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20 marzo 2008

La causa de Juarez


Por Francisco Zarco

Uno de los mas groseros ardides puesto en juego para engañar al mundo por la prensa imperialista de Paris ha consistido hace tiempo, en pintar la causa de la independencia y de las instituciones de la Republica como exclusiva y personal del Presidente Legitimo del país.

Este ardid ha sido imitado por los periódicos intervencionistas de México, y aun en los documentos oficiales que emanan de la intervención y de su hechura, la regencia. El ejercito que triunfó el 5 de mayo y que luchó con tanta gloria en Puebla de Zaragoza durante mas de dos meses era un ejercito juarista. Los estados que acatan el orden legal y que aprontan sus elementos todos para la continuación de la guerra son estados juaristas. Los gobernadores y generales que mas se han distinguido por sus buenos servicios en la lucha contra el extranjero y por su adhesión a las instituciones democráticas no son mas que funcionarios juaristas.

El Congreso de la Unión, que no ha omitido medio para dar vigor y prestigio a la acción de ejecutivo, para ponerlo en aptitud de acaudillar el levantamiento del país contra el invasor, no es mas que una asamblea de juaristas. Juaristas son, en fin, todos los disidentes militares y civiles, todos los que se hacen sordos a los llamados de Forey, todos los que están dispuestos a sacrificar su fortuna y su vida antes que resignarse al vilipendio de someterse al simulacro de poder erigido y apoyado por las armas francesas.


Se ha abusado tanto de este epíteto, se ha dado tal extensión al nuevo vocablo del juarismo que El Cronista de México ha tenido la ocurrencia de apellidar juaristas a los treinta y cinco diputados de oposición que han sido electos para el cuerpo legislativo de Francia, diciendo que al contrariar la política imperial obran por intereses particulares. Este ataque a hombres tan eminentes como Thiers, Favre, Gueroult, Simon, Darimon, Picard, Olivier, Havin y tantos otros, que en su larga carrera publica han dado tan relevantes pruebas de independencia, solo revela el cinismo de los traidores y la inquietud que experimentan al temer que sus torpes miras sean contrariadas por los hombres ilustres que van a presentar en la asamblea la inteligencia, el sentimiento y la cultura de la Francia.


Se emplea el titulo de juarista para rebajar hasta el grado de una causa puramente personal la noble causa de todo un pueblo que lucha heroicamente, no solo en su propia defensa sino en la defensa de los principios de justicia y de los derechos de todas las naciones de la tierra. Los que tan torpe y mezquina mira llevan en mientes, no reflexionan que lejos de realizarla solo engrandecen al hombre que atacan, presentándolo al mundo como la personificación de la causa sagrada de la independencia y de la soberanía de las naciones.
No puede ser otro el efecto de sus virulentas diatribas contra todos los defensores de la independencia.

Algo debe valer el hombre que, sin mas fuerza que la del prestigio moral que se deriva del imperio de a ley, puede levantar ejércitos como los que han rechazado y detenido al invasor, y reducirlo en sus triunfos a los estrechos limites de un camino militar. Algo vale para el pueblo el hombre que, sin coacción ni violencia de ninguna clase, es respetado, acatado y obedecido por todo un pueblo, a quien Napoleón se ha cansado de decirle que tratar con el es incompatible con la dignidad de Francia. Algo significa ante el mundo el hombre que encuentra defensores en la prensa independiente de todos los países y en los oradores mas distinguidos en las asambleas legislativas de Europa y América, porque para la prensa intervencionista son juaristas todos los periódicos de Madrid, de Londres, de Paris y de Turín que condenan la intervención francesa en México, y lo son también el General Prim y Sir Charles Wyke, el Senador McDouglas y el Ministro Seward, los diputados Favre y Picard, los oradores Olozaga y Rivero, el Senador Avezzany y el General Garibaldi. Cuantas voces se levantan en ambos mundos reprobando el atentado de la intervención, alentándonos en la lucha, aplaudiendo nuestros triunfos y deplorando nuestras derrotas, son voces juaristas para la prensa ministerial de Paris y para la intervencionista de México.
La pequeña causa de un hombre no podría encontrar tantos, tan insignes y celosos defensores, ni hallar en el mundo tan unánimes simpatías. ¿Qué intereses personales son tan fuertes, tan poderosos puede haber en su favor en todos los países civilizados? No es, pues, la causa de Juárez la que se levanta en México contra la intervención y contra la conquista, ni la que con tesón y heroísmo defiende el pueblo mexicano.

