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23 febrero 2008

El Presidente desconocido

Porfirio Muñoz Ledo

Pergeñaba unas líneas sobre la gira caótica y anónima de Felipe Calderón por Estados Unidos cuando estalló la noticia de la renuncia de Fidel Castro a continuar presidiendo el Consejo de Estado de Cuba. El contraste de personalidades y resonancias públicas es de tal modo escandaloso que me obliga a una reflexión de dos vertientes.

La determinación del dirigente cubano fue recibida como un acontecimiento trascendente por la opinión mundial, que no dejó de subrayar —para bien o para mal— la enormidad del personaje. El presidente Lula llegó a decir: “Fidel es el único mito vivo en la historia de la humanidad”. Barack Obama sorprendió en cambio con esta declaración electorera: “Hoy debe marcar el final de una era oscura en la historia de Cuba”.

Para algunos la decisión resulta engañosa mientras a otros parece insuficiente. La derecha más recalcitrante coincide con los beatos del castrismo en que nada fundamental ha cambiado. Hugo Chávez dijo, en el extremo, “Fidel no renuncia ni abandona nada”, en tanto la vocera de Miami despotricaba: “No importa qué matón es nombrado líder en Cuba”. La mayoría de los dirigentes occidentales manifestó su esperanza por la liberalización de régimen y la señora Clinton anunció “el reencuentro con los nuevos líderes si avanzan en la democracia”.

Con independencia del análisis que nos merezca la presumible evolución de la isla, asombra la relevancia de una personalidad excepcional en la trayectoria de una nación y en la política global. Al margen de cualquier apología caudillista o partidaria, queda la impronta de una conducción apasionada, talentosa y consecuente, a la medida de un gran pueblo. También el dolor de la comparación, porque México ha tenido también grandes líderes y porque tiene —o tenía— un gran destino.

Aparece el drama del adelgazamiento del poder público, la ilegitimidad de los gobernantes y la dilución del proyecto nacional en países cada vez más subordinados al exterior. Una suerte de evaporación de los valores de la República que progresivamente padecemos y que han quedado patéticamente exhibidos en el periplo confuso e irrelevante emprendido por Calderón en Estados Unidos. Lo llamaron: la gira del Presidente desconocido.

Olga Pellicer lo nombra “un viaje tardío”. Señala que los últimos presidentes mexicanos han sido recibidos por sus homólogos estadounidenses durante el primer año de gobierno, con todos los honores, como un acto fundamental de la política exterior de ambos países. El actual llega por la puerta de atrás “para dejar mensajes a quien sea que llegue al poder en las próximas elecciones”.

Para otros se trata de una presencia inoportuna y errática. Olvidó que a Bush le restan todavía 10 meses en el cargo y ya anunció el comienzo de “una nueva etapa con la integración de las autoridades estadounidenses”. Con el actual mandatario sólo se comunica por teléfono en demanda de apoyo para su estrategia contra el narcotráfico y al próximo ocupante de la Casa Blanca le deja recados impersonales e inaudibles sobre el tema migratorio que los medios desestiman y la clase política ignora.

La visita estuvo al parecer centrada en la convivencia con nuestros compatriotas, pero según Jorge Bustamante “dejó un sabor más bien amargo entre las organizaciones de migrantes convocadas repentinamente a las citas”. Ninguna protesta externó sobre “la crueldad de las redadas que éstos padecen ni sobre sus efectos devastadores en la infancia”. Sembró la impresión de “incapacidad de articular una política firme a favor de sus intereses”. Sus propuestas para aminorar la migración fueron “poco puntuales” y sus promesas “rutinarias e inverosímiles”.

Tal impresión fue rubricada por la actitud de desamparo intelectual con que, según las crónicas, solicitó a sus interlocutores “que lo ayuden para saber cuál es el tono y los argumentos que debe emplear el gobierno” en su política con EU. “¿Cómo le hago?”, en línea hereditaria del “¿Y yo por qué?”. Aquella confesión de impotencia como ésta lo es de incompetencia.

Los observadores destacan que no celebró entrevista alguna “con actores relevantes en la confección y ejecución de la política migratoria de ese país”. Otros sugieren que se asemejó a la gira de un gobernador, emulando para fines electorales las exitosas visitas del jefe de Gobierno del Distrito Federal. Como tampoco abogó por la extensión del voto de los mexicanos en el extranjero, a fin de cuentas se dirigió a electores imaginarios y a interlocutores políticos inexistentes.

El tema obsesivo entre los mexicanos más clarividentes y los más desesperanzados es cómo atajar la decadencia en que estamos zozobrando para retomar el vuelo. Muchos piensan que a grandes males, grandes remedios. Habrá que encontrarlos.

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