Estar entre la derecha y la izquierda, según referencia que hacía Renato Leduc, en la única vez en mi vida que pude disfrutar de su conversación, de una de esas sentencias macabras del Tejón Garizurieta, es colocarte en la mejor posición para ofrecerte en venta, porque es desde ahí que puedes discernir entre las ofertas que se te hacen y decidir cuál es la mejor. Esa es la posición que se acostumbra definir como centro político.
Ha habido de reciente un largo periodo en el cual se ponderó hasta el exceso las virtudes del centro. Era, se decía, el punto desde el cual se podía hablar a todos los interlocutores políticos y sociales, desde el cual se podía sumar a la propia causa a los demás, incluidos los del bando contrario. Era también el que proporcionaba las mayores posibilidades de trato y de diálogo, tan necesarios en la política, al grado de que la política comenzó a definirse, ante todo, como negociación. A todos nos pareció muy convincente eso.
La izquierda, por lo menos desde la época del Compromesso Storico de Berlinguer, quiso ser centro izquierda y la derecha, por contrapartida, centro derecha. Parecía haberse encontrado, finalmente, la fórmula de oro de la política. Todos deberíamos buscar eso en nuestros afanes militantes en la lucha por el poder. Parecía el paraíso. Pero casi nadie reparó en las condiciones que se requerían para que el centro pudiera darse y que, tanto Berlinguer como Moro, pusieron de resalto en sus intentos de acuerdo: para que haya centro es necesario que todos lo quieran. No es un concepto (abstracto) ni una fórmula práctica. Si alguno no está de acuerdo en ir al centro, éste resulta un espejismo.
Hay quienes han hecho de la idea del centro una religión. Sólo así se puede hacer política bonita, civilizada, sin confrontaciones brutales y con acuerdos siempre a la mano. Pero siempre se les olvidan las prevenciones de Berlinguer y de Moro: es necesario que todos lo quieran y lo hagan. Si no, pues es sólo una bola de humo. Quienes sostienen la idea del centro como algo que tiene que existir por sí mismo, viven con la cabeza metida en esa bola de humo y no son capaces del menor análisis objetivo de la realidad que vivimos.
En México, hoy el centro no puede darse porque nadie lo quiere. Creo que para que haya centro debe haber cierto idealismo y cierta generosidad de los que carecen absolutamente las fuerzas políticas actuantes en la vida real. Por eso yo he venido sosteniendo que aquí ya no hay centro ni alineamientos de centro, sino sólo derecha (en el poder) e izquierda. A algunos les parece que eso es típico de la izquierda obnubilada y ciega que busca la confrontación a toda costa. Curiosamente, sus críticas siempre se dirigen a la izquierda y no a la derecha, que es la principal responsable de la polarización extrema que se da en el país y divide hasta a una fuerza antes compacta como lo fue el PRI.
La única vez en que la geometría de derecha, centro e izquierda se escenificó fue durante la Revolución Francesa. Entonces hubo, en efecto, una fuerza real que representó a la derecha, la Gironda; otra, que representó a la izquierda, la Montaña, y, finalmente, otra, que representó al centro, el Pantano, lo que luego se llamó la Reacción Termidoriana. Pero los del Pantano tenían la particularidad de que eran una mayoría absoluta y sólo observaban cómo se rompían la crisma los contendientes de verdad y se sucedían en el poder.
En la historia que vino después, el centro tuvo que construirse mediante acuerdos. Ya no existía por sí mismo. Al gran cineasta Francesco Rossi le oí decir recientemente en París que, para él, en el centro sólo veía a la derecha. Eso se podía ver en el Pantano francés que le abrió las puertas del poder a Napoleón. Hoy en México, eso es lo que yo veo: la derecha en el poder no quiere el centro porque ya no lo necesita para nada y la izquierda, por su lado, ya no tiene posibilidades de luchar por un centro porque no tiene interlocutores y, además y lamentablemente, a ella nunca le ha gustado la idea del centro.
José Woldenberg afirma que a toda la constelación de fuerzas actuantes en la política “se le quiere reducir a una lógica de amigo o enemigo, conmigo o contra mí, derecha o izquierda” (Reforma, 19/06/08). No sé si mi antiguo camarada se refiere a mí; pero está el hecho de que yo he sostenido ese punto de vista, mucho menos burdamente, creo, de lo que Woldenberg lo presenta. La pluralidad de esas fuerzas es evidente, pero yo no hablé de fuerzas, sino de alineamientos y, en éstos, yo no veo ya más que posiciones de derecha o de izquierda y no me alegro de ello. Dije, incluso, que esa polarización la veía en el mismo PRD.
Toda polarización de la vida política en el México de hoy es una terrible desgracia y sólo los necios no podrían lamentarlo. La polarización es una vía rápida al desastre seguro. Pero de eso no es responsable la izquierda, sólo porque no aceptó que le robaran tan en descampado una elección. En contra sólo se busca ridiculizarla diciendo una auténtica ñoñería: “A ver, ¿en qué letra de la ley fundan sus dichos y, además, sin dar pruebas ciertas del fraude que pretende se cometió en su contra?” Como decía don Luis Cabrera a los callistas: “Los acusé de rateros, no de pendejos”. Es curioso, en todo ello, la saña con la que antiguos izquierdistas hoy fervientes centristas se pronuncian contra la izquierda rupestre y primitiva que tenemos y la benevolencia y la simpatía con la que ven a la derecha en el poder.
Cuando se les recuerda a los críticos centristas que una muy buena parte de la intelectualidad que ha hecho la cultura de alto nivel de este país es, por lo general, de izquierda, ellos se limitan a ridiculizarla y acusarla de que de este país no sabe nada y vive en un mundo onírico. En materia de alta cultura, la verdad es que los intelectuales de derecha y los pretendidos centristas son un cero a la izquierda (aunque eso no les pueda gustar). “Acedos, anticuados, soñadores, puñeteros, ignorantes de lo real”, eso es lo que les merecen los grandes intelectuales de este país que hoy forman en la izquierda, tan sólo por la razón, evidente para ellos, de que lo que hay que hacer es contribuir a salvar a México del saqueo y de la barbarie derechista (y, yo diría, hasta centrista).
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