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06 junio 2008

Presidencial USA 2008: un show antidemocrático

Entrevista con Thierry Meyssan sobre el proceso electoral en Estados Unidos

por Sandro Cruz*

Cada cuatro años, la elección del presidente de Estados Unidos da lugar a un gran show mediático que pone al mundo en vilo. Extremadamente complejo y controlado por la oligarquía, el sistema electoral estadounidense ofrece una imagen de soberanía popular a pesar de haber sido creado precisamente para contrarrestar dicha soberanía. Thierry Meyssan responde a nuestras preguntas sobre el funcionamiento oculto de la «democracia» made in USA.

Sandro Cruz: Estados Unidos está en plena campaña presidencial. Tres candidatos se mantienen en la pelea. ¿Cuál es su opinión sobre ellos??

Thierry Meyssan: En primer lugar, no se trata solamente de tres candidatos a la nominación (McCain por la nominación de los republicanos, la señora Clinton y Obama por la de los demócratas) ya que hay pequeños partidos que también tienen sus propios candidatos [a la presidencia] y algunos independientes pudieran presentarse en varios Estados. En las elecciones de 2004 hubo 17 candidatos [a la presidencia de Estados Unidos] pero los medios europeos sólo hablaban de tres.

En 2006 habrá por lo menos un candidato libertariano, uno verde y dos trotskistas («el de verdad» Roger Calero y el «falso» Brian Moore, pagado por la CIA), un prohibicionista (el pastor Gene Amondson), un representante del partido de los contribuyentes (el ahora llamado Partido de la Constitución) y un independiente (Ralph Nader).

Sin embargo, estos pequeños candidatos no están autorizados a presentarse en la totalidad del territorio [estadounidense] y no alcanzarán probablemente ni el 5% de los votos. El republicano y el demócrata se embolsillarán los votos. Por eso es que los medios no estadounidenses sólo se interesan por McCain, Obama y la señora Clinton. Pero están cometiendo un error porque, aún sin posibilidades de llegar a la Casa Blanca, el activismo de los pequeños candidatos está calando en la sociedad estadounidense y su influencia acaba haciéndose sentir en el discurso político.

Usted me pregunta qué pienso de los grandes candidatos, o sea qué cambio puede aportar a la política de Estados Unidos la elección de cada uno de ellos en particular. Me parece que la pregunta está al revés. Usted estará seguramente de acuerdo en que el actual presidente, George W. Bush, no tiene la capacidad necesaria para gobernar. Es una marioneta detrás de la cual se esconde el verdadero poder. Si la política no se decide hoy en día en la Oficina Oval, ¿por qué cambiaría eso el año que viene?

La oligarquía se encuentra ahora ante un dilema:
- 1. Proseguir la actual política colonial
- 2. O volver a una forma de imperialismo más presentable.
Debido a la aceleración de la crisis financiera y los fracasos militares, la continuación de la política aventurera puede conducir a la caída, pero ¿cómo se vuelve alguien a atrás si no hay algo que lo obligue directamente a hacerlo?

McCain responde a la primera posibilidad de la alternativa y Obama a la segunda. Pero Clinton se puede adaptar a cualquiera de las dos. Por eso es que aún se le mantiene en la carrera cuando debía haberse rendido desde hace rato. En realidad, luego de meses de luchas intestinas, la oligarquía estadounidense acaba de tomar una decisión. Como se ha visto con las actuales negociaciones y diversos acuerdos de paz en Pakistán, Irak, Líbano, Siria y Palestina, EE.UU. ha renunciado al «choque de civilizaciones» y al «rediseño del Gran Medio Oriente».

Obama tiene dos virtudes. Por un lado, está haciendo su campaña sobre el tema del cambio y, por consiguiente, puede encarnar fácilmente una renovación en política exterior.
Por otro lado, la oligarquía mayoritariamente blanca prefiere dejar en manos de un negro la responsabilidad de anunciar la bancarrota del país y de tener que enfrentar las inevitables revueltas sociales que vendrán después.

