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28 agosto 2007

La Escuela se Tiene que ir de Pinta (I)

Por Melchor López Hernández

Dominio. Control. El profesor contra el alumno. Microfísica del poder. Miradas encontradas, retadoras. Cero alteridad del joven con la autoridad. Si existe una institución en la que el poder se encierra en un pequeño espacio es en el del microcosmos escolar, con mil palabras, encantos y desencantos. Concentrado en el salón de clase, el enfrentamiento es cotidiano. “Yo soy el profesor, por tanto soy el que mando”, dirá el maestro con el halo que le ha concedido históricamente la sociedad.

La escuela se edifica con dos discursos. El de los jóvenes y el de los adultos. El que detenta el poder y el que, la mayoría de las veces, se ve sometido a él. Y cuando el joven logra escapar de los dispositivos del poder escolar, vive otro imaginario, construye otra realidad en la que se detesta a la postura adultocrática; y en el que en el mejor de los casos, ni la recuerda. O le escupe.

Los jóvenes, en la escuela o fuera de ellas, cuestionan permanentemente las posturas de los que no están con ellos, que los agraden. Y lo charlan con su otro. A su comparsa. Para los jóvenes escolares, la escuela es ola de esperanza y desesperanza que esta en el péndulo de la crisis sociocultural.

Estos son algunas ideas que burbujean a partir de la lectura del libro Despidiéndonos de la orientación educativa (Ed. Diogenis, 2006), coordinado por el pensador y editor Gerardo Meneses.

Los siguientes entrecomillados son del texto citado.

La adolescencia es una construcción discursiva generadora de prácticas y de formas de intervención sobre los cuerpos y mentes de las personas de menor de edad.

El poder y su búsqueda de dominación, se las ingenia para empujar la idea de que la adolescencia es la edad en la que más se requiere de orientación, de contención, de superación de todos los riesgos de tan peculiar momento.

Rechazo a las teorías de la adolescencia, porque la adolescencia no existe, sólo existe la ficción de que existe la adolescencia, sólo existen los efectos de haber inventado que existe la adolescencia.

La calle enseña tanto o más que las escuelas, ahí están las caras más sórdidas de lo que somos.

(Por parte de los jóvenes) Hay un nuevo paisaje, salpicado de tags, de pintas, de manchas, de marcas de territorio, de reto a la autoridad, de miedo, de furia.

¿Cuánto expulsado habrá de las escuelas a partir del choque entre las normas de la tradición y la implosión social de la que estos jóvenes recogen la peor parte y la dibujan sobre sus ropas, sus útiles, sus bancas, sus sueños?

La modernidad escolar depositó en lo escolar un basamento para abrazarse a una concepción de la realidad cuyo anhelo, ha sido, y será, el dominio del mundo, a lo que da el nombre de progreso.

La juventud es un grupo que empuja a la diversidad.

Los jóvenes de hoy parecen estar jalonados por dos figuras de autoridad diferentes: las maestras y los padres.

La diversidad juvenil está sometida a la uniformidad de los discursos hegemónicos.

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