Ricardo Raphael
Patricia Mercado Castro, candidata presidencial en el 2006, ha sido fatalmente expulsada de la dirección de su partido. En un eficaz intento por sacarla de Alternativa Socialdemócrata, la actual dirección de esa fuerza política no escatimó ánimo, esfuerzos, ni recursos.
El escritor español Javier Marías advirtió recientemente que en los combates políticos las reglas de la caballerosidad tienden a relajarse. En este caso particular ocurrió algo un poco más drástico; tales reglas desaparecieron.
Con la expulsión de Mercado y de los suyos de esta expresión partidaria poco o nada quedará de novedoso, opcional o diferente. La dirección encabezada por el señor Alberto Begné Guerra habrá logrado cambiarle por segunda vez el nombre a su partido: primero se le sustrajo el apellido “y Campesina” y ahora el término “Alternativa”. Conforme siga esta tendencia es de suponerse que pronto se estarán peleando en ese territorio los sociales contra los demócratas.
La vida dentro de los partidos es muy enredada. Y si éstos se dicen de izquierda —como bien se sabe en el PRD— las cosas suelen ser aún peores. Con todo, sirvan algunas piezas de este rompecabezas para ofrecer criterios de discernimiento.
Hace a penas un par de semanas el vicepresidente de esa fuerza política, Jorge Wheatley Fernández, envió una carta desesperada a los militantes socialdemócratas donde dejaba en claro que el proceso interno para la constitución de la nueva dirección había perdido el rumbo:
“El proceso hacia la Asamblea Nacional no se ha traducido en un esfuerzo por atraer … a ciudadanos auténticos y para construir, desde la base, órganos de ciudadanos libres. (Se) ha recurrido a fórmulas de la vieja política, precisamente lo que este partido se propuso combatir.”
Este funcionario hizo obviamente referencia al uso indiscriminado de recursos clientelares y de alianzas políticas —a la postre muy costosas— que se han utilizado, no sólo para apropiarse de la nueva dirección sino para eliminar al adversario.
Con algo de ingenuidad pero sobre todo con mucha desesperación, Wheatley concluyó su comunicado con lo siguiente: “Este esfuerzo es el producto de más de una década de lucha, organización y propuesta… Alternativa Socialdemócrata no le pertenece a nadie, a ningún grupo y a ninguna personalidad.”
El vicepresidente se engaña. A él personalmente le tocó escuchar cuando Begné advirtió a quien esto escribe que en su entendimiento de las cosas eran irrelevantes los esfuerzos emprendidos antes de Alternativa.
Lo dijo con toda transparencia y pulcritud. Sin engaños, pues: la tradición que comenzara con Democracia Social y que luego se continuara con México Posible no tendría cabida en Alternativa mientras él estuviera al frente del partido.
De esa identidad previa le estorbaban en particular dos cosas: lo que Begné llamaba, con tono de menosprecio, la agenda “pinky”, y la dificultad para sacar adelante su muy personal estrategia política de alianzas.
Por agenda pinky Begné agrupa los temas relativos al respeto de la diversidad social y a la lucha por la igualación de las libertades que se hubieran promovido, tanto en la contienda del 2000 como en la del 2003.
Mientras hacía mofa con el término, olvidó Begné la difícil batalla que antes suyo se hubiera librado para legislar en contra de la discriminación, y también menospreció las banderas de Alternativa que el diputado Jorge Calrlos Díaz Cuervo hondeó en el Distrito Federal con respecto a la despenalización del aborto y a las uniones de hecho.
Un segundo tema que hizo de la ex candidata presidencial un elemento incómodo para la política de la actual dirección partidaria fue el asunto de las alianzas electorales. De acuerdo con el grupo encabezado por Begné, nada tenía de contrario a los principios del partido, o al voto emitido por los electores de Alternativa en el 2006, adoptar una política de alianzas a conveniencia.
