La ciencia se ha incrementado que la tecnología esta lista para el sistema de control mundial del anticristo. Daniel 12:4, Apocalipsis 13:5-7, 13:16-18 y 14:9-11
M. ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO
Gracias a la telefonía móvil de última generación, cualquier individuo puede ser localizado por otro. O, a la inversa, devenir detective y controlar desde la pantalla del teléfono o el ordenador la exacta ubicación de su pareja, a sus hijos cuando salen de marcha o el trayecto de un familiar durante una excursión. Mujeres maltratadas, enfermos de Alzheimer o una flota de vehículos de empresa, incluso una mascota, pueden también ser blancos de un sistema que permite a terceros conocer, en todo momento, dónde están, qué pasos dan o si superan los límites permitidos.
Poder ser localizado o localizar, esa es la cuestión. Porque el Gran Hermano móvil ofrece servicios inocuos, cuando no indudables ventajas (proteger a un enfermo de Alzheimer, auxiliar a un excursionista perdido), pero también hace de cualquiera un detective en potencia. Con resultados trágicos a veces: uno de los últimos crímenes de violencia machista, el de la rusa Svetlana Orlova a manos de su ex pareja, incorpora como agravante el uso por éste de un servicio de localización por móvil en los días previos al asesinato. Para una pareja patológicamente celosa, la posibilidad de localizar a la otra persona que ofrece la tecnología se convierte en probabilidad de descubrir dónde está. De alcanzar. En la perfecta coartada del delirio.
Cientos de miles de personas utilizan a diario en nuestro país alguno de estos sistemas. Los padres esgrimen el elemento de seguridad, tranquilidad o confianza -nunca de vigilancia confesa- que proporciona un control a distancia; las parejas, en cambio, se resisten a admitir el marcaje por celos.
El servicio Localízame de Movistar -el que utilizó Ricard Navarro para seguir a Svetlana- tenía en septiembre pasado 225.000 usuarios registrados. "Es un sistema de localización, pero no universal", explican fuentes de la compañía, "es decir, sólo se localiza a quien da permiso para ser localizado. Ese permiso se le pide expresamente a la persona cuyo rastro pretendemos seguir".
Pero el alta del servicio es automática desde que se recibe una llamada del número que va a ser localizado, independientemente de quien se ponga en contacto con Movistar: la compañía no registra ni identifica a la persona que lo activa. Puede hacerlo un novio celoso desde el terminal de su pareja; un cónyuge que sospeche una infidelidad o un padre que barrunte malos pasos de un hijo: la compañía no pregunta el propósito del alta.
En ese caso, el único conocimiento que tendrá el titular será un SMS mensual de Movistar con la lista de móviles que pueden seguirle. El dispositivo sitúa a una persona en el mapa -mapa que aparece en la pantalla del móvil controlador- con un margen de error de 200 metros en ciudad y 5 kilómetros en zonas rurales. Es decir, la distancia a la antena de telefonía móvil más cercana. Para mayor salvaguarda de la intimidad, insisten en la compañía, el servicio puede ser desactivado a voluntad. Cuando el móvil está apagado tampoco funciona.
María utiliza un sistema de localización con sus hijos cuando éstos salen de marcha o excursión; así, a veces, confirma "que están donde dicen estar". Teresa (nombre supuesto) no deja salir de casa a su hija de 15 años sin un móvil con localizador por A-GPS. "Me quedo más tranquila", dice Teresa, "sobre todo cuando va a alguna fiesta y regresa de madrugada". Cuando los niños son pequeños, bastan los sistemas sencillos (el citado Localízame, o el más rudimentario Child Guard, con forma de juguete). Pero cuando crecen, los riesgos se multiplican.
