Por Federico Barrueto
Se dice que hay tres presidentes: el legítimo, el espurio y el que manda. Esto último alude al coordinador del PRI en el Senado. En el círculo cercano del presidente Calderón había una actitud reverencial hacia el político priísta, resultado de la estrategia de Mouriño de entregarle el poder a cambio de reformas hechas a modo del mismo senador. Con la complacencia de los muchachos se pudo lograr lo que nadie hubiera pensado: el desprestigio y la degradación del IFE. También se modificó la Constitución para que los competidores de Manlio en el PRI —los gobernadores—, no pudieran hacer publicidad, sin prever que la bala parara en el mismo Presidente, quien ahora es denunciado por la publicidad en respaldo a su iniciativa de reforma para Pemex. Se amordazó a la tv y radio para que fueran las estructuras de los partidos y no los candidatos, los que tuvieran el mayor peso en el resultado electoral. Todo un logro de los muchachos del Presidente.
Para el senador todo iba mejor que bien. Intimidó a la tv con un reporte chafa de que no se le estaba dando atención al Senado; en respuesta él, no el presidente de la Cámara, logró cobertura preferencial; la entrevista con Loret de Mola fue un éxito. Allí, demandó que el Presidente diera una explicación por lo de Mouriño, para que en la rigurosa aplicación del quid pro quo, acabara otorgándole impunidad parlamentaria. Semanas después hasta con un desplegado regañó al Presidente porque el diagnóstico para la reforma no iba acompañado de la iniciativa. Navarrete, coordinador del PRD en el Senado, se deshizo en elogios. Todo iba demasiado bien.
Las condiciones de éxito del senador eran la novatez de los muchachos del Presidente y la ambigüedad del senador Carlos Navarrete. Para lo primero, si sólo es inexperiencia, el tiempo pondrá remedio; para lo segundo la realidad se impuso y Navarrete ha pasado uno de los peores ridículos por su aval al priista. La sospecha de que Manlio tuvo que ver con el video que equipara a AMLO con Hitler hizo reaccionar al ex candidato presidencial e instruyó a los suyos, lo que debió ocurrir una vez resuelta la elección presidencial: negociar con el PAN las condiciones de coexistencia. Manlio resultó redundante y, por increíble que parezca, López Obrador ha planteado tres de las dos condiciones del PRI para aprobar la reforma energética: que no se modifique la Constitución, que no haya privatización y, una tercera, irrefutable y obligada después del escándalo Mouriño: un esquema contra la corrupción en la paraestatal.
El senador Navarrete y algunos perredistas distanciados de López Obrador acreditaron a Beltrones ante el Presidente. No fueron pocos los desertores, incluso, Leonel Godoy buscó la simpatía del calderonismo para gobernar Michoacán. Los resultados de la elección dicen mucho: el candidato del PAN, un hombre honorable, en los municipios perredistas incrementó en más de 10 puntos la votación respecto a la de su partido en la elección presidencial, en los municipios panistas la disminuyó 20 puntos. Los operadores electorales que envió la Presidencia deben una explicación.
El giro de López Obrador es tardío. Aun así, lo más importante se ha preservado: la unidad en su propio equipo, especialmente, la inexistencia de fisuras con Ebrard, además, si es cierto que 19 por ciento de los encuestados están decididos a apoyarlo con todo (cifra que los consejeros del Presidente festinan), y es capaz de movilizarlos en la elección intermedia, significaría una votación no menor a 26 por ciento, un costo relativamente menor a la proporción del desgaste y los errores cometidos desde el 2 de julio por la noche.
Pierde Manlio, pero no pierde el PRI. Beatriz Paredes es un puente confiable para lograr un entendimiento tripartidista y es ajena a la práctica del chantaje y extorsión. Los gobernadores requieren de entendimiento con el Presidente y excepto los dos más desprestigiados e inservibles, Ulises Ruiz en Oaxaca y Mario Marín en Puebla, son proclives a la reconciliación y a un arreglo en el que cada fuerza política tenga el espacio que le corresponde.
No fue una jugada maestra del Presidente haber presentado la iniciativa de reforma a Pemex en acuerdo con Manlio Beltrones para aprobarla antes del 30 de abril; más bien significó acreditar al Senador como el dueño de los hilos de las decisiones nacionales. El beneficiario se engolosinó y pretendió arrinconar con campañas de desprestigio al FAP. Por rudeza excesiva las cosas ahora se le revierten: como nunca su mediación resulta no sólo innecesaria, es contraproducente. Es de esperarse, por bien de la política, que en adelante sólo haya un Presidente.
