Por Abraham Nuncio
Escondido en la casa de un ciudadano estadunidense de apellido Wright, al que había pagado para ocultarlo, Santiago Vidaurri fue delatado por aquél y hecho preso por un piquete de soldados al mando de Porfirio Díaz. De inmediato se lo trasladó a la plazuela de Santo Domingo de la ciudad de México. Allí fue fusilado de rodillas y por la espalda bajo el cargo de traidor a la patria, mientras -cuenta Santiago Roel, padre- "una infame murga tocaba Los cangrejos, pieza de música burlesca con la que se denigraba a los reaccionarios".
Vidaurri no era un reaccionario, sino un cacique que no tenía otro interés que el del poder. Un poder que compartía con la elite empresarial de Monterrey a través de su yerno, Patricio Milmo, el hombre más rico del noreste en la segunda mitad del siglo XIX. Esta elite tanto era partidaria del imperio como de los esclavistas sureños de Estados Unidos a causa del intenso tráfico mercantil que mantenía con los confederados, sobre todo cuando los yanquis les coparon los puertos del golfo.
En estos días la figura de Vidaurri ha dado lugar a una polémica local tras la confección de su estatua por el escultor Cuauhtémoc Zamudio y el intento de colocarla en la plaza de armas de Lampazos, lugar de origen del que fuera gobernador de Nuevo León, a unos pasos de donde se encuentra la de Benito Juárez, su rival político y cultural.
Vidaurri, como lo hicieron en su momento otros caudillos, se levantó en armas sobre la cresta que combatía la dictadura de Santa Ana. Enarbolando el Plan Restaurador de la Libertad atacó Monterrey, capturó la plaza y al día siguiente se autoproclamó gobernador y comandante militar de Nuevo León.
A partir de ese momento no dejó de ensanchar su poder: anexó arbitrariamente Coahuila y creó el estado de Nuevo León y Coahuila; controló las aduanas de estos estados y el de Tamaulipas; creó un estado mayor con militares que destacarían durante la guerra de Reforma; impulsó la creación del Colegio Civil, entre otras medidas de infraestructura que permitieron un rápido desarrollo del estado, y adelantándose a la credenda de orden y progreso del porfiriato combatió encarnizadamente a las tribus indómitas de las que el suyo y otros gobiernos liberales no dejaron siquiera para muestra algo semejante a las reservaciones indias de Estados Unidos.
Con el acercamiento a la frontera de la potencia vecina luego de la guerra inicua que ésta nos hizo, la presencia de las primeras industrias textiles, el asentamiento de una inmigración europea y estadunidense de elite en Monterrey, el provecho que dejó a los inversionistas de mayor capacidad la guerra civil interna y la estadunidense y el consecuente crecimiento de la economía regional, Vidaurri se convirtió en uno de los indiscutibles hombres fuertes del país.
Las consecuencias del federalismo a quemarropa, en un país sin experiencia de vida republicana y con un aparato estatal incapaz de controlar el vasto territorio del México independiente, no podían ser otras que las previstas por fray Servando Teresa de Mier en la discusión entre centralistas y federalistas: la eventual pérdida territorial ante el expansionismo de Estados Unidos y el surgimiento de cacicazgos donde sus protagonistas se servirían con la cuchara grande.
La ausencia del control central y la lejanía hicieron propicio el cacicazgo de Vidaurri. Las tensiones con el gobierno federal pronto brotaron, sobre todo cuando aquel anexó Coahuila a Nuevo León y cicateó los recursos provenientes del tráfico internacional a las arcas nacionales. Su enfrentamiento con Juárez, que le exigía esos recursos y su apoyo para fortalecer al ejército republicano que peleaba con las tropas imperialistas, lo llevó no sólo a romper bruscamente con el presidente legal y legítimo de México, sino a intentar eliminarlo a tiros. No pudo y apostó su popularidad -que la tenía- convocando a una suerte de referendo para disfrazar su decisión de colaborar con el invasor: "votar por la paz -dice Roel- era someterse al Imperio y votar por la guerra era seguir al lado de Juárez". Perdió la votación y se refugió en Texas.
Quiso obtener el apoyo de Maximiliano para continuar ejerciendo su poder en Nuevo León. No lo consiguió y debió conformarse con el nombramiento de consejero imperial y, más tarde, con el de ministro de Hacienda.
Mediante una reinterpretación a modo de la historia se pretende reivindicar lo irreivindicable. La iniciativa ha generado críticas y juicios severos. Yo he asumido una posición.
Propongo que se emplace a la estatua de Vidaurri, pero de cara a la pared. Así los habitantes de Lampazos y todo el que pase por el lugar le podrán ver la espalda. Es la espalda que él dio a su pueblo, a su país y a los hombres que arriesgaron o dieron su vida por defender el derecho a ser soberanos y a gobernarse sin la intervención de poderes venidos de fuera.
Si el pueblo de Nuevo León y sus propios hombres (Ignacio Zaragoza, José Silvestre Aramberri, Mariano Escobedo, Francisco Naranjo, Jerónimo Treviño), por lo mismo a él también le dieron la espalda, ¿con qué cara cívica habría que rendir a Santiago Vidaurri el menor tributo? Ya se entiende que el propósito es disminuir la estatura de Juárez por obvios motivos políticos del momento. Pero, ¿hay necesidad de llevar las cosas a tales grotescos extremos?