María vive en una gran ciudad y es madre de tres hijos, dos de ellos de 15 y 16 años. Usaba el localizador de Movistar hasta que supo de la existencia del Aryon, un aparatito parecido a un móvil que funciona por GPS asistido; dotado con botón de emergencia, permite rastrear la ubicación de la persona deseada a través del ordenador. "Tengo dos, uno para cada uno. Los uso sobre todo para las excursiones del colegio, no para localizarlos. Y porque ya tienen edad de salir", explica. A su hijo pequeño, de 10 años, piensa endosarle el aparato tan pronto como rompa el cascarón del hogar. "No se suelen retrasar y además llevan sus móviles, pero este dispositivo nos da más seguridad. Funciona dentro de sitios cerrados, como discotecas", continúa. "Por fortuna, no les ha hecho falta nunca el dispositivo de emergencia, pero a veces, no lo niego, hemos comprobado que estaban donde decían estar. Y a los chicos no les importa. De hecho, se lo hemos comentado a unas amigas de mi hija y les pareció estupendo", relata la madre.
Teresa, madre de dos adolescentes (chico y chica de 12 y 15 años), tiene un NCard de Navento, lo último en sistemas de localización: un microchip inserto en una tarjeta similar a las de crédito, con tecnología A-GPS que se conecta con el ordenador o con el móvil y localiza, en tiempo real, cualquier persona, animal o cosa que lo lleve. "A mis hijos les fastidia llevarlo, lo hacen a regañadientes, pero a la niña no la dejo salir sin él. Lo usan sólo cuando van de fiesta. No lo hago por afán de control, sino porque me da tranquilidad", asegura.
Derivada de lo que se conoce como geofencing (delimitación del área de movimiento de vehículos), un término aplicado al control de flotas de empresa, Teresa utiliza también la opción cerco con su hijo pequeño, más inquieto. "Por ejemplo, en la nieve, o estas navidades en un centro comercial, puedo delimitar mediante el localizador un perímetro cuyos límites no quiero que traspase", explica, "si mi hijo atraviesa la barrera, el móvil te avisa automáticamente con un beep".
Los psicólogos consideran normales estos comportamientos en el contexto de la relación paterno-filial, incluso en etapas que, como la adolescencia, se caracterizan por la rebeldía y una creciente autonomía. "Siempre cabe hallar tintes excesivos, enfermizos, pero los padres tienen la obligación de controlar a sus hijos, de velar por su integridad y seguridad, y podemos suponer que su uso no va a ser abusivo", apunta Francisco Estupiñá, de la Clínica Universitaria de Psicología de Madrid. "Igual que el uso del móvil, el del localizador entraría dentro de lo normal", opina este experto, "aunque si los hijos son normales, no sería necesario utilizarlo. Pero tampoco es pernicioso".
Pero la alarma desatada por el seguimiento vía móvil del asesino de Svetlana ha puesto sobre el tapete la aparente perversidad de estos dispositivos. "A mucha gente le están empezando a brillar los ojos", apunta Enrique García Huete, director de Quality Psicólogos. "En manos de personas con una patología previa -desconfianza, paranoia, celos obsesivos-, son un elemento más de control. Antes se registraban los bolsillos o la agenda, o se interceptaba la correspondencia. Los móviles han añadido más posibilidad de control, por no hablar del e-mail o Internet", apunta. "Pero personas sin perfil previo se pueden sentir aludidas, y en ese sentido es un elemento perverso", advierte. "Es decir, pueden dar ideas: me resulta atractivo porque estoy pasando una racha de desconfianza o de dudas y aprovecho la facilidad que me brinda la tecnología. Un localizador colma desde la pura curiosidad a la obsesión más patológica de una persona", afirma este psicólogo clínico.
La existencia de estos sistemas de control puede además generar adicción: "A largo plazo, algunas personas, aquellas más obsesivas o celosas, pueden engancharse. El uso de estos localizadores puede derivar en una adicción compulsiva".
Lo que no conviene perder de vista, analíticamente hablando, es que, igual que todos podemos vigilar, "todos podemos ser vigilados", añade García Huete. "Se abre un mundo de control interpersonal en el que tú no sólo controlas, sino que también eres controlado", concluye. Pero la asignatura pendiente de la autorregulación choca con las facilidades que ofrece la tecnología, aunque en cualquiera de los casos citados -salvo el Child Guard- se presupone el conocimiento del vigilado. En teoría.
