Por: Julio Pomar
Cada vez que puede, y son desafortunadamente muchas las ocasiones en que puede, Felipe Calderón exhibe indigencia de cultura política. Dice que el debate petrolero que se realiza bajo los auspicios del Senado está “muy ideológico”. Salta a la vista la pregunta de qué ejercicio de gobierno o de acción oficial o de política no es ideológico. Y se encuentra que todo acto o ejercicio de política es ideológico, sea de manera abierta, sea de manera implícita. Todo acto de política -a menos que se trate de limpiarse los zapatos o cepillarse los dientes en el sanitario de un recinto parlamentario o ejecutivo- es o supone una ideología: la de la persona que lo ejecuta o de la institución que lo impulsa.
Cuando Calderón critica con afanes descalificadores el debate petrolero, lo único que descalifica es su propia comprensión del fenómeno político. Pero además, no entiende, o miente, cuando afirma que “los puntos centrales de mi propuesta no se han abordado”. ¿Y cuáles son esos “puntos centrales”? En las cinco iniciativas conjuntas de su propuesta de reforma energética, no son los argumentos técnicos los únicos ni los más importantes, y a esos, los aspectos técnicos, es a los que Felipe Calderón se refirió en su reproche a los legisladores por el debate petrolero.
El argumento más importante de su propuesta no es “lo técnico”, sino lo ideológico. Pues pretender privatizar industria tan importante para México lleva una fenomenal carga ideológica, y en suma es ideológica. O ahora los panistas nos van a salir con la tontera de que privatizar no es un acto de ideología, si en el mundo entero desde hace 25 años está en ristre la guadaña neoliberal contra las industrias estatales, consideradas “muy ideológicas” por quienes pretendían privatizarlas o por quienes en cierto momento, caso Pemex, fueron rescatadas de manos privadas y restituidas al dominio de la nación, o sea, del Estado, según los lineamientos de nuestro Artículo 27 Constitucional.
Que se discuta la no privatización o su contraria, la privatización de Pemex, es en efecto, un asunto ideológico y del más alto nivel. Si nuestra Constitución, instrumento jurídico por excelencia del Estado y la Nación, no contuviese contenidos ideológicos directos o indirectos, explícitos o implícitos, no pasaría de ser un vulgar reglamento administrativo, y hasta en este caso tal reglamento reflejaría la Ley Mayor, o sea, la Constitución, en su orientación ideológica, de la intención que guarda respecto de las metas nacionales y los objetivos de la colectividad, que siempre tienen una carga esencial ideológica.
El señor Felipe Calderón, con estas afirmaciones da una pobre muestra de la incomprensión que tiene de una materia que se supone estudió en la carrera de Derecho. O que la pasó de noche, como se dice de quien ignorante de una materia -el derecho constitucional, nada menos- de todos modos por una suerte del destino, o “chiripa”, alcanzó la calificación escolar aprobatoria.
Si privatizar Pemex, que criticó Calderón desde España, no es un acto ideológico neto, aunque impuro, debería cancelarse la misma Constitución de un plumazo para que al señor que encabeza la administración pública le pareciera justificada su pretensión presuntamente “no ideológica” de privatizar. Pero los amarres de toda estructura jurídica, empezando por su Ley Mayor, seguirían siendo pronunciamientos ideológicos, no técnicos ni administrativos.
Muy lejos está este personaje respecto de los panistas cultos doctrinarios, o al menos prudentes, que fundaron su partido en 1939, con Manuel Gómez Morín a la cabeza, para oponerse al programa revolucionario de entonces, que encabezó don Lázaro Cárdenas del Río (1936-1940), en conocida respuesta de la derecha contra quien apenas un año antes había dado el gran paso histórico de la expropiación de la industria petrolera. Respuesta derechista que era un pronunciamiento ideológico frente a la afirmación ideológica de la expropiación.
Algo muy grave es que fue Calderón a España a mercar a México y, naturalmente, cosechó aplausos, pues fue a ofrecerles un nuevo modo de “hacer las américas” con que el afán gachupinesco siempre mira a los países de Nuestra América; o sea, como botín para hinchar la faltriquera. Pero a la vez puso en evidencia su miseria conceptual en materia tan importante como la vigencia de la Constitución en el estatus y destino de la empresa petrolera nacional.
Tal como lo acostumbró el despatarrado Fox, habló Calderón en el extranjero de asuntos mexicanos, y supuso que en su pretensión privatizante cualquier cosa se vale, hasta perder el decoro en aras del becerro de oro del neoliberalismo, en este caso hispano, que ideológicamente sabe perfectamente bien qué quiere o no quiere de México; esto es, tiene una intención ideológica neta. No, señor Calderón, la vida social, toda, está inmersa en la ideología, desde que existen clases sociales que postulan posiciones distintas que son definiciones ideológicas, y no son simples adornos conceptuales ajenos a la realidad.
