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26 enero 2008

Altos precios obligan a pobres haitianos a comer tierra

Y va en serio señores: Y habrá hambres en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores. Mateo 24:7-8 No es fanatismo, no es exageración, lo que hace miles de años se escribió ahora se empieza a cumplir.

Por JONATHAN M. KATZ The Associated Press

Es hora del almuerzo en uno de los asentamientos más miserables de Haití y Charlene Dumas está comiendo lodo.

Como los precios de los alimentos están a la alza en todo el mundo, muchas de las personas más pobres del mundo no se pueden dar el lujo de comer siquiera un plato de arroz al día. Así que adoptan medidas desesperadas para alimentarse.

Charlene, una madre soltera de 16 años con un hijo de un mes de nacido, ha comenzado a utilizar el remedio tradicional haitiano para saciar su hambre: cocer galletas hechas con tierra seca y amarillenta de la meseta central del país.

El lodo ha sido muy apreciado desde hace mucho por las mujeres embarazadas y por los niños de este país como fuente de calcio y antiácidos. Sin embargo, en lugares como la villa miserable de Cite Soleil, ubicada junto al mar, donde Charlene comparte una casa de dos habitaciones con su hijo, cinco hermanos y dos padres desempleados, las galletas confeccionadas con tierra, sal y aceite vegetal se han convertido en una fuente regular de sustento.

"Cuando mi madre no cocina nada, tengo que comerlas tres veces al día", comenta Charlene. Su pequeño hijo Wilson, recostado en su regazo, lucía más delgado que los 2,8 kilos que pesó el día que nació el mes pasado.

Pese a que le agrada el sabor salado y grasoso de las galletas, Charlene indicó que éstas también le producen dolores estomacales. "Cuando amamanto, el bebé a veces también tiene cólicos", agregó.

La Agencia Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas está cada vez más preocupada por los precios de los alimentos, que se han incrementado notablemente debido a una serie de factores.

El cambio climático ha provocado más tormentas que destruyen cosechas, y el incremento en los precios del petróleo significa mayores costos en fertilizantes y en transportes.

Una mayor demanda de biocombustibles significa menos tierras dedicadas a las cosechas y esa disminución de oferta eleva los precios.

Al referirse a los temores por el hambre, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de las Naciones Unidas ha iniciado un plan para combatir la elevación de los precios de los alimentos con la distribución de estampillas para que los agricultores puedan comprar semillas y fertilizantes en las naciones pobres.

En el Caribe, las inundaciones y los daños a la agricultura provocados por la temporada de huracanes del 2007 obligó a la FAO a declarar el estado de emergencia para Haití y para otras naciones de la región.

Los precios de los alimentos han aumentado hasta en un 40% en algunas de las islas, y los líderes caribeños llevaron a cabo una reunión de emergencia en diciembre para discutir la reducción en impuestos a los alimentos y crear grandes zonas agrícolas regionales para reducir su dependencia a las importaciones.

En Haití, los precios altos y la escasez de alimentos amenazan la frágil estabilidad del país, por lo que las galletas de lodo son una de las muy escasas opciones que tienen los más pobres para salvarse del hambre.

Algunos mercaderes trasladan la tierra desde la población central de Hinche a un mercado del barrio miserable de La Salines en Puerto Príncipe. Dentro del mercado, cargado con mesas plagadas de moscas donde se comercian la carne y las verduras, las mujeres más pobres compran la tierra y luego la procesan para convertirla en galletas de tierra en lugares como Fort Dimanche, otro barrio miserable cercano.

Al transportar cubetas de tierra y agua por escaleras hasta el techo de la ex prisión de donde el barrio ha tomado su nombre, las mujeres desbaratan las piedras y los terrones sobre una sábana, y luego mezclan la tierra con aceite y sal, le dan forma de galletas a la pasta de lodo y la dejan secar bajo el ardiente sol caribeño.

Las galletas, ya terminadas, son trasladadas en cubetas hasta los mercados o se venden en las calles.

Marie Noel, de 40 años, vende las galletas en el mercado para mantener a sus siete hijos. Su familia también las consume.

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