Otros expertos sitúan en la equidistancia la realidad de estos mecanismos; como muchos otros avances tecnológicos (Internet, los chats), sólo llegarían a ser, en el peor de los casos, armas de doble filo, cuya seguridad -o maldad- dependería de la utilización que se les dé. "La tecnología es una herramienta, un vehículo", tranquiliza Ignacio Fernández Arias, de la Unidad de Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad Complutense de Madrid. "Tenemos constancia de padres y parejas que tiran de móvil continuamente, llegando a un control compulsivo. Suelen ser personas con baja tolerancia a la duda, pero el móvil, o el localizador, no son en absoluto el núcleo del problema, sino una herramienta a través de la cual éste puede manifestarse. Estamos en una sociedad tecnológica y también nos manifestamos a través de ella", explica Fernández Arias. Es decir, "la tecnología no es determinante; puede influir, pero no es un detonante. El detonante es el problema de las personas; la tecnología sólo les pone en contacto con una realidad que imaginan o sospechan".
El alto coste de los sistemas más avanzados -400 euros el Aryon y 150 el Navento- disuade aún a muchos particulares de su uso. "Aún son raras las iniciativas privadas, individuales, aunque a muchos padres les resulta muy apetecible en cuanto conocen su funcionamiento", señala Joaquín González, director general de Deimos Dat, empresa fabricante del Aryon; "sin embargo, al entorno profesional (residencias de mayores, servicios de teleasistencia...) no le frena el coste". Los colectivos con necesidades especiales -por ejemplo, el de mujeres maltratadas- son clientes ideales de estos aparatos. Es el caso de las 8.556 víctimas de violencia de género que ahora se benefician de un localizador con GPS. A través de los dos centros de atención que dependen del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO), "cualquier mujer con una orden de protección que lo solicita en su ayuntamiento, tiene acceso inmediato a este servicio, que le brinda a la vez protección y acompañamiento", aseguran en este instituto. Desde su implantación, en 2005, un total de 12.000 mujeres se han servido de él, tanto de su botón de alerta (que moviliza en el acto a las fuerzas de seguridad más cercanas), como del modo de consulta telefónica con psicólogos del centro. Esta protección le cuesta al Estado seis millones de euros anuales.
Pero la diana de la localización no marca únicamente a hijos adolescentes o a parejas de celosos. Cualquier ser animado u objeto inanimado puede ser localizado vía móvil. Cabezas de ganado, las águilas del programa de recuperación del Centro de Estudios de Rapaces Ibéricas de Sevilleja de la Jara (Toledo), que van equipadas con unas mochilitas que pesan 73 gramos y localizador Navento, o la mascota por cuyo bienestar suspira toda la familia y al que se puede poner el mismo chip; excursionistas y montañeros -el 112 de Castilla y León ha estrenado este fin de semana un programa de localizadores Aryon en dos refugios de Palencia y Ávila-, una maleta en tránsito, un coche de empresa o incluso un bolso, como el de Teresa, son también público potencial. "Un día perdí una maleta en un vuelo a Argentina, y acabó en Suráfrica. Poco después desapareció el perro. Por eso me animé a usar el Navento. Hoy lo llevo en el bolso; si me lo roban o me despisto, voy a saber en el acto dónde está. Y cuando viajo en avión con conexiones, controlo desde la pantalla del móvil dónde está la maleta a través de los mapas Google Earth". "Saber en todo momento dónde están tus seres y tus cosas queridas es fenomenal", señala Teresa. "Es el futuro de nuestra vida cotidiana: el móvil ya está generalizado, nos falta instaurar los sistemas de localización, que mejoran sensiblemente nuestra calidad de vida".
Los defensores del sistema arguyen el distinto rumbo que habría seguido el caso Maddie de haber llevado encima un localizador; o cómo podría haber salvado la vida el motorista accidentado que murió en una cuneta tras una agonía de horas por no haber podido ser encontrado. Y rebaten el hecho de que un localizador sea intrínsecamente malo, pero la sombra de la duda, la misma que impulsa a muchos a utilizarlo, se proyecta sobre una intimidad cada vez más vulnerable.
M. ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO
Gracias a la telefonía móvil de última generación, cualquier individuo puede ser localizado por otro. O, a la inversa, devenir detective y controlar desde la pantalla del teléfono o el ordenador la exacta ubicación de su pareja, a sus hijos cuando salen de marcha o el trayecto de un familiar durante una excursión. Mujeres maltratadas, enfermos de Alzheimer o una flota de vehículos de empresa, incluso una mascota, pueden también ser blancos de un sistema que permite a terceros conocer, en todo momento, dónde están, qué pasos dan o si superan los límites permitidos.
Poder ser localizado o localizar, esa es la cuestión. Porque el Gran Hermano móvil ofrece servicios inocuos, cuando no indudables ventajas (proteger a un enfermo de Alzheimer, auxiliar a un excursionista perdido), pero también hace de cualquiera un detective en potencia. Con resultados trágicos a veces: uno de los últimos crímenes de violencia machista, el de la rusa Svetlana Orlova a manos de su ex pareja, incorpora como agravante el uso por éste de un servicio de localización por móvil en los días previos al asesinato. Para una pareja patológicamente celosa, la posibilidad de localizar a la otra persona que ofrece la tecnología se convierte en probabilidad de descubrir dónde está. De alcanzar. En la perfecta coartada del delirio.
Cientos de miles de personas utilizan a diario en nuestro país alguno de estos sistemas. Los padres esgrimen el elemento de seguridad, tranquilidad o confianza -nunca de vigilancia confesa- que proporciona un control a distancia; las parejas, en cambio, se resisten a admitir el marcaje por celos.
El servicio Localízame de Movistar -el que utilizó Ricard Navarro para seguir a Svetlana- tenía en septiembre pasado 225.000 usuarios registrados. "Es un sistema de localización, pero no universal", explican fuentes de la compañía, "es decir, sólo se localiza a quien da permiso para ser localizado. Ese permiso se le pide expresamente a la persona cuyo rastro pretendemos seguir".
Pero el alta del servicio es automática desde que se recibe una llamada del número que va a ser localizado, independientemente de quien se ponga en contacto con Movistar: la compañía no registra ni identifica a la persona que lo activa. Puede hacerlo un novio celoso desde el terminal de su pareja; un cónyuge que sospeche una infidelidad o un padre que barrunte malos pasos de un hijo: la compañía no pregunta el propósito del alta.
En ese caso, el único conocimiento que tendrá el titular será un SMS mensual de Movistar con la lista de móviles que pueden seguirle. El dispositivo sitúa a una persona en el mapa -mapa que aparece en la pantalla del móvil controlador- con un margen de error de 200 metros en ciudad y 5 kilómetros en zonas rurales. Es decir, la distancia a la antena de telefonía móvil más cercana. Para mayor salvaguarda de la intimidad, insisten en la compañía, el servicio puede ser desactivado a voluntad. Cuando el móvil está apagado tampoco funciona.
María utiliza un sistema de localización con sus hijos cuando éstos salen de marcha o excursión; así, a veces, confirma "que están donde dicen estar". Teresa (nombre supuesto) no deja salir de casa a su hija de 15 años sin un móvil con localizador por A-GPS. "Me quedo más tranquila", dice Teresa, "sobre todo cuando va a alguna fiesta y regresa de madrugada". Cuando los niños son pequeños, bastan los sistemas sencillos (el citado Localízame, o el más rudimentario Child Guard, con forma de juguete). Pero cuando crecen, los riesgos se multiplican.
