J. Enrique Olivera Arce
En algo estamos de acuerdo: el país entero es un desastre. No era necesario que Carlos Salinas de Gortari, retornara a la vida pública de México para echarnos en cara lo que para la sociedad es resultado de la acumulación histórica de resultados de políticas públicas equivocadas.
Si “el innombrable”, especifica que la situación que vive hoy el país debe considerársele como resultado de lo que el denomina como “la década perdida”, por principio de cuentas miente. Estudios serios hablan de un modelo de país agotado ya desde finales del sexenio priísta de Gustavo Díaz Ordaz. El modelo de “desarrollo estabilizador”, hizo crisis en el 68 y, en los intentos de rescate, fue a partir del sexenio de Luís Echeverría Alvarez, que se dio el viraje. Tomándose el camino de un neoliberalismo que tímidamente primero opuso las leyes del mercado al interés del Estado, hasta concretarse tardíamente en todos sus términos, en el sexenio de Carlos Salinas.
Ernesto Zedillo, Fox y Calderón Hinojosa, en todo han sido herederos de un desastre anunciado, que les rebasara con creces. Manifestándose incapaces de reconocer tanto la profundidad de la crisis económica, social y política, como de la necesidad de corregir el rumbo, desprendiéndose de la tutela de los organismos financieros internacionales, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, entre otros, y tomar un camino propio.
Hoy día, efectivamente el país es un desastre. Para el hombre común, no obstante estar sujeto a una información acotada por los medios de comunicación o, en su caso, a un proceso permanente de desinformación, el desbarajuste no pasa desapercibido. Como no le pasan desapercibidas las crisis al interior de las instituciones republicanas, la crisis del sistema político sustentado en una partidocracia carente de representatividad democrática, y la amenaza de una crisis generalizada de la economía, frente a una presión combinada; que ejercen tanto el desequilibrio energético en el mundo globalizado, la especulación de los precios de los alimentos en el mercado internacional, y la recesión en los terrenos de nuestros vecinos del norte.
Frente a este fenómeno, Carlos Salinas retorna asumiéndose como salvador y muleta de Calderón Hinojosa, al que califica como “presidente reformador”. Pretendiendo ignorar que es juez y parte, responsable por acción y omisión de lo mismo que denuncia. Afán obvio de explicitar su interés por montarse en el PRIAN y conducir el proceso de sucesión a la presidencia de la República en el 2012. Capitalizando la debilidad e ineficacia para gobernar de Calderón Hinojosa y su partido el PAN; el derrumbe del partido del sol azteca, que difícilmente remontará su desprestigio y pérdida de credibilidad para hacer un papel digno en los comicios venideros. Y sin olvidar que el propio tricolor acusa ya a su interior, notable pérdida de unidad y liderazgo.
A río revuelto, ganancia del pescador y de los grupos oligárquicos que le acompañan. Mejor momento no podía esperarse. El ruido derivado de las iniciativas de reforma a la paraestatal PEMEX, propuestas por Calderón Hinojosa, y lo que se derive del presunto debate en el seno del Congreso, lo mismo ha dividido al país que paralizado al gobierno frente a la profundización del desastre.
Falta únicamente que la sociedad “civil” se permita el lujo de dejarse nuevamente secuestrar por el canto de las sirenas del neoliberalismo social, a propuesta del “chupacabras”. O recurriendo a la memoria histórica, reconozca en las intenciones del ex presidente, un insulto más a la inteligencia de los mexicanos.
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