Jacobo Zabludovsky
Bucareli
07 de julio de 2008
“La ciudad se lo merece”. Marcelo Ebrard anunció el martes que habrá tranvía en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Su única explicación para tirar a la basura mil 800 millones de pesos es la frase ilógica que inicia este artículo: ¿Qué pecado cometimos los capitalinos para merecernos esta penitencia?
El proyecto se concibió como un circuito turístico que para nada necesita tranvía, transporte urbano de pasajeros que en México se estrenó con mulas en 1883, y eléctrico en 1900. Dejó de funcionar hace 25 años. Sobrevive en algunas ciudades donde nunca dejó de operar, excepto en los peores días de la Segunda Guerra Mundial, y sólo se concibe su regreso en parques como Chapultepec o Disneylandia.
El transporte partiría de la glorieta de Cristóbal Colón, en Paseo de Reforma, rodeada de grande hoteles turísticos, hasta la avenida Juárez; por López llegaría a 16 de Septiembre, el sur del Zócalo, Pino Suárez, Izazaga, Jesús María, Justo Sierra, Allende, Tacuba, Hidalgo y Reforma, para cerrar el recorrido donde comenzó. Es ideal porque desde el vehículo podrían admirarse algunas joyas de la ciudad, como la Alameda, el Hemiciclo, Bellas Artes, la Catedral, el Palacio Nacional, el Museo de la Ciudad de México, lo que queda del Convento de Jesús María y el viejo mercado de La Merced, dos de las más antiguas sinagogas de México, la Universidad y el Colegio de San Ildefonso, el Caballito, el Palacio de Minería, el Munal y otros puntos interesantes como la iglesia de San Hipólito tan ligada a la Noche Triste. Turismo puro.
El trayecto dado a conocer el martes tiene modificaciones sin importancia, excepto sustituir la glorieta de Colón como principio y fin del periplo, por la terminal del Tren Suburbano. La única razón es aparentar que el tranvía no sólo sería turístico, sino transporte del pueblo que usa el Suburbano. Maquillaje demagógico para justificar el enorme despilfarro, porque en Buenavista, donde se hace la conexión, hay estación del Metro que cubre las necesidades de transporte por dos pesos y no “entre cinco y siete” presupuestados para el tranvía que sólo recorre 10 kilómetros, aunque en la práctica sólo cinco porque por calles paralelas va de ida y vuelta. El Metro va de Buenavista al Zócalo en 15 minutos. El tranvía hará 40 minutos.
Pero aún así, ¿por qué tranvía? La colocación de rieles, calculan, durará dos años. Para cambiar pavimento en la calle de Uruguay anunciaron tres meses, duró ocho; todos los negocios, meseros, proveedores y público perdieron hasta la camisa, algunos cerraron, otros quebraron y los sobrevivientes, el Danubio entre ellos, apenas van resurgiendo. Tendrán que levantar los adoquines recién colocados, cerrar 15 cruceros para la curva de las vueltas, modificar banquetas relucientes para adecuarlas a la altura y distancia del tranvía, disponer de un sitio tan grande o casi como fue la estación de Indianilla para guardar y reparar vagones. Todo eso se puede evitar, más la incineración de 120 millones de euros, usando turibuses que ahí están y pueden iniciar el circuito mañana, para cambiar de ruta ante cualquier contingencia, como manifestación o accidente, recurso imposible con vehículos sobre rieles.
Por supuesto, como en todo, hay ventajas y desventajas: la electricidad no contamina como la gasolina y aparentemente es más barata, el deterioro del equipo, el ruido. Ninguno de esos argumentos, ni todos juntos, justifican el gasto en una ciudad en la que, mínimo ejemplo, tres millones de habitantes no tienen agua potable. La licitación se hará a la medida de las dos compañías que hacen ese tipo de trabajos. Una, la francesa, ya tiene aquí a su gestor, hablando con políticos y periodistas influyentes.
El juego de intereses se manifiesta en el tranvía como en el petróleo. Claro, no hay comparación entre la importancia que para el país tiene el petróleo y la que puede tener este tranvía, pero los mismos argumentos que Marcelo ha esgrimido (y yo comparto) contra la privatización del petróleo son aplicables contra la idea tranviaria. Durante 25 años se entrega a una compañía extranjera la calle, la administración, operación y cobro a los usuarios. Durante 23 de esos años el gobierno de la ciudad hará pagos mensuales a la empresa y, al final, será dueño y administrador del sistema. Me pregunto si no es otra forma de entregar algo que es de todos a negociantes privados extranjeros.
En el año y medio de tu jefatura, Marcelo, has tenido aciertos notables. El mayor fue limpiar de comerciantes callejeros el Centro. Cancela este proyecto grotesco de mala catadura y no dejes que te involucren. La tragedia de la discoteca fue un duro golpe, no te arriesgues a otro. Oye consejo, si crees que mereces llegar a viejo.
Bucareli
07 de julio de 2008
“La ciudad se lo merece”. Marcelo Ebrard anunció el martes que habrá tranvía en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Su única explicación para tirar a la basura mil 800 millones de pesos es la frase ilógica que inicia este artículo: ¿Qué pecado cometimos los capitalinos para merecernos esta penitencia?
El proyecto se concibió como un circuito turístico que para nada necesita tranvía, transporte urbano de pasajeros que en México se estrenó con mulas en 1883, y eléctrico en 1900. Dejó de funcionar hace 25 años. Sobrevive en algunas ciudades donde nunca dejó de operar, excepto en los peores días de la Segunda Guerra Mundial, y sólo se concibe su regreso en parques como Chapultepec o Disneylandia.
El transporte partiría de la glorieta de Cristóbal Colón, en Paseo de Reforma, rodeada de grande hoteles turísticos, hasta la avenida Juárez; por López llegaría a 16 de Septiembre, el sur del Zócalo, Pino Suárez, Izazaga, Jesús María, Justo Sierra, Allende, Tacuba, Hidalgo y Reforma, para cerrar el recorrido donde comenzó. Es ideal porque desde el vehículo podrían admirarse algunas joyas de la ciudad, como la Alameda, el Hemiciclo, Bellas Artes, la Catedral, el Palacio Nacional, el Museo de la Ciudad de México, lo que queda del Convento de Jesús María y el viejo mercado de La Merced, dos de las más antiguas sinagogas de México, la Universidad y el Colegio de San Ildefonso, el Caballito, el Palacio de Minería, el Munal y otros puntos interesantes como la iglesia de San Hipólito tan ligada a la Noche Triste. Turismo puro.
El trayecto dado a conocer el martes tiene modificaciones sin importancia, excepto sustituir la glorieta de Colón como principio y fin del periplo, por la terminal del Tren Suburbano. La única razón es aparentar que el tranvía no sólo sería turístico, sino transporte del pueblo que usa el Suburbano. Maquillaje demagógico para justificar el enorme despilfarro, porque en Buenavista, donde se hace la conexión, hay estación del Metro que cubre las necesidades de transporte por dos pesos y no “entre cinco y siete” presupuestados para el tranvía que sólo recorre 10 kilómetros, aunque en la práctica sólo cinco porque por calles paralelas va de ida y vuelta. El Metro va de Buenavista al Zócalo en 15 minutos. El tranvía hará 40 minutos.
Pero aún así, ¿por qué tranvía? La colocación de rieles, calculan, durará dos años. Para cambiar pavimento en la calle de Uruguay anunciaron tres meses, duró ocho; todos los negocios, meseros, proveedores y público perdieron hasta la camisa, algunos cerraron, otros quebraron y los sobrevivientes, el Danubio entre ellos, apenas van resurgiendo. Tendrán que levantar los adoquines recién colocados, cerrar 15 cruceros para la curva de las vueltas, modificar banquetas relucientes para adecuarlas a la altura y distancia del tranvía, disponer de un sitio tan grande o casi como fue la estación de Indianilla para guardar y reparar vagones. Todo eso se puede evitar, más la incineración de 120 millones de euros, usando turibuses que ahí están y pueden iniciar el circuito mañana, para cambiar de ruta ante cualquier contingencia, como manifestación o accidente, recurso imposible con vehículos sobre rieles.
Por supuesto, como en todo, hay ventajas y desventajas: la electricidad no contamina como la gasolina y aparentemente es más barata, el deterioro del equipo, el ruido. Ninguno de esos argumentos, ni todos juntos, justifican el gasto en una ciudad en la que, mínimo ejemplo, tres millones de habitantes no tienen agua potable. La licitación se hará a la medida de las dos compañías que hacen ese tipo de trabajos. Una, la francesa, ya tiene aquí a su gestor, hablando con políticos y periodistas influyentes.
El juego de intereses se manifiesta en el tranvía como en el petróleo. Claro, no hay comparación entre la importancia que para el país tiene el petróleo y la que puede tener este tranvía, pero los mismos argumentos que Marcelo ha esgrimido (y yo comparto) contra la privatización del petróleo son aplicables contra la idea tranviaria. Durante 25 años se entrega a una compañía extranjera la calle, la administración, operación y cobro a los usuarios. Durante 23 de esos años el gobierno de la ciudad hará pagos mensuales a la empresa y, al final, será dueño y administrador del sistema. Me pregunto si no es otra forma de entregar algo que es de todos a negociantes privados extranjeros.
En el año y medio de tu jefatura, Marcelo, has tenido aciertos notables. El mayor fue limpiar de comerciantes callejeros el Centro. Cancela este proyecto grotesco de mala catadura y no dejes que te involucren. La tragedia de la discoteca fue un duro golpe, no te arriesgues a otro. Oye consejo, si crees que mereces llegar a viejo.
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