dora villalobos mendoza
Chihuahua, Chih., 28 de abril (apro-cimac).- La razón por la que asesinaron a Paulina Luján fue “el machismo y la misoginia”, resume sin cortapisas la procuradora Patricia González Rodríguez.
Por ello la detención de José Raymundo Quezada y Carlos Alonso Altamirano García, como responsables del asesinato de la joven de 16 años, causó conmoción entre la población chihuahuense.
Y es que en esta ocasión, la Procuraduría local hizo una buena investigación que llevó a la captura de los culpables de la desaparición y asesinato de una jovencita en esta entidad tan vapuleada por el feminicidio.
Paulina, estudiante del Colegio de Bachilleres 2, desapareció el lunes 10 de marzo y su cuerpo fue localizado dos días después en un paraje cerca de la ciudad por la carretera a Aldama.
Como siempre que ocurre un feminicidio, los chihuahuenses exigieron justicia. Y también, como siempre, la autoridad prometió investigar hasta dar con el o los responsables.
Esta vez cumplió. El miércoles pasado, la Procuraduría presentó a Carlos Alonso, de 21 años, y a José Raymundo, de 23, como culpables del crimen.
Los elementos que presentó la autoridad fueron contundentes. En el lugar de los hechos encontraron condones donde había muestras que señalaban a los detenidos. Además, Paulina escribió con pluma en su brazo el número del engomado del vehículo en el que se la llevaron.
Aparte, los agentes policiacos localizaron el celular de la joven y detectaron mensajes que Paulina sostuvo previamente con Carlos Alonso.
Los detenidos ya están confesos, aunque uno a otro se inculparon. Dijeron que la muchacha se subió al vehículo por su voluntad y también que ella aceptó tener relaciones sexuales con los dos.
Lo que no han dicho es por qué la mataron a golpes con un tubo y le pasaron el vehículo por encima.
Las mamás de jóvenes asesinadas y de varias más que continúan desaparecidas aplaudieron el trabajo de la Procuraduría, pero se preguntaron si seguirán impunes los casos de sus hijas.
La siguiente es una muestra de 26 casos que la organización civil Justicia para Nuestras Hijas exige se aclaren.
Diana Jazmín
“¡Besitos mami, no te preocupes, llego temprano!”, le contestó enfática Diana Jazmín García Medrano a su mamá Hilda Medrano cuando la señora se despidió para ir a trabajar a Motorola. Era la una y media de la tarde del martes 27 de mayo de 2003.
Diana Jazmín se estaba bañando para ir a la escuela. Desde la puerta del baño, su mamá le mandó besos y, como lo hacía todos los días, le dio la bendición y le pidió que se cuidara mucho.
Hilda habló a su casa a las seis de la tarde para ver cómo estaban sus hijas. Contestó Alejandra, quien en ese tiempo tenía 14 años. Le dijo que Diana Jazmín todavía no llegaba.
La señora se preocupó. La joven de 18 años siempre estaba a esa hora en la casa porque se encargaba de cuidar a su hermana menor.
Le habló al celular. Diana Jazmín le contestó. La muchacha hablaba quedito. Le dijo a su mamá que estaba en la escuela, que se le hizo tarde porque tuvo un examen.
A Hilda le pareció rara la actitud de su hija. También le llamó la atención no escuchar ningún ruido. Siempre que la joven contestaba de la escuela oía mucho ruido.
Le preguntó a su hija qué pasaba. “No te preocupes, me metí al baño para contestarte”, le respondió Diana Jazmín. La señora le pidió que se fuera lo más pronto posible a la casa porque Alejandra estaba sola.
Hilda habló otra vez a las ocho de la noche. Alejandra le informó que su hermana ya había llegado.
“Pásamela”, exigió la mamá porque notó a su hija nerviosa. “Fue a la papelería, no debe tardar”, aseguró Alejandra. Hilda se tranquilizó. “Dile a Diana que me prepare un licuado bien rico para cuando llegue”, pidió la señora a su hija menor.
Hilda llegó a su casa poco antes de las once de la noche. Alejandra la recibió llorando. Le dijo que Diana Jazmín todavía no llegaba de la escuela.
“¿Por qué me dijiste que ya había llegado?”, la reprendió. Alejandra le explicó a su mamá que le mintió para proteger a Diana Jazmín. Pensó que a su hermana se le había hecho tarde y, creyendo que no tardaría en llegar, se le hizo fácil decir que andaba en la papelería.