Cada vez que puede, y son desafortunadamente muchas las ocasiones en que puede, Felipe Calderón exhibe indigencia de cultura política. Dice que el debate petrolero que se realiza bajo los auspicios del Senado está “muy ideológico”. Salta a la vista la pregunta de qué ejercicio de gobierno o de acción oficial o de política no es ideológico. Y se encuentra que todo acto o ejercicio de política es ideológico, sea de manera abierta, sea de manera implícita. Todo acto de política -a menos que se trate de limpiarse los zapatos o cepillarse los dientes en el sanitario de un recinto parlamentario o ejecutivo- es o supone una ideología: la de la persona que lo ejecuta o de la institución que lo impulsa.
Cuando Calderón critica con afanes descalificadores el debate petrolero, lo único que descalifica es su propia comprensión del fenómeno político. Pero además, no entiende, o miente, cuando afirma que “los puntos centrales de mi propuesta no se han abordado”. ¿Y cuáles son esos “puntos centrales”? En las cinco iniciativas conjuntas de su propuesta de reforma energética, no son los argumentos técnicos los únicos ni los más importantes, y a esos, los aspectos técnicos, es a los que Felipe Calderón se refirió en su reproche a los legisladores por el debate petrolero.
El argumento más importante de su propuesta no es “lo técnico”, sino lo ideológico. Pues pretender privatizar industria tan importante para México lleva una fenomenal carga ideológica, y en suma es ideológica. O ahora los panistas nos van a salir con la tontera de que privatizar no es un acto de ideología, si en el mundo entero desde hace 25 años está en ristre la guadaña neoliberal contra las industrias estatales, consideradas “muy ideológicas” por quienes pretendían privatizarlas o por quienes en cierto momento, caso Pemex, fueron rescatadas de manos privadas y restituidas al dominio de la nación, o sea, del Estado, según los lineamientos de nuestro Artículo 27 Constitucional.
Que se discuta la no privatización o su contraria, la privatización de Pemex, es en efecto, un asunto ideológico y del más alto nivel. Si nuestra Constitución, instrumento jurídico por excelencia del Estado y la Nación, no contuviese contenidos ideológicos directos o indirectos, explícitos o implícitos, no pasaría de ser un vulgar reglamento administrativo, y hasta en este caso tal reglamento reflejaría la Ley Mayor, o sea, la Constitución, en su orientación ideológica, de la intención que guarda respecto de las metas nacionales y los objetivos de la colectividad, que siempre tienen una carga esencial ideológica.
El señor Felipe Calderón, con estas afirmaciones da una pobre muestra de la incomprensión que tiene de una materia que se supone estudió en la carrera de Derecho. O que la pasó de noche, como se dice de quien ignorante de una materia -el derecho constitucional, nada menos- de todos modos por una suerte del destino, o “chiripa”, alcanzó la calificación escolar aprobatoria.
Si privatizar Pemex, que criticó Calderón desde España, no es un acto ideológico neto, aunque impuro, debería cancelarse la misma Constitución de un plumazo para que al señor que encabeza la administración pública le pareciera justificada su pretensión presuntamente “no ideológica” de privatizar. Pero los amarres de toda estructura jurídica, empezando por su Ley Mayor, seguirían siendo pronunciamientos ideológicos, no técnicos ni administrativos.
Muy lejos está este personaje respecto de los panistas cultos doctrinarios, o al menos prudentes, que fundaron su partido en 1939, con Manuel Gómez Morín a la cabeza, para oponerse al programa revolucionario de entonces, que encabezó don Lázaro Cárdenas del Río (1936-1940), en conocida respuesta de la derecha contra quien apenas un año antes había dado el gran paso histórico de la expropiación de la industria petrolera. Respuesta derechista que era un pronunciamiento ideológico frente a la afirmación ideológica de la expropiación.
Algo muy grave es que fue Calderón a España a mercar a México y, naturalmente, cosechó aplausos, pues fue a ofrecerles un nuevo modo de “hacer las américas” con que el afán gachupinesco siempre mira a los países de Nuestra América; o sea, como botín para hinchar la faltriquera. Pero a la vez puso en evidencia su miseria conceptual en materia tan importante como la vigencia de la Constitución en el estatus y destino de la empresa petrolera nacional.
Tal como lo acostumbró el despatarrado Fox, habló Calderón en el extranjero de asuntos mexicanos, y supuso que en su pretensión privatizante cualquier cosa se vale, hasta perder el decoro en aras del becerro de oro del neoliberalismo, en este caso hispano, que ideológicamente sabe perfectamente bien qué quiere o no quiere de México; esto es, tiene una intención ideológica neta. No, señor Calderón, la vida social, toda, está inmersa en la ideología, desde que existen clases sociales que postulan posiciones distintas que son definiciones ideológicas, y no son simples adornos conceptuales ajenos a la realidad.
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