En su día se valoró como políticamente astuto, por ejemplo, que Alternativa acudiera a las elecciones locales de Veracruz con el PRI (y en asociación con el gobernador Fidel Herrera). No importó que esta sociedad no diera a Alternativa una sola curul en el Congreso del estado. La coalición propuesta se hizo, según denunció Mercado, a cambio de recibir un millón de pesos mensuales.
Lo verdaderamente censurable del hecho fue que, mediante triquiñuelas burocráticas, se excluyó intencional y explícitamente a la ex candidata presidencial y a un grupo de dirigentes, de la deliberación y votación referida. En este episodio Begné mostró sin ambages su talante demócrata y también su estilo personal para dialogar.
La actual dirección decidió hace mucho tiempo que los primeros fundadores de Alternativa eran prescindibles. No solo Patricia Mercado, sino otros varios que habían participado antes en ese esfuerzo. Al más viejo estilo se eliminó el disenso por la vía de la erradicación de las voces que lo portaban.
Contrario a lo que Wheatley deseaba hace un par de semanas, ese partido sí le pertenece a alguien, a un grupo, a quien con sus convicciones excluyentes no reviso uno sólo de sus escrúpulos personales a la hora de arrollar a Mercado. Aquella candidata que en el 2006, gracias al respeto público que despertó, lograra ratificar el registro para Alternativa.
Fin de una historia que, durante diez años, llevó a que se confeccionara una nueva opción partidaria para el país. Este bastión se ha convertido en otra cosa distinta a lo que originalmente quiso ser.
Begné logró su cometido. En la Asamblea Nacional a celebrarse el próximo fin de semana Patricia Mercado no asistirá como delegada. Habrá sido rudamente defenestrada. Se trata, por cierto, de la misma mujer que un día pidió a los socialdemócratas un voto de confianza a favor de Alberto Begné, para que este político mexicano presidiera su partido.
El dirigente ha hecho gala de su oficio para marginar y luego para aplastar a quienes pensaban distinto a él. Actitud que no tiene nada de notable —mucho menos de astuta— si de un lado se cuenta con los recursos públicos que el IFE entrega a la dirección y, del otro si se carece de esmero moral a la hora de aliarse con el diablo.
Es una lástima.
Patricia Mercado Castro, candidata presidencial en el 2006, ha sido fatalmente expulsada de la dirección de su partido. En un eficaz intento por sacarla de Alternativa Socialdemócrata, la actual dirección de esa fuerza política no escatimó ánimo, esfuerzos, ni recursos.
El escritor español Javier Marías advirtió recientemente que en los combates políticos las reglas de la caballerosidad tienden a relajarse. En este caso particular ocurrió algo un poco más drástico; tales reglas desaparecieron.
Con la expulsión de Mercado y de los suyos de esta expresión partidaria poco o nada quedará de novedoso, opcional o diferente. La dirección encabezada por el señor Alberto Begné Guerra habrá logrado cambiarle por segunda vez el nombre a su partido: primero se le sustrajo el apellido “y Campesina” y ahora el término “Alternativa”. Conforme siga esta tendencia es de suponerse que pronto se estarán peleando en ese territorio los sociales contra los demócratas.
La vida dentro de los partidos es muy enredada. Y si éstos se dicen de izquierda —como bien se sabe en el PRD— las cosas suelen ser aún peores. Con todo, sirvan algunas piezas de este rompecabezas para ofrecer criterios de discernimiento.
Hace a penas un par de semanas el vicepresidente de esa fuerza política, Jorge Wheatley Fernández, envió una carta desesperada a los militantes socialdemócratas donde dejaba en claro que el proceso interno para la constitución de la nueva dirección había perdido el rumbo:
“El proceso hacia la Asamblea Nacional no se ha traducido en un esfuerzo por atraer … a ciudadanos auténticos y para construir, desde la base, órganos de ciudadanos libres. (Se) ha recurrido a fórmulas de la vieja política, precisamente lo que este partido se propuso combatir.”
Este funcionario hizo obviamente referencia al uso indiscriminado de recursos clientelares y de alianzas políticas —a la postre muy costosas— que se han utilizado, no sólo para apropiarse de la nueva dirección sino para eliminar al adversario.
