Buscar este blog

18 mayo 2008

Diplomacia y poliarquía


En el presente es imposible desvincular la geopolítica de los asuntos internos de cualquier nación. México es quizá la nación con el mayor problema geopolítico en el mundo, al compartir una enorme frontera con la nación más poderosa del planeta, aunque tiene a la vez un fácil acceso al mercado más grande el mundo.

Por esa razón, cuando se construyó el México actual, la idea toral de la Constitución de 1917 fue la de crear una frontera jurídica con los Estados-Unidos, para que ya no consideraran a México como su patio trasero y a los mexicanos como sus subordinados naturales. Pero lo más importante no fueron las leyes mexicanas, sino la forma de preservar la soberanía nacional mediante una diplomacia impecable.

Apoyados en su Carta Magna, los revolucionarios crearon una clase política que albergaba a la vez grandes vicios y virtudes, pero que poseía una genuina ideología nacionalista que caló fuerte en el grueso de la población y le permitió gobernar, con autonomía, hasta fines de los 80.

Durante gran parte del siglo 20, su diplomacia permitió a México convivir con los Estados Unidos en forma pacífica y aun sin acceder a su mercado logró construir una nación que fue considerada como el "milagro" de Latinoamérica.

El idilio narcisista de la clase política revolucionaria llegó a su fin cuando -en pocos años- México terminó el milagro de casi cuatro décadas para ser considerada entre las naciones más rezagadas del mundo: una deuda pública enorme, una balanza comercial deficitaria, una creciente economía informal, fuertes migraciones hacia Estados-Unidos y una clase política cuyas principales características eran el autoritarismo y la corrupción. Sus políticos no sabían que el mundo se había globalizado y la diplomacia profesional estaba desapareciendo.

Ya sin diplomacia profesional, durante el cruento sexenio de Salinas se consolidó la dependencia para con las autoridades financieras mundiales con sede en los Estados-Unidos y, desde entonces, el campo de acción de los políticos mexicanos fue muy reducido.

La dependencia aumentó cuando a Zedillo le estalló la crisis financiera que había ocasionado la depredación de Salinas y el gobierno de Clinton lo sacó adelante con un préstamo multimillonario que México pudo salvar gracias al petróleo de Cantarell.

Pero quizá el factor más importante del enorme control que ejercen los Estados-Unidos en la clase política mexicana ha surgido a partir del sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), ya que la tecnocracia procedente de las universidades estadounidenses realiza desde entonces las principales funciones administrativas del Gobierno y está convencida de que la política económica de los Estados Unidos debiera aplicarse a México.

Es obvio que esta creciente participación de políticos egresados de universidades estadounidenses no es aleatoria, sino que forma parte de una estrategia de dominio continental, denominada "poliarquía", que fue implementada por Washington desde principios de los 80, a raíz de los fracasos de las oligarquías y dictaduras latinoamericanas.

Sólo así puede explicarse que el Gobierno de Calderón pretenda obtener dinero en el extranjero para fortalecer a Pemex, cuando lo puede hacer con sólo disminuir su carga impositiva al mismo nivel de los empresarios, o disponer de una pequeña parte de los más de 84 mil millones de dólares en reservas que están devaluándose desde hace varios años, por indicaciones de las autoridades del Banco de México.

Por fortuna, estos primeros días del debate energético nos muestran que aún existen políticos mexicanos que aman a su patria y buscan soluciones racionales y nacionalistas.

Mientras tanto, la clase política en el poder, sin diplomáticos profesionales, intenta someterse al Imperio justo cuando está a punto de modificar sus estrategias hegemónicas.

Alfonso Elizondo / El Norte / REFORMA / 17 mayo 2008

No hay comentarios.: