ÍNDICE POLÍTICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
Tenemos bastante religión como para odiarnos,
pero no suficiente como para amarnos
Jonathan Swift
PRIMITIVA. MÁS ARCAICA aún que cuando los apóstoles deambulaban con ella a cuestas por las catacumbas romanas, la peculiar Iglesia Católica mexicana se ha reducido a sí misma, por su pequeñez de miras, por sus disputas cainitas, a la práctica –literal— de una política de campanario.
¿Actúa per se en aras de halagar a los política y económicamente poderosos? ¿Lo hace, acaso, recibiendo instrucciones del poder "oficial? ¿Acaso del empresarial? Difícil indagarlo, cual solicitó la senadora Rosario Ibarra, al tiempo que su oratoria era acallada, el domingo anterior, por un prolongado tañer de campanas de la Catedral Metropolitana.
Provocadora, la Iglesia que aquí comanda el señor Norberto Rivera Carrera, tiene ya rato que convirtió al principal templo católico del territorio nacional en arena política. Y lo que es peor, una arena política cercada, infiltrada, por cuerpos policiacos.
Pareciera, me dice un asiduo lector del Índice Político, que a semejanza de Ariel Sharon, hace 20 años, los jerarcas católicos quisieran iniciar aquí una "intifada"
Y es que, usted recuerda, esa segunda "intifada" dio inicio cuando el entonces premier israelí, Sharon, intentó entrar en la explanada de las mezquitas rodeado de un servicio de seguridad aparatoso y muy visible. Desde ese día la escalada de violencia no ha parado. Todos los días hay muertos, enfrentamientos en una suerte de guerra civil no declarada.
La diferencia con la primera "intifada" es que esa estuvo controlada por los integristas islámicos partidarios del terrorismo, decididos a provocar una guerra. Los palestinos ya no sólo tiraban piedras, sino que usaban armas de fuego.
Fueron muchos años matándose. Una guerra cainita que, explico, es al estilo de la protagonizada por los personajes bíblicos Caín y Abel. Hermanos, sí, pero enfrentados.
El riesgo aquí: que alimentados por las actitudes de la propia Iglesia surjan grupos intransigentes que no están dispuestos a convivir con el "enemigo". Grupos radicales, violentos, armados… guerrilleros.
¿Qué busca la alta jerarquía católica mexica con su retorno a la –quizá nunca superada— política de campanario?
¿Polarizar aún más a la sociedad evidentemente dividida desde el 2006? ¿Es tal su misión terrena? ¿Para que sus cada vez menos creyentes –datos censales— se alejen de sus prácticas díscolas, facciosas?
Pierden el tiempo y nos lo hacen perder los capitostes católicos. Lo peor es que nos ponen en riesgo.
Porque, efectivamente, el horno no está para bollos, y el resultado no podrá ser otro que –no una nueva "guerra cristera"— una "intifada" a la mexicana, la que puede ser aún peor que las protagonizadas por árabes e israelíes.
Hay que detenerlos. Todavía estamos a tiempo.
Coincidirá usted. Y preguntará como lo hago yo, sí, hay que detenerlos, ¿pero quién, si desde el sector "oficial" los azuzan?
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