Se dice que hay tres presidentes: el legítimo, el espurio y el que manda. Esto último alude al coordinador del PRI en el Senado. En el círculo cercano del presidente Calderón había una actitud reverencial hacia el político priísta, resultado de la estrategia de Mouriño de entregarle el poder a cambio de reformas hechas a modo del mismo senador. Con la complacencia de los muchachos se pudo lograr lo que nadie hubiera pensado: el desprestigio y la degradación del IFE. También se modificó la Constitución para que los competidores de Manlio en el PRI —los gobernadores—, no pudieran hacer publicidad, sin prever que la bala parara en el mismo Presidente, quien ahora es denunciado por la publicidad en respaldo a su iniciativa de reforma para Pemex. Se amordazó a la tv y radio para que fueran las estructuras de los partidos y no los candidatos, los que tuvieran el mayor peso en el resultado electoral. Todo un logro de los muchachos del Presidente.
Para el senador todo iba mejor que bien. Intimidó a la tv con un reporte chafa de que no se le estaba dando atención al Senado; en respuesta él, no el presidente de la Cámara, logró cobertura preferencial; la entrevista con Loret de Mola fue un éxito. Allí, demandó que el Presidente diera una explicación por lo de Mouriño, para que en la rigurosa aplicación del quid pro quo, acabara otorgándole impunidad parlamentaria. Semanas después hasta con un desplegado regañó al Presidente porque el diagnóstico para la reforma no iba acompañado de la iniciativa. Navarrete, coordinador del PRD en el Senado, se deshizo en elogios. Todo iba demasiado bien.
Las condiciones de éxito del senador eran la novatez de los muchachos del Presidente y la ambigüedad del senador Carlos Navarrete. Para lo primero, si sólo es inexperiencia, el tiempo pondrá remedio; para lo segundo la realidad se impuso y Navarrete ha pasado uno de los peores ridículos por su aval al priista. La sospecha de que Manlio tuvo que ver con el video que equipara a AMLO con Hitler hizo reaccionar al ex candidato presidencial e instruyó a los suyos, lo que debió ocurrir una vez resuelta la elección presidencial: negociar con el PAN las condiciones de coexistencia. Manlio resultó redundante y, por increíble que parezca, López Obrador ha planteado tres de las dos condiciones del PRI para aprobar la reforma energética: que no se modifique la Constitución, que no haya privatización y, una tercera, irrefutable y obligada después del escándalo Mouriño: un esquema contra la corrupción en la paraestatal.
El senador Navarrete y algunos perredistas distanciados de López Obrador acreditaron a Beltrones ante el Presidente. No fueron pocos los desertores, incluso, Leonel Godoy buscó la simpatía del calderonismo para gobernar Michoacán. Los resultados de la elección dicen mucho: el candidato del PAN, un hombre honorable, en los municipios perredistas incrementó en más de 10 puntos la votación respecto a la de su partido en la elección presidencial, en los municipios panistas la disminuyó 20 puntos. Los operadores electorales que envió la Presidencia deben una explicación.
El giro de López Obrador es tardío. Aun así, lo más importante se ha preservado: la unidad en su propio equipo, especialmente, la inexistencia de fisuras con Ebrard, además, si es cierto que 19 por ciento de los encuestados están decididos a apoyarlo con todo (cifra que los consejeros del Presidente festinan), y es capaz de movilizarlos en la elección intermedia, significaría una votación no menor a 26 por ciento, un costo relativamente menor a la proporción del desgaste y los errores cometidos desde el 2 de julio por la noche.
Pierde Manlio, pero no pierde el PRI. Beatriz Paredes es un puente confiable para lograr un entendimiento tripartidista y es ajena a la práctica del chantaje y extorsión. Los gobernadores requieren de entendimiento con el Presidente y excepto los dos más desprestigiados e inservibles, Ulises Ruiz en Oaxaca y Mario Marín en Puebla, son proclives a la reconciliación y a un arreglo en el que cada fuerza política tenga el espacio que le corresponde.
No fue una jugada maestra del Presidente haber presentado la iniciativa de reforma a Pemex en acuerdo con Manlio Beltrones para aprobarla antes del 30 de abril; más bien significó acreditar al Senador como el dueño de los hilos de las decisiones nacionales. El beneficiario se engolosinó y pretendió arrinconar con campañas de desprestigio al FAP. Por rudeza excesiva las cosas ahora se le revierten: como nunca su mediación resulta no sólo innecesaria, es contraproducente. Es de esperarse, por bien de la política, que en adelante sólo haya un Presidente.
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