Sandro Cruz: ¿Puede explicarnos ahora cómo funciona esa elección, ese sistema electoral?

Thierry Meyssan: Es un rompecabezas que la mayoría de los ciudadanos no entiende. Desde la fundación misma de Estados Unidos, se concibió voluntariamente un sistema muy enredado y con el tiempo se fue haciendo más complejo todavía. La Constitución de los Estados Unidos se concibió en reacción a la Declaración de independencia. El objetivo era detener un proceso potencialmente revolucionario y crear una oligarquía nacional que sustituyera a la aristocracia británica. Alexander Hamilton –el principal padre de la Constitución– concibió un sistema para impedir toda forma de soberanía popular: el federalismo.

Esa palabra es ambigua. En la vieja Europa se utiliza para designar una forma de unión política democrática que respeta las identidades de cada cual y mantiene parcialmente varias formas de soberanía. Uno piensa, por ejemplo, en la Confederación Helvética. Hamilton, por su parte, no concibió el sistema de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo. No federó comunidades locales para crear un Estado sino que dividió el Estado utilizando comunidades locales. Esa ambigüedad fue lo que dio lugar a la Guerra de Secesión (sobre la cual hay que recordar que no tuvo nada que ver con la esclavitud, que fue abolida por el norte durante la propia guerra para poder reclutar masivamente a los negros). (…)

Sandro Cruz: Vamos a parar aquí… Se trata, en efecto, de un sistema muy complejo y tenemos que ir despacio para explicarlo bien. Me gustaría que esta entrevista quede como una especie de manual para los profanos. Usted acaba de decir que: «No federó comunidades locales para crear un Estado sino que dividió el Estado utilizando comunidades locales.» Me cuesta trabajo entender la segunda parte de esta frase. Como quiera que sea, alguien dirige esos Estados, y ese alguien viene de una comunidad local. ¿Quién tiene entonces el poder político en esos Estados? ¿Existe, a ese nivel, una verdadera selección democrática?

Thierry Meyssan: Para Alexander Hamilton, el miedo al «populacho» y el deseo de crear una oligarquía estadounidense equivalente a la gentry británica eran obsesiones. Con el tiempo su corriente política concibió todo tipo de barreras para mantener al pueblo lejos de la política.

Como siempre, cada Estado dispone de sus propias leyes. De forma general, el objetivo de esas leyes es limitar la posibilidad de creación de un partido político y la presentación de candidatos a las diferentes elecciones. En la mayoría de las elecciones locales está prohibido presentarse [como candidato] sin la investidura de un partido y en la práctica es imposible crear un nuevo partido.

El sistema más caricatural es el de Nueva Jersey donde hay que reunir al 10% de los electores para poder crear un nuevo partido, condición que –como todo el mundo sabe– es irrealizable y que impide definitivamente que los pequeños partidos estadounidenses puedan abrir una sección en el Estado de Nueva Jersey.

Se trata de un sistema totalmente cerrado sobre sí mismo en el que, en definitiva, la vida política se ve confiscada por los responsables de los dos grandes partidos políticos al nivel de cada Estado. Es impensable poder desempeñar un papel si no se logra antes ser cooptado por esa gente.

Volvamos a la elección presidencial. Alexander Hamilton otorgó poderes a los Estados. Estos designan a los llamados “grandes electores”, cuyo número se determina en función de la población [de cada Estado]. Y son esos grandes electores quienes eligen al presidente de Estados Unidos, no los ciudadanos. En el siglo XVIII ningún Estado consultaba a la población en ese sentido, hoy cada Estado realiza una consulta. En 2001, cuando Al Gore recurrió a la Corte Suprema ante el fraude electoral de la Florida, la Corte recordó la Constitución: quien designa a los grandes electores es el gobernador de la Florida, no la población de la Florida, y Washington no puede inmiscuirse en los problemas internos de la Florida.