Contra la intervención se levanta el sentimiento de la dignidad nacional, contra la conquista se subleva el amor a la independencia, a costa de tantos sacrificios conquistada, contra el proyecto insensato del imperio surgen vigorosos los hábitos democráticos de este pueblo y los principios republicanos que ha afianzado con heroico esfuerzo.

El pueblo mexicano no defiende la causa de un solo hombre, lucha por su autonomía de pueblo soberano e independiente por su libertad, por su decoro, por sus progresos en la senda de la verdadera civilización y por su derecho inalienable y sagrado de gobernarse por si mismo. Esta causa que es grande, noble y justa, es la que encuentra simpatías en el mundo entero, porque siempre los defensores del derecho merecieron el aplauso de la humanidad, y porque los pueblos presienten con infalible instinto que el atentado se consume contra la existencia de México será un amago para la soberanía de todas las naciones.


Las inconsecuencias de la política imperial resaltan más y más, considerando los cambios que ha sufrido con respecto a M. de Saligny, que después de ofrecerle todo el apoyo moral de la Francia se convirtió en conspirador contra su gobierno. En los preliminares de La Soledad, la Francia reconoció, lo mismo que la Inglaterra y que la España, la legitimidad, la fuerza moral y la estabilidad del Gobierno del Señor Juárez. Violando estos preliminares y la misma Convención de Londres, la Francia declaró incompatible con su propio honor entrar en negociaciones con el gobierno con quien ya las había entablado y comenzó la guerra, diciendo que no la hacia al pueblo sino solo al Gobierno de México, que es la emanación directa de la voluntad del pueblo.
Durante la guerra, Napoleón ha declarado que es contra sus principios y contra sus antecedentes imponer por la fuerza a un gobierno a los mexicanos y que solo se proponía consultar su libérrima voluntad en la cuestión de instituciones.

No bien llegan sus armas a México cuando los hechos desmienten esas hipócritas declaraciones. En lugar de consultar al pueblo, que bien explícitamente ha manifestado su voluntad perseverando en la lucha, sus agentes excluyen a la raza indígena, es decir, a los dos tercios de la población del país, excluyen también a todos los estados y, valiéndose de unos cuantos traidores, escogidos por ellos mismos, intentan fundar el imperio para un príncipe extranjero a quien ni de nombre conocían los mexicanos. Esta grotesca farsa no puede engañar ni a ciegos ni a niños, y solo sirve para dar mas fuerza a lo que los franceses y sus auxiliares llaman la causa de Juárez.

Las atrocidades de la intervención hacen que en todo el país tome grandes proporciones la insurrección contra los invasores.
Y, por no dejar, las aspiraciones de Forey en materias muy importantes tienden, a riesgo de incurrir la Francia en una nueva inconsecuencia, a fortalecer la llamada causa de Juárez, que es la del progreso y de la reforma. El comandante en jefe del cuerpo expedicionario ha dicho en todos los tonos posibles que desea ver planteadas la libertad de cultos y la supremacía del poder civil y sancionadas las adquisiciones de bienes de manos muertas. De manera que se declara por los principios y por los actos políticos del partido a quien hace la guerra y rechaza las ideas de la facción que le sirve de auxiliar y aliada. Esto solo prueba una cosa, que la Francia camina sin plan y que sus palabras no pueden inspirar la menor confianza. Con la ostentación de opiniones progresistas, Forey no ha engañado a nadie, no se ha atraído a un solo mexicano digno y patriota, ni ha logrado minar lo que apellida causa de Juárez, que es la independencia y la libertad de un pueblo que, al defenderse, defiende los fueros de la humanidad, los principios de la civilización y el derecho de todos los pueblos de la tierra.

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