Pancho Villa estaba ya casi inactivo, Carranza había logrado el reconocimiento del Presidente Woodrow Wilson; pero, como sucedía en tiempo del rey Asuero, un solo hombre, Mardoqueo, se negaba a rendir homenaje a Aman. El caudillo popular que se rehusaba rendir homenaje a Carranza, era Zapata, y Carranza, furioso, ofreció cien mil pesos por la captura de Zapata, vivo o muerto.
Mientras tanto Emiliano Zapata continuaba en Morelos dominando casi todo ese estado, pues solamente las principales poblaciones permanecían en poder de las fuerzas del gobierno, amagadas constantemente por los soldados rebeldes. Pablo González fue el ultimo general carrancista enviado a luchar contra Zapata.
En la primavera de 1918, finge en Cuautla un disgusto con su fiel subordinado el coronel Jesús Guajardo, quien oyó que se ofrecía una recompensa de cien mil pesos por la cabeza de Zapata y vió la oportunidad de ganarse el dinero y la impunidad por sus faltas, que eran numerosas. Sucedió que, estando preso en poder de González y condenado a muerte un oficial zapatista llamado Jáuregui, Guajardo se le presentó con un plan, que debía ser la salvación para ambos, pues, según Guajardo dijo a Jáuregui, estaba pensando en "voltearse" con sus ochocientos hombres y buena provisión de pertrechos, y le rogaba que pasara al conocimiento de Zapata esa noticia. Zapata exigió en prueba de su sinceridad, que le entregaran al zapatista desertor Coronel Barcenas, que se había pasado a los carranzistas y, en efecto, fueron entregados y fusilados 59 oficiales, como prueba de la sinceridad de Guajardo.
Era el coronel Guajardo un hombre audaz, intrépido, valiente, extraordinariamente valiente. No media el peligro. Para el no había imposibles. Para realizar el plan del Jefe de las Operaciones Militares se necesitaba tener un valor y una serenidad puestos a prueba mil veces. El coronel Guajardo tenia esas cualidades. La elección estaba bien hecha. ¿Seria capaz de realizar la hazaña que le había encomendado el Jefe de las Operaciones Militares?
Esperó varios días Zapata, y le vuelve a escribir a Guajardo recordándole su ofrecimiento. Vuelve contestar el subordinado de Pablo González que está dispuesto a desconocer al Gobierno de Carranza, y que quiere incorporarse al ejercito zapatista.
Si en el acto,—contesta Zapata—pero ataca rimero la guarnición leal de Jonocatepec, para que pueda yo creer en tu ofrecimiento y en tu lealtad.
Entonces fue Guajardo con sus fuerzas sublevadas a atacar la plaza de Jonocatepec, la cual tomó a sangre y fuego, sacrificando en aras del siniestro plan a varios oficiales y soldados que resultaron muertos en la batalla y le rindió parte de esa acción de guerra al Jefe de la Revolución suriana.
De esa manera ya no pudo dudar Zapata de la simulada lealtad del coronel Guajardo, y se le dieron instrucciones para que se incorporara con sus fuerzas cerca de Chimameca. Asi vivieron varios días juntos. Cerca de esa finca se presentaron fuerzas del Jefe de las Operaciones Militares para atacar a Guajardo y a Zapata, perseguidos con una saña inaudita, Ambos trazaron el plan de defensa; pero las fuerzas enemigas se retiraron sin combatir. El Jefe suriano permaneció con sus soldados cerca de Chinameca, y Jesús Guajardo, se marchó con sus fuerzas para pernoctar en esa finca, levantada en medio del esplendor de aquella vegetación y rodeada de montañas azules que recortan el horizonte diáfano de prodigiosa manera. Pero antes de despedirse el coronel Guajardo invitó a Zapata a almorzar al día siguiente, diez de abril, a Chinameca.
—¡A las once de la mañana estaré allí—contesto Zapata amablemente.
Pero Zapata, hombre primitivo y desconfiado, todavía dudaba de la lealtad del coronel Guajardo. Poco antes de la cita se presentaron en Chinameca tres militares del ejercito suriano para cuidar a su Jefe y amigo. El anfitrión los recibe con toda cordialidad, y los hace pasar a la sala de la casa de la Hacienda a tomar cerveza y refrescos, mientras llega el invitado principal de la fiesta, consagrada a celebrar el abrazo fraternal y cariñoso que los dos jefes enemigos se habían dado pocos días antes para seguir luchando juntos contra las fuerzas gobiernistas.
