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14 marzo 2008

JUAREZ

Mural por Jose Clemente OROZCO

Tiene sentido hablar de la actualidad de Juárez?, ¿no se trata de un recurso retórico? No sólo no estamos ante una fórmula vacía ni ante un acto ritual, sino que como lo demuestran los textos que reúne el libro "Actualidad de Juárez" (Varios autores. UNAM. 2004) las coordenadas que trazaron los liberales del 19 siguen siendo las mismas dentro de las cuales discutimos hoy la agenda nacional. No digo, por supuesto, que la realidad sea idéntica a la del pasado. Eso sería una tontería. Sino que los conceptos a través de los cuales filtramos y entendemos la política en buena medida fueron creados por aquel conjunto de liberales.

Vigencia y defensa de la Constitución, soberanía nacional, sistema político republicano, igualdad jurídica de los ciudadanos ante la ley, separación entre el Estado y las iglesias y supremacía del poder civil, régimen de libertades. Son temas que Juárez y sus compañeros desarrollaron a la luz de los principios de la ilustración y el liberalismo, y si bien hoy muchos de esos temas tienen una mayor complejidad, los pilares edificados por los liberales siguen, en buena medida, inconmovibles. Veamos.

1. Constitución y principio de legalidad. No el capricho, no el proyecto personal, sino un sistema normativo que intentaba y aún intenta forjar un hábitat encuadrado en el ejercicio más amplio de la libertad y el respeto a los derechos de terceros, presidido por un gobierno republicano, democrático, con división de poderes, federalista, fruto de la soberanía popular.

Una construcción normativa que ha permanecido casi inalterable a lo largo de las décadas. Porque para Juárez la Constitución y las leyes eran la más poderosa palanca para la transformación social y la única fórmula para que las aspiraciones pudiesen hacerse realidad. Sus principios han soportado las más disímbolas embestidas y en lo fundamental fueron recogidos por los constitucionalistas de 1917. Hoy, incluso cuando se discute la posibilidad de remodelar el sistema presidencial se hace dentro de las coordenadas fijadas por los constitucionalistas de 1857.

2. Separación radical entre Estado e Iglesias y supremacía del poder civil. Se trata de una de las construcciones civilizatorias más relevantes, ya que permite la coexistencia pacífica de los diversos credos, le garantiza al individuo el ejercicio de su fe e impide que la esfera de la política, naturalmente cargada de tensiones, se vea sobrecargada con las pulsiones que emergen de las disputas religiosas.

La viabilidad de una sociedad compleja, masiva, en la que conviven diferentes religiones, como es la nuestra, sólo es posible bajo los principios ordenadores del Estado laico, la libertad de cultos, y la escisión entre los asuntos de la política y los de la fe. Y por ello, ante las pulsiones que desearían modular el debate político con los dogmas que se desprenden de la religión o ante aquellas que pretendieran invadir la esfera de las creencias religiosas de los ciudadanos, la noción del Estado laico garante de las libertades individuales sigue teniendo una enorme pertinencia.

3. Igualdad jurídica de los ciudadanos. Hoy, puede parecer una fórmula de Perogrullo, pero recordemos que el México poscolonial estaba marcado por el sistema de castas y los fueros de que gozaban diversas corporaciones. Esa igualdad ante la ley fue el presupuesto para la edificación de una sociedad de ciudadanos, que más allá de sus enormes diferencias, son considerados iguales y con los mismos derechos y obligaciones.

No obstante, hoy como ayer, la igualdad jurídica es erosionada todos los días por las enormes asimetrías económicas y sociales que cruzan al país. La discriminación por razones de clase, color de la piel, orientación sexual, deficiencias físicas, se reproduce de manera cotidiana e inercial. De tal suerte que esa igualdad sigue siendo más una aspiración que una cabal realidad. Pero no nos confundamos. Mi alegato no quiere volver al añejo antagonismo entre igualdad formal y sustantiva, sino solamente apuntar que la igualdad jurídica ante la ley, en sí misma crucial, es vulnerada por la profunda desigualdad social.

4. Programa. Los afanes de Juárez y sus compañeros cargaron a la política de significado porque luchaban por la realización de un programa. De esa forma, la política no era el espacio donde sólo se discernían ambiciones personales, apuestas de corto plazo, jugarretas de todo tipo, sino que se desplegaba para lograr determinados objetivos fueran estos de largo aliento (separación entre el Estado y la Iglesia, República democrática con división de poderes, etc.) o específicos y pertinentes para la etapa que les tocó vivir (construcción de una red de ferrocarril, colonización de las zonas del país con escasa población, fomento a la producción agrícola o minera, etc.).

Porque la dignidad y el sentido de la política solamente pueden ser alimentados por programas que resuman las aspiraciones y necesidades de la sociedad. Sin ellos, la actividad política se seca, se vacía de significados. El ideario liberal se convirtió en un programa y ese programa en políticas públicas, de tal suerte que la política apareció con todas sus potencialidades. Algo similar requerimos ahora desde todos los idearios que cruzan a la República de tal suerte que la política vuelva a cargarse de contenidos.

5. Educación pública, laica y gratuita. Como la inmensa mayoría de los hombres tocados por la ilustración, Juárez y sus compañeros confiaron en el enorme poder transformador de la educación. Para contrarrestar los prejuicios, las supercherías, las consejas que provienen de la ignorancia y la tradición, no existía ni existe un antídoto mejor que la educación basada en la ciencia. Es por ello que Juárez pretendió extender la educación con dos atributos: laica y gratuita.

Laica para trascender los dogmas religiosos, garantizar la efectiva libertad religiosa, abrirle paso a la convivencia de la pluralidad de credos, secularizar la vida civil; y gratuita, para que fuera universal, que beneficiara a los que menos tenían, para hacerla realidad. Se trata de una tarea permanente, siempre inconclusa, sujeta a las más variadas presiones, pero sin duda pertinente dadas las enormes desigualdades que siguen cruzando a la sociedad, a los afanes por reintroducir la religión al espacio escolar y el desgaste que ha sufrido la escuela pública.

Quizá al final una noción pueda destacar entre todas: la política al servicio de causas. Porque el gran proyecto de Juárez y sus compañeros fue convertir a la política en un instrumento de cambio, que hiciera posible una convivencia social justa, libre y armónica, dentro de un Estado de derecho democrático cuya piedra fundadora era la soberanía popular. Se dice y escribe fácil. Pero aún hoy, en ésas estamos.

Jose Woldeberg

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