(Raúl Isman)
Docente. Escritor. Miembro del Consejo Editorial de la Revista Desafíos. Colaborador habitual del periódico socialista El Ideal.
Director de la revista Electrónica Redacción popular. raulisman@yahoo.com.ar www.geocities.com/raulisman
Breve bosquejo histórico acerca del partido único
y cuestiones conexas a la democracia:
Vías seguras hacia (el fracaso de) la revolución
Breve bosquejo histórico acerca del partido único
y cuestiones conexas a la democracia:
Vías seguras hacia (el fracaso de) la revolución
"Por mucho que se lamente ahora
desde el punto de vista moral la existencia de
los partidos, sus medios de propaganda y de
lucha y el hecho que la confección de
sus programas y de las listas de candidatos
estén inevitablemente en manos de minorías,
lo cierto es que la existencia de los mismos no se eliminará…."
Max Weber. Sociólogo conservador alemán
desde el punto de vista moral la existencia de
los partidos, sus medios de propaganda y de
lucha y el hecho que la confección de
sus programas y de las listas de candidatos
estén inevitablemente en manos de minorías,
lo cierto es que la existencia de los mismos no se eliminará…."
Max Weber. Sociólogo conservador alemán
Introducción
La pretensión de encapsular el juego político por medio de una única fuerza ha sido históricamente una jugada que, por propia naturaleza, correspondía a la peor derecha. Pero en realidad nunca fue lograda del todo la pretensión de marras, en razón de las enormes dificultades existentes para limitar toda actividad relacionada a la politicidad a una sola agrupación. Fatalmente esta se dividía en tendencias, aunque mas no fuera una descaradamente conservadora del “Status quo” y otra muy tímidamente partidaria de la más cruel opresión. La gran revolución iniciada hacia 1789 en Francia hizo trizas la pretensión del poder que hemos referido. Así, girondinos, jacobinos, cordeleros, thermidorianos fueron algunos nombres de las nuevas organizaciones que agrupaban una parte- partido- de la sociedad. Cuanto más compleja fuera una sociedad, mayor debía ser el panorama en el cual se desplegase semejante diversidad a través de las distintas agrupaciones. En el siglo XX, los sectores privilegiados volvieron a intentar gestar regímenes de partido único, único modo que encontraron en dichas sociedades (Italia, Alemania, España, entre otras) de dar continuidad a sus privilegios durante diversas etapas críticas del sistema capitalista. En tales países la oposición seguía actuando desde la clandestinidad u operando desde dentro mismo de la lucha interna del propio partido dominante.
Vista la cuestión desde la propia izquierda, las elecciones que se celebraron en Cuba el domingo 20 de enero de 2008 (en las que la reelección de Fidel Castro no puede ser calificada como sorpresiva) reactualizan un complejo y riesgoso debate acerca de la temática enunciada en el título del presente artículo. La complejidad de la cuestión ni siquiera merece argumentarse, habida cuenta de la existencia de verdaderas bibliotecas dedicadas a tratar ambas temáticas. Por otra parte, lo riesgoso reside en el hecho que la derecha se ha apropiado de toda mención en disconformidad al (llamado) totalitarismo de partido único: De modo que toda referencialidad crítica- que asume un carácter necesario y racional- contra las perspectivas que defienden el monopartidismo puede zozobrar frente al peligro de identificación con el discurso imperial. Por otra parte, el poder- que mientras pudo se abroqueló en negar a los sujetos subalternos la posibilidad de votar y demás derechos políticos- utiliza cínicamente la bandera democrática para escarnecer y denigrar todo proceso de ascenso popular. De todos modos, en tan estrecho desfiladero daremos nuestra visión; ya que nos parece que es estéril para los procesos emancipatorios que conmueven nuestra América la defensa dogmática, acrítica y antihistórica de construcciones que, sin dudas, han hecho significativos aportes para la lucha de sus pueblos, aunque tal vez hayan agotado lo mejor de su dinamismo. Pero tal vez el error residió en generalizar ciertas experiencias pretendiéndolas erigirse en modelo universal y necesario (es decir, válido para todos los casos y de modo obligatorio). Ciertamente resulta doloroso que una construcción teórica de elevado espíritu libertario en lo social, como la enunciada por Marx, haya quedado ligada a experiencias de partido único. Pero por más duro que nos resulte, lo cierto que tal vinculación existió y es veraz. Por lo cual negarla sólo puede conducir a fallidos diagnósticos y duras derrotas. Por otra parte, el carácter global del contexto en que se desenvuelve la lucha de todos los explotados y oprimidos amerita una exposición lo más clara posible del origen histórico del problema, de los diversos modos en los que fue analizado y de sus consecuencias posteriores. La finalidad no puede ser otra que diseñar cursos de acción lo más certeros posible. Por cierto que uno de los temas centrales de todo proceso revolucionario es- como lo definió Antonio Gramsci- el consenso de masas hacia las transformaciones; cuestión más que presente en la temática que analizaremos. De hecho, en tal perspectiva, toda lucha por la liberación nacional y social es un combate por ganar en tal perspectiva al conjunto del pueblo. De modo que en el presente artículo se analizará fundamentalmente la tradición de izquierdas en relación al partido único y la cuestión de la democracia. Que la derecha se preocupe ella por sus problemas, contradicciones y enfrentamientos. Empezaremos con un breve recorrido por los clásicos del pensamiento revolucionario y las circunstancias históricas en las que alumbraron sus ideas acerca de los partidos políticos. Relacionado con lo dicho, veremos brevemente la relación que existen entre democracia política y las diversas transformaciones sociales.
