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28 diciembre 2007

Festejando la impunidad

Por Andrés Clariond Rangel El Norte Dic. 27, 2007
Editorialista Invitado

Ríos de champagne fluyeron hace semanas en la tierra del tequila cuando Felipe Calderón celebró su primer año de Gobierno. Una velita, cientos de sonrisas y miles de palmadas para el agasajado fueron el saldo. Eventos así sólo suceden en el Gobierno.

Muchos mexicanos consiguen puestos en la iniciativa privada, las artes, los deportes, y no se les ve organizar grandes celebraciones al conmemorar el primer año en funciones. Por hacer una comparación, un alto ejecutivo de una empresa tiene un empleo menos estresante que el de dirigir un país, gana un mejor sueldo y cuenta con mayores posibilidades de continuación. Teniendo más motivos para festejar, no lanza pirotecnia cada año. Entonces, ¿qué celebran los políticos?, ¿no se trata de un trabajo más?

Infiriendo de una encuesta publicada en este periódico, la mayoría de la población pensaría que los gobernantes, con fiestas como la de Calderón, estarían celebrando el finiquito de sus deudas y la prosperidad de sus cuentas. Pero ¿será que todo sigue igual? ¿Será que San Cristóbal es la nueva Colina del Perro y los Bribiesca son los Salinas del siglo 21? ¿En qué difiere la corrupción de esta época a la de sexenios atrás?

En la era imperial del PRI poco se podía saber de los políticos, más allá de lo que ellos mismos deseaban mostrar. El acceso a la información del Gobierno era muy limitado y aquellos que osaban indagar más o sugerir corrupción arriesgaban por lo menos su trabajo.

Esta censura, aunada a la complacencia de algunos medios, no limpiaba la mala imagen de los políticos ante el pueblo. La gente sabía que el reloj Casio portado por Carlos Salinas era un simple stand in del reloj de oro que aguardaba en la caja fuerte. Igualmente se sospechaba que el ajuar de Echeverría no consistía solamente en tres guayaberas de distintos colores. Pero por más que se dijera o se pensara, no existían las pruebas que lo demostraran.

Hoy en día las cosas son diferentes. Muchos argumentan que la manera de robar de los políticos ha debido mutar. Mientras en el pasado cogían dinero del erario, hoy rinden frutos a su árbol genealógico, pasándole negocios, comisiones y apoyos a familiares y amigos, a cambio por supuesto de su propio beneficio económico. Esto es correcto, aunque no es la principal diferencia de esta época contra las anteriores.

Desde el sexenio de Ernesto Zedillo se les ha dado más libertad a los medios de comunicación. Gracias a esto, a diario se orea la ropa sucia de los gobernantes y empleados de gobierno.

Periodistas y civiles, haciendo uso de la tecnología, han encontrado maneras creativas de evidenciar a los políticos, permitiendo que sus pillerías se anuncien en Youtube y se transmitan por banda ancha. Las víctimas son de todos los partidos e ideologías. Han dicho "presente" en videos y grabaciones desde el "Niño Verde" hasta el "Góber Precioso".

Esto es lo que diferencia estos años de los anteriores. No es que en estos tiempos los políticos sean más corruptos, sino que sus marrullerías se conocen mejor.

Cualquiera creería que bajo este nuevo panorama tan optimista los maleantes están tras las rejas. Desgraciadamente no es lo que ocurre.

Los medios para fiscalizar a los políticos se han multiplicado y modernizado, mas no así las leyes. Muestra de esto es lo acontecido con el dictamen de la Suprema Corte sobre la violación a los derechos de Lydia Cacho y la red de pederastia descubierta por ella. Los ministros no aceptaron la conversación telefónica como prueba. Y esto no los hace malvados, pero sí cuadrados y supeditados a leyes que por viejas huelen a rancio.

No es lo mismo la Roma del año 130 a.C. o la Francia de Napoleón, que la problemática de México en el siglo 21. No puede ser que las leyes no den cabida al hacerse de pruebas de nuevas maneras, aunque no sean las más ortodoxas. La reforma de justicia que se encuentra en proceso de ser aprobada en las cámaras avanza en el tema, pero de un modo muy limitado.

¿De qué sirve conocer ahora a detalle las transas de los políticos si no se les puede hacer nada? Se trata de un ejercicio muy tortuoso y que sin duda genera desconcierto y malestar en la sociedad.

Haciendo uso de la imaginación, se puede pensar en una celebración superior a la organizada por Calderón. El escenario es el Castillo de Chapultepec. Es la fiesta a la impunidad, conmemorando su larga presencia en México.

Ahí, todos los comensales esperan la salida de Marta Sahagún. Al salir, la susodicha toma pista y comienza a girar como trompo; paralelamente un grupo de empresarios hace una rueda a su alrededor. Las joyas de Marta salen disparadas; a quien le caiga una perla debe de contribuir a Vamos México de una manera distinta de a quien le caiga un diamante. Vicente recoge las alhajas sin puntería. La música es armoniosa, supervisada por la maestra Elba y Napito. Alejados del mundanal ruido, el "Góber Precioso", Kamel Nacif y Marcial Maciel juegan a "la trae" con un grupo de jovencitos.

En una de las mesas, Bejarano se liga una vez más a su mujer Padierna ofreciéndole razones de color verde. Aunque no tan verdes como el "Niño Verde", muy ocupado otorgando permisos para acabar con lo verde en el País. Orgullosamente representando a Nuevo León, Kena Yáñez reparte "glorias" de Linares.

El salón rebosa de gente, bienvenidos son los paparazzi, con sus cámaras fotográficas y de video. Al fin y al cabo, para la máxima autoridad judicial, Chapultepec y el Coliseo romano son la misma cosa.

El autor es editorialista invitado y director y productor de cine.

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