Por: Vicky Pelaez
Los inmigrantes que apuestan sus esperanzas a las elecciones presidenciales pecan de inocentes. El proceso electoral norteamericano es como la filmación de una película de Hollywood. Cada aspirante a presidente y su séquito escriben un guión general a manera de los cineastas que buscan temas y forma de presentarlos para atraer una audiencia masiva. La regla del político de éxito es hablar de acuerdo a las expectativas y creencias de cada auditorio. Por eso se acomodan y cambian el contenido de sus mensajes en función de quienes los están escuchando. El ejemplo es el senador republicano por Arizona, John McCain: un día habla sobre la necesidad de legalizar a los inmigrantes indocumentados, al día siguiente apoya la idea de su deportación y al tercer día evita tocar el tema.
El truco de los políticos es saber interpretar las encuestas del estado, para eso contratan especialistas, como hizo George Bush con Karl Rove -un siniestro y cínico especialista en manipulación de la opinión pública- que les preparan los discursos que siempre terminan en sonoro aplauso. Estos asesores analizan las encuestas nacionales y locales y determinan el contenido de cada discurso para tocar el corazón de sus potenciales votantes. A la vez el contenido de este “corazón” está influenciado y manipulado hábilmente por el gobierno y la mayoría de los medios de comunicación que están a su servicio.
Esto explica por qué en momentos cuando Estados Unidos entra en recesión ‘los votantes’ republicanos y demócratas de Arizona, Ohio, Indiana, Wisconsin y muchos otros estados, consideran que el terrorismo junto con la inmigración y no la economía es el mayor problema que afecta al país. Esta dudosa y manipulada opinión es producto de los medios masivos que se encargan de presentar al inmigrante indocumentado como un potencial ‘terrorista que podría amenazar la seguridad nacional’.
Los candidatos no hablan cómo solucionarán el problema de la economía, pero todos machacan el tema de los 20 millones de indocumentados. De acuerdo al candidato republicano, Mike Huckabee, es el problema principal para Estados Unidos y da como única solución la deportación masiva. Otros dos candidatos de peso republicanos, Rudy Giuliani y Mitt Romney se solidarizan con esta idea de deshacerse de una vez para siempre de los indocumentados.
Los representantes de Wall Street no están de acuerdo con la consigna antiinmigrante republicana. Saben perfectamente que en período de recesión perder la mano de obra barata y eficaz es como hacerse el ‘haraquiri’. Esto explica el apoyo de Wall Street a los candidatos demócratas, Barack Obama y Hillary Rodham Clinton quienes prometen ayuda al inmigrante, cuya población legal e ilegal ya llegó a 50 millones. Sin embargo, los dos apoyan la guerra contra Irak, y están de acuerdo con la belicosidad de Bush contra Irán.
Supuestamente, en una democracia, los aspirantes a la presidencia deberían de representar los intereses del pueblo como establece la Constitución. Sin embargo la sobrevivencia de cada candidato depende del dinero que recolecta. Se calcula que se necesitan no menos de 200 millones de dólares. George Bush recolectó para su reelección del 2004, cerca de 280 millones de dólares. El grueso del dinero no proviene de simples votantes sino de las corporaciones que operan a través de unos 35 mil cabilderos y que negocian el apoyo financiero de las compañías nacionales e internacionales, igual como abogan por los intereses de otros países, a cambio de futuros contratos y orientaciones favorables hacia sus donantes.
Y así cada cuatro años, tanto republicanos como demócratas repiten el mismo libreto escrito por los grupos de interés para demostrar que la “democracia funciona”. Nos toca a los inmigrantes, seguirles el juego sucio, o tal vez darles una lección negándonos a votar. Total, salga uno u otro, será la misma cosa.
“Si una nación no es capaz de percibir la realidad de manera correcta, su capacidad para afirmarse en el mundo está casi descartada”. Morris Berman.
Los inmigrantes que apuestan sus esperanzas a las elecciones presidenciales pecan de inocentes. El proceso electoral norteamericano es como la filmación de una película de Hollywood. Cada aspirante a presidente y su séquito escriben un guión general a manera de los cineastas que buscan temas y forma de presentarlos para atraer una audiencia masiva. La regla del político de éxito es hablar de acuerdo a las expectativas y creencias de cada auditorio. Por eso se acomodan y cambian el contenido de sus mensajes en función de quienes los están escuchando. El ejemplo es el senador republicano por Arizona, John McCain: un día habla sobre la necesidad de legalizar a los inmigrantes indocumentados, al día siguiente apoya la idea de su deportación y al tercer día evita tocar el tema.
El truco de los políticos es saber interpretar las encuestas del estado, para eso contratan especialistas, como hizo George Bush con Karl Rove -un siniestro y cínico especialista en manipulación de la opinión pública- que les preparan los discursos que siempre terminan en sonoro aplauso. Estos asesores analizan las encuestas nacionales y locales y determinan el contenido de cada discurso para tocar el corazón de sus potenciales votantes. A la vez el contenido de este “corazón” está influenciado y manipulado hábilmente por el gobierno y la mayoría de los medios de comunicación que están a su servicio.
Esto explica por qué en momentos cuando Estados Unidos entra en recesión ‘los votantes’ republicanos y demócratas de Arizona, Ohio, Indiana, Wisconsin y muchos otros estados, consideran que el terrorismo junto con la inmigración y no la economía es el mayor problema que afecta al país. Esta dudosa y manipulada opinión es producto de los medios masivos que se encargan de presentar al inmigrante indocumentado como un potencial ‘terrorista que podría amenazar la seguridad nacional’.
Los candidatos no hablan cómo solucionarán el problema de la economía, pero todos machacan el tema de los 20 millones de indocumentados. De acuerdo al candidato republicano, Mike Huckabee, es el problema principal para Estados Unidos y da como única solución la deportación masiva. Otros dos candidatos de peso republicanos, Rudy Giuliani y Mitt Romney se solidarizan con esta idea de deshacerse de una vez para siempre de los indocumentados.
Los representantes de Wall Street no están de acuerdo con la consigna antiinmigrante republicana. Saben perfectamente que en período de recesión perder la mano de obra barata y eficaz es como hacerse el ‘haraquiri’. Esto explica el apoyo de Wall Street a los candidatos demócratas, Barack Obama y Hillary Rodham Clinton quienes prometen ayuda al inmigrante, cuya población legal e ilegal ya llegó a 50 millones. Sin embargo, los dos apoyan la guerra contra Irak, y están de acuerdo con la belicosidad de Bush contra Irán.
Supuestamente, en una democracia, los aspirantes a la presidencia deberían de representar los intereses del pueblo como establece la Constitución. Sin embargo la sobrevivencia de cada candidato depende del dinero que recolecta. Se calcula que se necesitan no menos de 200 millones de dólares. George Bush recolectó para su reelección del 2004, cerca de 280 millones de dólares. El grueso del dinero no proviene de simples votantes sino de las corporaciones que operan a través de unos 35 mil cabilderos y que negocian el apoyo financiero de las compañías nacionales e internacionales, igual como abogan por los intereses de otros países, a cambio de futuros contratos y orientaciones favorables hacia sus donantes.
Y así cada cuatro años, tanto republicanos como demócratas repiten el mismo libreto escrito por los grupos de interés para demostrar que la “democracia funciona”. Nos toca a los inmigrantes, seguirles el juego sucio, o tal vez darles una lección negándonos a votar. Total, salga uno u otro, será la misma cosa.
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