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24 marzo 2008

Mouriño no sirve ya en Gobernación

Álvaro Cepeda Neri

JC, Iván, Juan Camilo, como se llame, nacido español y naturalizado mexicano, de apellidos Mouriño Terrazo –heredero, con sus hermanos, de una fortuna millonaria, producto de inversiones y supuesto tráfico de influencias en productos energético-petroleros–, está repitiendo la historieta de José Córdoba, el nacido francés y naturalizado mexicano durante el salinismo, cuando saltó de las tenebrosas estancias de Los Pinos al estrellato de la Secretaría de Gobernación, para rebasar el currículum de Córdoba, pero alcanzar más rápidamente el ocaso. Se apaga la estrella de Mouriño. Elevado a su nivel de incompetencia, desgastado por críticas y defensas, no tuvo ni la preparación ni el carácter ni los antecedentes de un Jesús Reyes Heroles, para remontar la crisis política que lo está devorando y frente a la cual no pudo ni él ni Calderón implantar una decisión para resolverla. Y salvarlo.

Ascenso espectacular en medio de un escándalo político y entrampado en una telaraña de complicidades y beneficios familiares-empresariales, Mouriño ya topó con pared. No sirve ya como secretario de Gobernación. Y mucho menos como ensayo de jefe de gobierno, para lo que la reforma del Estado vislumbra como la posible creación institucional de un presidencialismo semiparlamentario, donde el presidente de la República en turno, gradualmente, vaya cercenándose una de las dos cabezas que todavía reúne: jefe de Estado y jefe de gobierno. No le salió la jugada a Felipe ni a Juan Camilo. Los que están queriendo defenderlo de las críticas no lograron apuntalarlo. Y es que el español-mexicano (y gachupín por sus incursiones en los negocios familiares e inversiones en España y nuestro país) demostró que no tiene ni madera de político (vocación para la política, diríamos con un concepto weberiano) ni formación profesional. Es economista de una supuesta universidad de la “gusanera” de Miami, Florida.

Las embestidas y exhibiciones desde la oposición beligerante de casi todas las modalidades de la izquierda, con la punta de lanza del lópezobradorismo, realmente lo aniquilaron como la carta fuerte del calderonismo (y del PAN). Sus propios correligionarios fueron incapaces de ponerlo o salvo. Germán Martínez, su rival en amores políticos sucesorios, lo dejó morir acribillado por los dardos de la crítica. Le hicieron mella hasta las mentiras, lo rumores. Y lo acabaron los documentos publicados en los medios de comunicación escritos, sobre sus enredos empresariales-familiares. Su deslinde de éstos no le sirvió. Era hombre al agua, y en los rápidos de la política práctica fue arrastrado contra los peñascos del escándalo asociado con la corrupción del tráfico de influencias. Y Mouriño quedó atrapado en “la perversión o pérdida de integridad en el ejercicio de las tareas públicas” (John B. Thompson, El escándalo político. Poder y visibilidad en la era de los medios de comunicación).

No hubo estrategia política en su nombramiento, por la desesperación de Mouriño de entrar en escena. Su ambición y vanidad lo precipitaron al vacío. Niño bonito a competir con Peña Nieto, adornó páginas de las revistas del “corazón” que mucho bien le hicieron a las armas de la crítica, y mucho mal a él, quien no midió las consecuencias de sus actos. Probó el español-mexicano que carecía de “finalidades objetivas” y está ayuno de “responsabilidades”. Y la vanidad de querer “aparecer... en primer plano”, lo hundieron. Es irreversible su fracaso y su error. No sirve ya como secretario de Gobernación. Se quede como figura de adorno o se vaya (lo que es mejor para el calderonismo) Mouriño ya no existe políticamente. Será un secretario virtual: otro Ramírez Acuña; otro Chuayffet; otro Carrasco; otro Moctezuma.

Vaya como vaya en sus términos la reforma-contrarreforma energética, Mouriño ya no puede ser ni mensajero. A la reciente reunión de la Conago, le prohibieron ir. Y es que ya no hay secretario de Gobernación. Ha desertado de facto. Y su efímera función de jefe de gobierno, casi un primer ministro, fue un ensueño. Su precipitada ambición lo llevó a la tumba política. No tuvo cabeza para la política. Y es que se preparó para burócrata: poder tras el trono de su amigo. Fue el favorito. El calderonismo sigue fracasando con sus mujeres y hombres en el despacho presidencial. Calderón mismo no ha dado la medida. Y Mouriño no tenía la inteligencia, la experiencia y la cultura de un político... “para intentar lo imposible”. Es más: ni siquiera intentó lo posible.

La caída de Mouriño ha sido un desastre para el calderonismo y para Calderón mismo que puso en él todas sus esperanzas y arriesgó el poco capital político que tenía para repuntar estratégicamente. Perdió el inquilino de Los Pinos a un empleado al parecer eficaz tras bambalinas. No tiene más fichas: Germán Martínez no da el ancho. César Nava no tiene tampoco tamaños. Todo era Mouriño. Y como todos los favoritos, una vez en el escenario, son inútiles. Mala decisión de Calderón en medio de las dificultades para su “reforma” energética. Y si de los males el menor, entonces la remoción de Mouriño es indispensable. Necesaria. Aunque tardía y de graves consecuencias inmediatas. Y es que el calderonismo, por otros medios (¡oh, Clausewitz!) se encamina a repetir la farsa del foxismo. Mientras, la nación sufre la ausencia de políticos y el malestar social es un volcán.

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