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18 agosto 2008

Seguridad y descomposición social

Bernardo Bátiz V.

Una muestra muy lamentable de la descomposición social que estamos viviendo en México es la forma torpe y superficial con la cual las autoridades y algunos sectores de la sociedad afrontan la turbulencia mediática provocada por la lamentable tragedia de un menor, víctima de secuestro y homicidio. Sobre este tema ¿qué vemos, qué oímos? Declaraciones ampulosas, convocatorias a grandes frentes que de tan grandes se convierten en mastodontes paralíticos, histeria de conductores y comentaristas de radio y televisión, cambios cosméticos y formaciones apresuradas de nuevos grupos policiacos de elite, como los 300 elementos que la Policía Federal Preventiva pretende dedicar en todo el país al combate del secuestro. Este último es precisamente un ejemplo de las propuestas ingenuas o al menos inexplicables, pero sin duda apresuradas de las autoridades; nueve o diez elementos por estado que, divididos en dos turnos, serán unos cuatro o cinco policías antisecuestros, actuando en contra de las, según los medios, poderosas e imbatibles bandas de secuestradores.

Los problemas son de más fondo; los delitos en singular tienen causas subjetivas, tanto de la víctima como del victimario; cualquiera, dada la naturaleza humana, puede cometer un ilícito, y cualquiera, sea cual sea su edad o su situación social, puede en un momento ser víctima de un delito. Individualmente, víctimas y victimarios poseen características personales que los inclinan o los hacen propensos a contar en las estadísticas de los que cometen los actos antisociales o de los que son sujetos pasivos de los mismos.

Pero hay también factores de carácter estructural que propician y facilitan la comisión de los delitos; los criminólogos saben que hay zonas en las ciudades que son propicias a las actividades antisociales; se les denomina zonas criminógenas: son barrios enteros, calles, plazuelas, antros y tugurios, recovecos de las grandes urbes, donde son más frecuentes los delitos y sus detonantes.

Hay otros factores de un ámbito más amplio que facilitan los delitos, que dan el clima social favorable, son problemas más profundos y difíciles de modificar o corregir. Son carencias en materia económica, fallas en la educación, o en los ámbitos de la recreación o de la vida familiar; en buena medida, quienes cometen un delito son moldeados y formados por su medio ambiente, familiar, escolar y social en general.

Muchachos que salen de la adolescencia mal preparados, rodeados de ejemplos negativos y con mínimas oportunidades de empleo, serán candidatos inmejorables para ser reclutados por las bandas formales o informales de la delincuencia.

Otro factor que propicia que se incrementen los índices delictivos es la convicción compartida de que para triunfar socialmente y ser apreciado y reconocido por la colectividad se necesita tener dinero y “disfrutar de la vida” a como dé lugar; ésa es la pauta conceptual que los medios masivos de comunicación, en especial la televisión, nos presentan todos los días, a todo momento y con un bombardeo de mensajes e imágenes que dificulta que otros modelos, mejores que ésos, puedan permear en las mentes de los niños y los jóvenes que se inician en la socialización .

Si las más altas autoridades de la sociedad sobreviven en el poder a partir de mentiras repetidas en insultantes campañas de publicidad, si todo mundo se percata de cómo se hacen grandes negocios al amparo del poder y de qué manera los magnates están dispuestos a romper todas las reglas empezando por la fundamental en un estado de derecho, como es la Constitución, ¿cómo podemos exigir a los jóvenes que cumplan con la normatividad social, si sus paradigmas, que ven todos los días en imágenes reiteradas en los medios de comunicación, demuestran una gran superficialidad, insensibilidad social y aun cinismo; si triunfan personajes de la picaresca política por decir lo menos, y se llevan a cabo alianzas que en otros momentos de nuestra historia serían vergonzosas? ¿Cómo podemos pedir a los menos favorecidos que respeten y cumplan con toda la pesada cauda de responsabilidades y reglas difíciles de cumplir?

Para exigir seguridad, tenemos primero que componer y arreglar nuestros maltrechos lazos que hacen de un conglomerado informe una verdadera sociedad coherente, con fines compartidos y con espíritu solidario. Para combatir el delito –no sólo los casos más publicitados de delitos aislados, sino el delito como fenómeno social–, es necesario atacar las causas de fondo, las que lo generan; es necesario modificar estructuras sociales dañinas y dañadas, pero estos cambios ciertamente no pasan ni por penas más elevadas y absurdas, ni por la pena de muerte, ni por garrotes más pesados a los gendarmes, armas de fuego de mayor calibre, más policías y más persecución. Se necesita un gobierno en el que el pueblo confíe, una mejor distribución de la riqueza, más oportunidades de educación y de empleo, y mejor dirección social; sólo frenando con organización y capacitación, con solidaridad y participación popular, podremos remontar el avance de la delincuencia y detener la galopante descomposición social.

Otro sí digo: Me enteré por casualidad de un caso indignante de injusticia: un pobre trabajador, padre de familia de más de 60 años, encargado en una empresa editorial de compaginar las hojas de los periódicos para que puedan ser repartidos en la mañana, al salir de su trabajo, llevándose tres ejemplares del diario que compaginaba, uno de los cuales se le obsequiaba y los otros dos los tomó de los que diariamente se desperdician, fue detenido por policías y abogados de la empresa por el terrible delito. Este “peligroso criminal” hace ya varias semanas que padece en el Reclusorio Norte, procesado por un juez implacable e impoluto como reo de delincuencia organizada, porque cuando se llevó los periódicos, que valdrían a lo sumo 20 pesos, se encontraba con otros compañeros.

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