María vive en una gran ciudad y es madre de tres hijos, dos de ellos de 15 y 16 años. Usaba el localizador de Movistar hasta que supo de la existencia del Aryon, un aparatito parecido a un móvil que funciona por GPS asistido; dotado con botón de emergencia, permite rastrear la ubicación de la persona deseada a través del ordenador. "Tengo dos, uno para cada uno. Los uso sobre todo para las excursiones del colegio, no para localizarlos. Y porque ya tienen edad de salir", explica. A su hijo pequeño, de 10 años, piensa endosarle el aparato tan pronto como rompa el cascarón del hogar. "No se suelen retrasar y además llevan sus móviles, pero este dispositivo nos da más seguridad. Funciona dentro de sitios cerrados, como discotecas", continúa. "Por fortuna, no les ha hecho falta nunca el dispositivo de emergencia, pero a veces, no lo niego, hemos comprobado que estaban donde decían estar. Y a los chicos no les importa. De hecho, se lo hemos comentado a unas amigas de mi hija y les pareció estupendo", relata la madre.
Teresa, madre de dos adolescentes (chico y chica de 12 y 15 años), tiene un NCard de Navento, lo último en sistemas de localización: un microchip inserto en una tarjeta similar a las de crédito, con tecnología A-GPS que se conecta con el ordenador o con el móvil y localiza, en tiempo real, cualquier persona, animal o cosa que lo lleve. "A mis hijos les fastidia llevarlo, lo hacen a regañadientes, pero a la niña no la dejo salir sin él. Lo usan sólo cuando van de fiesta. No lo hago por afán de control, sino porque me da tranquilidad", asegura.
Derivada de lo que se conoce como geofencing (delimitación del área de movimiento de vehículos), un término aplicado al control de flotas de empresa, Teresa utiliza también la opción cerco con su hijo pequeño, más inquieto. "Por ejemplo, en la nieve, o estas navidades en un centro comercial, puedo delimitar mediante el localizador un perímetro cuyos límites no quiero que traspase", explica, "si mi hijo atraviesa la barrera, el móvil te avisa automáticamente con un beep".
Los psicólogos consideran normales estos comportamientos en el contexto de la relación paterno-filial, incluso en etapas que, como la adolescencia, se caracterizan por la rebeldía y una creciente autonomía. "Siempre cabe hallar tintes excesivos, enfermizos, pero los padres tienen la obligación de controlar a sus hijos, de velar por su integridad y seguridad, y podemos suponer que su uso no va a ser abusivo", apunta Francisco Estupiñá, de la Clínica Universitaria de Psicología de Madrid. "Igual que el uso del móvil, el del localizador entraría dentro de lo normal", opina este experto, "aunque si los hijos son normales, no sería necesario utilizarlo. Pero tampoco es pernicioso".
Pero la alarma desatada por el seguimiento vía móvil del asesino de Svetlana ha puesto sobre el tapete la aparente perversidad de estos dispositivos. "A mucha gente le están empezando a brillar los ojos", apunta Enrique García Huete, director de Quality Psicólogos. "En manos de personas con una patología previa -desconfianza, paranoia, celos obsesivos-, son un elemento más de control. Antes se registraban los bolsillos o la agenda, o se interceptaba la correspondencia. Los móviles han añadido más posibilidad de control, por no hablar del e-mail o Internet", apunta. "Pero personas sin perfil previo se pueden sentir aludidas, y en ese sentido es un elemento perverso", advierte. "Es decir, pueden dar ideas: me resulta atractivo porque estoy pasando una racha de desconfianza o de dudas y aprovecho la facilidad que me brinda la tecnología. Un localizador colma desde la pura curiosidad a la obsesión más patológica de una persona", afirma este psicólogo clínico.
La existencia de estos sistemas de control puede además generar adicción: "A largo plazo, algunas personas, aquellas más obsesivas o celosas, pueden engancharse. El uso de estos localizadores puede derivar en una adicción compulsiva".
Lo que no conviene perder de vista, analíticamente hablando, es que, igual que todos podemos vigilar, "todos podemos ser vigilados", añade García Huete. "Se abre un mundo de control interpersonal en el que tú no sólo controlas, sino que también eres controlado", concluye. Pero la asignatura pendiente de la autorregulación choca con las facilidades que ofrece la tecnología, aunque en cualquiera de los casos citados -salvo el Child Guard- se presupone el conocimiento del vigilado. En teoría.
