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30 septiembre 2007

Honrando a los liberadores estadounidenses


Tom Engelhardt
Tomdispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Emprendamos un viaje por el pasado.

La Medalla Presidencial de la Libertad es el tributo civil más alto de EE.UU., sólo superada por la Medalla de Oro del Congreso. Según su sitio oficial en la Red, la medalla “es reservada para individuos que el presidente considera que han hecho contribuciones especialmente meritorias a la seguridad o a los intereses nacionales de EE.UU., a la paz mundial, o a otros importantes cometidos públicos o privados. En 2004, George W. Bush ya había otorgado la medalla a Estee Lauder, Arnold Palmer, Norman Podhoretz, y Doris Day, entre otros, cuando, el 14 de diciembre, en una ceremonia en la Casa Blanca, hizo la trifecta.

Sólo el mes anterior, en una reñida carrera hasta la meta – no tanto contra su oponente, el candidato presidencial John Kerry, como contra una variopinta insurgencia fundamentalista en Iraq – acababa de escurrirse por la línea de llegada de la reelección y, en una conferencia de prensa, graznó rápidamente sobre lo “libre” que era. (“Me preguntaron si me siento libre. Déjenme que se lo diga de esta manera: gané capital en la campaña, capital político, y ahora tengo la intención de gastarlo.”) El mes siguiente, lanzó su segundo período con un discurso inaugural que puso la “libertad” como misión global al centro mismo de su presidencia. Prometió pomposamente nada menos que una cruzada para terminar con la tiranía en todo el globo y llevar la libertad al mundo. (En los hechos, utilizó la palabra “freedom” 27 veces, y “liberty” 15 veces, en ese discurso [ambas palabras significan libertad en castellano, N.d.T.].) También tenía algunas deudas que pagar y, habiendo llevado ya la “libertad” a Iraq sobre la punta de un misil crucero, ahora pagó también esas deudas con la moneda de la “libertad.” Colgó medallas alrededor de los cuellos de tres hombres – cada uno retirado recientemente del campo de acción – que habían sido cruciales en las políticas de “libertad” de su primer período.

Hablo del antiguo comandante de su Guerra Afgana y de la invasión de Iraq, el general Tommy ("no hacemos recuentos de víctimas") Franks; el ex director de la CIA y propietario de una red global de prisiones secretas y de tortura, así como quien supervisó el proceso de inteligencia que condujo a la invasión de Iraq, George ("tiro seguro") Tenet; y su antiguo virrey y capo en Bagdad, el jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición, L. Paul ("Yo no desmantelé el Ejército de Iraq") Bremer III.

Sobre Franks, Bush dijo que el general había “dirigido las fuerzas que libraron y ganaron dos guerras en defensa de la seguridad del mundo y ayudaron a liberar más de 50 millones de personas de dos de las peores tiranías del mundo.”

Sobre Tenet, el presidente afirmó que había sido “uno de los primeros en reconocer y encarar la amenaza a EE.UU. de las redes radicales” y, después del 11 de septiembre, estuvo “listo con un plan para contraatacar a al Qaeda y derribar a los talibán.”

Sobre Bremer, presentó la alabanza siguiente: “Durante 14 meses Jerry Bremer trabajó día y noche en condiciones difíciles y peligrosas para estabilizar el país, para ayudar a su gente a reconstruir y a establecer un proceso político que condujera a la justicia y a la libertad.” Y el presidente agregó: “Cada parámetro... fue logrado a tiempo o antes de lo planificado, incluyendo la transferencia de la soberanía con la que terminó su tarea.” (“No agregó,” señaló el Washington Post en la época, “que la transferencia fue organizada urgentemente dos días antes por temor a que los insurgentes atacaran las ceremonias.”)

En retrospectiva, queda más claro precisamente qué tipos de “parámetros” fueron logrados, qué tipos de libertades cada uno de esos hombres ayudaron a llevar al resto del mundo.

Tommy Franks ayudó a entregar a los campesinos desesperados, asediados, del sur de Afganistán, la libertad de verse atrapados, años después, en pinzas letales entre un talibán resurgente y ataques aéreos regulares estadounidenses. También les llevó la libertad de cultivar prácticamente toda la cosecha de opio requerida para suministrar a los adictos de heroína del globo – 8.200 toneladas de opio en 2007, representando un 93% del mercado global de opiatos. Fue un aumento de un 34% del año anterior y representó una producción que es indudablemente un récord histórico. Los campesinos de Afganistán, sobreviviendo lo mejor que pueden en un país de narco-señores de la guerra, de narco-guerrillas, y de mortíferos ataques aéreos han, una vez más, establecido un récord en esta singular libertad.

George Tenet, aunque es un vestigio de los años de Clinton, estuvo de acuerdo de todo corazón con uno de los primeros impulsos liberadores posteriores al 11-S de los máximos funcionarios del gobierno de Bush – el deseo, como le gustaba decir a Donald Rumsfeld, de sacarse “los guantes,” o como lo dijera el propio Tener cuando llegó a la CIA (como nos cuenta Ron Suskind en su libro: “The One Percent Doctrine” [La Doctrina Del Uno Por Ciento ), "los grilletes." Eran los “grilletes” que Dick Cheney y otros creían que habían sido puestos por el Congreso a la presidencia imperial después de que Richard Nixon llegara tan cerca de cometer el golpe de estado constitucional que hemos llegado a llamar Watergate, pero que involucró una guerra ilegal en Camboya, escuchas telefónicas ilegales, allanamientos ilegales de moradas, robos, operaciones de “bolsa negra,” y tantas otras actividades fuera de la legalidad. Como director de la CIA. Tenet luego entregó a los agentes de la CIA la libertad de atacar a prácticamente cualquiera en el planeta que podría ser considerado (por erróneo que fuera) “como sospechoso de ser terrorista,” secuestrarlo, y “entregarlo” de manera extraordinaria sea a una prisión extranjera donde se practicaba regularmente la tortura o a una prisión secreta de la CIA en Afganistán, Europa oriental, o quién sabe a qué otro sitio. También aseguró la libertad de la Agencia para que “desapareciera” a seres humanos (un término utilizado normalmente en nuestro mundo sólo cuando no son los estadounidenses los que lo hacen) y liberó a los interrogadores de la Agencia para que usaran técnicas como el waterboarding conocida en tiempos menos civilizados como “la tortura del agua” (que sólo fue recientemente prohibida por la Agencia), así como tras formas más sofisticadas de tortura.

En la ceremonia de la Medalla de la Libertad de 2004, el presidente habló de que 50 millones de personas fueron liberadas en su primer período, pero probablemente debiera haber utilizado la cifra de 50.000.002. Después de todo, Tenet, como Franks, había ofrecido una imprescindible mano auxiliar a la liberación de Bush – y también de Cheney. Ambos sujetos participaron en la pérdida de la presidencia de un comandante en jefe “de tiempos de guerra” (y de la vicepresidencia) a quienes se decía que no se aplicaba ninguna de las restricciones o supervisiones estadounidenses tradicionales de limitaciones y chequeos.

Puede que L. Paul Bremer III sea, sin embargo, el más interesante de los tres dadores de libertad, en parte porque, gracias a Blackwater USA, la firma privada de seguridad cuyos mercenarios siguen haciendo lo que quieren en Iraq, su obra está ahora mismo a la vista y en las noticias. En diciembre de 2004, menos de seis meses habían pasado desde que Bremer, en su papel como jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición en Bagdad ocupada, había transferido la “soberanía” a un grupo escogido de iraquíes y, esencialmente, huido de ese país ya sumido en el caos. Un día antes de irse, sin embargo, estableció una clase única de libertad en Iraq, que no había sido vista desde el apogeo del colonialismo europeo y japonés. Al colocar su firma sobre un solo documento, logró establecer oficialmente una “Zona Internacional” que sería el equivalente fortificado de los viejos puertos contractuales europeos en la costa china y, al mismo tiempo, otorgó esencialmente a todas las fuerzas de ocupación y compañías aliadas lo que, en esos perversos días coloniales, solía llamarse “extraterritorialidad” – la libertad de no estar sometido de ninguna manera a la ley o jurisdicción iraquíes, jamás.