Escondido en la casa de un ciudadano estadunidense de apellido Wright, al que había pagado para ocultarlo, Santiago Vidaurri fue delatado por aquél y hecho preso por un piquete de soldados al mando de Porfirio Díaz. De inmediato se lo trasladó a la plazuela de Santo Domingo de la ciudad de México. Allí fue fusilado de rodillas y por la espalda bajo el cargo de traidor a la patria, mientras -cuenta Santiago Roel, padre- "una infame murga tocaba Los cangrejos, pieza de música burlesca con la que se denigraba a los reaccionarios".
Vidaurri no era un reaccionario, sino un cacique que no tenía otro interés que el del poder. Un poder que compartía con la elite empresarial de Monterrey a través de su yerno, Patricio Milmo, el hombre más rico del noreste en la segunda mitad del siglo XIX. Esta elite tanto era partidaria del imperio como de los esclavistas sureños de Estados Unidos a causa del intenso tráfico mercantil que mantenía con los confederados, sobre todo cuando los yanquis les coparon los puertos del golfo.
En estos días la figura de Vidaurri ha dado lugar a una polémica local tras la confección de su estatua por el escultor Cuauhtémoc Zamudio y el intento de colocarla en la plaza de armas de Lampazos, lugar de origen del que fuera gobernador de Nuevo León, a unos pasos de donde se encuentra la de Benito Juárez, su rival político y cultural.
Vidaurri, como lo hicieron en su momento otros caudillos, se levantó en armas sobre la cresta que combatía la dictadura de Santa Ana. Enarbolando el Plan Restaurador de la Libertad atacó Monterrey, capturó la plaza y al día siguiente se autoproclamó gobernador y comandante militar de Nuevo León.
A partir de ese momento no dejó de ensanchar su poder: anexó arbitrariamente Coahuila y creó el estado de Nuevo León y Coahuila; controló las aduanas de estos estados y el de Tamaulipas; creó un estado mayor con militares que destacarían durante la guerra de Reforma; impulsó la creación del Colegio Civil, entre otras medidas de infraestructura que permitieron un rápido desarrollo del estado, y adelantándose a la credenda de orden y progreso del porfiriato combatió encarnizadamente a las tribus indómitas de las que el suyo y otros gobiernos liberales no dejaron siquiera para muestra algo semejante a las reservaciones indias de Estados Unidos.
Con el acercamiento a la frontera de la potencia vecina luego de la guerra inicua que ésta nos hizo, la presencia de las primeras industrias textiles, el asentamiento de una inmigración europea y estadunidense de elite en Monterrey, el provecho que dejó a los inversionistas de mayor capacidad la guerra civil interna y la estadunidense y el consecuente crecimiento de la economía regional, Vidaurri se convirtió en uno de los indiscutibles hombres fuertes del país.
Las consecuencias del federalismo a quemarropa, en un país sin experiencia de vida republicana y con un aparato estatal incapaz de controlar el vasto territorio del México independiente, no podían ser otras que las previstas por fray Servando Teresa de Mier en la discusión entre centralistas y federalistas: la eventual pérdida territorial ante el expansionismo de Estados Unidos y el surgimiento de cacicazgos donde sus protagonistas se servirían con la cuchara grande.
La ausencia del control central y la lejanía hicieron propicio el cacicazgo de Vidaurri. Las tensiones con el gobierno federal pronto brotaron, sobre todo cuando aquel anexó Coahuila a Nuevo León y cicateó los recursos provenientes del tráfico internacional a las arcas nacionales. Su enfrentamiento con Juárez, que le exigía esos recursos y su apoyo para fortalecer al ejército republicano que peleaba con las tropas imperialistas, lo llevó no sólo a romper bruscamente con el presidente legal y legítimo de México, sino a intentar eliminarlo a tiros. No pudo y apostó su popularidad -que la tenía- convocando a una suerte de referendo para disfrazar su decisión de colaborar con el invasor: "votar por la paz -dice Roel- era someterse al Imperio y votar por la guerra era seguir al lado de Juárez". Perdió la votación y se refugió en Texas.
Quiso obtener el apoyo de Maximiliano para continuar ejerciendo su poder en Nuevo León. No lo consiguió y debió conformarse con el nombramiento de consejero imperial y, más tarde, con el de ministro de Hacienda.
Mediante una reinterpretación a modo de la historia se pretende reivindicar lo irreivindicable. La iniciativa ha generado críticas y juicios severos. Yo he asumido una posición.
Propongo que se emplace a la estatua de Vidaurri, pero de cara a la pared. Así los habitantes de Lampazos y todo el que pase por el lugar le podrán ver la espalda. Es la espalda que él dio a su pueblo, a su país y a los hombres que arriesgaron o dieron su vida por defender el derecho a ser soberanos y a gobernarse sin la intervención de poderes venidos de fuera.
Si el pueblo de Nuevo León y sus propios hombres (Ignacio Zaragoza, José Silvestre Aramberri, Mariano Escobedo, Francisco Naranjo, Jerónimo Treviño), por lo mismo a él también le dieron la espalda, ¿con qué cara cívica habría que rendir a Santiago Vidaurri el menor tributo? Ya se entiende que el propósito es disminuir la estatura de Juárez por obvios motivos políticos del momento. Pero, ¿hay necesidad de llevar las cosas a tales grotescos extremos?
(Ignoramos la fuente pues el elctor que envía esta nota lo hizo así nada más con el puro texto).
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