Vista la cuestión desde la propia izquierda, las elecciones que se celebraron en Cuba el domingo 20 de enero de 2008 (en las que la reelección de Fidel Castro no puede ser calificada como sorpresiva) reactualizan un complejo y riesgoso debate acerca de la temática enunciada en el título del presente artículo. La complejidad de la cuestión ni siquiera merece argumentarse, habida cuenta de la existencia de verdaderas bibliotecas dedicadas a tratar ambas temáticas. Por otra parte, lo riesgoso reside en el hecho que la derecha se ha apropiado de toda mención en disconformidad al (llamado) totalitarismo de partido único: De modo que toda referencialidad crítica- que asume un carácter necesario y racional- contra las perspectivas que defienden el monopartidismo puede zozobrar frente al peligro de identificación con el discurso imperial. Por otra parte, el poder- que mientras pudo se abroqueló en negar a los sujetos subalternos la posibilidad de votar y demás derechos políticos- utiliza cínicamente la bandera democrática para escarnecer y denigrar todo proceso de ascenso popular. De todos modos, en tan estrecho desfiladero daremos nuestra visión; ya que nos parece que es estéril para los procesos emancipatorios que conmueven nuestra América la defensa dogmática, acrítica y antihistórica de construcciones que, sin dudas, han hecho significativos aportes para la lucha de sus pueblos, aunque tal vez hayan agotado lo mejor de su dinamismo. Pero tal vez el error residió en generalizar ciertas experiencias pretendiéndolas erigirse en modelo universal y necesario (es decir, válido para todos los casos y de modo obligatorio). Ciertamente resulta doloroso que una construcción teórica de elevado espíritu libertario en lo social, como la enunciada por Marx, haya quedado ligada a experiencias de partido único. Pero por más duro que nos resulte, lo cierto que tal vinculación existió y es veraz. Por lo cual negarla sólo puede conducir a fallidos diagnósticos y duras derrotas. Por otra parte, el carácter global del contexto en que se desenvuelve la lucha de todos los explotados y oprimidos amerita una exposición lo más clara posible del origen histórico del problema, de los diversos modos en los que fue analizado y de sus consecuencias posteriores. La finalidad no puede ser otra que diseñar cursos de acción lo más certeros posible. Por cierto que uno de los temas centrales de todo proceso revolucionario es- como lo definió Antonio Gramsci- el consenso de masas hacia las transformaciones; cuestión más que presente en la temática que analizaremos. De hecho, en tal perspectiva, toda lucha por la liberación nacional y social es un combate por ganar en tal perspectiva al conjunto del pueblo. De modo que en el presente artículo se analizará fundamentalmente la tradición de izquierdas en relación al partido único y la cuestión de la democracia. Que la derecha se preocupe ella por sus problemas, contradicciones y enfrentamientos. Empezaremos con un breve recorrido por los clásicos del pensamiento revolucionario y las circunstancias históricas en las que alumbraron sus ideas acerca de los partidos políticos. Relacionado con lo dicho, veremos brevemente la relación que existen entre democracia política y las diversas transformaciones sociales.
La cuestión en
Marx yEngels
Marx yEngels
Nada más extraño que el imperativo de partido único y el desprecio por los mecanismos de la democracia (burguesa) para Carlos Marx y Federico Engels. Examinemos someramente ambas temáticas.
Con relación al primero de dichos conceptos, dicen en El Manifiesto Comunista, considerado casi unánimemente su primer obra de madurez, que: “Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros…”. Obviamente si se afirma la existencia de varios partidos obreros, no puede defenderse la existencia de sólo uno. Pero además, el autor de Das capital anticipa de tal modo otros temas que serán desarrollados en el siglo siguiente por la sociología (burguesa) de la modernización. Verbigracia, el hecho que cuanto más moderna es una sociedad, resulta más compleja y por lo tanto difícil de encuadrar en una única representación política, aún a la propia clase de los proletarios. Por cierto que lo dicho se refiere básicamente a los países capitalistas desarrollados occidentales, pero (en menor grado de intensidad) se verifica en distintas formaciones sociales periféricas.
A ello alude la cita de Weber utilizada como epígrafe del presente artículo, texto que reafirma la inevitabilidad de la representación de las personas (ciudadanos) en fracciones (partidos políticos). Tal vez, el hecho que las revoluciones socialistas (contrario sensu a lo profetizado por Marx) se hayan verificado en países periféricos y/o profundamente extraños a la racionalidad europeo-occidental haya incidido en la peculiaridad de su escaso apego por las formas democráticas; tan al gusto (liberal) del oeste del orbe. Por otra parte, la contradicción entre el carácter masivo que tiene- según Marx- toda construcción política revolucionaria y ciertos rasgos limitados, en lo referente a la participación, que son inherentes e inevitables en la actividad de los partidos y del conjunto de la actividad política es una dirección de análisis que el marxismo nunca desarrolló; tentándose apenas con rechazar las corrientes sociológicas elitistas, pero sin desarrollar una teoría por la afirmativa que superase las muy certeras y precisas limitaciones señaladas por Weber. Tal vez la excepción fuera la teoría del partido enunciada por Lenín en Que hacer, pero el revolucionario ruso jamás abjuro de su adhesión incondicional al marxismo.
