Eduardo Ibarra Aguirre
Tarde pero ya lo reconoció Héctor Larios Córdova: dentro de dos semanas Felipe de Jesús Calderón Hinojosa enviará al Congreso una iniciativa de reforma energética.
Durante meses lo negaron y se manejaron en la ambigüedad, en la contradicción. Sabedores, seguramente, de que siete de cada 10 mexicanos se oponen a una mayor apertura de Petróleos Mexicanos a la inversión privada, nacional y extranjera.
De allí que la paraestatal que dirige Jesús Federico Reyes González invierta cientos de millones de pesos en el duopolio televisivo y el oligopolio radiofónico para que estrellas y locutores repitan que “México tiene un tesoro escondido debajo del mar”. (Pero) “Afortunadamente, como lo han hecho otros países del mundo, México puede aprovechar la tecnología y la experiencia para explotar yacimientos en aguas profundas. Podemos aprovechar ese conocimiento para sacar el petróleo que es nuestro.”
Mienten porque omiten lo obvio. En cualquier historieta sobre tesoros escondidos, los piratas no sólo están al acecho sino en conversaciones y hasta negociaciones con Georgina Kessel Martínez.
Quienes conocen las encuestas, como Mario Di Constanzo Armenta y José Agustín Ortiz Pinchetti, aseguran que no se usó en la pregunta el concepto privatización que, en el caso mexicano, goza de una pésima reputación tras un cuarto de siglo de aplicación sostenida para adelgazar sin ton ni son al Estado, transferir a precios de remate bienes públicos a particulares, multiplicar listas de archimillonarios sexenales --tanto empresarios como políticos-- encarecer tarifas telefónicas, de autopistas, de bancos y Afores sin mejora sustantiva de la calidad del servicio.
Poco tiene de ideológico el vital tema. Tampoco es para empatarse con la estatolatría, como aducen contados nostálgicos del voto útil para el ahora enriquecido Vicente Fox Quesada, y que parecieran refugiarse en la mercadolatría. Es un problema de costos y beneficios para la nación. Nada más, pero nada menos.
Salvo que asuman, pero no se atrevan a reconocerlo, la conclusión del antropólogo y sociólogo Roger Bartra Muria, quien se presentaba como teórico marxista en los años 70 y 80: “Pero en México por ahora, a diferencia de Argentina, hay una derecha liberal moderna, y otra no tan moderna (la primera es la del presidente Felipe Calderón, y la conservadora la de Manuel Espino). Metapolítica, VII-VIII-07.
“La derecha liberal moderna”, pues, está envalentonada como lo ostenta burdamente Larios Córdova, coordinador de los diputados panistas que en 1979 reconocía sin tapujos: “Mi jefe es Jorge Karfopulos” en el Yunque (Forum 169, VIII-07, pp. 2-4). Y se coloca en la misma línea de las obsesiones discursivas de Calderón Hinojosa, el reaparecido con bajo perfil Juan Camilo Moruriño Terrazo, de hacer de Andrés Manuel López Obrador el epicentro del vasto rechazo ciudadano a la apertura de Pemex a la inversión privada.
Por eso el discurso de las 8:30 horas, de escasos 16 minutos con todo y el ceremonial del 21 de marzo, fue una tosca y malograda disputa para expropiarle al movimiento de resistencia civil pacífica la figura y los valores de Benito Juárez García.
Ver y oír para creer: “Gracias a la vigencia de la ley es posible la discusión libre de las ideas y la toma de decisiones de las instituciones democráticas”, sostuvo sin inmutarse el creador, en 2006, de la muy democrática fórmula electoral “Haiga sido como haiga sido”.
“Gracias a la ley es posible el diálogo y sólo puede oponerse al diálogo quien tiene miedo a las ideas”. 72 horas después, el abogado y economista salió a paso veloz de Tepetitlán, Hidalgo, escoltado por el Estado Mayor Presidencial, José Luis Luege Tamargo y Miguel Ángel Osorio Chong, porque decenas de pobladores le exigieron que frene la polución de la presa Endhó.