Recreando el mundo libre

El general David Petraeus, el presidente de la ‘oleada’ del presidente en Iraq, ha hablado a menudo de un “reloj de Washington” y de un “reloj de Bagdad,” que no están sincronizados y de la necesidad de ajustar el de Washington. Bremer, que llegó a Bagdad en mayo de 2003, se concentró rápidamente en la tarea de retrasar ese reloj de Bagdad. Cuando tuvo que ver, por ejemplo, con el petróleo iraquí, se aseguró de que Ibrahim Bahr al-Ulum, que había estado involucrado en el grupo de trabajo energético del Departamento de Estado, fuera aprovechado como ministro de petróleo de Iraq, rodeado por consejeros occidentales que habían trabajado para los gigantes petroleros, y que se concentrara en la “privatización” de la industria energética iraquí. Con las terceras reservas de petróleo por su tamaño del planeta, Iraq sería abierto, tarde o temprano, a las inversiones de las firmas energéticas estadounidenses, y al hacerlo, ese “reloj” en Bagdad se retrasaría tal vez unos 40 años a una época anterior a la nacionalización de los recursos energéticos en todo Oriente Próximo. (Que el esfuerzo haya fracasado hasta ahora en gran parte, aunque no por completo, no se debió a que no hicieran lo posible.)

Sin embargo, en el caso de las libertades de los ocupantes occidentales (o liberadores, si se quiere), incluyendo a los mercenarios armados, Bremer logró una proeza que verdaderamente merece una medalla. Esencialmente hizo retroceder el reloj de Bagdad al Siglo XIX e logró que esa “hora” no cambie hasta hoy mismo. En vísperas de su partida, expidió un notable documento de libertad – una declaración de independencia extranjera – bautizada “Orden 17” [archivo PDF en inglés] a la que, los medios dominantes de EE.UU. se siguen refiriendo como “la ley” en Iraq.

Vale la pena leer la Orden 17. Esencialmente otorgó libertad total a todo extranjero en el país relacionado con el proyecto de la ocupación, para que nadie – ningún iraquí o cualquier institución política o legal iraquí - interfiera con su persona. Los extranjeros – a menos que, desde luego, se trate de yihadíes o iraníes – habían de ser “inmunes a toda forma de arresto o detención que no fuera por parte de personas que actuaran por cuenta de sus Estados Enviadores,” a pesar de que se permitiría a las fuerzas estadounidenses y de la coalición la libertad de arrestar y detener en sus propias prisiones y campos de detención a cualesquiera iraquíes que determinaran eran dignos de semejante honor. (Se calcula que la actual población carcelaria estadounidense en Iraq es de por lo menos 24.500, y aumenta.)

Se otorgaría “libertad de movimiento sin dilación por todo Iraq,” a todos los extranjeros participantes en el proyecto de la ocupación y, ni sus embarcaciones, vehículos o aeronaves serían “sometidos a registros, licencias o inspección por el gobierno [iraquí].” Tampoco en sus viajes los diplomáticos, soldados, consultores, guardias de seguridad extranjeros o cualesquiera de sus vehículos, embarcaciones, o aviones serían objeto de “aranceles, peajes, o cargas, incluyendo tarifas de aterrizaje o aparcamiento,” etc. Y no hay que olvidar que respecto a importaciones, incluyendo las “sustancias controladas,” no debía haber aranceles (o inspecciones) de aduana, impuestos, o alguna otra cosa que importe, ni debía cobrarse ni el gasto más ligero por el uso de “cuarteles, campos y otras premisas” iraquíes ocupadas, ni por el uso de electricidad, agua u otros servicios públicos. Y luego, por cierto, existía esa “Zona Internacional,” mejor conocida ahora como Zona Verde, cuyo control fue cuidadosamente colocado en manos de la Fuerza Multinacional o MNF (esencialmente, los estadounidenses y sus contratistas) exactamente como lo había sido la parte internacional de Shangai, o Macao portugués, o Hong Kong británico en el Siglo XIX.