Agregan Marx y Engels que los comunistas, la única diferencia que tienen con los demás partidos proletarios es “que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto. Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario”. Ambas citas, tomadas de la versión electrónica del texto citado, son por demás ilustrativas y constituyen el contexto teórico que guió la práctica de las diversas agrupaciones a las que adherían los autores y, en especial, de la Asociación Internacional de los Trabajadores (A.I.T. o primer internacional). En efecto, no sólo militaban en la citada Internacional anarquistas, socialistas reformistas, sindicatos no demasiado combativos y otras tendencias del movimiento estrictamente obrero. También lo hicieron diversas fracciones jacobinas; es decir, fuerzas partidarias de la democracia, pero no del socialismo. De modo que queda absolutamente claro el compromiso de los autores de Manifiesto Comunista con la pluralidad política. Y con relación a la segunda de las cuestiones; Marx no dudó en tomar claro partido por el Movimiento Cartista, un conglomerado social que se definía por lograr la generalización del sufragio universal y alcanzar la máxima coherencia y pureza comicial y no tenía planteo alguno por la revolución social.
Desde la Revolución Francesa y hasta al menos mediados del siglo XX., los sectores dominantes y sus aliados eclesiásticos se opusieron tenaz y ferozmente al principio- hoy casi aceptado por unanimidad en gran parte del orbe llamado occidental- de un hombre, un voto; es decir a la soberanía popular. Y dejamos entre paréntesis la cuestión de la femineidad, ya que el derecho simétrico de las mujeres demandó luchas muchas más profundas y prolongadas. Por lo tanto, configuraba una lectura mínima e imprescindible para toda fuerza democrática y/o socialista la intervención para profundizar los contenidos de aquella democracia que aún no era llamada burguesa. Y curiosamente existía una coincidencia de hecho entre el teórico nacido en Treverís y pensadores burgueses como John Stuart Mill, consistente en afirmar que el bloque de poder jamás concedería la plenitud de sus derechos políticos a las masas; en razón que no se podría dotar de capacidad de decisión a quienes estaban llamados a sepultar un sistema tan injusto como explotador. O para decirlo de modo simple: la propiedad privada sobre los medios de producción no se vota o no puede someterse a compulsa electoral la explotación social de hombres, mujeres y niños proletarios. De hecho, lo que fundamenta la posición común de ambos no es otra cosa que el hecho que el propio territorio de la historia política muestra el enfrentamiento entre los sectores poderosos- que desean mantener la situación inalterada- y el bloque popular, que puja por ampliar permanentemente los límites que se le imponen a la participación y soberanía popular. Uno desde el apoyo al sistema injusto, el otro desde la crítica corrosiva, acordaban.
De modo que una lectura mínima e imprescindible de la historia de la conflictividad europea del siglo XIX arroja como resultado necesario la profunda imbricación de la lucha por el sufragio universal y por la emancipación social de los trabajadores. En efecto, las revoluciones francesas de 1830, 1848 y aún la propia comuna de 1871. ¿Qué fueron sino, revueltas de contenido social y a la vez político- democrático? De cada una de ellas, emergió una forma de representatividad (un poco más) ampliada; aunque no satisficiere del todo las expectativas populares. Por otra parte, en Marx, está muy claro que una (la emancipación social) se da con la otra (la democracia política) y no contra la otra. Profundizando aún más esta idea, el último Engels afirmará que sin democracia política es impensable pensar si quiera la posibilidad de la revolución obrera; en textos que parecen preanunciar las elaboraciones que desarrollará a posteriori Gramsci, en textos dedicados a balancear la derrota de la Revolución Italiana a manos del fascismo.
Antes de analizar la aparición sensible y leniniana (el término leninista será acuñado luego de la revolución rusa de 1917) de la idea del partido único, extraeremos algunas conclusiones del análisis desplegado.
1) El partido único es tan extraño y exótico a Marx y Engels; como lo era para ellos la existencia de una variante del capitalismo que no implicase explotación del trabajo asalariado.
2) La lucha por ampliar la democracia es inseparable de la constante batalla por la emancipación social del proletariado.
Con relación al primero de dichos conceptos, dicen en El Manifiesto Comunista, considerado casi unánimemente su primer obra de madurez, que: “Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros…”. Obviamente si se afirma la existencia de varios partidos obreros, no puede defenderse la existencia de sólo uno. Pero además, el autor de Das capital anticipa de tal modo otros temas que serán desarrollados en el siglo siguiente por la sociología (burguesa) de la modernización. Verbigracia, el hecho que cuanto más moderna es una sociedad, resulta más compleja y por lo tanto difícil de encuadrar en una única representación política, aún a la propia clase de los proletarios. Por cierto que lo dicho se refiere básicamente a los países capitalistas desarrollados occidentales, pero (en menor grado de intensidad) se verifica en distintas formaciones sociales periféricas.
A ello alude la cita de Weber utilizada como epígrafe del presente artículo, texto que reafirma la inevitabilidad de la representación de las personas (ciudadanos) en fracciones (partidos políticos). Tal vez, el hecho que las revoluciones socialistas (contrario sensu a lo profetizado por Marx) se hayan verificado en países periféricos y/o profundamente extraños a la racionalidad europeo-occidental haya incidido en la peculiaridad de su escaso apego por las formas democráticas; tan al gusto (liberal) del oeste del orbe. Por otra parte, la contradicción entre el carácter masivo que tiene- según Marx- toda construcción política revolucionaria y ciertos rasgos limitados, en lo referente a la participación, que son inherentes e inevitables en la actividad de los partidos y del conjunto de la actividad política es una dirección de análisis que el marxismo nunca desarrolló; tentándose apenas con rechazar las corrientes sociológicas elitistas, pero sin desarrollar una teoría por la afirmativa que superase las muy certeras y precisas limitaciones señaladas por Weber. Tal vez la excepción fuera la teoría del partido enunciada por Lenín en Que hacer, pero el revolucionario ruso jamás abjuro de su adhesión incondicional al marxismo.