Al ver que su hermana no llegaba, Alejandra le habló al celular a las ocho y media de la noche. Diana Jazmín le contestó. Se oía nerviosa. Le dijo que iba a Motorola con un señor.
“¿A qué vas a Motorola?”, interrogó Alejandra y su hermana le respondió cortante: “No preguntes”.
Alejandra se asustó y trató de comunicarse con su mamá para contarle lo que estaba ocurriendo, pero no encontró el teléfono de Motorola.
Hilda marcó inmediatamente el celular de su hija. Diana Jazmín no contestó. La señora llamó varias veces y siempre escuchó la misma respuesta: “El número que usted marcó se encuentra fuera del área de servicio”.
Le habló a Antonio García, su exmarido, para que le ayudara a buscar a su hija. También le habló a su hija mayor Anaí, a su mamá y a sus hermanos. Pronto se juntaron todos en su casa, en la colonia Ignacio Allende.
Tenía la esperanza de que la muchacha se hubiera ido con amigas a la Feria Santa Rita y que por alguna razón no se pudiera comunicar. “A lo mejor se les acabó el saldo del celular, a lo mejor no traen dinero para el taxi y se vinieron caminando”.
Antonio fue a la feria, la buscó y no la encontró. Recorrió despacio el camino de regreso a la casa, por si la joven iba caminando. Ni rastro.
Hilda y Alejandra fueron a Motorola. Preguntaron por Diana Jazmín. Ahí nunca llegó. Buscaron en los alrededores de la empresa. Tampoco la encontraron.
La muchacha no tenía novio. Le hablaron a Elmer, un exnovio. Les dijo que hacía tiempo no la veía. Llamaron a las amigas más cercanas de la joven. Nadie sabía de ella.
Los vecinos vieron el movimiento que había en la casa de Hilda y preguntaron de qué se trataba. Cuando se enteraron que Diana Jazmín no aparecía, llamaron a la policía. Los agentes municipales tardaron cuatro horas en hacer su aparición. Ya para entonces era la madrugada del miércoles.
“Seguro anda con el novio”, señalaron indiferentes los policías y se fueron.
Hilda les daba una fotografía de su hija para que la buscaran. Los agentes no la aceptaron, le dijeron que esperara 48 horas y, si no aparecía, la reportara en Previas.
La familia se mantuvo en vela toda la noche. Otro día reanudó la búsqueda desde temprano. Varios testigos contaron haber visto a Diana Jazmín cuando tomó un camión rumbo al Centro, pero no llegó a la escuela BC&T, donde estudiaba inglés y computación de tres a cinco de la tarde. En ese tiempo la institución estaba en las calles Vicente Guerrero y Ojinaga.
Normalmente se bajaba en la parada del hospital Morelos del Seguro Social y de ahí caminaba hasta la escuela. Le gustaba ver los aparadores de las tiendas. En ese tiempo preparaban la fiesta de 15 años de Alejandra y Diana Jazmín disfrutaba eligiendo el equipo de su hermana.
Nadie la vio cuando se bajó del camión, ni en el trayecto a la escuela.
Hilda piensa que aceptó el aventón de algún conocido porque era temprano y la zona es muy transitada. “Si la hubieran llevado a la fuerza, alguien hubiera visto”, observó.
La mamá solicitó apoyo a sus compañeros de trabajo. Todos ayudaron. Hicieron volantes con la foto de Diana Jazmín y los repartieron en la zona norte de la ciudad.
Después de verificar que no llegó a la escuela, Hilda fue el miércoles al Departamento de Averiguaciones Previas a reportar la desaparición de su hija.
Le dijeron que esperara a que pasaran 48 horas. “Algo le pasó, estoy segura, mi hija nunca falta a la casa”, insistió la señora ante la indiferencia de la autoridad policiaca.
La familia siguió repartiendo volantes con la foto de Diana Jazmín en toda la ciudad. Hasta el viernes fueron dos agentes de la Policía Judicial a la casa de Hilda a pedirle fotos de la muchacha para buscarla.
Pasaron varios días y entonces Hilda recibió una llamada de los judiciales. Le aseguraron que ya habían encontrado a su hija en una cantina de Ojinaga, pero no quería regresar. “No la busque más, anda de loca”, le advirtieron los policías.
Hilda fue a la Policía Municipal y solicitó ayuda. Le tenía más confianza que a la Judicial. Dos uniformados la acompañaron a Ojinaga. Ella pagó los gastos.
