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27 febrero 2008

Pendejada y hecatombe


Por: Reinaldo Spitaletta

Hace rato que asistimos a la catastrófica puesta en escena de una hecatombe en un país en el cual, recordando a Facundo Cabral, hay una superproducción de pendejos. Y, para certificarlo, son ellos los que eligen al presidente. Y después lo mantienen con altos índices de 'popularidad'. Pa' la pendejada, decía una abuela guasona, no hay remedios.

Hace algún tiempo, y como aquí la pendejada nos hace perder la memoria, el presidente (que a veces simula ser pendejo) declaró que le gustaría ser otra vez reelegido en caso de presentarse en Colombia una hecatombe. Para algunos, no tan pendejos, la hecatombe fue haberlo elegido y reelegido.

Uno de sus escuderos, caballista y todo, que también gusta del boxeo, dijo que para su parecer estar ahora hablando de una segunda reelección de su presidente era una soberana pendejada. Cómo se les ocurre. Lo mejor sería que el hombre, tan dedicado al 'trabajar, trabajar y trabajar' (a favor de los ricos, dicen los menos pendejos) hiciera un retiro a la torera, temporal, y después, tras un descanso cuatrienal, retornara al principado. O al reinado. Y vaya por naturales. O por manoletinas para la galería.

Digamos que el paisito anda, desde hace rato, de hecatombe en hecatombe. La reelección en sí misma es una desgracia. O por lo menos, puede serlo para aquellos que aspiran a estar en el solio de Bolívar. O de Santander. Por ahí, aguardando para ser parte de la hecatombe, están en particular los adoradores del Mesías, que, pese a toda su capacidad para el sahumerio y la alabanza, aspiran a que no haya otra reelección.

Porque, según su vanidad y su ambición, ellos podrían reemplazar con creces al señor de los caballos, al señor del neoliberalismo, al señor de la plutocracia. Al que tiene en el curubito a las corporaciones y es un dilecto jornalero de mister Bush. Ahí, en salmuera, esperando la ocasión, está un ex alcalde que posa de periodista; y el nieto de un estadista; y otro ex alcalde renegado y un otro más experto en mostrar sus posaderas. Y desde luego, algún descendiente de los Santos, que presidenciables también son ciertos ex presidentes.

Bueno, y la pendejada alcanza hasta para hacer sonar el cascabel del ministro de Agricultura, el mismo que cree que los desplazados son unos pendejos a los cuales se les puede volver a desplazar, lo cual tampoco es extraño en un país hecho para seguir victimizando a las víctimas y darles estatus de héroes a los victimarios. Cosas se ven. Decía, entonces, que al tal funcionario el mismo señor de la hecatombe lo propone como su sucesor.

En realidad, dicen algunos, no sé con que grado de 'pendejez', que todos esos uribistas que ahora quieren ser presidentes tendrán que aguardar muchos años, porque tenemos mandatario para rato. Y aunque él ponga cara de 'yo no fui' y no confirme -tampoco niega- que está dispuesto a una nueva reforma constitucional para que lo reelijan, permite sin embargo que sus vasallos recojan firmas y armen la vocinglería. No sería raro, al haber tanto pendejo y al creernos a todos así, que el sacrificado presidente dijera -como un su predecesor- que todo ocurre a sus espaldas.

Y volviendo a la hecatombe, en una nación plena de catástrofes, de asesinos confesos que gozan de privilegios e impunidades; de desplazados a los cuales les niegan la reparación y la justicia; de desempleados a granel; en fin, que el catálogo es extenso, el elegido y reelegido ha dicho, lo cual parece pendejada pero no lo es, que sólo en caso de una hecatombe volvería a proponerse para un tercer período.

Por lo visto, para allá vamos. Porque abundan -tenía razón don Facundo- los pendejos, y una de las maneras de la hecatombe, o sea, de las desgracias, es la que en un país haya superávit de tales especímenes. Nos acostumbramos a las catástrofes y mortandades. Y por eso reelegimos a quien o quienes las provocan y a quien o quienes representan lo antipopular.

No sé si la derechización que ha vivido Colombia en el último lustro sea producto de la pendejada colectiva. O sea parte de la hecatombe. O tal vez, el síntoma de una mentalidad masoquista; el desarrollo de una perversión. Como aquella del esclavo que llega a amar sus cadenas.

Tal vez pasen veinte años y todavía el dinosaurio continúe ahí. Y para entonces ya la pendejada será una manifestación de inteligencia. Milagros del mercado.

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