Agregan Marx y Engels que los comunistas, la única diferencia que tienen con los demás partidos proletarios es “que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto. Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario”. Ambas citas, tomadas de la versión electrónica del texto citado, son por demás ilustrativas y constituyen el contexto teórico que guió la práctica de las diversas agrupaciones a las que adherían los autores y, en especial, de la Asociación Internacional de los Trabajadores (A.I.T. o primer internacional). En efecto, no sólo militaban en la citada Internacional anarquistas, socialistas reformistas, sindicatos no demasiado combativos y otras tendencias del movimiento estrictamente obrero. También lo hicieron diversas fracciones jacobinas; es decir, fuerzas partidarias de la democracia, pero no del socialismo. De modo que queda absolutamente claro el compromiso de los autores de Manifiesto Comunista con la pluralidad política. Y con relación a la segunda de las cuestiones; Marx no dudó en tomar claro partido por el Movimiento Cartista, un conglomerado social que se definía por lograr la generalización del sufragio universal y alcanzar la máxima coherencia y pureza comicial y no tenía planteo alguno por la revolución social.
Desde la Revolución Francesa y hasta al menos mediados del siglo XX., los sectores dominantes y sus aliados eclesiásticos se opusieron tenaz y ferozmente al principio- hoy casi aceptado por unanimidad en gran parte del orbe llamado occidental- de un hombre, un voto; es decir a la soberanía popular. Y dejamos entre paréntesis la cuestión de la femineidad, ya que el derecho simétrico de las mujeres demandó luchas muchas más profundas y prolongadas. Por lo tanto, configuraba una lectura mínima e imprescindible para toda fuerza democrática y/o socialista la intervención para profundizar los contenidos de aquella democracia que aún no era llamada burguesa. Y curiosamente existía una coincidencia de hecho entre el teórico nacido en Treverís y pensadores burgueses como John Stuart Mill, consistente en afirmar que el bloque de poder jamás concedería la plenitud de sus derechos políticos a las masas; en razón que no se podría dotar de capacidad de decisión a quienes estaban llamados a sepultar un sistema tan injusto como explotador. O para decirlo de modo simple: la propiedad privada sobre los medios de producción no se vota o no puede someterse a compulsa electoral la explotación social de hombres, mujeres y niños proletarios. De hecho, lo que fundamenta la posición común de ambos no es otra cosa que el hecho que el propio territorio de la historia política muestra el enfrentamiento entre los sectores poderosos- que desean mantener la situación inalterada- y el bloque popular, que puja por ampliar permanentemente los límites que se le imponen a la participación y soberanía popular. Uno desde el apoyo al sistema injusto, el otro desde la crítica corrosiva, acordaban.
De modo que una lectura mínima e imprescindible de la historia de la conflictividad europea del siglo XIX arroja como resultado necesario la profunda imbricación de la lucha por el sufragio universal y por la emancipación social de los trabajadores. En efecto, las revoluciones francesas de 1830, 1848 y aún la propia comuna de 1871. ¿Qué fueron sino, revueltas de contenido social y a la vez político- democrático? De cada una de ellas, emergió una forma de representatividad (un poco más) ampliada; aunque no satisficiere del todo las expectativas populares. Por otra parte, en Marx, está muy claro que una (la emancipación social) se da con la otra (la democracia política) y no contra la otra. Profundizando aún más esta idea, el último Engels afirmará que sin democracia política es impensable pensar si quiera la posibilidad de la revolución obrera; en textos que parecen preanunciar las elaboraciones que desarrollará a posteriori Gramsci, en textos dedicados a balancear la derrota de la Revolución Italiana a manos del fascismo.
Antes de analizar la aparición sensible y leniniana (el término leninista será acuñado luego de la revolución rusa de 1917) de la idea del partido único, extraeremos algunas conclusiones del análisis desplegado.
1) El partido único es tan extraño y exótico a Marx y Engels; como lo era para ellos la existencia de una variante del capitalismo que no implicase explotación del trabajo asalariado.
2) La lucha por ampliar la democracia es inseparable de la constante batalla por la emancipación social del proletariado.
El bolchevismo:
Hacia el partido único
Hacia el partido único
En el Partido Obrero Social Demócrata Ruso- como en el simétrico destacamento alemán o en toda la segunda internacional- anidaban profundas contradicciones. Si la posición de Marx había sido ligar indisolublemente las revoluciones social y política, existían a comienzos del siglo XX fracciones que privilegiaban una a la otra, con mayor o menor adhesión a postulados de transformación y consecuencia revolucionaria. Hay una interpretación consistente en ver la división entre una fracción- adaptada a la sociedad capitalista y que había renunciado a su subversión- y otra que reafirmaba la necesidad radical de la trasformación socialista. Pero sería limitado ver exclusivamente el enfrentamiento maniqueo entre “malvados reformistas” y “honestos revolucionarios”, el cual resultaba apenas un sesgado relato, útil nada más que para tranquilizar algunas conciencias. Pero que no daba acabada cuenta de la compleja realidad. No es que no tuviera su parte de verdad, pero el calidoscopio de enfrentamientos y contradicciones era muchísimo más diversificado y poco tenía para envidiar a las duras y estrafalarias internas de las izquierdas de nuestros días. Por cierto que el presente es un artículo y no una colección en varios tomos. Por lo tanto, nos limitaremos a mencionar una de tales discusiones: la que enfrentó a Rosa Luxemburgo contra el máximo dirigente Bolchevique, Lenín. Y nada casualmente, en el debate referido se tomaron algunas cuestiones como las que son eje de estas notas.