Recorrieron todas las cantinas y bares de esa frontera. Encontraron a una joven que se parecía a Diana Jazmín, pero no era ella.
Hilda regresó desilusionada, pero siguió con la repartición de volantes. Como no había otra línea de investigación, regresó a Ojinaga varias veces.
Búsqueda en Texas
Incluso fue hasta Odessa, Texas, cuando le comentaron que algunas chicas que llegan a la frontera cruzan a Estados Unidos. Todo fue inútil. No encontró ni un rastro de Diana.
De vez en cuando los judiciales llegaban a su casa a preguntar si había alguna novedad. “Sólo falta que me den su placa y su pistola para que yo me convierta en policía”, respondía Hilda.
Después alguien dijo que vieron a Diana Jazmín en Meoqui. Hilda fue a esa ciudad. La recorrió y no la encontró. Siguió repartiendo volantes. Amplió la búsqueda a todo el estado.
Motorola incluso abrió una cuenta bancaria a nombre de Alejandra para recabar fondos. Hilda quería contratar un investigador privado pero le cobraba 350 mil pesos y no completó el dinero, sólo juntó 50 mil.
Pasaron los meses. Conoció a las integrantes de Justicia para Nuestras Hijas. En ellas encontró apoyo y comprensión por tratarse de madres de otras jóvenes desaparecidas. Le ayudaron a rastrear varias zonas de la ciudad.
“¡Yo presentía que mi hija estaba muerta! Una noche, poco después que desapareció, sentí que entró a mi cuarto, se sentó en mi cama y tocó mi cabeza. Estoy segura que no lo soñé, abrí los ojos y no la vi, corrí a la calle a ver si la alcanzaba y no la encontré. Estoy segura que vino a despedirse de mí, me tocó, la olí, estuvo conmigo”, soltó Hilda antes que se le apagara la voz. No pudo evitar las lágrimas.
El 7 de septiembre de ese mismo año apareció el cuerpo de una joven en el kilómetro 3 de la carretera libre a Ciudad Juárez.
La policía reveló el hecho y los medios publicaron la noticia el día 8. Ninguna autoridad le avisó a Hilda.
Ella siguió yendo a trabajar a Motorola, pero ese día sintió que sus compañeros la veían raro y no sabía por qué.
Las notas de los periódicos señalaban que la víctima podría ser Diana Jazmín. Sus compañeros leyeron la información y se dieron cuenta que Hilda no sabía nada. Nadie se atrevió a avisarle.
Dieron las diez de la mañana de ese día cuando recibió una llamada telefónica. Se trataba de un periodista que buscaba confirmar si el cuerpo de la joven hallada la víspera correspondía a su hija.
Hilda entró en shock.
“No es, no es”, se repitió a sí misma. Entonces la llevaron a la enfermería de la empresa donde la atendió una psicóloga.
En cuanto se repuso, tomó un taxi y se fue a Previas. Ahí le confirmaron que habían encontrado el cuerpo de una joven, pero le aseguraron que todavía no estaba identificado. “De aquí no me muevo hasta que me digan si es mi hija”, advirtió.
Le dijeron dónde encontraron el cadáver y se trasladó a la carretera. Ya habían levantado el cuerpo. El área estaba acordonada. Regresó a Previas. En la noche le mostraron fotografías. A Hilda le parecía que podía tratarse de su hija, pero no estaba segura.
Al otro día la llevaron al forense C-4. La acompañó toda la familia. “¡Llegué con el corazón hecho garras, pidiéndole a Dios que no fuera mi hija!”, recuerda afligida. Pero sí era Diana Jazmín.
En cuanto le mostraron las pertenencias, Hilda reconoció los tenis, el pantalón, la blusa, las pulseras y los lentes de su hija. Había descrito muchas veces cómo iba vestida la joven, pero nunca dijo la marca de la ropa ni de los tenis, porque tenía miedo de que la policía sembrara otro cuerpo.
“Había oído que a las mamás les entregaban cuerpos que no eran de sus hijas, por eso me guardé ese dato, quería estar completamente segura que cuando llegara el momento, no hubiera duda alguna que se trataba de mi hija”, explicó. Aun con esa certeza, exigió un estudio de ADN. Los especialistas confirmaron que se trataba de Diana Jazmín.
Ahora lo que busca Hilda es saber quién y por qué asesinaron a Diana, pero ya pasaron cinco años y la autoridad no tiene ninguna línea de investigación.