Pinchón refiere lo que sucedió: "Al entrar Zapata en su brioso caballo negro acompañado de su asistente en el patio y caminar hacia la casa, los hombres de la escolta de Guajardo formaban valla de honor a cada lado, en posición de firmes. Desde el pórtico se vió relampaguear las espaldas de Guajardo y de sus oficiales en saludo militar. Sonó el clarín y la guardia de honor presentó armas en un hombro y, acribillado por treinta tiros, Zapata, que en menos de un segundo ya había comenzado a desenfundar su pistola Colt, cayó al suelo, bañado en sangre . . .
En el momento mismo en que sonaban las notas vibrantes de la marcha de honor, que era la señal convenida, Guajardo se levantó de su asiento apresuradamente para salir a recibir a su invitado de honor, y con rapidez y firmeza, y con una audacia y un valor asombrosos, dispara su revolver sobre los tres jefes zapatistas que lo acompañaban en ese instante supremo. Al llegar Guajardo al portal de la Hacienda, Emiliano Zapata estaba muerto.
A Pablo González en su cuartel general de Cuautla le llegó este lacónico mensaje: "Llevo a Zapata, —Guajardo," y González transmitió la alegre noticia a Carranza, quien a su vez, se la pasó al Presidente Wilson. La cabeza de Zapata, desprendida de su cuerpo, fue paseada por todo el Estado de Morelos, portadora del silencioso mensaje: Así muere un enemigo de Carranza. Zapata, el incorruptible ha muerto. Así nadie dudaría de su muerte.
Los generales Gildardo Magaña, Genovevo de la O. y otros mas lloraron la muerte de su Jefe y amigo. Ni en Euripides, ni en Sófocles, ni en Esquilo hemos leído cosa igual. Ni en los dramas, ni en las tragedias, ni en las novelas nunca hemos visto el desarrollo de una trama semejante.
Las pavorosas narraciones de Edgar Allan Poe son unos dulces y tranquilizadores, que calman y dominan los nervios, como la tila, al lado de las escenas sombrías del doliente drama del viejo patio colonial de la finca de Chinameca, cuyos arcos sirvieron de bambalinas para representar esa crispante tragedia ante el estupor y el asombro de todos.
Miguel Alessio Robles, Historia Política de la Revolución, (3a. Ed., Editorial Botas, México: 1946)
Mientras tanto Emiliano Zapata continuaba en Morelos dominando casi todo ese estado, pues solamente las principales poblaciones permanecían en poder de las fuerzas del gobierno, amagadas constantemente por los soldados rebeldes. Pablo González fue el ultimo general carrancista enviado a luchar contra Zapata.
En la primavera de 1918, finge en Cuautla un disgusto con su fiel subordinado el coronel Jesús Guajardo, quien oyó que se ofrecía una recompensa de cien mil pesos por la cabeza de Zapata y vió la oportunidad de ganarse el dinero y la impunidad por sus faltas, que eran numerosas. Sucedió que, estando preso en poder de González y condenado a muerte un oficial zapatista llamado Jáuregui, Guajardo se le presentó con un plan, que debía ser la salvación para ambos, pues, según Guajardo dijo a Jáuregui, estaba pensando en "voltearse" con sus ochocientos hombres y buena provisión de pertrechos, y le rogaba que pasara al conocimiento de Zapata esa noticia. Zapata exigió en prueba de su sinceridad, que le entregaran al zapatista desertor Coronel Barcenas, que se había pasado a los carranzistas y, en efecto, fueron entregados y fusilados 59 oficiales, como prueba de la sinceridad de Guajardo.
Era el coronel Guajardo un hombre audaz, intrépido, valiente, extraordinariamente valiente. No media el peligro. Para el no había imposibles. Para realizar el plan del Jefe de las Operaciones Militares se necesitaba tener un valor y una serenidad puestos a prueba mil veces. El coronel Guajardo tenia esas cualidades. La elección estaba bien hecha. ¿Seria capaz de realizar la hazaña que le había encomendado el Jefe de las Operaciones Militares?
Esperó varios días Zapata, y le vuelve a escribir a Guajardo recordándole su ofrecimiento. Vuelve contestar el subordinado de Pablo González que está dispuesto a desconocer al Gobierno de Carranza, y que quiere incorporarse al ejercito zapatista.