Tarde pero ya lo reconoció Héctor Larios Córdova: dentro de dos semanas Felipe de Jesús Calderón Hinojosa enviará al Congreso una iniciativa de reforma energética.
Durante meses lo negaron y se manejaron en la ambigüedad, en la contradicción. Sabedores, seguramente, de que siete de cada 10 mexicanos se oponen a una mayor apertura de Petróleos Mexicanos a la inversión privada, nacional y extranjera.
De allí que la paraestatal que dirige Jesús Federico Reyes González invierta cientos de millones de pesos en el duopolio televisivo y el oligopolio radiofónico para que estrellas y locutores repitan que “México tiene un tesoro escondido debajo del mar”. (Pero) “Afortunadamente, como lo han hecho otros países del mundo, México puede aprovechar la tecnología y la experiencia para explotar yacimientos en aguas profundas. Podemos aprovechar ese conocimiento para sacar el petróleo que es nuestro.”
Mienten porque omiten lo obvio. En cualquier historieta sobre tesoros escondidos, los piratas no sólo están al acecho sino en conversaciones y hasta negociaciones con Georgina Kessel Martínez.
Quienes conocen las encuestas, como Mario Di Constanzo Armenta y José Agustín Ortiz Pinchetti, aseguran que no se usó en la pregunta el concepto privatización que, en el caso mexicano, goza de una pésima reputación tras un cuarto de siglo de aplicación sostenida para adelgazar sin ton ni son al Estado, transferir a precios de remate bienes públicos a particulares, multiplicar listas de archimillonarios sexenales --tanto empresarios como políticos-- encarecer tarifas telefónicas, de autopistas, de bancos y Afores sin mejora sustantiva de la calidad del servicio.
Poco tiene de ideológico el vital tema. Tampoco es para empatarse con la estatolatría, como aducen contados nostálgicos del voto útil para el ahora enriquecido Vicente Fox Quesada, y que parecieran refugiarse en la mercadolatría. Es un problema de costos y beneficios para la nación. Nada más, pero nada menos.
Salvo que asuman, pero no se atrevan a reconocerlo, la conclusión del antropólogo y sociólogo Roger Bartra Muria, quien se presentaba como teórico marxista en los años 70 y 80: “Pero en México por ahora, a diferencia de Argentina, hay una derecha liberal moderna, y otra no tan moderna (la primera es la del presidente Felipe Calderón, y la conservadora la de Manuel Espino). Metapolítica, VII-VIII-07.
“La derecha liberal moderna”, pues, está envalentonada como lo ostenta burdamente Larios Córdova, coordinador de los diputados panistas que en 1979 reconocía sin tapujos: “Mi jefe es Jorge Karfopulos” en el Yunque (Forum 169, VIII-07, pp. 2-4). Y se coloca en la misma línea de las obsesiones discursivas de Calderón Hinojosa, el reaparecido con bajo perfil Juan Camilo Moruriño Terrazo, de hacer de Andrés Manuel López Obrador el epicentro del vasto rechazo ciudadano a la apertura de Pemex a la inversión privada.
Por eso el discurso de las 8:30 horas, de escasos 16 minutos con todo y el ceremonial del 21 de marzo, fue una tosca y malograda disputa para expropiarle al movimiento de resistencia civil pacífica la figura y los valores de Benito Juárez García.
Ver y oír para creer: “Gracias a la vigencia de la ley es posible la discusión libre de las ideas y la toma de decisiones de las instituciones democráticas”, sostuvo sin inmutarse el creador, en 2006, de la muy democrática fórmula electoral “Haiga sido como haiga sido”.
“Gracias a la ley es posible el diálogo y sólo puede oponerse al diálogo quien tiene miedo a las ideas”. 72 horas después, el abogado y economista salió a paso veloz de Tepetitlán, Hidalgo, escoltado por el Estado Mayor Presidencial, José Luis Luege Tamargo y Miguel Ángel Osorio Chong, porque decenas de pobladores le exigieron que frene la polución de la presa Endhó.
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