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23 enero 2008

Albores y estertores

Por: Laura M. López Murillo

En algún lugar de la agenda presidencial, en las semanas de todos los meses, la configuración de la hegemonía aparece marcada como una prioridad inminente; por eso, todas las acciones de la elite gobernante tienden a la conservación del poder recién adquirido…

Los regímenes adquieren el matiz que caracteriza su estilo en el gobierno por los efectos de sus acciones y por las repercusiones sociales de sus decisiones; hoy por hoy, se confirma que la estrategia del calderonismo persigue la consolidación del grupo en el gobierno y la conservación del poder.

Es por eso que la pobreza extrema, la inseguridad, la salud y la educación pública están debidamente relegadas en la lista de las prioridades de la actual elite gobernante, cuyo único asunto apremiante es configurar el ámbito de su influencia, y para lograrlo, han imitado, con maestría y virtuosismo, las tácticas del Priato.

El neo-presidencialismo que Felipe Calderón pretende instituir, conserva y perpetúa las condiciones que predominaron durante el apogeo de la Revolución Institucionalizada cuando el presidente controlaba al gabinete, al legislativo, al poder judicial y a su partido.

Los recientes cambios en el gabinete de Felipe Calderón obedecen a ese objetivo y bloquean aquella iniciativa en la Reforma del Estado que postula la conformación de un régimen parlamentario con un Jefe de Gobierno en el legislativo como contrapeso a la presidencia.

Pero además, para consolidar al grupo hegemónico en el poder es indispensable la continuidad; de ahí que las únicas fechas importantes en la agenda nacional sean los próximos comicios: las elecciones intermedias en el 2009, las elecciones estatales y la elección presidencial en el 2012.

El matiz del calderonismo refleja un régimen que no gobierna, enfocado exclusivamente en el surgimiento de una nueva elite, y revela el proceso lógico de la alternancia cuando se han superado la inoperancia y el desgobierno posteriores a la caída del Priato.

Desafortunadamente, a los albores del neo-presidencialismo le corresponden los estertores de la oposición: no se vislumbran los rasgos de un antagonismo maduro y firme, y la disidencia partidista es obtusa y anacrónica, incapaz de detener la consolidación de la nueva hegemonía… esa prioridad inminente de la elite gobernante para conservar del poder recién adquirido…

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