Hay que entender que Estados Unidos no es, ni ha sido nunca, ni quiere ser un Estado democrático. Es un sistema oligárquico que concede gran importancia a la opinión pública como medio de prevenir una revolución. Con muy raras excepciones, como Jessie Jackson, ningún político estadounidense pide que se reforme la Constitución y que se reconozca la soberanía popular. Por eso es particularmente cómico oír al señor Bush anunciar que va a «democratizar» el mundo en general y el Gran Medio Oriente en particular.

Sandro Cruz: Precisemos, por favor. ¿Los electores y los grandes electores son la misma gente? ¿Son los mismos dirigentes del partido?

Thierry Meyssan: No, no. Aquí hay una confusión que tiene que ver con el idioma. En un sistema electoral de dos niveles, la terminología de las ciencias políticas establece una diferencia entre electores de base y grandes electores. En Estados Unidos, sin embargo, la palabra «elector» se aplica únicamente a los grandes electores ya que durante los primeros decenios de Estados Unidos el pueblo no participaba en las consultas electorales.

Así que quien elige al presidente de Estados Unidos es un «Colegio de Electores» de 538 miembros. Cada Estado dispone de una cantidad de grandes electores similar a la cantidad de escaños que le tocan en el Congreso (entre diputados y senadores). Las colonias, como Puerto Rico o la isla de Guam, están excluidas de ese proceso.

Cada Estado establece sus propias reglas para designar a los grandes electores. En la práctica se trata de armonizar esas reglas entre sí. Hoy en día todos los Estados –menos los de Maine y Nebraska que han inventado sistemas complejos– consideran que los grandes electores representan a la mayoría de la población.

En caso de que los [votos de los] grandes electores no arrojen una mayoría y se produzca un empate entre dos candidatos, es la Cámara de Representantes quien elige al presidente y el Senado elige al vicepresidente.

Sandro Cruz: ¿Las primarias permiten o no a los electores escoger los candidatos? ¿Cuál es el papel de los superdelegados?

Thierry Meyssan: Las primarias y convenciones tienen dos objetivos. Desde el punto de vista interno, permiten tomar el pulso de la opinión pública y evaluar hasta dónde se le puede forzar la mano. En el plano externo, ofrecen al resto del mundo la ilusión de que esta oligarquía es una democracia.

A menudo se piensa que las primarias permiten evitar los trucos de la alta dirigencia y que permiten que los militantes de base de los grandes partidos escojan al candidato. Nada de eso. ¡No son los partidos políticos los que organizan las primarias sino el Estado local! Están concebidas, conforme a lo que quería Hamilton, para garantizar el control oligárquico del sistema y cerrarle el paso a las candidaturas disidentes.

Cada Estado tiene sus propias reglas para la designación de sus delegados a las Convenciones federales de los partidos. Hay seis métodos principales y, además, otros métodos mixtos. A veces hay que tener un carnet de miembro del partido para poder votar, a veces los simpatizantes pueden votar junto a los militantes, a veces todos los ciudadanos pueden votar en las primarias de los dos partidos, a veces todos los ciudadanos pueden votar solamente en la primaria del partido que ellos mismos escojan, a veces los dos partidos realizan una primaria común de una sola vuelta, otras veces son a dos vueltas. Existen todas las combinaciones posibles de todos esos métodos. Cada primaria, en cada Estado, tiene por tanto un sentido diferente.

Y también hay Estados que no tienen primarias sino caucus. Por ejemplo, en Iowa se organizan escrutinios totalmente distintos en cada uno de sus 99 condados, donde se eligen delegados locales, que a su vez realizan primarias de segundo grado para elegir a los delegados que irán a las Convenciones nacionales. Es exactamente lo mismo que el sistema del supuesto «centralismo democrático» que tanto gusta a los estalinistas.

Tradicionalmente este circo comienza en febrero y dura 6 meses. Pero este año el Partido Demócrata modificó su calendario. Adelantó el comienzo del proceso y quiso repartir las fechas para que la diversión durara durante todo el año. Esa decisión unilateral no fue fácil de aplicar y provocó mucho desorden ya que, repito, no son los partidos los que organizan las primarias y los caucus, sino los Estados.

