presidencial, en las semanas de todos los meses, la configuración de la hegemonía aparece marcada como una prioridad inminente; por eso, todas las acciones de la elite gobernante tienden a la conservación del poder recién adquirido…
Los regímenes adquieren el matiz que caracteriza su estilo en el gobierno por los efectos de sus acciones y por las repercusiones sociales de sus decisiones; hoy por hoy, se confirma que la estrategia del calderonismo persigue la consolidación del grupo en el gobierno y la conservación del poder.
Es por eso que la pobreza extrema, la inseguridad, la salud y la educación pública están debidamente relegadas en la lista de las prioridades de la actual elite gobernante, cuyo único asunto apremiante es configurar el ámbito de su influencia, y para lograrlo, han imitado, con maestría y virtuosismo, las tácticas del Priato.
El neo-presidencialismo que Felipe Calderón pretende instituir, conserva y perpetúa las condiciones que predominaron durante el apogeo de la Revolución Institucionalizada cuando el presidente controlaba al gabinete, al legislativo, al poder judicial y a su partido.
Los recientes cambios en el gabinete de Felipe Calderón obedecen a ese objetivo y bloquean aquella iniciativa en la Reforma del Estado que postula la conformación de un régimen parlamentario con un Jefe de Gobierno en el legislativo como contrapeso a la presidencia.
Pero además, para consolidar al grupo hegemónico en el poder es indispensable la continuidad; de ahí que las únicas fechas importantes en la agenda nacional sean los próximos comicios: las elecciones intermedias en el 2009, las elecciones estatales y la elección presidencial en el 2012.
El matiz del calderonismo refleja un régimen que no gobierna, enfocado exclusivamente en el surgimiento de una nueva elite, y revela el proceso lógico de la alternancia cuando se han superado la inoperancia y el desgobierno posteriores a la caída del Priato.
Desafortunadamente, a los albores del neo-presidencialismo le corresponden los estertores de la oposición: no se vislumbran los rasgos de un antagonismo maduro y firme, y la disidencia partidista es obtusa y anacrónica, incapaz de detener la consolidación de la nueva hegemonía… esa prioridad inminente de la elite gobernante para conservar del poder recién adquirido…
En algún lugar de la agenda presidencial, en las semanas de todos los meses, la configuración de la hegemonía aparece marcada como una prioridad inminente; por eso, todas las acciones de la elite gobernante tienden a la conservación del poder recién adquirido…
Los regímenes adquieren el matiz que caracteriza su estilo en el gobierno por los efectos de sus acciones y por las repercusiones sociales de sus decisiones; hoy por hoy, se confirma que la estrategia del calderonismo persigue la consolidación del grupo en el gobierno y la conservación del poder.
Es por eso que la pobreza extrema, la inseguridad, la salud y la educación pública están debidamente relegadas en la lista de las prioridades de la actual elite gobernante, cuyo único asunto apremiante es configurar el ámbito de su influencia, y para lograrlo, han imitado, con maestría y virtuosismo, las tácticas del Priato.
El neo-presidencialismo que Felipe Calderón pretende instituir, conserva y perpetúa las condiciones que predominaron durante el apogeo de la Revolución Institucionalizada cuando el presidente controlaba al gabinete, al legislativo, al poder judicial y a su partido.
Los recientes cambios en el gabinete de Felipe Calderón obedecen a ese objetivo y bloquean aquella iniciativa en la Reforma del Estado que postula la conformación de un régimen parlamentario con un Jefe de Gobierno en el legislativo como contrapeso a la presidencia.
Pero además, para consolidar al grupo hegemónico en el poder es indispensable la continuidad; de ahí que las únicas fechas importantes en la agenda nacional sean los próximos comicios: las elecciones intermedias en el 2009, las elecciones estatales y la elección presidencial en el 2012.
El matiz del calderonismo refleja un régimen que no gobierna, enfocado exclusivamente en el surgimiento de una nueva elite, y revela el proceso lógico de la alternancia cuando se han superado la inoperancia y el desgobierno posteriores a la caída del Priato.
Desafortunadamente, a los albores del neo-presidencialismo le corresponden los estertores de la oposición: no se vislumbran los rasgos de un antagonismo maduro y firme, y la disidencia partidista es obtusa y anacrónica, incapaz de detener la consolidación de la nueva hegemonía… esa prioridad inminente de la elite gobernante para conservar del poder recién adquirido…
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