Si en el acto,—contesta Zapata—pero ataca rimero la guarnición leal de Jonocatepec, para que pueda yo creer en tu ofrecimiento y en tu lealtad.
Entonces fue Guajardo con sus fuerzas sublevadas a atacar la plaza de Jonocatepec, la cual tomó a sangre y fuego, sacrificando en aras del siniestro plan a varios oficiales y soldados que resultaron muertos en la batalla y le rindió parte de esa acción de guerra al Jefe de la Revolución suriana.
De esa manera ya no pudo dudar Zapata de la simulada lealtad del coronel Guajardo, y se le dieron instrucciones para que se incorporara con sus fuerzas cerca de Chimameca. Asi vivieron varios días juntos. Cerca de esa finca se presentaron fuerzas del Jefe de las Operaciones Militares para atacar a Guajardo y a Zapata, perseguidos con una saña inaudita, Ambos trazaron el plan de defensa; pero las fuerzas enemigas se retiraron sin combatir. El Jefe suriano permaneció con sus soldados cerca de Chinameca, y Jesús Guajardo, se marchó con sus fuerzas para pernoctar en esa finca, levantada en medio del esplendor de aquella vegetación y rodeada de montañas azules que recortan el horizonte diáfano de prodigiosa manera. Pero antes de despedirse el coronel Guajardo invitó a Zapata a almorzar al día siguiente, diez de abril, a Chinameca.
—¡A las once de la mañana estaré allí—contesto Zapata amablemente.
Pero Zapata, hombre primitivo y desconfiado, todavía dudaba de la lealtad del coronel Guajardo. Poco antes de la cita se presentaron en Chinameca tres militares del ejercito suriano para cuidar a su Jefe y amigo. El anfitrión los recibe con toda cordialidad, y los hace pasar a la sala de la casa de la Hacienda a tomar cerveza y refrescos, mientras llega el invitado principal de la fiesta, consagrada a celebrar el abrazo fraternal y cariñoso que los dos jefes enemigos se habían dado pocos días antes para seguir luchando juntos contra las fuerzas gobiernistas.
Pinchón refiere lo que sucedió: "Al entrar Zapata en su brioso caballo negro acompañado de su asistente en el patio y caminar hacia la casa, los hombres de la escolta de Guajardo formaban valla de honor a cada lado, en posición de firmes. Desde el pórtico se vió relampaguear las espaldas de Guajardo y de sus oficiales en saludo militar. Sonó el clarín y la guardia de honor presentó armas en un hombro y, acribillado por treinta tiros, Zapata, que en menos de un segundo ya había comenzado a desenfundar su pistola Colt, cayó al suelo, bañado en sangre . . .
En el momento mismo en que sonaban las notas vibrantes de la marcha de honor, que era la señal convenida, Guajardo se levantó de su asiento apresuradamente para salir a recibir a su invitado de honor, y con rapidez y firmeza, y con una audacia y un valor asombrosos, dispara su revolver sobre los tres jefes zapatistas que lo acompañaban en ese instante supremo. Al llegar Guajardo al portal de la Hacienda, Emiliano Zapata estaba muerto.
A Pablo González en su cuartel general de Cuautla le llegó este lacónico mensaje: "Llevo a Zapata, —Guajardo," y González transmitió la alegre noticia a Carranza, quien a su vez, se la pasó al Presidente Wilson. La cabeza de Zapata, desprendida de su cuerpo, fue paseada por todo el Estado de Morelos, portadora del silencioso mensaje: Así muere un enemigo de Carranza. Zapata, el incorruptible ha muerto. Así nadie dudaría de su muerte.
Los generales Gildardo Magaña, Genovevo de la O. y otros mas lloraron la muerte de su Jefe y amigo. Ni en Euripides, ni en Sófocles, ni en Esquilo hemos leído cosa igual. Ni en los dramas, ni en las tragedias, ni en las novelas nunca hemos visto el desarrollo de una trama semejante.
Las pavorosas narraciones de Edgar Allan Poe son unos dulces y tranquilizadores, que calman y dominan los nervios, como la tila, al lado de las escenas sombrías del doliente drama del viejo patio colonial de la finca de Chinameca, cuyos arcos sirvieron de bambalinas para representar esa crispante tragedia ante el estupor y el asombro de todos.
Miguel Alessio Robles, Historia Política de la Revolución, (3a. Ed., Editorial Botas, México: 1946)
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