Al final [del proceso] los delegados se reúnen en la Convención de su partido. En ese momento se unen a ellos los superdelegados, que –contrariamente a lo que esa denominación parece indicar– no son delegados de nadie. Son miembros por derecho propio, o sea notables y cuadros dirigentes partidistas. Los superdelegados representan a la oligarquía y son lo suficientemente numerosos como para inclinar la balanza en un sentido o en otro, pasando por alto el resultado de las primarias y los caucus. Serán el 20% de los participantes en la convención demócrata y casi el 25% en la convención republicana (aunque esta última no será más que una formalidad ya que McCain es el único que queda).

Sandro Cruz: ¿Para qué sirven las primarias y los caucus por Estados? ¿Cómo interpretarlos?

Thierry Meyssan: Acabo de demostrarle que no sirven para nada. Por lo menos en lo tocante a la designación de los candidatos. Pero ese gran show permite reducir casi a cero la conciencia política de los estadounidenses. Los grandes medios de prensa nos mantienen en vilo con el conteo de delegados y de donaciones. Ahora se habla de la «carrera» por la Casa Blanca y de records, como si fuera un maratón televisivo o la Star Academy.

Se mantiene artificialmente un «suspenso» para poder captar la atención de la multitud y remachar un mensaje la mayor cantidad posible de veces. ¿Ha observado la cantidad de veces que los grandes medios de prensa nos han anunciado que este martes era decisivo? Pero cada vez se produce un resultado inexplicable que permite que el candidato en apuros se mantenga en la competencia para poder continuar con el show. En realidad el espectáculo está arreglado. En 17 Estados se instalaron máquinas de votar que no ofrecen ninguna posibilidad de verificar los resultados del voto electrónico. Sería preferible no votar y dejar que los candidatos se las arreglen ellos solos para inventar los resultados.

Todo eso viene acompañado de mensajes subliminales bastante dudosos. Por ejemplo, McCain escogió como slogan la «defensa de la libertad y de la dignidad», que él expresa como la libertad religiosa y la abolición de la esclavitud. Cuesta trabajo creer que sean esas las preocupaciones fundamentales del ciudadano de a pie. ¿A quién se dirige entonces ese slogan?
La señora Clinton proclama «Cada cual en su lugar». Ella quiere decir que, si ella estuviera en el poder nadie quedaría abandonado. Pero también significa que la gente tiene que mantenerse en su lugar y que no debe tratar de cambiar [ese lugar] o meterse en los asuntos de la oligarquía.
Obama, por su lado, aparece con el slogan «Change» escrito en su tribuna. Eso quiere decir que Estados Unidos necesita un cambio, pero también recuerda un buró de cambio. En inglés la palabra «change» designa la moneda que le devuelven a uno. En plena crisis financiera eso distrae bastante.

Sandro Cruz: En un reciente artículo usted escribió que el presidente de Estados Unidos siempre es un hombre del complejo militaro-industrial. Desde ese punto de vista, ¿cree usted que John McCain resultará electo?

Thierry Meyssan: De nuevo está planteando la interrogante al revés. Los tres principales candidatos en disputa están dando cada vez más señales de lealtad al complejo militaro-industrial. Es una subasta en la que, efectivamente, McCain no necesita probar nada, pero sus competidotes no se quedan detrás. Así pudimos oír a Obama ofrecerse para bombardear Pakistán y, hace unos días, Clinton amenazó a Irán con «borrarlo» del mapa mediante el fuego nuclear. ¿Quién da más?

Al cabo de meses de campaña, estos tres candidatos han llegado a un consenso absoluto sobre las principales cuestiones de política exterior y de defensa:
- Ellos consideran que la defensa de Israel constituye un objetivo estratégico de Estados Unidos;
- no tienen ningún plan de salida de Irak;
- presentan a Irán y al Hezbollah libanés como amenazas importantes para la estabilidad internacional.