Otros expertos sitúan en la equidistancia la realidad de estos mecanismos; como muchos otros avances tecnológicos (Internet, los chats), sólo llegarían a ser, en el peor de los casos, armas de doble filo, cuya seguridad -o maldad- dependería de la utilización que se les dé. "La tecnología es una herramienta, un vehículo", tranquiliza Ignacio Fernández Arias, de la Unidad de Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad Complutense de Madrid. "Tenemos constancia de padres y parejas que tiran de móvil continuamente, llegando a un control compulsivo. Suelen ser personas con baja tolerancia a la duda, pero el móvil, o el localizador, no son en absoluto el núcleo del problema, sino una herramienta a través de la cual éste puede manifestarse. Estamos en una sociedad tecnológica y también nos manifestamos a través de ella", explica Fernández Arias. Es decir, "la tecnología no es determinante; puede influir, pero no es un detonante. El detonante es el problema de las personas; la tecnología sólo les pone en contacto con una realidad que imaginan o sospechan".
El alto coste de los sistemas más avanzados -400 euros el Aryon y 150 el Navento- disuade aún a muchos particulares de su uso. "Aún son raras las iniciativas privadas, individuales, aunque a muchos padres les resulta muy apetecible en cuanto conocen su funcionamiento", señala Joaquín González, director general de Deimos Dat, empresa fabricante del Aryon; "sin embargo, al entorno profesional (residencias de mayores, servicios de teleasistencia...) no le frena el coste". Los colectivos con necesidades especiales -por ejemplo, el de mujeres maltratadas- son clientes ideales de estos aparatos. Es el caso de las 8.556 víctimas de violencia de género que ahora se benefician de un localizador con GPS. A través de los dos centros de atención que dependen del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO), "cualquier mujer con una orden de protección que lo solicita en su ayuntamiento, tiene acceso inmediato a este servicio, que le brinda a la vez protección y acompañamiento", aseguran en este instituto. Desde su implantación, en 2005, un total de 12.000 mujeres se han servido de él, tanto de su botón de alerta (que moviliza en el acto a las fuerzas de seguridad más cercanas), como del modo de consulta telefónica con psicólogos del centro. Esta protección le cuesta al Estado seis millones de euros anuales.
Pero la diana de la localización no marca únicamente a hijos adolescentes o a parejas de celosos. Cualquier ser animado u objeto inanimado puede ser localizado vía móvil. Cabezas de ganado, las águilas del programa de recuperación del Centro de Estudios de Rapaces Ibéricas de Sevilleja de la Jara (Toledo), que van equipadas con unas mochilitas que pesan 73 gramos y localizador Navento, o la mascota por cuyo bienestar suspira toda la familia y al que se puede poner el mismo chip; excursionistas y montañeros -el 112 de Castilla y León ha estrenado este fin de semana un programa de localizadores Aryon en dos refugios de Palencia y Ávila-, una maleta en tránsito, un coche de empresa o incluso un bolso, como el de Teresa, son también público potencial. "Un día perdí una maleta en un vuelo a Argentina, y acabó en Suráfrica. Poco después desapareció el perro. Por eso me animé a usar el Navento. Hoy lo llevo en el bolso; si me lo roban o me despisto, voy a saber en el acto dónde está. Y cuando viajo en avión con conexiones, controlo desde la pantalla del móvil dónde está la maleta a través de los mapas Google Earth". "Saber en todo momento dónde están tus seres y tus cosas queridas es fenomenal", señala Teresa. "Es el futuro de nuestra vida cotidiana: el móvil ya está generalizado, nos falta instaurar los sistemas de localización, que mejoran sensiblemente nuestra calidad de vida".
Los defensores del sistema arguyen el distinto rumbo que habría seguido el caso Maddie de haber llevado encima un localizador; o cómo podría haber salvado la vida el motorista accidentado que murió en una cuneta tras una agonía de horas por no haber podido ser encontrado. Y rebaten el hecho de que un localizador sea intrínsecamente malo, pero la sombra de la duda, la misma que impulsa a muchos a utilizarlo, se proyecta sobre una intimidad cada vez más vulnerable.
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