Promulgada en la víspera del “retorno de la soberanía,” la Orden 17 dio un nuevo sentido al término “Mundo Libre.” Fue, esencialmente, un pase de libre salida de la cárcel a perpetuidad.

Por sobre todo lo demás, Bremer liberó un ya poderoso ejército en la sombra formado por equipos de seguridad privada como Blackwater USA que, ahora, ha crecido, según informes recientes, a una fuerza de entre 20.000 y 50.000 o más mercenarios. Esos soldados privados, en su mayor parte empleados por el Pentágono o el Departamento de Estado de EE.UU. – y que por lo tanto operan con dólares del contribuyente estadounidense – obtuvieron el derecho de actuar como gustaran con extrema impunidad en todo el país.

Más de tres años después, el lenguaje de la Orden 17, escrita en elevada jerigonza legal, sigue siendo sorprendente cuando habla de los contratistas. (El hombre que, según Washington Post, redactó el borrador inicial del documento, Lawrence T. Peter, es ahora, lo que tal vez no puede sorprender, director de la Asociación de Compañías Privadas de Seguridad de Iraq, que “representa a por lo menos 50 compañías de seguridad.”) La Orden 17 comienza hablando de las firmas de seguridad privada mencionando la necesidad declarada “de aclarar la condición de... ciertos Consejeros Internacionales, y ciertos contratistas respecto al gobierno y a los tribunales locales.” Pero el pasaje crucial es el siguiente:

“Los contratistas no estarán sometidos a las leyes o regulaciones iraquíes en asuntos relacionados con los términos y condiciones de sus contratos... Los contratistas serán inmunes contra procesos legales iraquíes respecto a actos realizados por ellos según los términos y condiciones de un contrato o de subcontratos resultantes... La certificación por el Estado Enviador de que su contratista actuó siguiendo los términos y condiciones del contrato será, en todo proceso legal iraquí, evidencia concluyente de los hechos certificados...”

En otras palabras cuando, en junio de 2004, Bremer transfirió la “soberanía” a un “gobierno” iraquí instalado en la Zona Verde bajo control extranjero, y abandonó la ciudad lo más rápido posible, esencialmente no transfirió casi nada. Ya había logrado convertir a Iraq en un país “libre,” tal como el gobierno de Bush podría haber definido la libertad: libertad de impuestos, aranceles, peajes, responsabilización, o responsabilidad de cualquier tipo, no importa lo que los estadounidenses o sus aliados y secuaces hayan hecho o de lo que se hayan apoderado. En Iraq, en un giro del lenguaje de pesadilla de la distópica novela de Orwell “1984”, libertad significaba robo.

En cuanto al gobierno iraquí, la libertad también significaba la libertad de no ser informado. Tomemos un ejemplo: Los militares de EE.UU. anunciaron recientemente que iban a construir una nueva base en Iraq, directamente frente a la frontera iraní, que estaría lista para entrar en operación en noviembre de este año. Oficialmente, desde luego, semejantes decisiones deben ser hechas en conjunto con el gobierno soberano del país, pero Kaveh L Afrasiabi de Asia Times on-line nos informa que “al parecer los funcionarios iraquíes ni siquiera fueron consultados antes de que se hiciera un anuncio al respecto.”

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