A comienzos del siglo XX y refiriéndose a la teoría del partido defendida por el autor de Que hacer, Rosa dice que su espíritu semeja al del vigilante nocturno, en clara diferenciación con nociones autoritarias en el ruso que se rebelarían en toda su dimensión durante los años posteriores. Nada casualmente, en tales críticas anidaba una reivindicación de las posiciones marxianas en los términos que las hemos interpretado líneas arriba. Pero de ningún modo puede afirmarse que el calvo revolucionario fuese- por aquellos tiempos- partidario de una única organización política. Más bien, esta fue un resultado a los desafíos de la construcción de la nueva sociedad. Por de pronto, los unió el común denominador de la oposición de ambos frente a la carnicería bélica (primera guerra mundial) generada por el imperialismo y el hecho de compartir críticas con respecto a la defección de la mayoría de los socialistas. Otro punto de acuerdo era la visión catastrofista (en el sentido de subestimar las posibilidades del capitalismo de recuperarse de sus crisis crónicas), de la cual hacían gala ambos revolucionarios. Se trata de un contenido fundamental y que provocó innumerables consecuencias perjudiciales para los movimientos revolucionarios; pero que no podremos analizar demasiado en el presente artículo, salvo en algunas de sus peores consecuencias.
Serán dos cuestiones las que van a cambiar la situación; en lo referente a la preponderancia de Lenín: el triunfo de la revolución de octubre y la temprana muerte de Rosa. Con mucho, la primera es la que sin dudas resulta decisiva.
Durante las casi dos décadas previas al triunfo, la totalidad del P.O.S.D.R.- y los bolcheviques, en particular- habían militado fuertemente para que una asamblea constituyente proyectase las trasformaciones que la voluntad soberana de su pueblo decidiese en la vetusta estructura económica, social, política, institucional y legal del viejo imperio ruso. Es decir, para que se pudiere trasformar al país de acuerdo a decisiones democráticas. Pero al tomar el poder y cumplirse las promesas de convocar el referido cónclave, los resultados electorales dieron ganadores a los mencheviques y los integrantes del Partido Social Revolucionario. El gobierno soviético entonces anuló las elecciones castigando duramente la voluntad democrática del pueblo ruso.
Similar giro ocurriría con la cuestión del partido único. En el primer gobierno soviético colaboraban otros partidos populares. Al poco tiempo fueron ilegalizados y en cierto momento de la guerra civil posterior a la revolución (1921) fueron aún impedidas las fracciones internas en el propio bolchevismo. Tal vez pudiera justificarse en las complejas circunstancias que se vivían tales decisiones. Pero lo verdaderamente erróneo es el modo en que se las universalizó; es decir, se hizo de necesidad virtud convirtiéndolas en modelo válido para todos los casos y latitudes lo que no era más que una peculiaridad rusa. Por otra parte y por ese camino, la dictadura del proletariado degeneró muy rápidamente en despotismo del partido contra los obreros. Así, la resistencia de trabajadores y marineros revolucionarios frente al rumbo desplegado por el gobierno soviético con la Nueva Política Económica (N.E.P.) fue apagada a sangre y fuego en la guarnición de Krondsdat, en la que pereció parte de la mejor vanguardia de octubre. Y este no fue el único episodio en que las armas del estado supuestamente obrero se enlutaron con sufrimiento y muerte de activistas, referentes y sectores populares.
Convertidos en centro del Movimiento Comunista Internacional, los bolcheviques impusieron las veintiún condiciones de ingreso a la organización mundial mencionada, las cuales fueron el correlato en términos institucionales para la organización ecuménica de la falta de democracia y debate en el partido (único) ruso. Desde tal centro, decidíase fecha y hora de la toma del poder en diversos países, entre otras cuestiones, sin tomar en cuenta para nada la opinión de cada destacamento nacional. En realidad era el organismo encargado de aplicar una vía revolucionaria, receta de excluyente condición universal y necesaria y al margen de toda contratación empírica. Sólo algunos intelectuales marxistas- José Carlos Mariátegui, por ejemplo- intentaban pensar que la revolución no era un camino ya pensado en versículos consagrados. Para un análisis a fondo de esta cuestión, véase Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista internacional. París Ruedo Ibérico. 1973. El autor origina la situación descripta en el asilamiento de la revolución rusa y las dificultades para consolidarse del nuevo estado revolucionario.
Por otra parte y para ser sintéticos diremos que las trasformaciones desarrolladas permitieron al pueblo ruso alcanzar en poco tiempo niveles de vida impensados antes de octubre del 17. Tales avances, en el aspecto económico social, fueron de enorme mejoría para las masas populares rusas; más aún comparando con la mayoría de los capitalismos existentes en todo el orbe. Y, por otra parte, la innegable limitación a las libertades democráticas operada en lo que fue la Unión Soviética- que la colocaba en tal rango muy por detrás de algunos países capitalistas- significo un polvorín a punto de estallar a lo largo de sus siete décadas de existencia. El modelo soviético- exportado por vía militar a Europa Oriental- combinaba una economía estatizada con la falta de democracia que sólo los interesados no deseaban advertir. Pero le permitió a la U.R.S.S ser una potencia mundial durante casi medio siglo y a su pueblo alcanzar indudables progresos.
