■ Catarro pesado
■ Desesperación en Los Pinos por el debate petrolero
Aferrado a la grabación que del micrófono oficial emana, por mucho que el mensaje se estrelle con la realidad, el gobierno de la “continuidad” repite, como sus predecesores, la “verdad” suprema: “vamos por el camino correcto y la economía nacional está más sólida que nunca”. Primero Petricioli, Aspe, Ortiz y Gurría; después Gil y ahora Carstens, todos pertenecientes al dream team de la feliz familia financiera del sector público.
Que “vamos por el camino correcto” y que “la economía está más sólida que nunca” da cuenta la famélica tasa de crecimiento promedio anual en los últimos cinco lustros, la raquítica cuan deficitaria generación de empleo, el creciente ejército de reserva, y la pobreza y miseria de más de la mitad de los mexicanos, entre otros elementos. Los citados, cada uno de ellos, en su momento, al frente de la Secretaría de Hacienda, lo decían.
No se cansan de repetir el desgastado sketch. De “la fortaleza que vamos adquiriendo, porque estamos haciendo bien las cosas” de Gustavo Petricioli, al tesoro macroeconómico que es envidiado por todos” de Paco Gil, sin olvidar la colección de frases célebres aportada por Pedro Aspe, Guillermo Ortiz, José Angel Gurría y, ahora, Agustín Carstens. A lo largo de más de dos décadas, que involucran a cinco gobiernos, unos y otros dijeron, dicen, lo mismo: “la fortaleza económica de México es envidiable”; las “reformas” “nos han potenciado” hacia el exterior; “estamos mejor que nunca”; “tenemos un navío de gran calado”; para México la recesión gringa es un “catarrito”. Si lo anterior se resume en un “crecimiento” real a tasa promedio anual de 2.3 por ciento y por ello somos una “potencia”, estamos fritos.
Con un criterio un poco más abierto comenzó Agustín Carstens su inquilinaje en la Secretaría de Hacienda. Tal vez fue la inercia que traía del Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, pronto se acopló al micrófono oficial, archivó la tímida crítica que ejerció en su inicio, y comenzó a leer el sketch, que lo llevó a decir –en febrero pasado– que la ola recesiva estadunidense provocaría un simple “catarrito” en la economía mexicana.
Por aquel entonces comentamos que el “catarrito” diagnosticado por el doctor Carstens obligó al gobierno de la “continuidad” a recortar en casi un punto porcentual su estimación de crecimiento económico para 2008 (de 3.7 a 2.8 por ciento, en una primera consideración), o lo que es lo mismo, una baja cercana a una tercera parte del pronóstico al que durante semanas se aferró, al más puro estilo foxista, el actual inquilino de Los Pinos y sus neocientíficos de la Secretaría de Hacienda, porque la sacudida gringa le hace los mandados al “navío de gran calado” (Calderón dixit).
Así, decíamos, un “catarrito” que al país le cuesta la caída de un punto porcentual en una economía que cuando le va muy bien crece 3 puntos, pues no es precisamente el mejor de los diagnósticos, ni mucho menos congruente con la realidad, o si se prefiere, ya que el gobierno está en plan de carpa, es una muestra adicional del humor negro que se maneja en las altas esferas del poder. Por cierto, no faltará el chistoretero que diga que si el “catarrito” es de la proporción corpórea del secretario de Hacienda, entonces el mensaje queda claro: agárrense de donde puedan.
“Catarrito”, pues, el que provocaría la recesión estadunidense en la economía mexicana, pero en la misma entrevista el doctor (que obviamente no lo es en medicina) Agustín Carstens tajantemente desmintió al secretario de Hacienda, porque al calificar la intensidad del impacto recesivo realizó el siguiente ejercicio: “en una escala de cero al 10, donde cero es no estoy preocupado y diez estoy muy preocupado, yo le daría una calificación de 8”, es decir, más tirándole a pulmonía que a resfrío en miniatura. Otro indicador de que el ex funcionario del FMI escogió mal el momento para hacer chistes ante las cámaras de televisión es el de la generación de puestos de trabajo en tiempos recesivos. En 2008, dijo, habrá menos empleo que en 2007, “algo así” como 100 mil plazas. Sin embargo, si se toma en consideración la tasa de crecimiento y el número de empleos formales reconocidos el año pasado por el gobierno de la “continuidad”, y tomando en consideración que el “catarrito”, en un primer cálculo, le costaría al país un punto porcentual en crecimiento, entonces no serían 100 mil plazas menos, sino 250 mil, lo que agudizaría el de por sí grave problema de desocupación que se registra en plena “Presidencia del empleo”.
Transcurrido el tiempo, Carstens ha reforzado su tesis del “catarrito”, y ayer, en un foro de la OCDE, se animó a decir que la “pulmonía” ya no es para México, sino para Estados Unidos, porque “tenemos fundamentos más fuertes para confrontar un contexto económico internacional menos favorable… con los actuales elementos la economía mexicana está bien preparada para mantener un camino de positivo crecimiento, que este año se proyecta en 2.8 por ciento y 4 por ciento en 2009”.
Lo anterior, con la evidencia de que el país mantiene un “crecimiento” raquítico y una vergonzosa generación de empleo, entre otras gracias. Entonces, ¿“vamos por el camino correcto”? Depende quién conteste la pregunta.
Y para demostrar que la tesis carstensiana es correcta, la más reciente encuesta (mayo 2008) del Banco de México sobre las expectativas de los especialistas en economía del sector privado arroja excelentes resultados: pronostican mayor inflación, menor crecimiento, caída en el consumo, inversión privada a la baja y más desempleo. “Catarrito” puro, pues.
Las rebanadas del pastel
Tan duro y tupido le han pegado en el debate petrolero que se desarrolla en el Senado, que al inquilino de Los Pinos se le ocurrió una brillante idea: designar al director general de Pemex Refinación, Carlos Morales Gil, como cancerbero de su “reforma”. Y en la sesión de ayer a este personaje no se le ocurrió mejor frase para cumplir con su cometido que la siguiente: “sería irresponsable que asumiéramos que los problemas de la industria (petrolera) se pueden resolver por la buena voluntad colectiva” (algunos ilusos la llaman democracia). Bien por el funcionario, que para eso está la tecnocracia que en 25 años ha destrozado al país, porque ella “sí sabe cómo se maneja una nación”.
Fuente: La Jornada
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