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31 mayo 2007

Dos notas sobre la pesadilla de Soberanes o ¿sobre la pesadilla "Soberanes"?

“¿Tu le crees a Soberanes? yo tampoco”

Con un presupuesto de más de 700 millones de pesos anuales, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) es la institución en su género que más dinero tiene en el mundo. Pero ni con todos estos recursos su presidente José Luis Soberanes ha hecho su labor de defensor del pueblo. Al contrario, ha demostrado que sus intereses particulares van primero.

Ninguna de las tres presidencias anteriores en la CNDH ha sido tan mal vista y cuestionada como la del doctor Soberanes. Y no sólo por su protagonismo histriónico en los medios y en la política, sino también por la falta de autonomía e independencia ante las autoridades, la pésima administración de sus recursos y su ineficacia como defensor del pueblo.

En los últimos meses, el protagonismo y los intereses políticos le han ganado al ombudsman mexicano. Contrario a la naturaleza de su tarea, a contracorriente de lo que el país necesita, el doctor Soberanes no desperdicia una oportunidad para hacerse ver en la opinión pública o para defender al Ejército y al presidente Felipe Calderón, sin importar que ponga en riesgo la credibilidad de la institución como ha ocurrido con los casos de Ernestina Ascencio, Oaxaca, Atenco y la reciente controversia constitucional contra la despenalización del aborto que presentó en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

A Soberanes le cuesta trabajo deslindarse de sus propios intereses. Si bien es cierto que, en los primeros años de su larga gestión iniciada en 1997 tuvo un bajo perfil, también es cierto que en todos estos años no se ha comprometido en denunciar las tropelías cometidas por el Ejército y el Ejecutivo federal.

Todo parece indicar que son ciertas las versiones de que el presidente de la CNDH pretende saltar de la defensoría de los derechos humanos a la Procuraduría General de la República o a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y para ello necesita de los favores de Felipe Calderón desde la Presidencia de la República.

Sólo de esta manera se puede entender el comportamiento del doctor Soberanes: está tratando de quedar bien con el presidente y su partido, el PAN, para avanzar en sus pretensiones políticas.

Sin embargo, lo que no se puede entender o aceptar es el enorme gasto que tiene en comidas exquisitas con facturas de hasta 16 mil pesos en la compra de caviar, patés y otros gustos carísimos cuando tiene el papel de defender a un pueblo que vive en la miseria.

Tampoco se puede comprender cómo ha dejado en la impunidad casos claros de violaciones a mujeres por parte de militares, como el de la señora Ernestina Ascencio.

En un juego de palabras, bien se podría aplicar al presidente de la comisión la máxima que Elba Esther Gordillo le impuso a Roberto Madrazo: “¿Tu le crees a Soberanes? Yo tampoco”.

Lea nota original de josé gil olmos desde proceso

Descomposición progresiva

El 29 de marzo pasado, en medio de la turbulencia provocada por su declaración sobre las causas de la muerte de la indígena Ernestina Ascencio, el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), José Luis Soberanes Fernández, dio una muestra más de lo desprendido que es al gastar, en sólo cuatro horas, más de 150 mil pesos.

Ese fue el costo aproximado de una comida privada que, de manera inusitada, ofreció Soberanes a los visitadores adjuntos del organismo –unos 250 empleados, más una veintena de funcionarios e invitados especiales–, en el jardín del hotel Royal Pedregal, ubicado en avenida Periférico Sur número 4363.

El menú consistió en sopa de tortilla o soufflé de espinaca, pechuga rellena con queso y, de postre, strudel de manzana. Los alimentos fueron acompañados con vino tinto y blanco.

Nunca antes, Soberanes había tenido tal gesto con el ejército de visitadores adjuntos, en quienes descansa, en buena medida, el trabajo más pesado que desarrolla la CNDH. Por eso causó extrañeza la invitación y, más aún, la extrema formalidad que el equipo del ombudsman le imprimió al convivio. Un par de días antes, con la mayor discreción, los visitadores recibieron la invitación personalizada para la comida, en la cual se adjuntó una hoja con una serie de instrucciones que deberían seguir al pie de la letra el día del evento.

Decía el catálogo, digno de la milicia:

“Tipo de vestimenta formal; absoluta puntualidad, en virtud de que una vez cerradas las puertas no se permitirá por ningún motivo el acceso; a la llegada, deberán reportarse con la coordinación administrativa para que se tome nota de la asistencia y se les indique el lugar que deberán ocupar; se deberá ocupar el lugar designado (no se permitirá cambiar lugares ni manipular ni cambiar las cajas que no sean de su propiedad); cada asiento tendrá una etiqueta de color con el nombre de cada uno de los visitadores adjuntos”.

Más todavía:

“La entrega de reconocimientos se hará en bloques de ocho, deberán salir siempre por el lado derecho, sin caja, y regresar por el extremo izquierdo; los aplausos serán únicamente al final de cada unidad responsable; una vez terminada la ceremonia de reconocimientos se procederá a pasar a la comida, misma que se realizará en el jardín del hotel; las cajas del personal que no asista deberán permanecer en sus lugares, por lo que no deberán recoger ninguna otra que no sea de su propiedad; al terminar la comida se deberán reintegrar a su lugar de trabajo”.

Sin embargo, el convocante sí se permitió sus lujos. Llegó con un retraso de aproximadamente 40 minutos.

Después de los discursos, de cinco minutos el más largo, Soberanes obsequió a los trabajadores, a cuenta del presupuesto de la CNDH, una chamarra (“marca patito”, según los propios empleados), un pin y un reconocimiento por su “dedicación” y “esfuerzo”.

Con ese agasajo, Soberanes trató, en realidad, de calmar los agitados ánimos que privan en el organismo, debido a los privilegios y los excesos cometidos por él mismo y por su corte de funcionarios, así como por el hostigamiento laboral y el abuso de poder en que incurren sistemáticamente los altos mandos.

Lea nota original de raúl monge desde Proceso.

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