De todos modos, la implosión del sistema hacia 1991 de ningún modo puede desconectarse de la cuestión de la democracia ausente. ¿Y que podría decirse de los países restantes del llamado socialismo real, en los cuales las formas colectivistas habían sido resultado de la introyección del ejército soviético? Paradojalmente el huracán que barrió el entero mundo socialista volvió a escindir revolución política y social. Fue una reacción social originada en una revolución política. En efecto, la U.R.S.S. no podía recuperarse del retraso tecnológico en que se hallaba, sin impulsar la democratización de la sociedad civil. En tales contradicciones y en el marco de la feroz presión de la santa alianza entre el imperialismo reaganianno y la iglesia wojtileana, el sistema no pudo soportar el impacto generado y el derrumbe del socialismo real sobrevino como única salida posible.
Antes de analizar el fenómeno cubano, extraeremos las correspondientes conclusiones del análisis desarrollado.
1) La idea del partido único no fue pensada teóricamente; más bien correspondió a respuestas concretas frente a situaciones coyunturales, que luego se prolongaron en el tiempo hasta esclerosarse. Por cierto que no puede decirse que haya resultado una verdadera necesidad del movimiento revolucionario.
2) Tampoco la ausencia de democracia era algo implícito en la teoría bolchevique. Parece haber estado determinada por la ausencia histórica de tradiciones democráticas en Rusia y la falta de libertades le permitió a los sucesivos gobiernos soviéticos galvanizar esfuerzos para afrontar muy complejos desafíos a lo largo de casi siete décadas.
3) De todos modos, la cuestión de la (ausencia de) democracia jugó un rol harto decisivo en la caída del sistema.
A comienzos del siglo XX y refiriéndose a la teoría del partido defendida por el autor de Que hacer, Rosa dice que su espíritu semeja al del vigilante nocturno, en clara diferenciación con nociones autoritarias en el ruso que se rebelarían en toda su dimensión durante los años posteriores. Nada casualmente, en tales críticas anidaba una reivindicación de las posiciones marxianas en los términos que las hemos interpretado líneas arriba. Pero de ningún modo puede afirmarse que el calvo revolucionario fuese- por aquellos tiempos- partidario de una única organización política. Más bien, esta fue un resultado a los desafíos de la construcción de la nueva sociedad. Por de pronto, los unió el común denominador de la oposición de ambos frente a la carnicería bélica (primera guerra mundial) generada por el imperialismo y el hecho de compartir críticas con respecto a la defección de la mayoría de los socialistas. Otro punto de acuerdo era la visión catastrofista (en el sentido de subestimar las posibilidades del capitalismo de recuperarse de sus crisis crónicas), de la cual hacían gala ambos revolucionarios. Se trata de un contenido fundamental y que provocó innumerables consecuencias perjudiciales para los movimientos revolucionarios; pero que no podremos analizar demasiado en el presente artículo, salvo en algunas de sus peores consecuencias.
Serán dos cuestiones las que van a cambiar la situación; en lo referente a la preponderancia de Lenín: el triunfo de la revolución de octubre y la temprana muerte de Rosa. Con mucho, la primera es la que sin dudas resulta decisiva.
Durante las casi dos décadas previas al triunfo, la totalidad del P.O.S.D.R.- y los bolcheviques, en particular- habían militado fuertemente para que una asamblea constituyente proyectase las trasformaciones que la voluntad soberana de su pueblo decidiese en la vetusta estructura económica, social, política, institucional y legal del viejo imperio ruso. Es decir, para que se pudiere trasformar al país de acuerdo a decisiones democráticas. Pero al tomar el poder y cumplirse las promesas de convocar el referido cónclave, los resultados electorales dieron ganadores a los mencheviques y los integrantes del Partido Social Revolucionario. El gobierno soviético entonces anuló las elecciones castigando duramente la voluntad democrática del pueblo ruso.
Similar giro ocurriría con la cuestión del partido único. En el primer gobierno soviético colaboraban otros partidos populares. Al poco tiempo fueron ilegalizados y en cierto momento de la guerra civil posterior a la revolución (1921) fueron aún impedidas las fracciones internas en el propio bolchevismo. Tal vez pudiera justificarse en las complejas circunstancias que se vivían tales decisiones. Pero lo verdaderamente erróneo es el modo en que se las universalizó; es decir, se hizo de necesidad virtud convirtiéndolas en modelo válido para todos los casos y latitudes lo que no era más que una peculiaridad rusa. Por otra parte y por ese camino, la dictadura del proletariado degeneró muy rápidamente en despotismo del partido contra los obreros. Así, la resistencia de trabajadores y marineros revolucionarios frente al rumbo desplegado por el gobierno soviético con la Nueva Política Económica (N.E.P.) fue apagada a sangre y fuego en la guarnición de Krondsdat, en la que pereció parte de la mejor vanguardia de octubre. Y este no fue el único episodio en que las armas del estado supuestamente obrero se enlutaron con sufrimiento y muerte de activistas, referentes y sectores populares.
