Laura Itzel Castillo
14 de mayo de 2008
No hay peor tonto que aquél que termina creyendo sus propias mentiras. Eso es lo que ha pasado con el gobierno espurio en plazo récord. Un año y cuatro meses después de haber usurpado el poder, envanecido por la aprobación legislativa de algunas reformas regresivas, Felipe Calderón calculó tener el suficiente número de votos en el Congreso de la Unión para sacar adelante, de manera rápida y sin discusión, la más importante de todas las reformas planteadas por el conservadurismo restaurador: la petrolera. Pero se equivocó de cabo a rabo.
Si bien el panismo reaccionario cuenta con la complicidad de una parte del PRI, el Presidente legítimo de México, Andrés Manuel López Obrador, logró parar en seco los planes oficialistas con su movimiento de resistencia civil pacífica en defensa del petróleo, que, vale decir, tiene voz y rostro de mujer.
La torpeza monumental de Los Pinos tiene varias explicaciones. La primera es la vanidad de Calderón, que cada vez exhibe con mayor nitidez su personalidad autoritaria. La segunda es la subordinación del Presidente espurio a los intereses externos. Y la tercera es el deficiente equipo de asesores con que cuenta, que fue incapaz de hacerle ver que si se parte de premisas equivocadas, las conclusiones son necesariamente erróneas.
Es válido recordar una frase (¿de Álvaro Obregón?) citada con frecuencia por el líder de los senadores priístas, Manlio Fabio Beltrones, que resume el primer problema: “El poder marea a los inteligentes y vuelve locos a los tontos”. Le pasó a Fox, le ocurre a Calderón y desde luego que el ex gobernador de Sonora no es inmune a esa influencia nociva.
En segunda instancia, la presión externa para que Calderón entregue la renta petrolera a las trasnacionales, no es sino la exigencia de los cómplices para que les retribuya las acciones ilegales que lo llevaron al poder y que, en efecto, lo equiparan a Antonio López de Santa Ana, pero también a los generales Miramón y Mejía. El problema es que las exigencias externas no han tomado en consideración la historia y el sentimiento nacionalista de la mayoría de los mexicanos.
Por último, el equipo de novatos encabezado por Juan Camilo Mouriño planteó mal los escenarios. Minimizó a varios actores políticos y, peor aún, soslayó sus estrategias. Vamos: desde el gobierno espurio se confundieron las tácticas con las estrategias, y la logística les reventó en las manos. Hasta hoy, la astucia ha superado al dinero.
Por lo demás, a Calderón la derecha le reclama lo “insuficiente” de su propuesta y una buena parte del PRI —el segmento nacionalista— está francamente en contra de la reforma petrolera, que no llegó a ser “energética”. Peor aún: a pesar de la campaña de odio en contra de AMLO, sus argumentos ganan cada vez más terreno entre la sociedad mexicana. Por eso la consigna, hoy, es clara: ¡No pasarán!
14 de mayo de 2008
No hay peor tonto que aquél que termina creyendo sus propias mentiras. Eso es lo que ha pasado con el gobierno espurio en plazo récord. Un año y cuatro meses después de haber usurpado el poder, envanecido por la aprobación legislativa de algunas reformas regresivas, Felipe Calderón calculó tener el suficiente número de votos en el Congreso de la Unión para sacar adelante, de manera rápida y sin discusión, la más importante de todas las reformas planteadas por el conservadurismo restaurador: la petrolera. Pero se equivocó de cabo a rabo.
Si bien el panismo reaccionario cuenta con la complicidad de una parte del PRI, el Presidente legítimo de México, Andrés Manuel López Obrador, logró parar en seco los planes oficialistas con su movimiento de resistencia civil pacífica en defensa del petróleo, que, vale decir, tiene voz y rostro de mujer.
La torpeza monumental de Los Pinos tiene varias explicaciones. La primera es la vanidad de Calderón, que cada vez exhibe con mayor nitidez su personalidad autoritaria. La segunda es la subordinación del Presidente espurio a los intereses externos. Y la tercera es el deficiente equipo de asesores con que cuenta, que fue incapaz de hacerle ver que si se parte de premisas equivocadas, las conclusiones son necesariamente erróneas.
Es válido recordar una frase (¿de Álvaro Obregón?) citada con frecuencia por el líder de los senadores priístas, Manlio Fabio Beltrones, que resume el primer problema: “El poder marea a los inteligentes y vuelve locos a los tontos”. Le pasó a Fox, le ocurre a Calderón y desde luego que el ex gobernador de Sonora no es inmune a esa influencia nociva.
En segunda instancia, la presión externa para que Calderón entregue la renta petrolera a las trasnacionales, no es sino la exigencia de los cómplices para que les retribuya las acciones ilegales que lo llevaron al poder y que, en efecto, lo equiparan a Antonio López de Santa Ana, pero también a los generales Miramón y Mejía. El problema es que las exigencias externas no han tomado en consideración la historia y el sentimiento nacionalista de la mayoría de los mexicanos.
Por último, el equipo de novatos encabezado por Juan Camilo Mouriño planteó mal los escenarios. Minimizó a varios actores políticos y, peor aún, soslayó sus estrategias. Vamos: desde el gobierno espurio se confundieron las tácticas con las estrategias, y la logística les reventó en las manos. Hasta hoy, la astucia ha superado al dinero.
Por lo demás, a Calderón la derecha le reclama lo “insuficiente” de su propuesta y una buena parte del PRI —el segmento nacionalista— está francamente en contra de la reforma petrolera, que no llegó a ser “energética”. Peor aún: a pesar de la campaña de odio en contra de AMLO, sus argumentos ganan cada vez más terreno entre la sociedad mexicana. Por eso la consigna, hoy, es clara: ¡No pasarán!
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