Por: Julio Pomar
Como muchos lo preveíamos, la gira de Felipe Calderón a Estados Unidos fue un fiasco rotundo. Primero, no pudo ocultar que sus reales intenciones para este viaje no eran apoyar a los migrantes mexicanos de allá, sino “ofertar” a México y (consecuente, pero no explícitamente) nuestra industria petrolera. Segundo, viajó allá cuando todo el mundo está ocupado en las campañas pre electorales -las primarias- y malhaya que lo quisieran “pelar”, ni los políticos ni los medios. Tampoco -¡gran genialidad!- se quiso o pudo entrevistar con George Walker Bush porque este ya está dejando de ser el gobernante fraudulento y matasiete de la hiperpotencia; o sea, fue en el tiempo de nadie, en el momento de la espera obligada, en el de la indefinición de quién habrá de gobernar a los estadounidenses en los próximos años. Y tercero, mantuvo un discurso mediocre en cuanta oportunidad se le presentó, aunque eso lo hace tanto allá como acá, de lo cual resulta que no tuvo que hacer tan largo viaje para exhibir las miserias de su mensaje.
Cometió uno de los más graves yerros que hayan ido a cometer otros gobernantes mexicanos a EU, señaladamente el merolico Fox: hablar de asuntos cruciales de México en el extranjero, como el del petróleo. Esto implica que aquí Calderón Hinojosa no se siente seguro sino que se quiso arropar con una protección norteamericana nunca prometida a él y dar un “golpe” mediático en México desde allá. Lo malo es que ni así dejó de dar el traspié de haber elegido el lugar y el momento equivocados para hablar de este tema, pues si hay algo que los mexicanos normales y bien nacidos resienten es que los asuntos propios se ventilen afuera. Y no obtuvo la protección norteamericana, ni siquiera la mediática, donde, como decimos, ni lo “pelaron”. Y ocurrió esto porque, salvo el “peligro” que para muchos norteamericanos representan los migrantes mexicanos, nuestro país en sí es visto sólo como el “patio trasero” norteamericano. Y con su actitud obsequiosa hacia el imperio, Calderón no hace sino fortalecer esa imagen.
Cumplió a cabalidad su intención de no tratar el asunto migratorio, aunque esa fuera su intención declarada como central de este viaje a EU. La prueba es que cuando hizo algún contacto, no lo estableció con los que se fletan el lomo en la recolecta de uvas o frutos de la agricultura, con los trabajadores que a riesgo de su vida van a trabajar allá, sino con los empresarios méxico-americanos “emprendedores”, como los vinicultores del valle de Napa, California, con quienes degustó una “cata” de vinos.
Negó haber tratado el tema petrolero con sus interlocutores empresariales de allá, pero en su conferencia de prensa del cierre de viaje, en Los Angeles, abrió el asunto señalando las tres opciones que según él tiene Pemex: (1) que siga como está, (2) que se abra a las “alianzas estratégicas” con capitales extranjeros para efectos de obtener tecnología y (3) quitar recursos a educación, campo y salud para destinarlos a Pemex. O sea, en esa miope visión es lógico que la mejor propuesta es la segunda de las tres. Esto mismo lo corroboraron la secretaria de Energía, Georgina Kessel, y el nuevo presidente del PAN, Germán Martínez Cázares, el jueves 14, quienes fijaron para fines de marzo la presentación de una iniciativa de reforma energética y ya no hablaron del “diagnóstico” que previamente debían elaborar los legisladores panistas. La declaración calderoniana en Los Angeles de que su “deseo” es que Pemex no se privatice, y que siga siendo de los mexicanos y del gobierno, se queda pálida con esos planteamientos, presentados para que no quede otra opción sino la de la “alianza estratégica” al 50 por ciento con capitales externos, que no pueden ser otros que las trasnacionales petroleras.
Si ya los calderonistas tienen fecha para su propuesta energética, es evidente que esta administración pública ya tiene un proyecto privatizador, aunque lo enmascare de “modernizador”. Que no se sigan haciendo los occisos. Sería sumamente ilógico que dieran la fecha de algo que no tienen preparado de antemano. Por ello, López Obrador comentó el mismo jueves 14: “Se los dije; el gobierno ya soltó la sopa sobre Pemex” a través de Kessel, para preguntar (desde Pilcaya, Guerrero): ¿que van a hacer los que vociferaban que “yo mentía”, que “no había un proyecto privatizador de Pemex, ahora que la funcionaria del gobierno usurpador lo ha reconocido?”. Más claro ni el agua limpia de un manantial impoluto. Y volvió a repetir el apotegma del general Lázaro Cárdenas del Río: “Gobierno o individuo que entregue los recursos nacionales a los extranjeros es un traidor a la patria”. Punto.
Iniciada hace 25 años, la tendencia a privatizar está llegando a un tope intolerable para el país. Lo que bajo Salinas eran sólo ventas de garage del sector paraestatal, para Calderón parece ser ahora la venta de la casa entera, quizá para aprovechar que anda de capa caída el mercado inmobiliario estadounidense. Hay un irónico progreso pero hacia atrás, en este derrotero, como no lo había registrado México en todo el último siglo. Casi se antoja que Felipe Calderón fue a Estados Unidos sólo a pedir la venia del imperio para perpetrar la venta de la industria petrolera mexicana, pues si no trató ni arregló nada de los migrantes mexicanos, ni pudo entrevistarse con gobernantes o futuros gobernantes de la superpotencia, algún objetivo oculto debió tener ese viaje y este cada vez se perfila con mayor nitidez como esa oferta para que nos compren el principal bien material de México.