Convertidos en centro del Movimiento Comunista Internacional, los bolcheviques impusieron las veintiún condiciones de ingreso a la organización mundial mencionada, las cuales fueron el correlato en términos institucionales para la organización ecuménica de la falta de democracia y debate en el partido (único) ruso. Desde tal centro, decidíase fecha y hora de la toma del poder en diversos países, entre otras cuestiones, sin tomar en cuenta para nada la opinión de cada destacamento nacional. En realidad era el organismo encargado de aplicar una vía revolucionaria, receta de excluyente condición universal y necesaria y al margen de toda contratación empírica. Sólo algunos intelectuales marxistas- José Carlos Mariátegui, por ejemplo- intentaban pensar que la revolución no era un camino ya pensado en versículos consagrados. Para un análisis a fondo de esta cuestión, véase Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista internacional. París Ruedo Ibérico. 1973. El autor origina la situación descripta en el asilamiento de la revolución rusa y las dificultades para consolidarse del nuevo estado revolucionario.
Por otra parte y para ser sintéticos diremos que las trasformaciones desarrolladas permitieron al pueblo ruso alcanzar en poco tiempo niveles de vida impensados antes de octubre del 17. Tales avances, en el aspecto económico social, fueron de enorme mejoría para las masas populares rusas; más aún comparando con la mayoría de los capitalismos existentes en todo el orbe. Y, por otra parte, la innegable limitación a las libertades democráticas operada en lo que fue la Unión Soviética- que la colocaba en tal rango muy por detrás de algunos países capitalistas- significo un polvorín a punto de estallar a lo largo de sus siete décadas de existencia. El modelo soviético- exportado por vía militar a Europa Oriental- combinaba una economía estatizada con la falta de democracia que sólo los interesados no deseaban advertir. Pero le permitió a la U.R.S.S ser una potencia mundial durante casi medio siglo y a su pueblo alcanzar indudables progresos.
De todos modos, la implosión del sistema hacia 1991 de ningún modo puede desconectarse de la cuestión de la democracia ausente. ¿Y que podría decirse de los países restantes del llamado socialismo real, en los cuales las formas colectivistas habían sido resultado de la introyección del ejército soviético? Paradojalmente el huracán que barrió el entero mundo socialista volvió a escindir revolución política y social. Fue una reacción social originada en una revolución política. En efecto, la U.R.S.S. no podía recuperarse del retraso tecnológico en que se hallaba, sin impulsar la democratización de la sociedad civil. En tales contradicciones y en el marco de la feroz presión de la santa alianza entre el imperialismo reaganianno y la iglesia wojtileana, el sistema no pudo soportar el impacto generado y el derrumbe del socialismo real sobrevino como única salida posible.
Antes de analizar el fenómeno cubano, extraeremos las correspondientes conclusiones del análisis desarrollado.
1) La idea del partido único no fue pensada teóricamente; más bien correspondió a respuestas concretas frente a situaciones coyunturales, que luego se prolongaron en el tiempo hasta esclerosarse. Por cierto que no puede decirse que haya resultado una verdadera necesidad del movimiento revolucionario.
2) Tampoco la ausencia de democracia era algo implícito en la teoría bolchevique. Parece haber estado determinada por la ausencia histórica de tradiciones democráticas en Rusia y la falta de libertades le permitió a los sucesivos gobiernos soviéticos galvanizar esfuerzos para afrontar muy complejos desafíos a lo largo de casi siete décadas.
3) De todos modos, la cuestión de la (ausencia de) democracia jugó un rol harto decisivo en la caída del sistema.
La Revolución cubana:
una espada clavada en el orgullo imperial
una espada clavada en el orgullo imperial
En este breve y sintético bosquejo histórico pasaremos de largo por la cuestión de la revolución china, en razón de la inactualidad de nuestros estudios en la temática referida. Sólo diremos una sola afirmación para demostrar la profunda hipocresía de los intelectuales orgánicos al servicio del imperio. La misma falta de democracia en las tierras otrora mandarinescas existía en tiempos de Mao- cuando el nuevo sistema permitió liquidar el hambre en más de seiscientos millones de chinos- que a partir de las reformas introducidas por Deng-Tsiao-Ping, que abrieron el rumbo para la entrada en el milenario territorio de monopolios mundiales y facilitaron enormes ganancias para los capitalistas. Pero la crítica de la derecha sólo existió en el primer caso. Cuando el monopartido está al servicio de la rentabilidad empresaria, la falta de democracia puede tolerarse. Por cierto que el proceso de la revolución cubana fue muy diferente a los cánones marxistas; y, aún, debió soportar cierta oposición por parte del partido comunista originario de la isla. No puede desconocerse que la originalidad de la vía guerrillera nacía de la especificidad de la formación social de la isla, a la cual el ejército miliciano- que se formó luego del desembarco del Gramma- era una respuesta tanto política como militar; al tiempo que eficaz y creativa. No obstante, en los primeros tiempos luego del triunfo y la entrada en La Habana, participaron del gobierno diversas fuerzas coaligadas con el movimiento 26 de julio, formado por Fidel Castro y su núcleo más cercano. Pero a poco de andar, la ruptura con el imperialismo norteamericano- amo de gran parte de las riquezas cubanas que fueron expropiados por la joven revolución- derivó en un criminal bloqueo que se acerca al medio siglo de aterradora vigencia. Sin dudas esta es la causa de que el pueblo cubano no pueda disfrutar de mayores libertades, al tiempo que goza de los demás avances de la revolución. Pero es preciso situar adecuadamente la cuestión: la isla caribeña sufre una verdadera guerra por parte de la mayor potencia militar del orbe. Y tales contextos no