Chihuahua, Chih., 28 de abril (apro-cimac).- La razón por la que asesinaron a Paulina Luján fue “el machismo y la misoginia”, resume sin cortapisas la procuradora Patricia González Rodríguez.
Por ello la detención de José Raymundo Quezada y Carlos Alonso Altamirano García, como responsables del asesinato de la joven de 16 años, causó conmoción entre la población chihuahuense.
Y es que en esta ocasión, la Procuraduría local hizo una buena investigación que llevó a la captura de los culpables de la desaparición y asesinato de una jovencita en esta entidad tan vapuleada por el feminicidio.
Paulina, estudiante del Colegio de Bachilleres 2, desapareció el lunes 10 de marzo y su cuerpo fue localizado dos días después en un paraje cerca de la ciudad por la carretera a Aldama.
Como siempre que ocurre un feminicidio, los chihuahuenses exigieron justicia. Y también, como siempre, la autoridad prometió investigar hasta dar con el o los responsables.
Esta vez cumplió. El miércoles pasado, la Procuraduría presentó a Carlos Alonso, de 21 años, y a José Raymundo, de 23, como culpables del crimen.
Los elementos que presentó la autoridad fueron contundentes. En el lugar de los hechos encontraron condones donde había muestras que señalaban a los detenidos. Además, Paulina escribió con pluma en su brazo el número del engomado del vehículo en el que se la llevaron.
Aparte, los agentes policiacos localizaron el celular de la joven y detectaron mensajes que Paulina sostuvo previamente con Carlos Alonso.
Los detenidos ya están confesos, aunque uno a otro se inculparon. Dijeron que la muchacha se subió al vehículo por su voluntad y también que ella aceptó tener relaciones sexuales con los dos.
Lo que no han dicho es por qué la mataron a golpes con un tubo y le pasaron el vehículo por encima.
Las mamás de jóvenes asesinadas y de varias más que continúan desaparecidas aplaudieron el trabajo de la Procuraduría, pero se preguntaron si seguirán impunes los casos de sus hijas.
La siguiente es una muestra de 26 casos que la organización civil Justicia para Nuestras Hijas exige se aclaren.
Diana Jazmín
“¡Besitos mami, no te preocupes, llego temprano!”, le contestó enfática Diana Jazmín García Medrano a su mamá Hilda Medrano cuando la señora se despidió para ir a trabajar a Motorola. Era la una y media de la tarde del martes 27 de mayo de 2003.
Diana Jazmín se estaba bañando para ir a la escuela. Desde la puerta del baño, su mamá le mandó besos y, como lo hacía todos los días, le dio la bendición y le pidió que se cuidara mucho.
Hilda habló a su casa a las seis de la tarde para ver cómo estaban sus hijas. Contestó Alejandra, quien en ese tiempo tenía 14 años. Le dijo que Diana Jazmín todavía no llegaba.
La señora se preocupó. La joven de 18 años siempre estaba a esa hora en la casa porque se encargaba de cuidar a su hermana menor.
Le habló al celular. Diana Jazmín le contestó. La muchacha hablaba quedito. Le dijo a su mamá que estaba en la escuela, que se le hizo tarde porque tuvo un examen.
A Hilda le pareció rara la actitud de su hija. También le llamó la atención no escuchar ningún ruido. Siempre que la joven contestaba de la escuela oía mucho ruido.
Le preguntó a su hija qué pasaba. “No te preocupes, me metí al baño para contestarte”, le respondió Diana Jazmín. La señora le pidió que se fuera lo más pronto posible a la casa porque Alejandra estaba sola.
Hilda habló otra vez a las ocho de la noche. Alejandra le informó que su hermana ya había llegado.
“Pásamela”, exigió la mamá porque notó a su hija nerviosa. “Fue a la papelería, no debe tardar”, aseguró Alejandra. Hilda se tranquilizó. “Dile a Diana que me prepare un licuado bien rico para cuando llegue”, pidió la señora a su hija menor.
Hilda llegó a su casa poco antes de las once de la noche. Alejandra la recibió llorando. Le dijo que Diana Jazmín todavía no llegaba de la escuela.
“¿Por qué me dijiste que ya había llegado?”, la reprendió. Alejandra le explicó a su mamá que le mintió para proteger a Diana Jazmín. Pensó que a su hermana se le había hecho tarde y, creyendo que no tardaría en llegar, se le hizo fácil decir que andaba en la papelería.