Sin embargo, existe una diferencia entre estos candidatos y reside en el debate que acaba de cerrarse en el seno del complejo militaro-industrial. McCain y su consejero Kissinger sostienen el principio de enfrentamiento directo mientras que Obama y su consejero Brzezinski proponen un dominio [estadounidense] a través de representantes. Clinton y su consejera Albright encarnan un imperialismo normativo que ya resulta obsoleto. En Voltairenet.org yo escribo a menudo sobre ese debate estratégico (sobre todo cuando el informe de las agencias de inteligencia sobre Irán y la renuncia del almirante Fallon) y es precisamente de ese debate que depende la designación del próximo presidente.

En el artículo que usted cita yo señalé que el complejo militaro-industrial no tenía confianza en Clinton. Sigo teniendo la misma opinión. Su temática o posición ya no le interesa a la industria del armamento. Y por más esfuerzos que haga la Sra. Clinton, ya sea su participación secreta en la Fellowship Foundation o sus declaraciones maximalistas o amenazantes sobre Irán, no van a modificar eso. En el momento en que usted me hace estas preguntas decir que «Clinton está frita» no es nada nuevo. Ese era el titular de un diario de Nueva York la semana pasada. Pero yo lo escribí cuando la prensa europea todavía la tenía en un pedestal.

No debemos dejarnos llevar por las problemáticas que nos imponen los grandes medios de prensa. No cambia gran cosa saber si Estados Unidos mantendrá, con McCain como presidente, 100 000 soldados y 200 000 mercenarios en Irak o si, con Obama, disminuiría la cantidad de soldados y aumentaría la de mercenarios. Lo importante es saber si Estados Unidos cuenta todavía con los medios que exigen sus ambiciones y si puede gobernar el mundo –como aún pretenden los neoconservadores– o si están minados desde adentro y tienen que renunciar a su sueño imperial para evitar el derrumbe –como ya explicó la Comisión Baker-Hamilton. Lo cierto es que la vertiginosa caída del dólar marcó el fin del imperio. Hace 10 años, con 8 dólares se compraba un barril de petróleo. Ahora se necesitan 135 dólares y dentro de dos meses probablemente se necesitarán 200. Además, la desbandada de las milicias del clan Hariri, que huyeron dejándole el campo de batalla al Hezbollah –en pocas horas y tirando sus armas a la basura–, demuestra que ya no es posible recurrir a los subcontratistas para garantizar los servicios de policía del imperio.

En esas condiciones, McCain no ofrece ya ningún interés para la oligarquía. Obama y Brzezinski son los únicos portadores de un proyecto alternativo: salvar el imperio privilegiando la acción secreta (poco costosa) por encima de la guerra (demasiado onerosa).

Sandro Cruz: Efectivamente, es muy sorprendente ver que Barak Obama, quien afirma querer un cambio en la sociedad estadounidense, ha escogido como consejero a Brzezinski, cuando se sabe que este último es un ideólogo que está implicado en sórdidas operaciones secretas: golpes de Estado, sabotajes y otras acciones criminales.

Thierry Meyssan: Yo me encontré con Zbignew Brzezinski, hace très semanas [1], lo oí desarrollar un discurso ya perfectamente probado sobre la renovación estadounidense. Él condenó todos los excesos visibles de la política bushiana, desde Guantánamo hasta Irak, y hábilmente recordó sus propios éxitos contra la Unión Soviética.

No creo, sin embargo, que el próximo presidente de Estados Unidos tenga la oportunidad de aplicar una nueva «gran estrategia». Ya es demasiado tarde. Barak Obama tendrá que enfrentar la cesación de pagos de varios Estados, que no podrán seguir pagando los salarios de sus propios funcionarios ni garantizar los servicios públicos. Estará demasiado ocupado con el caos interno como para poder realizar los planes de Brzezinski.


* Sandro Cruz es periodista. Miembro fundador de la agencia de prensa latinoamérica IPI.

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