son los que permiten florecer la libertad. Durante la segunda guerra mundial; por ejemplo, el gobierno de E.E.U.U. concentró a toda la población de origen japonés en diversos campos ad-hoc, situación que de ningún modo se ajustaba a derecho y mucho menos tenía relación con la libertad. Pero los esfuerzos bélicos tienen ciertos rasgos que los permiten catalogar como situación de excepción. Sólo que para la derecha cuando los mencionados recursos defensivos son utilizados en su contra resulta deleznable, y no cuando ella los emplea. Espionajes diversos, sabotajes terroristas, el conocido intento de invadir, la constante presión mediático-comunicacional, sucesivas tentativas de magnicidio contra la figura del barbado líder son sólo algunas de las herramientas desplegadas por la barbarie norteamericana en su afán de doblegar al pueblo cubano. La pretensión de originar en el partido único y la falta de democracia la orientación imperialista movería a risa, si no fuera en realidad verdaderamente trágica. Las sangrientas dictaduras latinoamericanas; regímenes fraudulentos, como el Alfredo Stroessner en Paraguay; gobiernos de narcotraficantes, paramilitares y políticos que hurtan elecciones, como gran parte de los colombianos; las petromonarquías del oriente hidrocarburífero, que someten a las mujeres a un retraso espantoso y a la ausencia casi total de derechos; el sistema del apartheid en Sudáfrica son ejemplos de modalidades políticas que existieron y aún siguen existiendo pisoteando la dignidad humana y las libertades civiles y políticas; y, por lo general, el imperialismo y sus corifeos no han demostrado mayor molestia frente a semejantes afrentas. De Cuba no interesa la falta de legalidad para las agrupaciones políticas: lo que molesta es el ejemplo de una revolución que se atrevió a desafiar el imperativo de mantener a los pueblos sometidos a la falta de atención medica, sin acceso a la educación, sin vivienda digna y tanto derechos sociales. Y en dicha batalla triunfó el pueblo de Cuba superando miles de obstáculos. Además de constituir un claro ejemplo de cómo se puede organizar de otro modo la sociedad de manera que la mayor parte de los recursos sean disfrutados por el pueblo; y no, como ocurre en los países capitalistas, apropiados por voraces monopolios. ¿Qué otra respuesta existe acerca de porqué en Cuba los estándares de salud y educación están entre los más altos del mundo que no se refiera la expropiación que allí se hizo de semejante clase parasitaria? En Cuba y desde Cuba- tomando en cuenta los condicionamientos ya señalados- puede ponerse entre paréntesis el debate acerca del partido único y cuestiones políticas conexas. Pero ello no implica que debamos tener doble discurso: si en nuestros países condenaríamos la pretensión de que hubiera un único partido. ¿Por qué debemos defender tal perspectiva en Cuba? Si denunciaríamos al poder en caso de impedir que traspase las fronteras alguno de nuestros dirigentes y militantes. ¿Por qué defender acríticamente a un gobierno que impide salir a una anciana médica, como si de ello dependiera la vitalidad de todo el sistema de salud? Por cierto que la gran cuestión es como se avanza en procura de formar a nivel continental un inmenso bloque conformado por movimientos sociales, sindicatos, redes de pueblos originarios, personalidades de la cultura, gobiernos anti-imperialistas que sea al mismo tiempo protagonista y apoyo político del proceso emancipatorio que vive nuestra América. Y definida la tarea y los sujetos que deben motorizarla se vuelve al principio, tal como lo había pensado para otras latitudes el viejo Antonio Grmsci: se trata de una inmensa batalla por el consenso; por ganar la voluntad política y militante de millones de hermanas y hermanos. ¿Es posible triunfar en semejante combate por la hegemonía cultural defendiendo la prohibición para organizarse de quienes disienten con el partido oficial, llámese comunista o del modo que fuere? En nuestra modesta opinión, la respuesta es negativa. Nada casualmente, Evo Morales, Rafael Correa, Hugo Chávez Frías tienen absolutamente claro que el cuidado del pluralismo político es decisivo. No porque no fueran conscientes de lo desleal, aviesa y criminal que es la derecha. Pero tienen claro que sus interlocutores son los millones de oprimidos, explotados y sometidos de nuestro continente, que pueden verse seducidos por una sociedad igualitaria como la cubana. Pero que no suscribirían de ningún modo restricciones para organizarse sindical, social, cultural o políticamente. Cuba es integrante- legítimamente- de la vanguardia americana en la lucha por la liberación. Pero algunos de los recursos que utilizó para defenderse del imperialismo no le sirvan a los demás pueblos. Si no asumimos como propias las banderas de la democracia, del pluralismo político y demás cuestiones conexas, no sólo se las regalamos a la derecha. Estaríamos aceptando de antemano la derrota y esterilizando la abnegada combatividad de tantos y tantas militantes. La Central de trabajadores Argentinos (C.T.A.) liga en su prédica indisolublemente las tareas sociales con la defensa y profundización de la democracia. Este es el camino práctico para desarrollar lo que en lo teórico es una batalla por el consenso, por la hegemonía cultural de las masas. A modo de cierre, estableceremos algunas conclusiones. 1) En Cuba no hubo elaboración teórica acerca del partido único. Más bien fue una respuesta de circunstancias frente al salvaje bloqueo norteamericano. 2) Lo que resultó eficiente- y tal vez imprescindible- en la isla, no resulta útil, necesario, práctico y convocante en la actual etapa de la historia. Cuba es parte integrante del bloque independentista. Pero ni los referentes, ni los dirigentes, ni los propios movimientos de masas deben seguir acríticamente todas sus orientaciones. 3) La liberación nacional de todos nuestros países en el marco de la patria grande latinoamericana es una tarea profundamente democrática.
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