Al ver que su hermana no llegaba, Alejandra le habló al celular a las ocho y media de la noche. Diana Jazmín le contestó. Se oía nerviosa. Le dijo que iba a Motorola con un señor.
“¿A qué vas a Motorola?”, interrogó Alejandra y su hermana le respondió cortante: “No preguntes”.
Alejandra se asustó y trató de comunicarse con su mamá para contarle lo que estaba ocurriendo, pero no encontró el teléfono de Motorola.
Hilda marcó inmediatamente el celular de su hija. Diana Jazmín no contestó. La señora llamó varias veces y siempre escuchó la misma respuesta: “El número que usted marcó se encuentra fuera del área de servicio”.
Le habló a Antonio García, su exmarido, para que le ayudara a buscar a su hija. También le habló a su hija mayor Anaí, a su mamá y a sus hermanos. Pronto se juntaron todos en su casa, en la colonia Ignacio Allende.
Tenía la esperanza de que la muchacha se hubiera ido con amigas a la Feria Santa Rita y que por alguna razón no se pudiera comunicar. “A lo mejor se les acabó el saldo del celular, a lo mejor no traen dinero para el taxi y se vinieron caminando”.
Antonio fue a la feria, la buscó y no la encontró. Recorrió despacio el camino de regreso a la casa, por si la joven iba caminando. Ni rastro.
Hilda y Alejandra fueron a Motorola. Preguntaron por Diana Jazmín. Ahí nunca llegó. Buscaron en los alrededores de la empresa. Tampoco la encontraron.
La muchacha no tenía novio. Le hablaron a Elmer, un exnovio. Les dijo que hacía tiempo no la veía. Llamaron a las amigas más cercanas de la joven. Nadie sabía de ella.
Los vecinos vieron el movimiento que había en la casa de Hilda y preguntaron de qué se trataba. Cuando se enteraron que Diana Jazmín no aparecía, llamaron a la policía. Los agentes municipales tardaron cuatro horas en hacer su aparición. Ya para entonces era la madrugada del miércoles.
“Seguro anda con el novio”, señalaron indiferentes los policías y se fueron.
Hilda les daba una fotografía de su hija para que la buscaran. Los agentes no la aceptaron, le dijeron que esperara 48 horas y, si no aparecía, la reportara en Previas.
La familia se mantuvo en vela toda la noche. Otro día reanudó la búsqueda desde temprano. Varios testigos contaron haber visto a Diana Jazmín cuando tomó un camión rumbo al Centro, pero no llegó a la escuela BC&T, donde estudiaba inglés y computación de tres a cinco de la tarde. En ese tiempo la institución estaba en las calles Vicente Guerrero y Ojinaga.
Normalmente se bajaba en la parada del hospital Morelos del Seguro Social y de ahí caminaba hasta la escuela. Le gustaba ver los aparadores de las tiendas. En ese tiempo preparaban la fiesta de 15 años de Alejandra y Diana Jazmín disfrutaba eligiendo el equipo de su hermana.
Nadie la vio cuando se bajó del camión, ni en el trayecto a la escuela.
Hilda piensa que aceptó el aventón de algún conocido porque era temprano y la zona es muy transitada. “Si la hubieran llevado a la fuerza, alguien hubiera visto”, observó.
La mamá solicitó apoyo a sus compañeros de trabajo. Todos ayudaron. Hicieron volantes con la foto de Diana Jazmín y los repartieron en la zona norte de la ciudad.
Después de verificar que no llegó a la escuela, Hilda fue el miércoles al Departamento de Averiguaciones Previas a reportar la desaparición de su hija.
Le dijeron que esperara a que pasaran 48 horas. “Algo le pasó, estoy segura, mi hija nunca falta a la casa”, insistió la señora ante la indiferencia de la autoridad policiaca.
La familia siguió repartiendo volantes con la foto de Diana Jazmín en toda la ciudad. Hasta el viernes fueron dos agentes de la Policía Judicial a la casa de Hilda a pedirle fotos de la muchacha para buscarla.
Pasaron varios días y entonces Hilda recibió una llamada de los judiciales. Le aseguraron que ya habían encontrado a su hija en una cantina de Ojinaga, pero no quería regresar. “No la busque más, anda de loca”, le advirtieron los policías.
Hilda fue a la Policía Municipal y solicitó ayuda. Le tenía más confianza que a la Judicial. Dos uniformados la acompañaron a Ojinaga. Ella pagó los gastos.