Como muchos lo preveíamos, la gira de Felipe Calderón a Estados Unidos fue un fiasco rotundo. Primero, no pudo ocultar que sus reales intenciones para este viaje no eran apoyar a los migrantes mexicanos de allá, sino “ofertar” a México y (consecuente, pero no explícitamente) nuestra industria petrolera. Segundo, viajó allá cuando todo el mundo está ocupado en las campañas pre electorales -las primarias- y malhaya que lo quisieran “pelar”, ni los políticos ni los medios. Tampoco -¡gran genialidad!- se quiso o pudo entrevistar con George Walker Bush porque este ya está dejando de ser el gobernante fraudulento y matasiete de la hiperpotencia; o sea, fue en el tiempo de nadie, en el momento de la espera obligada, en el de la indefinición de quién habrá de gobernar a los estadounidenses en los próximos años. Y tercero, mantuvo un discurso mediocre en cuanta oportunidad se le presentó, aunque eso lo hace tanto allá como acá, de lo cual resulta que no tuvo que hacer tan largo viaje para exhibir las miserias de su mensaje.
Cometió uno de los más graves yerros que hayan ido a cometer otros gobernantes mexicanos a EU, señaladamente el merolico Fox: hablar de asuntos cruciales de México en el extranjero, como el del petróleo. Esto implica que aquí Calderón Hinojosa no se siente seguro sino que se quiso arropar con una protección norteamericana nunca prometida a él y dar un “golpe” mediático en México desde allá. Lo malo es que ni así dejó de dar el traspié de haber elegido el lugar y el momento equivocados para hablar de este tema, pues si hay algo que los mexicanos normales y bien nacidos resienten es que los asuntos propios se ventilen afuera. Y no obtuvo la protección norteamericana, ni siquiera la mediática, donde, como decimos, ni lo “pelaron”. Y ocurrió esto porque, salvo el “peligro” que para muchos norteamericanos representan los migrantes mexicanos, nuestro país en sí es visto sólo como el “patio trasero” norteamericano. Y con su actitud obsequiosa hacia el imperio, Calderón no hace sino fortalecer esa imagen.
Cumplió a cabalidad su intención de no tratar el asunto migratorio, aunque esa fuera su intención declarada como central de este viaje a EU. La prueba es que cuando hizo algún contacto, no lo estableció con los que se fletan el lomo en la recolecta de uvas o frutos de la agricultura, con los trabajadores que a riesgo de su vida van a trabajar allá, sino con los empresarios méxico-americanos “emprendedores”, como los vinicultores del valle de Napa, California, con quienes degustó una “cata” de vinos.
Negó haber tratado el tema petrolero con sus interlocutores empresariales de allá, pero en su conferencia de prensa del cierre de viaje, en Los Angeles, abrió el asunto señalando las tres opciones que según él tiene Pemex: (1) que siga como está, (2) que se abra a las “alianzas estratégicas” con capitales extranjeros para efectos de obtener tecnología y (3) quitar recursos a educación, campo y salud para destinarlos a Pemex. O sea, en esa miope visión es lógico que la mejor propuesta es la segunda de las tres. Esto mismo lo corroboraron la secretaria de Energía, Georgina Kessel, y el nuevo presidente del PAN, Germán Martínez Cázares, el jueves 14, quienes fijaron para fines de marzo la presentación de una iniciativa de reforma energética y ya no hablaron del “diagnóstico” que previamente debían elaborar los legisladores panistas. La declaración calderoniana en Los Angeles de que su “deseo” es que Pemex no se privatice, y que siga siendo de los mexicanos y del gobierno, se queda pálida con esos planteamientos, presentados para que no quede otra opción sino la de la “alianza estratégica” al 50 por ciento con capitales externos, que no pueden ser otros que las trasnacionales petroleras.
Si ya los calderonistas tienen fecha para su propuesta energética, es evidente que esta administración pública ya tiene un proyecto privatizador, aunque lo enmascare de “modernizador”. Que no se sigan haciendo los occisos. Sería sumamente ilógico que dieran la fecha de algo que no tienen preparado de antemano. Por ello, López Obrador comentó el mismo jueves 14: “Se los dije; el gobierno ya soltó la sopa sobre Pemex” a través de Kessel, para preguntar (desde Pilcaya, Guerrero): ¿que van a hacer los que vociferaban que “yo mentía”, que “no había un proyecto privatizador de Pemex, ahora que la funcionaria del gobierno usurpador lo ha reconocido?”. Más claro ni el agua limpia de un manantial impoluto. Y volvió a repetir el apotegma del general Lázaro Cárdenas del Río: “Gobierno o individuo que entregue los recursos nacionales a los extranjeros es un traidor a la patria”. Punto.
Iniciada hace 25 años, la tendencia a privatizar está llegando a un tope intolerable para el país. Lo que bajo Salinas eran sólo ventas de garage del sector paraestatal, para Calderón parece ser ahora la venta de la casa entera, quizá para aprovechar que anda de capa caída el mercado inmobiliario estadounidense. Hay un irónico progreso pero hacia atrás, en este derrotero, como no lo había registrado México en todo el último siglo. Casi se antoja que Felipe Calderón fue a Estados Unidos sólo a pedir la venia del imperio para perpetrar la venta de la industria petrolera mexicana, pues si no trató ni arregló nada de los migrantes mexicanos, ni pudo entrevistarse con gobernantes o futuros gobernantes de la superpotencia, algún objetivo oculto debió tener ese viaje y este cada vez se perfila con mayor nitidez como esa oferta para que nos compren el principal bien material de México.
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