Con algo de ingenuidad pero sobre todo con mucha desesperación, Wheatley concluyó su comunicado con lo siguiente: “Este esfuerzo es el producto de más de una década de lucha, organización y propuesta… Alternativa Socialdemócrata no le pertenece a nadie, a ningún grupo y a ninguna personalidad.”
El vicepresidente se engaña. A él personalmente le tocó escuchar cuando Begné advirtió a quien esto escribe que en su entendimiento de las cosas eran irrelevantes los esfuerzos emprendidos antes de Alternativa.
Lo dijo con toda transparencia y pulcritud. Sin engaños, pues: la tradición que comenzara con Democracia Social y que luego se continuara con México Posible no tendría cabida en Alternativa mientras él estuviera al frente del partido.
De esa identidad previa le estorbaban en particular dos cosas: lo que Begné llamaba, con tono de menosprecio, la agenda “pinky”, y la dificultad para sacar adelante su muy personal estrategia política de alianzas.
Por agenda pinky Begné agrupa los temas relativos al respeto de la diversidad social y a la lucha por la igualación de las libertades que se hubieran promovido, tanto en la contienda del 2000 como en la del 2003.
Mientras hacía mofa con el término, olvidó Begné la difícil batalla que antes suyo se hubiera librado para legislar en contra de la discriminación, y también menospreció las banderas de Alternativa que el diputado Jorge Calrlos Díaz Cuervo hondeó en el Distrito Federal con respecto a la despenalización del aborto y a las uniones de hecho.
Un segundo tema que hizo de la ex candidata presidencial un elemento incómodo para la política de la actual dirección partidaria fue el asunto de las alianzas electorales. De acuerdo con el grupo encabezado por Begné, nada tenía de contrario a los principios del partido, o al voto emitido por los electores de Alternativa en el 2006, adoptar una política de alianzas a conveniencia.
En su día se valoró como políticamente astuto, por ejemplo, que Alternativa acudiera a las elecciones locales de Veracruz con el PRI (y en asociación con el gobernador Fidel Herrera). No importó que esta sociedad no diera a Alternativa una sola curul en el Congreso del estado. La coalición propuesta se hizo, según denunció Mercado, a cambio de recibir un millón de pesos mensuales.
Lo verdaderamente censurable del hecho fue que, mediante triquiñuelas burocráticas, se excluyó intencional y explícitamente a la ex candidata presidencial y a un grupo de dirigentes, de la deliberación y votación referida. En este episodio Begné mostró sin ambages su talante demócrata y también su estilo personal para dialogar.
La actual dirección decidió hace mucho tiempo que los primeros fundadores de Alternativa eran prescindibles. No solo Patricia Mercado, sino otros varios que habían participado antes en ese esfuerzo. Al más viejo estilo se eliminó el disenso por la vía de la erradicación de las voces que lo portaban.
Contrario a lo que Wheatley deseaba hace un par de semanas, ese partido sí le pertenece a alguien, a un grupo, a quien con sus convicciones excluyentes no reviso uno sólo de sus escrúpulos personales a la hora de arrollar a Mercado. Aquella candidata que en el 2006, gracias al respeto público que despertó, lograra ratificar el registro para Alternativa.
Fin de una historia que, durante diez años, llevó a que se confeccionara una nueva opción partidaria para el país. Este bastión se ha convertido en otra cosa distinta a lo que originalmente quiso ser.
Begné logró su cometido. En la Asamblea Nacional a celebrarse el próximo fin de semana Patricia Mercado no asistirá como delegada. Habrá sido rudamente defenestrada. Se trata, por cierto, de la misma mujer que un día pidió a los socialdemócratas un voto de confianza a favor de Alberto Begné, para que este político mexicano presidiera su partido.
El dirigente ha hecho gala de su oficio para marginar y luego para aplastar a quienes pensaban distinto a él. Actitud que no tiene nada de notable —mucho menos de astuta— si de un lado se cuenta con los recursos públicos que el IFE entrega a la dirección y, del otro si se carece de esmero moral a la hora de aliarse con el diablo.
Es una lástima.
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