Recorrieron todas las cantinas y bares de esa frontera. Encontraron a una joven que se parecía a Diana Jazmín, pero no era ella.
Hilda regresó desilusionada, pero siguió con la repartición de volantes. Como no había otra línea de investigación, regresó a Ojinaga varias veces.
Búsqueda en Texas
Incluso fue hasta Odessa, Texas, cuando le comentaron que algunas chicas que llegan a la frontera cruzan a Estados Unidos. Todo fue inútil. No encontró ni un rastro de Diana.
De vez en cuando los judiciales llegaban a su casa a preguntar si había alguna novedad. “Sólo falta que me den su placa y su pistola para que yo me convierta en policía”, respondía Hilda.
Después alguien dijo que vieron a Diana Jazmín en Meoqui. Hilda fue a esa ciudad. La recorrió y no la encontró. Siguió repartiendo volantes. Amplió la búsqueda a todo el estado.
Motorola incluso abrió una cuenta bancaria a nombre de Alejandra para recabar fondos. Hilda quería contratar un investigador privado pero le cobraba 350 mil pesos y no completó el dinero, sólo juntó 50 mil.
Pasaron los meses. Conoció a las integrantes de Justicia para Nuestras Hijas. En ellas encontró apoyo y comprensión por tratarse de madres de otras jóvenes desaparecidas. Le ayudaron a rastrear varias zonas de la ciudad.
“¡Yo presentía que mi hija estaba muerta! Una noche, poco después que desapareció, sentí que entró a mi cuarto, se sentó en mi cama y tocó mi cabeza. Estoy segura que no lo soñé, abrí los ojos y no la vi, corrí a la calle a ver si la alcanzaba y no la encontré. Estoy segura que vino a despedirse de mí, me tocó, la olí, estuvo conmigo”, soltó Hilda antes que se le apagara la voz. No pudo evitar las lágrimas.
El 7 de septiembre de ese mismo año apareció el cuerpo de una joven en el kilómetro 3 de la carretera libre a Ciudad Juárez.
La policía reveló el hecho y los medios publicaron la noticia el día 8. Ninguna autoridad le avisó a Hilda.
Ella siguió yendo a trabajar a Motorola, pero ese día sintió que sus compañeros la veían raro y no sabía por qué.
Las notas de los periódicos señalaban que la víctima podría ser Diana Jazmín. Sus compañeros leyeron la información y se dieron cuenta que Hilda no sabía nada. Nadie se atrevió a avisarle.
Dieron las diez de la mañana de ese día cuando recibió una llamada telefónica. Se trataba de un periodista que buscaba confirmar si el cuerpo de la joven hallada la víspera correspondía a su hija.
Hilda entró en shock.
“No es, no es”, se repitió a sí misma. Entonces la llevaron a la enfermería de la empresa donde la atendió una psicóloga.
En cuanto se repuso, tomó un taxi y se fue a Previas. Ahí le confirmaron que habían encontrado el cuerpo de una joven, pero le aseguraron que todavía no estaba identificado. “De aquí no me muevo hasta que me digan si es mi hija”, advirtió.
Le dijeron dónde encontraron el cadáver y se trasladó a la carretera. Ya habían levantado el cuerpo. El área estaba acordonada. Regresó a Previas. En la noche le mostraron fotografías. A Hilda le parecía que podía tratarse de su hija, pero no estaba segura.
Al otro día la llevaron al forense C-4. La acompañó toda la familia. “¡Llegué con el corazón hecho garras, pidiéndole a Dios que no fuera mi hija!”, recuerda afligida. Pero sí era Diana Jazmín.
En cuanto le mostraron las pertenencias, Hilda reconoció los tenis, el pantalón, la blusa, las pulseras y los lentes de su hija. Había descrito muchas veces cómo iba vestida la joven, pero nunca dijo la marca de la ropa ni de los tenis, porque tenía miedo de que la policía sembrara otro cuerpo.
“Había oído que a las mamás les entregaban cuerpos que no eran de sus hijas, por eso me guardé ese dato, quería estar completamente segura que cuando llegara el momento, no hubiera duda alguna que se trataba de mi hija”, explicó. Aun con esa certeza, exigió un estudio de ADN. Los especialistas confirmaron que se trataba de Diana Jazmín.
Ahora lo que busca Hilda es saber quién y por qué asesinaron a Diana, pero ya pasaron cinco años y la autoridad no tiene ninguna línea de investigación.
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