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12 marzo 2008

MESURA CONTRA LA SOBERBIA

12 de Marzo de 2008

ÍNDICE POLÍTICO

FRANCISCO RODRÍGUEZ

Nada es más terrible que una reputación dañada

Leonardo DaVinci

SEGÚN EL SOCIÓLOGO Max Weber, un político tiene tres cualidades: pasión, sentido de responsabilidad y mesura. Esta última característica le impide distanciarse de la realidad, interpretar erróneamente lo que pasa en su país, desnaturalizar las pretensiones de su jefe.

Ocurre que, cuando uno se considera excelso, supremo e irreemplazable, el engreimiento suele llevarlo al desprecio de la crítica; también, debido a esta patología, cualquier autoanálisis se vuelve imposible.

En este contexto, la gestión pública termina incurriendo en prácticas autoritarias, ya que se descalifican las restricciones legales porque afrentan el pundonor del gobernante. Conforme a su óptica, los mortales que no consiguieron ningún triunfo comicial tienen la sola obligación de loar al nuevo mesías.

Respaldado por los aplaudidores del oficialismo, un presidente puede creer que su popularidad se mantiene imperturbable. Atendiendo a funcionarios lisonjeros, rechaza las encuestas ventiladas para probar la decadencia de su administración, bosteza si alguien diserta sobre los exabruptos de sus colaboradores, sonríe ante solicitudes de circunspección e infravalora las denuncias que revelan hábitos de corrupción.

Por lo comprobado, los palacios gubernamentales se convierten, con facilidad, en una torre de marfil, un espacio donde habitan sólo el ególatra y su claque.

Ejecutores del renacimiento nacional, ellos repulsan los discursos que no engalanan sus políticas públicas, aunque las razones para componerlos sean encomiables.

Todo pedido formulado por un ciudadano debería originar contestaciones claras del Estado, respuestas que hagan dable saber cuál es la postura oficial sobre una situación específica. Al omitir este deber --archivando la petición o desacreditándola sucintamente--, las autoridades generan malestares que socavan su legitimidad. Obrando así, los burócratas le hacen conocer al individuo que no fueron contratados para servirlo, sino con el propósito de satisfacer cualesquier antojos del adalid, cuyo egocentrismo reclama vastas genuflexiones.

La infalibilidad del jefe puede más que un océano de construcciones académicas. Como su endiosamiento le asegura dictados sublimes, descarta la revisión del ideario que propala –"las manos limpias"--, así como el escrutinio de los cuestionamientos opositores.

El déspota iletrado supone que las multitudes lo apoyan sin vacilar. Desde los cubiles palaciegos, se juzga que la situación dista mucho de ser aciaga. Pero este convencimiento decae gracias al creciente número de insatisfacciones ciudadanas. Una vez que los reclamos aumentan, las concentraciones oficialistas pierden esplendor. La populachería obceca, mas no valida ninguna sandez económica o arbitrariedad sanguinolenta.

Anatole France lo explicó mejor cuando sostuvo: "Si un millón de personas dice una cosa tonta, ésta sigue siendo una cosa tonta".

Y una cosa muy tonta es creer que todo este escándalo no tiene ya un principal y casi único perjudicado: Felipe Calderón.

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